A propósito de la novela "El barranco" de Nivaria Tejera

 
Por Daniel García Pulido  (Publicado en El Día / La Prensa el 3 de noviembre de 2013).
 
 
 
A doña Olga González Hernández [q.e.p.d.], 
quién sabe si compañera de juegos
de nuestra querida Nivaria
en esa calle lagunera de la que eran vecinas..
 
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Introducción
 
          El horizonte literario isleño, como ámbito de producción artística en continua evolución y crecimiento, cuenta con notables piezas narrativas que definen, a modo de hitos de referencia, la singladura del resto de composiciones, obras y relatos que se aventuran en ese siempre incierto y difícil universo de las letras. Esa capacidad de selección y, en cierto punto, de distinción de unos libros sobre otros está al alcance de solo unos pocos entendidos, imbuidos en profundidad en los entresijos del arte de la expresión escrita, en las claves que marcan y pautan las esferas de los sentimientos, entre quienes dominan el manejo de la sensibilidad, de la imaginación y de las imágenes asociadas al contenido escrito. Los lectores, felizmente ajenos a todo ese entramado de pautas que rigen la crítica actual y de cada determinado momento, accedemos generalmente a esos libros de manera libre, en cierta forma indiferente, con la inocencia que siempre viaja aparejada al apasionamiento y el interés sinceros, pero lo en verdad relevante es que nos llevemos esa sensación de calidad y de privilegio al disfrutar de su lectura siendo previamente inconscientes de todo ese bagaje asociado a la obra. Esa y no otra será la mayor prueba de la vigencia atemporal de la belleza de sus formas, de su contenido, de su exposición narrativa.
 
          Ejemplo o paradigma claro de este preámbulo ha sido la lectura de la novela El barranco, de la autora Nivaria Tejera, ambientada en plena Guerra Civil española bajo el prisma y el protagonismo de una niña, texto al que tuvimos acceso a mediados de abril de este año 2013 en el transcurso de una sesión del Club de Lectura de la Universidad de La Laguna que magistralmente dirige Chaxiraxi Escuela. Más de una vez nos habíamos tropezado con esta novela en nuestras andanzas bibliográficas, en librerías de viejo, en los estantes dedicados a literatura canaria, pero nunca le habíamos prestado la suficiente atención como para enfrascarnos en su paciente lectura, y fue el reclamo lanzado por este prestigioso Club de Lectura universitario el que encendió nuestro interés. Una vez que el libro estuvo en nuestras manos, la delicia de su experiencia narrativa, su discurso tanto interno como expresivo, nos atraparon sin remedio. Dotada de una sutileza, de un candor y de una fuerza que difícilmente se encuentran en el horizonte literario más próximo, el texto de El barranco evidencia que fue elaborado para no permanecer indiferente a ningún lector, y si ese lector es lagunero, todavía esa llamada de atención es más acuciante. Pensamos que quien mejor define la exégesis de esta novela ha sido la experta en su estudio y análisis, María Hernández-Ojeda, quien recoge, entre otras afirmaciones, que “El barranco de Nivaria Tejera dibuja en prosa poética la visión desgarradora de una niña que experimenta la guerra en sus propios huesos, y la describe de forma impactante y conmovedora [..]; refleja, sin precedentes, el testimonio colectivo de la sociedad canaria, torturada y silenciada durante la Guerra Civil y la posguerra. Y será precisamente una voz infantil, la menos audible, la que quiebre el silencio en clave de verso [..]. La guerra tortura rigurosamente a la niña, quien a su vez transfiere su dolor a las personas, objetos y animales que existen a su alrededor [..]. “El barranco” desbarata intuitivamente la imagen de la guerra, liberándola de los motivos ideológicos que la rodean y revelando el poder destructivo absoluto que conlleva”. (Nota 1)
 
