El combate naval del cabo Santa María (El origen del caso "Odyssey")

Por Juan Carlos Monteverde García  (Monty)  (Publicado en El Día el 2 de junio de 2012).

 

Prolegómenos históricos

          El lamentable tratado de San Ildefonso, firmado por España con Francia el 18 de agosto de 1796, a instancias del nefasto valido de los reyes españoles, Manuel Godoy, originó un compromiso de alianza con los vecinos galos, y al mismo tiempo un conflicto con Inglaterra. Situación por la que ésta no dudó en acosar y destruir parte de la flota española que protegía su sustancioso comercio con sus posesiones de ultramar.

          Desaparecida, tras la revolución francesa, su monarquía reinante, se creó la primera república, que coincide con la nueva alianza entre los países europeos norteños. De este modo, acosada por la Liga de los Neutrales, a instancias de Rusia, Inglaterra se ve forzada a firmar un tratado de paz en Amiens, el 27 de marzo de 1802, por la repercusión negativa de su economía al estar impedida de comerciar  a través del mar Báltico. De este modo, con la firma de la tregua citada, España se ve momentáneamente aliviada del peso de la guerra padecida, pues se encuentra fuertemente endeudada y bajo el azote de una epidemia de fiebre amarilla. Un corto lapso de tiempo que le sirve para recuperar la isla de Menorca, tomada anteriormente por los ingleses.

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El monarca español Carlos IV

  

          Lamentablemente, este período de tranquilidad se rompe pronto, por los incumplimientos de ambas partes. Lo que se traduce en la activación de las hostilidades en mayo de 1803, y aunque por el momento España permanece al margen, es de nuevo forzada a firmar un nuevo acuerdo por el propio Napoleón; lo que se traduce como una nueva ofensiva a partir de agosto de 1804. Mientras tanto, el ya nombrado emperador francés, coronado en diciembre del mismo año, percibe que para completar su proyecto de invasión a Inglaterra, a través del paso de Calais, necesita el apoyo de una flota de navíos fuertemente armados. En consecuencia, Bonaparte le pide al débil rey Carlos IV veinticinco navíos y un contingente de soldados. Petición que declina éste porque prefiere ingenuamente declararse neutral. Una situación harto imposible, al estar comprometido con Francia, y por tanto inmerso en un conflicto difícil de eludir, como más pronto que tarde ocurriría.

          Negada España, en principio, a colaborar con Francia, el emperador impone a Manuel Godoy como indemnización el pago anual de 18 millones de francos, a cambio de no ser invadidos. Exigencia que se acepta y que es considerada por Inglaterra como una ayuda económica de financiación de la guerra contra su país.  Esta consideración origina que el nuevo primer ministro, William Pitt, trate de extorsionar también a España del mismo modo que lo hace el francés, pero Carlos, ya comprometido con sus vecinos, nada puede darle. Como consecuencia, el inglés ordena a sus capitanes atacar los barcos españoles en todos los mares sin declaración de guerra previa.  De este modo se origina, entre otros enfrentamientos, el combate naval del cabo Santa María. Tema que vamos a tratar con más amplitud y que será el origen del recientemente ganado pleito español contra la empresa de rescates “Odyssey”, por la que se recuperó el tesoro propiedad de España, obtenido por ésta del pecio de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida en combate por los ingleses frente al citado cabo en el Algarve portugués.

