El desayuno del General

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 25 de julio de 1993).

  

          Aunque no quiera V.M.; aunque esté metido en estos jaleos y con tanta preocupación, yo le he traído el desayuno; que está sin dormir y casi sin comer en muchas horas. Ya se acabó la batalla y se forman en la plaza las tropas de esos herejotes, que las he visto desde la azotea. Y la mujer le puso encima de la mesa, con papeles, planos, oficios, plumas y tintero, un tazón de leche, un pan y medio queso.

          Seguro, segurísimo que esto no ocurrió tal como lo señalo, pero seguro, segurísimo también, de que en la mañana tempranito del 25 de julio de 1797, cuando acaso se oían algunos disparo sueltos, se veían banderas blancas de sumisión y sonaban voces de alegría, el capitán general victorioso Antonio Gutiérrez y quienes estaban con él en el castillo de San Cristóbal, tenían alegría y satisfacción, pero también tenían hambre.

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          Un amigo al que traté bastante, que tuvo enorme entusiasmo por lo que se relacionaba con la batalla de Tenerife, fue Domingo de Guzmán Pérez Núñez, de gran personalidad, muy suyo y original. Reunió en un “museo nelsoniano” recuerdos de la acción guerrera. Lo tenía en una casita a la entrada de Güimar, en un paisaje muy bello. Me lo enseñó con gusto y deleitándose en los hechos. Tenía una pintura al óleo, que le encargó y le hizo Álvaro Fariña, insigne tacorontero, entre lo bohemio y lo señorial, lo serio y lo alegre. La memoria de la pintura me ha sugerido esta nota. Don Domingo me decía: ¿Es que acaso, aquellos hombres no comían?

          Representaba una habitación pequeña, mitad mazmorra, mitad reducto, con troneras al fondo por las que entraba la claridad del día. El general delante de una mesa y una sirvienta que le traía el desayuno. Interpretación reñida sin duda con los detalles exactos de lo que pudo ocurrir, pero natural y humana, pues por algo dijeron los latinos, que fueron muy sabios: “No hay que vivir para comer, sino comer para vivir”.

          De lo mucho que se ha escrito de la victoria sobre la escuadra inglesa que, al mando de Nelson, atacó Santa Cruz de Tenerife (victoria de la que estos días se ha hablado de que no tiene el monumento conmemorativo que se merece), retengo algunos datos menos heroicos, pero de indiscutible realidad humana.

          Algunas de estas circunstancias son: que hacía mucho calor, natural en julio; que los comerciantes cerraron sus tiendas y las mujeres y niños huyeron para La Laguna; que las tropas de ambos bandos tenían hambre y que un ciudadano que proveía al ejército de harina anotó en el cuaderno los sacos que se llevaron las panaderas... José de Monteverde y Molina, sí que mencionó estos detalles en su Relación circunstanciada:

               “...dispuso nuestro General’ que se les suministrase a todas (las tropas inglesas), un abundante refresco de pan y vino...” “... Igualmente fueron provistos de sustento los paisanos.., en lo que se expendieron cerca de diez y seis mil libras de pan, trescientas de bizcocho, siete y media pipas de vino, con otras porciones de arroz, carne, queso, etc...”

          Sin olvidar la barrica de cerveza y el queso que la. magnanimidad de Antonio Gutiérrez envió a Nelson, “el manco de Tenerife”.

          Aun en el fragor de las batallas, es necesario comer.  Napoleón Bonaparte esperaba el final de las muchas en que intervino para alimentarse. Cambiaba un dicho antiguo: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”, por algo así como: combatamos y luchemos, que los que sobrevivamos comeremos... Así le ocurrió en Marengo, 14 de junio de 1800, cuando al vencer a los.austríacos, quiso cenar, y el cocinero, puesto que la Intendencia quedó rezagada, le preparó con el exiguo botín de guerra de un pollo medianejo, huevos, tres cangrejos de río, del Bormida cercano, tomates, etc, una maravilla culinaria que ha quedado como “pollo a la Marengo”.

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          El hambre es irrespetuosa: se estaba muriendo la abuela; un nieto de siete años quería cenar: —Padre, tengo hambre. —Hijo espera, no ves que la abuela se está muriendo.., la buena señora no quería dejar este cochino mundo y pasaban las horas... El chico no pudo aguantar más y le dijo a su progenitor: —¿Lo ves papá? Ni la abuela se muere, ni nosotros cenamos...

          En definitiva, aquella mañana del 25 de julio de 1797, hermosa y famosa mañana, el general Antonio Gutiérrez  tuvo que desayunar.

  

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