El comportamiento del general Gutiérrez a propósito de la carta de don Pedro Forstall

Por Pedro Ontoria Oquillas  (Publicado en El Día el 13 de septiembre de 1997).

“Los nivarios han tenido la gloria de derrotar a un enemigo poco acostumbrado a ser vencido y que han conseguido bajo mi mando”. (General Gutiérrez a don José Viera y Clavijo)

 

          En marzo pasado, don José Diego Díaz Llanos Guigou anunciaba un amplio reportaje sobre la “Carta de don Pedro Forstall”, donde nos daría la primicia de este documento inédito, en cuyo anuncio se adivinaba su intención de empañar la figura del insigne militar español don Antonio Gutiérrez de Otero (El Día, 16 de marzo de 1997 p. 81). Pero de primicias, nada de nada. Primicias de este documento las dio a conocer don Antonio Rumeu de Armas en su artículo “El teniente Grandy, héroe anónimo de la batalla de Santa Cruz contra el almirante Nelson” (El Día, 25 de julio de 1993).

          Por consiguiente, el documento ya era conocido y tras él anduvimos e hicimos infructuosas gestiones -entre otros con el propio Sr. Díaz-Llanos Guigou- para poder incluirlo íntegramente en la recién aparecida obra Fuentes documentales del 25 de julio de 1797  (Nota 1). En esta obra hubiese tenido cabida este documento y la tienen otros que son tanto o más críticos con la actuación del general, ya que nos propusimos una recopilación objetiva que sirviera para profundizar en el conocimiento de la Gesta del 25 de julio de 1797 (El Día, 30 de abril y 1 de mayo de 1997). Sin embargo, el espíritu miope de alguna persona que alardea de ensalzar las glorias canarias no tuvo la generosidad suficiente para contribuir a la empresa. No había obligación alguna, pero el bien se difunde por sí mismo.

          La anunciada primicia se publicó el 25 de julio pasado en el periódico El Día, bajo el título “Un documento inédito de lo ocurrido en la noche del 24 al 25 de Julio de 1797, que aporta, entre otros interesantes datos, conocimientos sobre cuál fue el comportamiento del general Gutiérrez cuando el ataque del contralmirante Nelson a Santa Cruz de Tenerife” y ha necesitado una gran dosis terapéutica, es decir, introducciones, comentarios e interferencias para que, según su autor, “el amable lector saque sus propias conclusiones”, si bien las sacaría mejor con una simple lectura del trasunto completo. Llama la atención el espíritu cicatero de tal pseudo defensor de la historia canaria al presentar documentos truncados para justificar turbias intenciones, demostrando al mismo tiempo un “deleznable” comportamiento, con el que, sin embargo, parece aspirar al premio de investigación “Rumeu de Armas”.

          No debe escandalizarnos que don Pedro Forstall diga que “en el General más bien se notaba irresolución, porque en aquella noche dio bastantes pruebas de intrepides, aun en términos reprehensibles para un xefe”, sino que habrá que analizar estas afirmaciones en todo su contexto.

           Bajo la apariencia de no adoptar postura alguna respecto al comportamiento de Gutiérrez, presenta la cuestión de forma adversa, negativa y desfavorable aduciendo sólo lo que le interesa y descalificando a priori la ejemplar trayectoria militar del General. Aturde la manera de citar a los historiadores, haciendo flaco favor a la causa canaria al truncar citas y documentos. El conjunto del reportaje repugna a la objetividad histórica.

          Al proclamar el hallazgo del documento inédito como la llave maestra del gran enigma parece que ha encontrado la piedra filosofal para que futuros historiadores den un giro de 180º en la interpretación de los hechos: ya existen dos escritos de testigos activos y presenciales que hablan mal del “deleznable General, que tanto se ha venido echando en falta, la que tal vez ayude a esta parte de la Historia el verdadero rigor que caracteriza a la ciencia”. Pero, por lo visto, desconoce, la existencia de otros documentos de reciente publicación que son tanto o más severos con el ilustre General, mientras que, por otra parte, “avispados intelectuales” han aprovechado su situación privilegiada para hacer uso indebido de estos documentos antes de su publicación, mostrando así su escasa ética intelectual.

          Pero vayamos por partes y desmenucemos el alegato. Sentando cátedra nos atiza el primer bombazo: “la tradición oral en esta tierra, siempre se ha pronunciado poco favorable al general.” Fuera de esta tierra no era conocido ni en su pueblo natal, añadimos nosotros. No contento con ello, ahonda y nos proporciona las causas: “sin duda alguna por su deleznable comportamiento en la lucha contra los ingleses.” No merece réplica alguna tan desmesurada sandez; recordemos el aserto filosófico que “lo que gratuitamente se afirma, gratuitamente se niega”. Pero ¿qué entenderá por tradición oral? ¿Sabrá cuál es el origen y motivos de esta animadversión? ¿Quiénes fueron los que la originaron? Habrá que recordarle que el pueblo canario siempre ha admirado al invicto general Gutiérrez y que sus poetas, recogiendo el sentir y tradicción popular le han exaltado con encomiásticos epítetos (2). Las opiniones expuestas durante estos meses por diversas personalidades en foros y prensa tinerfeña, han sido todas favorables y reconocen la brillante trayectoria militar y la estrategia del prudente y previsor don Antonio Gutiérrez.