Tras la paz, retornan las hostilidades

          Como hemos mencionado, el breve paréntesis de la paz de Amiens, firmada entre Inglaterra y Francia, sólo sirvió para que los contrincantes se tomaran un respiro por el desgaste físico y económico que suponía mantener un estado permanente de beligerancia. Como consecuencia de ello, España, por su compromiso político con Francia, se vio favorecida también con este lapso de relativa tranquilidad, puesto que se tomaba así un respiro después de siete años de continuo bloqueo inglés sobre las Indias.  Sin embargo el valido Manuel Godoy, entendiendo la previsible brevedad de este período, decidió que había que traer de América a la mayor brevedad los tributos reales, así como el de todos los particulares que lo quisiesen. Para ello convenció al rey Carlos IV a fin de que autorizara partir desde El Ferrol a la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. Tal encomienda fue dirigida el 13 de septiembre de 1802 al ministro de Marina, Domingo de Grandallana,  para que ejecutara el envío de la embarcación al puerto del Callao, con la finalidad de hacerse con una parte de los caudales, que luego completaría más tarde en Montevideo. Desde esta última estadía se le unieron otras tres fragatas más, la Medea, la Fama y la Clara, a bordo de la cual hizo su bautizo de mar Federico Gravina. Con esta fuerza, se entendió que era lo suficientemente disuasoria de cualquier enemigo previsible, como sería el caso de los corsarios.

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Fragata española del siglo XVIII similar a la Nuestra Señora de las Mercedes

  

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El brigadier Bustamante, comandante de la flotilla española

  

          La Mercedes llevaba a bordo 221.000 pesos fuertes de caudales del rey, 60.000 pesos del sueldo de la tripulación y guarnición embarcada y 590.000 pesos de particulares. Además de ello, transportaba numerosos pasajeros que viajaban a España llevando consigo sus bienes y familias. Entre ellos, destacaba la esposa porteña y los ocho hijos del general Diego de Alvear y Ponce de León, María Josefa Balbastro y Dávila, que embarcaron en Montevideo para regresar después de muchos años en tierras americanas. Todos sus hijos, nacidos en el Nuevo Continente, venían a España por primera vez. Algo que el azar impidió, pues sólo el primogénito, Carlos María, se salvó de perecer junto con su padre, que fue nombrado por el brigadier jefe de la flotilla, José de Bustamante, segundo comandante de ésta  al enfermar y ser desembarcado por unas  fiebres el titular Tomás Huarte. De esta forma, fueron trasladados ambos a la fragata Medea, que era la nave insignia, y desde allí pudieron contemplar atónitos, en el momento álgido del posterior combate, cómo un infortunado cañonazo en la santabárbara de la Mercedes, acabaría por enviar a su mujer y sus siete hijos al fondo del mar, junto con otros 250 tripulantes. Pero retrocedamos un tanto para describir más ampliamente el suceso, que generaría posteriormente una nueva declaración de guerra con Inglaterra y que derivaría por último en el definitivo combate de Trafalgar.

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Don Diego de Alvear y Ponce, segundo comandante de la flotilla española

  

          Así, pues, el 5 de octubre de 1804, la flotilla que trasportaba los caudales propiedad del Rey y de  algunos particulares, después de una tediosa travesía, en la que enfermaron de fiebres unas 40 personas, entre la tripulación y los pasajeros, avista el portugués cabo de San Vicente para desde allí costear hasta el cabo de Santa María en la costa del Algarve, y luego arrumbar de forma definitiva y con vientos más favorables al puerto de Cádiz. Esta opción era más habitual que la de navegar por estima, sin ningún punto físico de referencia, y cruzar directamente el golfo de Cádiz para llegar a puerto. No se hizo así, y como consecuencia la flotilla se vino a dar de bruces con otra inglesa, ya advertida por el Almirantazgo a través de su servicio de espionaje.

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Sir Grahan Moore, comodoro al mando de la división inglesa

  

          Mandada ésta por el comodoro sir Graham Moore, dirigió a las fragatas Tireless, Medusa, Amphion y Lyvely para que acecharan la recalada de Bustamante y su flotilla. De esta  manera descubren entre  la niebla circundante el rumbo de las española y comienzan a seguirla, con la finalidad de efectuarle una encerrona contra la costa y a la altura del cabo de Santa María, a fin de que no pudieran escapar.  Mientras tanto, las fragatas hispanas navegaban confiadas a vista de tierra, aunque advertidas de la presencia de velas inglesas que seguían su estela. Algo que no les preocupó grandemente, debido a que se hallaban en tiempo de paz con los hijos de Albión. Sin embargo, puestos a valorar la capacidad bélica de ambas formaciones, habría que decir que la inglesa superaba en número de cañones y calibre a la española, y sus embarcaciones eran sensiblemente más modernas y mejor pertrechadas para un eventual combate naval. Por el contrario, la formación española, que navegaba en misión comercial ordenada por la Corona, se podía considerar como una flota mercante oficial,  en vez de una fuerza militar. Además de ello, llegaba exhausta después de una larga travesía, con enfermos a bordo; mientras que la inglesa estaba mejor adiestrada y advertida, y en zafarrancho de combate.