          No creemos exagerar al afirmar, estando actualmente en una época donde han tenido tanto éxito novelas de similar corte narrativo a la que estudiamos (algunas de ellas llevadas a la gran pantalla con un éxito sin precedentes), con contenidos de raigambre desgarrada pero que tratan la temática bélica en clave de ternura e inocencia, que contamos en las Islas, para Tenerife, para La Laguna, con un testimonio que no desmerece a los más valiosos, entre los que pudiera estar La vida es bella, El niño del pijama de rayas, La lengua de las mariposas o incluso El diario de Ana Frank. La crítica extranjera (particularmente francesa, donde se ha reeditado esta obra en varias ocasiones) se ha postrado de hinojos ante su plasticidad, su belleza cándida, y su lectura es altamente recomendable por su sencillez así como por la capacidad que tuvo la autora de llevarnos a la mente de una niña de apenas siete años en el inicio de una vorágine que perturbaba completamente su universo vital. La estudiosa María Hernández-Ojeda ha identificado, siguiendo la antología recogida por Josefina Aldecoa, varios títulos “que coinciden en el motivo temático, escogiendo a protagonistas niños o adolescentes que viven en España durante el periodo histórico de la Guerra Civil y la posguerra” –figurando entre ellas Crónica del alba -de Ramón Sender-, Nada -de Carmen Laforet-, El camino -de Miguel Delibes-, Si te dicen que caí -de Juan Marsé- o Primera memoria -de Ana María Matute-, novela la cual incluso comparte elementos coincidentes (2). Como bien apunta esta investigadora, El barranco es, en la actualidad, un clásico desconocido [..]; a pesar del papel relevante que este texto ocupa en las letras hispanas, la crítica literaria -excepto en Canarias- no ha rescatado El barranco del limbo literario en el que se ha emplazado durante casi cincuenta años" (3).
 
Estudio histórico
 
          Nuestro objetivo al traer esta magnífica obra a estas líneas es centrarnos precisamente en ese horizonte en el que discurre la novela-testimonio de Nivaria Tejera, para identificar a través de su lectura ese componente histórico, podríamos decir incluso patrimonial, que se palpa al avanzar en sus páginas. La autora/protagonista centra el eje de su narración en torno a una casa y a una calle de La Laguna, calle y casa que no se identifican en el desarrollo de la novela y que despertaron desde el primer momento nuestra mayor curiosidad, siempre ávida por identificar nuevos focos de atención dentro del rico patrimonio de la ciudad de los Adelantados (4). Esa inquietud ha sido el germen de estas líneas, esbozadas con el propósito de contribuir a engrandecer la impronta de esta preciosa novela en el devenir pasado lagunero. Vamos a tratar de desnudar la novela de todos sus componentes-clave, tales como el lugar, el tiempo, los personajes, elementos donde toman cuerpo la acción y la trama, algunos de ellos trastocados por la autora con fina inteligencia (5). Trataremos de vaciar todo el texto narrativo para entresacar la mayor cantidad posible de referencias sobre esa vía e inmueble, donde discurren la mayor parte de los escenarios, situaciones y pensamientos del discurso narrativo, y, una vez procesadas todos esos registros, acudiremos a fuentes externas al libro para identificar esa calle y la ubicación de esa vivienda que se constituye en eje y centro de la novela El barranco
 
Identificación de la calle
 
          Nivaria Tejera nos adentra en esa vía anónima de La Laguna de la siguiente forma: “La vi como un largo cuchillo. Al final de ella, un bulto confuso que se gastaba. Siempre imagino, cuando salgo a jugar y me prohíben pasar de la esquina, que al final de la calle se acaba el mundo, que la última curva, el último árbol, son la entrada del cielo” (6). Como hemos afirmado anteriormente, en todo el transcurso de la obra no se especifica la identidad de esa calle, por lo que debemos acudir a fragmentos del propio texto para rescatar las escasas pistas que nos sirvieran para su conocimiento efectivo, siendo quizás la más concluyente de estas indicaciones aquella en la que se comenta que “frente a casa cruzan [los tranvías] porque estamos cerca de la estación y esta calle es parte de la carretera que compone su recorrido” (7). Este detalle nos circunscribe a apenas dos vías laguneras por las que transcurría ese trazado ferroviario, particularmente la calle Herradores y la antigua calle Empedrada, hoy Marqués de Celada, y sobre ellas volcamos nuestro interés documental.
 