          El alegato se basa de dos bloques diferentes de fuentes:

             - coetáneas de la Gesta (Cólogan y Forstall), que podrían ser crónicas testimoniales de los hechos, y

             - posteriores (Francisco Mª. de León, Leopoldo Pedreira Taibo, Rumeu, Acosta y Cioranescu), que carecen de valor testimonial y se mueven dentro del terreno de la interpretación personal o han sido utilizadas sesgadamente por el autor.

          A la figura de don Bernardo Cólogan Fallon le otorga una hermosa leyenda dorada con relación a la Gesta del 25 de julio de 1797: “Se encontraba en Santa cruz atendiendo a los negocios de su casa de comercio cuando se produce el ataque de los ingleses… Sable en mano, tuvo una muy destacada actuación combatiendo a las tropas de Nelson…” Su argumentación se basa sólo en la Relación del propio Cólogan, que es posterior en el tiempo, y la juzga como un documento “desapasionado, sosegado y relajado”. Pero no todo lo que brilla es oro; convendría examinar también otros documentos que ignora el alegato, tales como:

             - La “Carta” a su padre el 25 de julio de 1797.

             - Lo dicho por José Agustín Álvarez Rixo en los Anales del Puerto de la Cruz de la Orotava (1701-1872) y en Algunos episodios referentes a la invasión de Santa Cruz por los ingleses la noche del 24 de julio de 1797.

          Álvarez Rixo en sus “Anales”, nos refiere el episodio de llamada a jóvenes -Cólogan tenía entonces 24 años- para la artillería, realizada en 1797. El relato muestra:

             a) la escasa disposición de Cólogan para colaborar en la defensa,

             b) el origen de un posible sentimiento de animadversión hacia Gutiérrez, y

             c) el comentario del propio Álvarez Rixo sobre la “fortaleza de genio” del General, cuando dicen que para la defensa de Santa Cruz “fue necesario que los isleños y extranjeros a nuestro servicio le sostuviesen el ánimo". (A propósito, ¿es que hubo extranjeros que no estuvieron a nuestro servicio?) (3).

          También nos dice que en aquella fecha Cólogan se hallaba en dicha plaza de Santa Cruz “con objeto de poner a salvo algunos caudales que allí tenía su casa”. Por tanto, no vino a colaborar en la defensa sino a proteger sus intereses (4).

          Por otra parte es oportuno que conozcamos el apartado cuarto del núm. 4 de los citados “Episodios”, donde textualmente dice:

               “Nunca he visto la primera carta de Dn. B. C. en que hacía a sus padres descripción del ataque de Nelson: pero tengo entendido que en ella hablaba de los peligros que había arrostrado mientras corría espada en mano en defensa de la patria, cuando pasando por la marina una descarga de fusilería inglesa mandó encima de su cabeza la balas que cayeron aplastadas contra la pared.

                Aquella carta se recibió en noche que tenía Dª  Isabel tertulia en su casa y se leyó en alto a los concurrentes; mas, sabiéndose que su conductor había sido el criado del mismo Dn. B. se le llamó a la sala para que diese pormenores verbales de todo lo acaecido. Hízose así, y después de otras cosas se le preguntó:

                   - ¿Y ti, Juan, dónde estabas durante la función?

                   - Yo, señorita, con el amo.

                   - ¿Y no tubiste miedo, Juan?

                   - Ca, señora. Donde estábamos no había miedo de nada.

                   - Pues, ¿en dónde estaban?

                   - Nosotros, señora, hasta que se rindieron esos perros ingleses estábamos bien encerraditos en la bodega de la casa (la de Murphy).

                Al criado se le mandó escalera abajo al instante; la carta se guardó con precipitación en el bolsillo; y ninguno de los tertulianos habló más del asunto en aquella noche. Cien veces he oído referir de la misma manera este hecho a don Domingo Nieves y otras personas de la tertulia que lo presenciaron" (5).

          A propósito de lo transcrito conviene recordar que “La verdad siempre es verdad, dígala Agamenón o su humilde porquero”. Este testimonio del criado está confirmado también en la “Carta” a su padre en la cual dice que se ocupó de acciones humanitarias -curar a los heridos- donde, por cierto, mostró gran atención hacia oficiales ingleses (Robinson, antiguo compañero de estudios en Londres; Ernshan, Whelterhead…) “después de haberme guarecido mientras duraba la tramoya" (6). Esto significa que no participó en las hostilidades y estuvo escondido; pero ¿por qué? ¿falta de valor? ¿quizás porque salir obligaba a tomar partido? ¿ambas cosas a la vez?