El combate y el hundimiento de la Mercedes

          Un cañonazo de aviso, efectuado por los ingleses, ordenó detener a la flotilla española para parlamentar. Desplazado un bote con el segundo de a bordo, Diego de Alvear, que era un ilustrado con conocimiento de 8 idiomas, se entrevistó con el comodoro inglés; conminándole éste a una rendición sin condiciones y dejar ser custodiados con rumbo a Gibraltar. Una propuesta que rechazó de inmediato José de Bustamante, mientras se preparó a iniciar el combate en defensa de su formación.

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Combate del cabo de Santa María. Momento de la explosiòn y hundimiento de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes.

 

          Prevenido de ello, el comodoro Graham Moore ordenó disparar una primera andanada; siendo el azar de un blanco fortuito el que atina en la santabárbara de la Mercedes, provocando su explosión y hundimiento de inmediato. Tras este inesperado infortunio, las fragatas Medea y Clara son cañoneadas ferozmente hasta conseguir su capitulación. Finalmente la Fama, advirtiendo la pérdida del combate, trata de escapar del acoso pero, carente ya del palo de mesana, su gobernabilidad y velocidad se ven mermadas. Y poco después, tras una corta persecución, es también alcanzada y apresada.

          Cabe citar aquí el informe posterior, dirigido al Rey,  del teniente de fragata Pedro Afán de Ribera, el cual, como único oficial superviviente de la Mercedes, permaneció malherido y asido a un trozo de proa durante más de dos horas hasta que fue rescatado. El ataque inglés le sorprendió en el castillo de la cubierta pasadas las 9.30 horas y lo sucedido después, mencionado en su relato enviado al monarca, fue que como resultado de ello “Quedó arruinado física y económicamente, lisiado con pérdida de parte del pie izquierdo y manco del brazo derecho por la clavícula, además de afectado del pecho por rotura de costillas. Como consecuencia, solicita del monarca un ascenso a capitán de fragata para elevar la cuantía de su retiro y así poder compensar sus ahorros, ya que se halla en una indigencia tal que le han cubierto las carnes sus compañeros de limosna”. Condolido por las justas súplicas del teniente, Carlos IV accede a sus peticiones el 23 de junio de 1805, meses antes del desastre de Trafalgar.

          No fue el único testimonio de la batalla, pues Miguel de Zapiaín, capitán de la Fama, aportó también una minuciosa reconstrucción de los hechos; al que hay que añadir los informes del jefe de la escuadra  José de Bustamante y del segundo Diego de Alvear, escritos ambos a Carlos IV. En el primero, Bustamante, con 45 años de edad y después de 34 de servicio continuo a la Corona, aquejado por las fiebres y confinado en su camarote de la Medea atracada en el puerto de Plymouth y bajo bandera amarilla de cuarentena, relata su informe personal afectado por las noticias sobre el mayor número de bajas ocurrido en el combate, que conoce a través de un periódico de Londres. De esta forma describe cómo sucumbe la moral cuando la Mercedes vuela por los aires poco después de empezar la batalla, quedando el resto de sus fuerzas diezmadas e impotentes hasta el punto de tener que arriar bandera a eso de las 10.30.

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Cuadro del ataque inglés a la flotilla española el 5 de octubre de 1804 frente al Cabo de Santa María.