          Para confirmar este precepto y descartar una de las dos vías hemos consultado el censo de población de La Laguna para el año 1935 (momento en el que la autora de El barranco contaba con seis años de edad), revisando puntualmente cada uno de sus vecinos censados con la esperanza de hallar a nuestra Nivaria Tejera… y tuvimos esa suerte justamente en la anteriormente citada calle Marqués de Celada, donde pudimos identificar -entre las 87 familias censadas en la misma, con un total de 412 habitantes- no solo la vivienda de su abuelo, auténtico núcleo narrativo de la obra, sino incluso la casa familiar arrendada por sus padres y ubicadas justo una enfrente de la otra –tal y como apunta en varias ocasiones la autora en la propia novela- (8). Ya con el tiempo, varios meses después de estas indagaciones, tuvimos certificación de nuestras pesquisas a través de la lectura -a través de Carmen Hernández-Ojeda-  de parte de la entrevista “Siempre he vivido el presente”, concedida al catedrático de Filología Francesa de la Universidad de La Laguna D. Antonio Álvarez de la Rosa, en la cual Nivaria Tejera apuntaba que recordaba que vivía en “una casa bastante bien montada, una casa de dos pisos, enfrente de la de mi abuelo, aún la recuerdo, en la calle Marqués de Celada” (9)
 
Identificación de la casa
 
          Precisada con certeza la identificación de la calle en la que transcurre el hilo narrativo de El barranco, faltaba ahora completar el objetivo de localizar con exactitud la ubicación de ambas casas (la del abuelo y la de los padres de Nivaria) dentro del conjunto de las 63 viviendas censadas que conformaban esta calle de Marqués de Celada. En primera instancia acudimos al texto narrativo, que en esta ocasión si es pródigo en referencias y que nos permiten precisar las características de ambos inmuebles. De la casa del abuelo entresacamos que:
 
                    - se trataba de una casa terrera -“es chiquita” nos dice (10)-.
 
                   - en ocasiones la niña cita el ruido de la lluvia “en los tejados” -no en las azoteas-, por lo que apunta claramente a una techumbre canaria. En ese sentido, leemos que “la casa es vieja y gotea” (11).
 
               - posee únicamente una ventana de postigo de cristales hacia la calle (12), una chimenea interior y suelos de madera “que se estremecen”, lo que coincide con las pautas de una vivienda tradicional de una sola planta.
 
                 - contaba con un patio, con la descripción de sus elementos distintivos que nos hablan de un pequeño trozo de tierra con redil anejo, retrete externo, aljibe y gallinero. “En este patio hay un árbol de nísperos, una tinaja de agua, aquella es una cabra negra” (13). Al final de dicho patio existía un cuarto o “tinglado” -cubierto por una tela negra (14)- así como “una tienda de paja”, utilizada por el abuelo en su oficio de albardero.
 
          Sobre la vivienda arrendada por los padres de Nivaria Tejera se pueden rescatar en el interior del texto algunas referencias útiles para su identificación:
 
                   - Dice de ella que era una “casona inmensa” (15), que contaba con zaguán (16) y tenía escalera y pisos de madera, lo que nos sirve para precisar que se trataba de un inmueble de dos plantas.
 
                   - Contaba además con una “despensa” y un “cuarto de juguetes” (17).
 
                   - La autora precisa que ”la puerta del fondo del zaguán da a la huerta de Juan Sisí” (18), a través de “una azotea colgante, sin pies ni baranda que la sostuvieran” (19)
 
