Carrozas y Milicias

Por Enrique Roméu Palazuelos  (Publicado en El Día el 06 de febrero de 1994).

  

          Don Jerónimo de Benavente y Quiñones era mandón y terco. Buenas y malas cualidades para el desempeño de la Capitanía General de Canarias, en cuyo cargo estuvo por los años de 1661 a 1665, del siglo que José de Viera calificó siglo de la oscuridad, que yo pienso no lo fue tanto. También fue hombre comodón y le gustaba pasear en carroza. ¿Por cuáles avenidas? No las había aún en Santa Cruz, pero él, con agudo sentido urbanístico, ordenó que se hiciera una, desde casi la costa, por Almeida y hacia la salida de la población. Se hizo y por allí paseaba el señor de Benavente encarrozado.

          A propósito de carrozas. ¿En qué situación está la que utilizaban los marqueses de Villanueva del Prado, el cuarto y el quinto, Pedro y Tomás Lino de Nava, en el siglo dieciocho? Con ella hicieron alegres excursiones a Las Mercedes, de las que volvían con el carruaje cubierto de ramas de laureles, y ellos, damas y caballeros, alegres y alborotadores. Sé que existe, pero ¿cómo?

          Vuelvo a los paseos de don Jerónimo que hizo derribar tapias de huertas y campitos de verduras, y consiguió “el Camino de los coches”, que es hoy la espléndida Rambla, Y surge otra pregunta: ¿Cuántos coches había en lo que, si bien era puerto, aún era lugar sin ser villa? Pocos, de seguro. Como extraordinario se cita lo que le aconteció a otro famoso “virrey” de las Islas, este de excelente memoria, Félix Nieto de Silva, conde de Guaro, cuya carroza se atascó en el barro de la laguna lagunera. También fue célebre el birlocho, ligero cochecillo de dos ruedas, que usaba el Marqués de Branciforte, y en el que subía a veranear en Geneto.

          Benavente hizo, además del paseo, otras cosas buenas y algunas malas. Triste desgracia de los caminantes del poder. Comenzó poniendo “paz y concordia entre los príncipes cristianos” del Archipiélago, que eran Real Audiencia, Ilustre Obispado y Santo Tribunal de la Inquisición, poseedores de heterogéneas ordenanzas que entrechocaban. Tuvo también éxito en la formación de un Tercio de tropas, Milicias Canarias, que el rey Felipe IV pedía para engrosar las que, al mando de su hijo bastardo Juan José de Austria, luchaban en Portugal, dominio de España en el que comenzaba a ponerse el sol.

          Hubo que organizar, pues, lo que se conocía con el nombre de leva. Oír esta palabra fue entonces, para campesinos de las Islas y aún de toda Europa, la señal para salir corriendo a esconderse entre los bosques. Así lo comentó con sensatez el quinto Marqués de Nava, quien sopesaba las desventajas que la recluta de hombres aptos para las faenas del campo suscitaba en las Islas. Sin embargo, cuando los malos tiempos mermaban las cosechas y sobrevenían años de hambre, resultaba preferible morir (si acaso) de disparo de arcabuz o cuchillada, pero con la tripa llena y algún doblón en la faldriquera. Por eso, el simpatiquillo mozalbete, que se tropezó con Don Quijote y Sancho en tierras de Aragón, cantaba: “A la guerra me lleva  /  mi necesidad.  / Si tuviera dinéros, /  no fuera en verdad”.

          Con la ayuda de Diego Alvarado Grimón, comandante de tropas de galeones, héroe en la defensa de Santa Cruz, contra piratas, Blake incluido, y además, y esto era importante, yerno del capitán general, pues estaba casado con la hija Ana, y también con la buena voluntad de Cabildos y otras autoridades, se consiguió el alistamiento de setecientos hombres, que llevaron a las tierras lusitanas el nombre de Tercio de Canarias.

          Esta guerra de Portugal, que tras la muerte del rey don Sebastián, en la batalla de Alcazarquivir... muerte misteriosa, que ha creado la leyenda de “el pastelero de Madrigal” Gabriel de Espinosa, aprovechada por José Zorrilla en su drama Traidor, inconfeso y mártir, fue uno de los ocasos de la soberanía española. Felipe II, al cual se le está despegando la etiqueta de “demonio del Mediodía”, por medio de una revisión justificativa, lo anexionó a España con el duque de Alba. Felipe IV, grande en el nombre y magnánimo en pérdidas para la monarquía española (Viera), le devolvía a su historia ibérica.

         El Tercio de Canarias, dirigido por Alvarado, luchó bravamente en la batalla de Estremoz o del Ameixial, pero los portugueses mandados por el Conde de Vilaflor, derrotaron a los españoles de Juan de Austria. Hay testimonios del heroísmo de los tinerfeños y noticias también de cómo al capitán general se le torcieron las riendas del mando...

        Tal vez sea bueno dejar unos y otras para una continuación.

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