 

          Ni que decir que este acto de piratería en tiempo de paz y otros posteriores, efectuados por la fragata Medusa y el navío Donnegal contra la española Anfitrite, mandada por José Varela; y la que enfrentó al navío Poliphemus y a la fragata Lyvely contra la también española Santa Gertrudis, además de un sinfín de ataques contra barcos mercantes y de cabotaje españoles, originaron como ya hemos dicho la declaración de guerra contra Inglaterra en diciembre de 1804.

          Tendrían que pasar más de dos siglos para que este acontecimiento bélico volviera a salir a la luz debido al polémico “caso Odyssey”, perpetrado por una empresa privada norteamericana del mismo nombre, con domicilio en Tampa (Florida), dedicada al rescate de tesoros sumergidos en todos los mares. Pero esto ya es un hecho casi reciente, y como tal, merece un tratamiento más actualizado, que ha sido felizmente resuelto a favor del Estado español, su legítimo propietario.

El hallazgo del tesoro por el Odyssey  Explorer

          Doscientos tres años después del hecho histórico, el valioso metal contenido en las entrañas de la fragata Mercedes comienza a brillar con luz propia. Las luces de un robot de exploración denominado Zeus, de 6,3 toneladas, iluminan el fondo marino a 1.100 metros de profundidad y a 100 millas al oeste de Gibraltar, frente a la costa portuguesa del Algarve. El artilugio es dirigido desde la sala de operaciones del Odyssey Explorer, buque insignia de la empresa privada estadounidense “Odyssey Marine Exploration”, con sede en Tampa (Florida).

          Fundada en 1994 por Greg Stemm, antiguo colaborador de la UNESCO, está especializada en búsqueda de pecios submarinos, y muy pocos conocen que en 2007 el Explorer se encuentra sobre el yacimiento hundido de la Mercedes. De esta manera, los arqueólogos de la empresa confirman la presencia de infinidad de monedas esparcidas en el lecho marino; llegando incluso a fotografiar el perfil del rey Carlos IV impreso en los reales de a ocho. Todo lo cual confirma que las monedas son españolas. Mas, a pesar de que la empresa caza tesoros trata de silenciar el hallazgo, obviando su procedencia y nacionalidad, la noticia salta a la prensa denunciando el hecho y la dejación de un seguimiento por parte de las autoridades españolas hacia dicha compañía, que opera con cierta impunidad desde hace varios años en aguas del Estrecho y descarga sus descubrimientos en la colonia gibraltareña. Y de allí hubieran desaparecido, de no ser por el interés demostrado por un grupo de ciudadanos, que emplearon su tiempo y dinero para denunciar las actividades ilícitas de la empresa privada americana en nuestras aguas.

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El abogado Lorenzo Sarmiento, uno de los denunciantes, vigilando el rumbo del barco caza tesoros Odissey

 

           Estos entusiastas investigadores, calificados como los “héroes del Odyssey”, fueron en principio el ecologista Antonio Muñoz, que denunció desde 2001 a las autoridades españolas las sospechosas actividades del barco rescatador, sin que en principio le hicieran ningún caso. Como tampoco se lo hicieron al abogado y escritor Lorenzo Sarmiento, el cual, cansado de la sordera administrativa, se dedicó a hacer junto con su esposa, Magdalena, un seguimiento de dichas actividades con su propio velero; tomando todas las secuencias en vídeo para argumentar sus denuncias. Otro denunciante fue el arqueólogo Javier Noriega, fundador de la asociación ecologista malagueña NEREA, que también advirtió de las actividades del barco y la utilización de maquinaria a la vista de numerosos pesqueros españoles. A estos se unirían, después de destapado el caso del hallazgo de un tesoro submarino que había sido trasladado desde Gibraltar a Tampa (Florida, EEUU), otros miembros destacados de la Administración española como el historiador y militar Hugo O’Donell, duque de Tetuán y conde de Lucena, experto en la campaña de Trafalgar, que recibió el encargo de la Real Academia de Historia para escribir una serie de artículos de denuncia en prensa, moviendo finalmente a actuar a los ministerios de Cultura, Exteriores y Defensa del gobierno Zapatero cuando el expolio del tesoro era ya noticia conocida por todo el mundo. También hay que añadir al almirante Gonzalo Rodríguez González-Aller, director del Museo Naval y de los Archivos de la Armada, que aportó documentación vital para el complicado litigio que duró 5 años, efectuado en Tampa (Florida) por el Estado español contra la compañía “Odyssey Maritime Exploration”. Finalmente, hay que citar al abogado procesalista José María Lancho, especializado en patrimonio sumergido, que aportó numerosas pruebas documentales sobre las indemnizaciones que el Gobierno español efectuó en su día  a los descendientes de los particulares que viajaban con sus caudales a bordo de la hundida fragata.