          Con todas estas referencias, unidas a las aportadas por los censos municipales, habíamos intuido a la altura de la calle en que debían encontrarse, enfrentadas, ambas viviendas -la del abuelo y la de los padres de Nivaria- pero obviamente faltaba una prueba que delimitara con exactitud su ubicación. Esa comprobación llegó a través del testimonio oral de una antigua vecina de dicha calle, contemporánea de aquel 1936 en que se ambienta la novela de El barranco. La memoria de los momentos de la infancia de Dª Rosalba González Hernández nos ha permitido confirmar esa ubicación y refrendar con autoridad las aseveraciones iniciales al recordar que, justo en la bifurcación donde la calle Marqués de Celada se une con la calle Adelantado, “habían enfrente unas casitas pequeñas [terreras], donde la calle se parte en dos, donde se hacían las albardas”. Hemos de recordar que el oficio del abuelo era el de albardero (20), y ese recuerdo solo hace confirmar el hilo narrativo de la novela. Rosalba González, para mayor seguridad nuestra, aún recordaba que se abrió una calle para “las guaguas que iban a Tejina” (actual calle Teobaldo Power), y que el edificio anaranjado actual se levanta sobre la propiedad de la familia de los Samarín, familia esta que figura citada en la propia novela a través de una de las amigas de Nivaria, conocida como “mi amiga Samarina, que vive al empezar el callejón de piedra” y cuyos padres eran dueños de “una huerta enorme llena de zapoteros y platanales" (21). Lamentablemente, tanto la vivienda del abuelo de Nivaria como la paterna han sucumbido al paso de los años y no están en pie en la actualidad. La primera de ellas debió ocupar el solar de donde hoy se alza la sede antigua de la pizzería “Da Steffano”, no lejos de la esquina con la calle Carretas, y el inmueble de los padres, justo enfrente, debía estar donde hoy se abre la precitada vía Teobaldo Power. 
 
Sobre la Finca de El Barbado
 
          En el transcurso de la novela se cita igualmente otro espacio donde se desarrollan algunas escenas de interés: se trata de la finca familiar de El Barbado, en las afueras de La Laguna. La curiosidad nos ha llevado a indagar a qué lugar está haciendo referencia la autora Nivaria Tejera, ya que se trata de un topónimo apenas conocido y que la protagonista asocia a una finca de papas “lejos, cerca de El Barbado, donde ya las montañas no dejan ver el cielo” (22). En nuestras pesquisas hemos descubierto que existe un camino Barbados, paralelo al camino de las Gavias, que tiene todos los visos de ser ese enclave citado en la novela, y donde incluso aún existen pequeñas casas con techos de zinc y enredaderas (23), aunque no podemos desechar la idea de que la autora estuviese jugando en dicha denominación con algún otro rincón conocido de la geografía tinerfeña (24)
 
Identificación de los personajes de la novela
 
          Aparte de ella (25), en el transcurso de la novela aparecen 46 personajes (aparte de los apelativos genéricos de "mis primos" o "hijos de mi tío", de imposible identificación), personajes que bien merecen una futura investigación cada uno de ellos para recuperarlos de ese aparente anonimato en el que se encuentran sumidos, y que podemos agrupar en los siguientes segmentos:
 
                     a) Familia: su abuelo –albardero-; Santiago -su padre-; su madre; Chicho -su hermano pequeño-; su tía -costurera, sin hijos-; Juan -su tío, “que trabaja de cobrador en los autobuses”-; tía Carmen -“la de tío”, que “montó escuela en su casa”-; sus primas Geira y Ronda; Maruca -sobrina del abuelo, que ejerce de sirvienta-, y su novio, Arminio-; y tía Eusebia -hermana del abuelo, “que vive cerca de la prisión”, casada con Luciano, con tres hijos: Ronda, Enedina y Domiciano-.
 
                  b) Amigos de la familia: don Leoncio [Rodríguez]; Porcel -quien repartía los sobres con los salarios en La Prensa-; don Pancho -alcalde de La Laguna-; don Eustaquio -socio del periódico, padre de Juanela-; Alido (i.e. por [González de] Aledo) –abogado-; Victoriano -“que cantaba en las rondallas”, amigo del padre-; Perica -medianera que “cuida la finca del Barbado”; y Petra -sirvienta-.
 
                      c) Vecinos: Juan Sisí; seña Dominga y sus amapolas; y don Roque.
 
                      d) Amigos de Nivaria: Carola, Samarina, Nito, Titico, Juanela, Paca, Rita, Minerva, Carucha y Brígida.
 
                    e) Otros: el capitán Otero; don Eutimio y don Tarife -curas-; don Rafael y don Gustavo -maestros-; la “vieja Serrucho” -vecina de Santa Cruz de Tenerife con sus inseparables gatos-; ”Papa Chano”, el médico; cho Pedro el montañés; y la “mujer del inglés”, avecindada en la capital santacrucera.
 