          Muchas fueron las vicisitudes para ganar finalmente este caso, debido a la inicial ambigüedad de la empresa expoliadora, que en principio se estableció frente a las costas españolas con un permiso del Gobierno, en época del gabinete Aznar, para investigar en el mar de Alborán el posible hallazgo del hundimiento en 1694 del galeón ingles Sussexy rescatar su valioso cargamento. Posteriormente, conseguida la autorización con esta excusa para actuar en aguas del Estrecho, utilizó como base de sus exploraciones a la colonia gibraltareña, desde donde ha estado operando con impunidad todos estos años. Y para ello encargó varios trabajos de documentación a la historiadora canadiense Victoria Stapells, nacionalizada española. La cual, establecida desde 1976 en Sevilla, fue también colaboradora en la Expo 92. Bajo este compromiso, Stapells acudió todos los días al Archivo de Indias para investigar sobre todos los pecios hundidos en Gibraltar, Portugal y México; así como también datos sobre la Mercedes. En esa fecha, abril de 2006, el tema de la hundida fragata era aún un proyecto más, ya que en principio la excusa de tal investigación era que “Odyssey” quería recabar datos para realizar documentales. Una falsedad más que se destapó cuando la propia historiadora se enteró por la prensa, un año después, de la noticia del previsible hallazgo del barco español hundido en aguas del Algarve y el traslado del tesoro desde Gibraltar a Tampa (Florida). Motivo por el cual Stapells efectúa la correspondiente denuncia a las autoridades, aportando como prueba todo el material de sus investigaciones.

          Consumado el expolio, comienza un largo proceso de reclamación que el Estado español interpone en Tampa contra la empresa “Odyssey Marítime Exploration”, nombrando como representante al abogado James Goold, especializado en temas sobre rescates submarinos y ganador del litigio presentado también por España en 2001 sobre los navíos españoles Juno y La Galga. Un caso que sentó jurisprudencia y que sirvió grandemente para reclamar la devolución a España el tesoro de la Mercedes

          Durante el largo proceso de cinco años, los caza tesoros jugaron al despiste utilizando diversas artimañas, denominando el pecio con el nombre ficticio de Black Swan (Cisne Negro), o expresando que el barco hundido no era una fragata de guerra sino un buque correo nominado Nuestra Señora de las Mercedes y de las Ánimas. También quisieron implicar en los derechos del rescate al gobierno peruano, por cuanto el cargamento de monedas fue acuñado en 1803 en la ceca de Lima, con metal procedente de sus minas  Banalidades todas que fueron ampliamente desmontadas por la ingente documentación histórica aportada por España, ya que en aquella época el virreinato de Perú era de su propiedad. Otra argumentación fue la de la posible reclamación de los descendientes de aquellos comerciantes que perecieron en el combate. Algo que también fue clarificado con las pruebas documentales de que España había indemnizado a los herederos. No obstante, lo más complicado de probar era la nacionalidad de la embarcación naufragada. Más ésta fue ampliamente identificada gracias a las órdenes de expedición de las fragatas españolas, firmadas por el valido Manuel Godoy con el consentimiento del rey Carlos IV y dirigidas al ministro de Marina, Domingo de Grandallana. Así mismo se aportó el manifiesto de carga de la Mercedes, firmado por su capitán Antonio Goicoa el 31 de marzo de 1804 a la salida del puerto de El Callao, en el que se relacionaba, aparte de los caudales, el contenido de una carga de un fruto denominado “cascarilla”, fardos de lana de vicuña, barras de estaño, cueros y cobre; además de dos culebrinas de bronce del siglo XVII procedentes de la fundición en tiempos del marqués de Guadalcázar, virrey de Perú, que se transportaban a España para formar parte de las colecciones reales. Y esta fue la evidencia más palpable que determinó la identidad de la nave hundida, cuando en el juicio en Estados Unidos se pasó la película de los fondos marinos del yacimiento, grabada por el Odyssey. En ella aparecía claramente, a modo de carné de identidad, la silueta de una de las dos culebrinas citadas en el mencionado manifiesto de carga. Prueba que le valió al juez Mark Pizzo, del Tribunal Federal de la ciudad de Tampa (Florida, EEUU) para tomar la decisión definitiva de fallar el litigio a favor de su legítimo dueño, el Estado español. Y al mismo tiempo denegar la última estratagema de los expoliadores, reclamando 400.000 dólares en concepto de custodia del tesoro rescatado.