Genealogía de la familia Tejera
 
          Tal y como hemos apuntado con anterioridad, el eje de la novela de El barranco gira en torno a la calle y a una casa, pero también lo hace en torno a la familia paterna, en las figuras preferentemente del padre de Nivaria, Saturnino (nombrado en la novela como Santiago) Tejera García, y de su abuelo, Antonio Tejera García. Sobre el primero de ellos se ha realizado un estudio biográfico pormenorizado, obra de Victoria María Sueiro Rodríguez (26), y de él rescatamos que nació en La Laguna el 22 de noviembre de 1900, hijo del precitado Antonio Tejera García y de Buenaventura García Linares, siendo sus tres hermanos Urbana, Juan y Alejandro -fallecido este a edad temprana- (27). Para obtener referencias biográficas de Antonio Tejera García hemos contado con la invaluable aportación del investigador Nelson Díaz Frías, quien nos precisa que Antonio contrajo matrimonio en el año 1900 en la parroquia de Arona con Buenaventura García Linares (28), hija de Antonio García Pérez y de Inocencia Linares Rodríguez -todos naturales y vecinos del Valle de San Lorenzo (Arona)-. Antonio Tejera García fue, a su vez, hijo de Carlos Tejera Sierra y de Victorina García García –casados en Arona en 1855-, hija de Antonio García Linares y de Antonia García Marrero -avecindados todos en el Valle de San Lorenzo- (29).
 
Conclusión
 
          Que estas pocas líneas, hilvanadas con la sana intención de contemplar esta obra desde otro punto de vista, pudiesen contribuir a que se revitalice la lectura de El barranco sería una meta demasiado ambiciosa. Nos contentamos con despertar la curiosidad de unos pocos lectores para abrir sus páginas, perderse en la mente de una pequeña de apenas siete años que describe la apariencia de la guerra a través de la experiencia de su día a día, ante la ausencia de su querido padre en el ámbito familiar, y con el convencimiento, expresado certeramente por el novelista español Javier Cercas en su incomparable Soldados de Salamina, que para escribir novelas no hace falta imaginación, solo memoria, porque las novelas se escriben combinando recuerdos...
 