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El Odissey Explorer obligado por una patrullera de la Guardia Civil a arribar al puerto de Algeciras.

 

          Concluido al fin el largo proceso, el tesoro quedó en custodia provisional de la policía judicial de Estados Unidos, a petición del abogado representante del Gobierno español, James Goold, con la orden de presentación del correspondiente inventario y todos los registros.  Días  después, en fecha 24 de febrero de 2012, el valioso cargamento de 17 toneladas de monedas de oro y plata fue embarcado y trasladado en dos aviones Hércules de las fuerzas aéreas españolas, que aterrizaron finalmente en la base española de Torrejón de Ardoz. Queda ahora saber la decisión a tomar por el Estado, respecto al destino definitivo del histórico hallazgo.

A modo de conclusión

          El caso del Odysseyy el tesoro del Nuestra Señora de las Mercedes nos han recordado los históricos yacimientos de pecios que se esconden en las costas de la Península, donde el paso de los siglos no ha hecho mermar la cuantía de las reservas de oro y plata que yacen junto al litoral español. El único inconveniente es que tienen que ser rescatadas con tecnologías que ahora escapan de la posible financiación por parte del Estado, y mucho más con la crisis económica globalizada que ahora se padece.

          Según datos estimativos, tomados de los cientos de manifiestos de carga conservados en el Archivo de Indias, entre Ayamonte (Huelva) y Tarifa (Cádiz), existen más de 800 navíos hundidos, víctimas de piraterías, guerras o tempestades; aunque no son los únicos. A ellos hay que sumar los barcos hundidos en aguas del Estrecho, así como en las costas catalanas y valencianas e, inclusive, en el Cantábrico. En cuyas entrañas podría guardarse una parte de los tesoros procedentes de las guerras de Flandes. Sumando todos ellos, darían una cifra aproximada de 3.000 hundimientos en territorio nacional, según un documento militar, elaborado en 2009 en el marco del Plan Nacional para la Protección del Patrimonio Arqueológico Subacuático Español, y cuyo valor estimado es de más de 100.000 millones de euros en oro y plata.

          Estas cifras y hasta la fecha citada, han sido argumentos que el Estado incomprensiblemente ha desechado, permitiendo que este patrimonio se convirtiera en objeto de recreo de los expoliadores. Sin embargo y gracias al litigio ganado a la empresa “Odyssey Marine Explorer”, se ha comenzado dicho plan de  elaboración de un mapa submarino con la ubicación y la carga declarada de los pecios, pues hay que tener en consideración que en estos documentos se ocultaba toda la cuantía para evitar pagar más impuestos.  Con ello se sientan las bases de protección del patrimonio subacuático, evitando casos como el de Nuestra Señora de las Mercedes, y para no caer en la laguna jurídica que les llevó a perder el patrimonio contenido en el galeón español Nuestra Señora de Atocha. Hundido frente a las costas de Florida y rescatado por el caza tesoros Mel Fisher; al cual le supuso un beneficio de 500 millones de dólares. Jurisprudencia que posteriormente sí quedó asentada en el juicio de reclamación española del cargamento de las fragatas Juno y La Galga, fallada por el Supremo de Estados Unidos el 20 de febrero de 2001 a favor de España y en contra de la empresa caza tesoros “Sea Hunt”. Una sentencia que, además de los condicionantes previos del llamado “Derecho del Hallador”, ha establecido que el Gobierno español reafirma la propiedad de todos los objetos contenidos en un buque español hundido, sin importarle si éste se encuentra o no dentro de las aguas jurisdiccionales del país.   La norma ya conocida de que: “Quien encuentra un pecio tiene derecho al 50% del valor económico de su cargamento, mientras que el restante pasará a ser propiedad del país armador”, se personaliza en el caso de España, ya que debe contar previamente con su permiso de extracción.

          Finalmente, el documento militar que hemos mencionado, aún por terminar de elaborar, destaca que la decisión de preservar del expolio los tesoros hundidos en aguas territoriales, coincide con el meteórico incremento de la cotización del oro. En el caso español, la previsión histórica habla de más de 2.000 toneladas. Una cifra que evidentemente incrementaría las reservas del Estado, ya que en apenas cinco años la cotización del preciado metal ha pasado de 400 dólares la onza hasta los 1.000, con previsiones de superar a medio plazo los 2.000 dólares.

          Sería, pues, beneficioso que, dada la imposibilidad material del Gobierno para financiar estos costosos rescates, se llevaran a cabo, con las premisas ya citadas, una serie de conciertos con las compañías privadas caza tesoros para recuperar otros restos de embarcaciones hispanas. Y esta última afirmación no resulta peregrina, pues recientemente el propio embajador español, Jorge Dezcallar de Mazarredo así lo manifestó públicamente en enero de este año 2012, dejando con ello la puerta abierta a posteriores negociaciones.

          De este modo habrá que desterrar la teoría de que los españoles sólo podrán disfrutar de su historia en el reflejo de los libros. Así, pues, en manos de las autoridades está la solución para evitar casos como el del citado Odyssey. Mas, para ello habrá que arbitrar fórmulas novedosas que saquen a la luz gran parte del valioso patrimonio histórico sumergido. Llegado al punto final, la pregunta resulta inevitable: ¿Cuántas de estas historias habrán quedado impunes, por ignorancia o dejación? Hagamos votos para que esto no vuelva a suceder nunca.

 

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Bibliografía

Víctor San Juan. Tres armadas en combate
José María Deira. La fragata Mercedes y Diego de Alvear
Javier Otero. El héroe de “La Pepa”
Almudena González y Amanda García. Historia de un naufragio
Jesús G. Calero. Los auténticos héroes del caso Odyssey
Isabel Niño. El tesoro de acreditar la propiedad
El Plural.com. Periódico digital progresista. (01.02.2012).”La Mercedes está protegida por los principios de inmunidad soberana. La justicia de Estados Unidos falla a favor de España y obliga a Odyssey a devolver el tesoro.”
ABC. Cultura. (02.02.2012). “Éxito de España”.
El País. Cultura. (02.02.2012). “El final del caso Odyssey complica el futuro de los cazatesoros”
BBC. Economía. (02.02.2012). “España se queda con el tesoro proveniente de una fragata de América”.
La Razón. Cultura. (04.02.2012). “Bravo, hemos ganado el caso Odyssey”.
El País. Cultura. (04.02.2012). “El Supremo deniega a Odyssey la petición de parar la entrega del tesoro.”
EFE. (10.02.2012). “La Corte de Atlanta emite el mandato de ejecución de la sentencia contra Odyssey.”
El Universal. (10.02.2012). “Corte de Atlanta emite sentencia contra Odyssey”