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NOTAS
 
1.- HERNÁNDEZ-OJEDA, María: «Islas heterotópicas: "El barranco" y la guerra civil española». Insularidad narrativa en la obra de Nivaria Tejera: un archipiélago transatlántico. Editorial Verbum: pp. 29 y 31, Dentro de todos esos registros refleja esta estudiosa asimismo que “la detención y encarcelamiento de Saturnino Tejera provocó una angustia imborrable en su hija Nivaria, quien vivirá de forma traumática la separación del padre y el descubrimiento atroz de la guerra siendo tan solo una niña”.
2.- “Ambas novelas comparten fecha de edición (1959) y tienen lugar en una isla: Tenerife en El barranco, y Mallorca en Primera memoria, y en ellas es la voz de una niña-adolescente, Matia, y la voz anónima de El barranco, la que narra su propia historia de soledad y aislamiento en el contexto de la Guerra Civil. Las relaciones familiares son curiosamente concordantes” -este paralelismo fue ya apuntado por Joseph Shraibman en Two Spanish Civil War Novels: A Woman´s Perspective- (citado por HERNÁNDEZ-OJEDA, op. cit, pág. 60).
3.- HERNÁNDEZ-OJEDA. op. cit, pp. 62 y 65. “Si establecemos una conexión biográfica entre la narradora y la escritora, la niña de El barranco tiene aproximadamente siete años” [HERNÁNDEZ-OJEDA, op. cit, pág. 29 nota 14]. De hecho, Nivaria Tejera nació en Cienfuegos, Cuba, el 30 de septiembre de 1929.
4.- “La Laguna es el espacio principal de los acontecimientos y uno de los protagonistas fundamentales de la novela” (HERNÁNDEZ-OJEDA, op.cit, pág. 33).
5.- Ejemplo de esas licencias narrativas que asume la autora en la novela lo tenemos en la cronología que acompaña al desarrollo de los hechos, que coloca el inicio de la guerra con las Fiestas del Cristo (mes de septiembre), en un anacronismo que se nos antoja premeditado.
6.- TEJERA, Nivaria: El barranco. [Edición de Claude Couffon]. Canarias; Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1989. (Biblioteca básica canaria ; 52), pág. 22.
7.- El barranco, 1989 : 69. Para las referencias del tranvía se ha consultado la valiosa y reciente obra de nuestro amigo Rafael CEDRÉS JORGE, titulada El antiguo tranvía de Tenerife, editada por el Cabildo Insular de Tenerife en 2013. 
8.- Su casa “está enfrente” a la de abuelo (El barranco, 1989 : 20) o, tal y como aparece en otro lugar: “fui a casa, enfrente, a ver a mamá” (El barranco, 1989 : 34).
9.- HERNÁNDEZ-OJEDA, op. cit, pág. 32.
10.- El barranco, 1989 : 37.
11.- El barranco, 1989 : 75.
12.- El barranco, 1989 : 31.
13.- El barranco, 1989 : 19.
14.- El barranco, 1989 : 87. En relación a este tinglado es interesante apuntar que añade: “Allí no hay lámpara que encender. En un rincón se ata a Yolí, al pie de la destiladera y en el otro hay ruedas de autobús que tío colecciona, en unas tablas, cerca del techo húmedo” (El barranco, 1989 : 26).
15.- El barranco, 1989 : 37.
16.- El barranco, 1989 : 34.
17.- El barranco, 1989 : 37, 39.
18.- El barranco, 1989 : 35.
19.- El barranco, 1989 : 37. Sobre la casa de este personaje recalca la autora “que siempre luce estarse cayendo y es tan rara, toda de madera y con pasillos inclinados, que ya se parece a Juan Sisí cuando cruza a esa hora con cuidado para que no tropiece su pata de palo” (El barranco, 1989 : 58). Más adelante añade “que se arrasó la finca de Juan Sisí, su casa de madera, sus calabazas, para hacer un campamento” (El barranco, 1989 : 134). 
20.- Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, albarda es la «pieza principal del aparejo de las caballerías de carga, que se compone de dos a manera de almohadas rellenas, generalmente de paja y unidas por la parte que cae sobre el lomo del animal». Refiriéndose al tinglado del patio de la casa apunta la protagonista que "Allí abuelo se sienta desde que amanece a fabricar albardas a los magos” (El barranco, 1989 : 24).
21.- El barranco, 1989 : 58-59.
22.- El barranco, 1989 : 24.
23.- El barranco, 1989 : 104-105.
24.- En este sentido es interesante apuntar que Nivaria Tejera cita en el libro las excursiones realizadas con su padre a un paraje conocido como “Terramota”, enclave que para nosotros no puede ser otro que Mesa Mota (El barranco, 1989 : 93).
25.- La protagonista de la novela es nombrada en algunos momentos como “Chibita”, en una indudable cercanía fonológica a Nivita (Nivaria), lo que “establece una identificación textual entre narradora y autora” (HERNÁNDEZ-OJEDA, op. cit, p. 34)
26.- SUEIRO RODRÍGUEZ, Victoria María: Perfil biobibliográfico del tinerfeño Saturnino Tejera García. Servicio de Publicaciones; Puerto del Rosario (Fuerteventura), 2008
27.- SUEIRO RODRÍGUEZ, V.M.: Op. cit. pág. 19.
28.- Es curioso que Nivaria Tejera llega a citar datos biográficos de su fallecida abuela, “que se murió tan pronto, a los catorce años de estar con abuelo” (en torno a 1914), apuntando a renglón seguido que era “aldeana de Arona” (El barranco, 1989 : 80).
29.- DÍAZ FRÍAS, Nelson: La historia de Vilaflor de Chasna. La Laguna; Centro de la Cultura Popular Canaria; Vilaflor: Ayuntamiento, 2002. Tomo II. pp. 336-337.
 
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