          De cualquier modo parece claro que el testimonio de Cólogan no es el de un testigo presencial de los sucesos. En el mejor de los casos dice lo que otro u otros le han dicho. Y esto lo hace alguien que no era proclive a valorar favorablemente la actuación de Gutiérrez por motivos personales, a lo que habría que añadir que desconocemos en qué situación ideológica se hallaba por sus intereses comerciales.

          Por tanto es muy arriesgado concluir, como hace el autor del alegato, que es un documento “desapasionado, sosegado y relajado”. Y ridículo, deducir de la entereza del oficial Siera, que la intención del general Gutiérrez en aquellos momentos era la de rendirse, como luego veremos.

          La presentación de la “Carta” de D. Pedro Francisco Forstall que nos hace el señor Díaz-Llanos Guigou, rezuma oscurantismo. Un documento, cuya divulgación considera tan importante, nos lo entrega troceado y con unas ilustraciones del texto manuscrito en cuya lectura se las verá y deseará el más avezado lector. Pero ha tenido la generosidad de transcribir algunos párrafos y, principalmente, el último que considera denigrante para el invicto general.

          En primer lugar nos dice: ”Diré lo que he podido comprehender por informes de sujetos de verdad y de toda formalidad porque no de todos se puede fiar, y muchos o por no entenderlo exageran las cosas o lo hacen para alabarse de lo que han executado. Espero que lo que escribo quedará reservado”. Y, más adelante, que Patricio Forstall desde el balcón de mi casa vio las peripecias del frustrado desembarco inglés por el muelle y la playa de la Alameda, lo que confiere gran fiabilidad a esta parte del relato.

          Por otra parte, ni en Tolosa (7), que relata los que estaban presentes en el castillo de San Cristóbal en la tarde del día 24, ni en Francisco Mª. de León (8) que señala los que lo estaban en la madrugada del 25, figura Pedro Forstall,  lo cual era lógico, pues dada su función de Cabo de la Primera Ronda, su labor se desarrollaba en el sector a ésta asignado, al norte de la calle del Castillo y levante de la del Norte. Esto parece confirmar que Forstall no fue testigo directo de las escenas vividas en el Castillo principal al producirse la primera intimación de los ingleses, que fue el momento más delicado para nuestras fuerzas (no lo fue, en absoluto, en la segunda intimación). En esta circunstancia dice: “En el General mas bien se notaba irresolución, porque en aquélla noche dio bastantes pruebas de intrepides, aun en términos reprehensibles para un xefe”. Sin embargo, Forstall si estuvo más tarde en el Castillo, llamado por orden el Excmo. Señor Dn. Antonio Gutiérrez, para sacar copia literal de la Capitulación original que se conserva en el Archivo Histórico Nacional (9).

          Si analizamos el párrafo, que pretende sea descalificador para Gutiérrez, nos daremos cuenta de que existe una aporía o contradicción. Por lo visto, nuestro irlandés don Pedro Forstall no tenía claro los conceptos de “irresolución” y de “intrepidez”, que se avienen mal, términos con que califica al mismo tiempo al General. La situación en aquel momento era ciertamente delicada, ya que:

             - El General sabía que la baza fundamental a jugar contra los ingleses era rechazar el desembarco de unas fuerzas veteranas, armadas y preparadas para esta misión. En ello era fundamental la artillería.

             - El General sabía que si los ingleses lograban desembarcar (y lo lograron aunque no en la medida que deseaban, porque sufrieron un descalabro casi absoluto en los que lo intentaron al norte del muelle) sería muy difícil contenerlos, ya que sólo disponía como tropa preparada de los 227 hombres del Batallón de Infantería de Canarias (de los cuales solamente 63 eran veteranos) y de los 60 de las Banderas de Cuba y La Habana. El resto eran milicianos y paisanos, es decir, gentes sin instrucción y sin otro armamento que palos, cuchillos, rozaderas, etc. La conducta de estos milicianos fue en casos heroica y en otros vergonzosa, pues los hubo que abandonaron su puesto y salieron huyendo, incluyendo algunos jefes que los mandaban.

             - El General no sabía cuántos ingleses habían logrado desembarcar ni en qué condiciones, pero supo que habían penetrado por la Caleta, Carnicerías y el Barranco de Santos, a cuyo costado Sur había dispuesto el Batallón y parte de las Milicias de La Laguna, pero al perder el contacto con estas fuerzas le hizo sospechar que hubieran sido neutralizadas por los invasores.

             - Una fuerza mandada por Troubridge se había establecido en la parte alta de la Plaza de la Pila y había tomado el depósito de abastos con los hombres que lo custodiaban (en algún caso fueron heridos).

          En esta circunstancia, el oficial inglés le envía, por medio de un sargento la primera intimación en la que amenaza con incendiar el pueblo y pasar a cuchillo la población si no se rendía en el plazo de dos minutos. Nótese lo breve del plazo para evitar una sosegada decisión. Acompañan a este sargento dos ciudadanos de los nuestros en calidad de intérpretes, don Luis Fonspertuis y el Diputado de Abastos don Antonio Power, curiosamente también de origen irlandés, que manifestó al General: “que eran muchos los enemigos que todas Plazas y Callles las tenían ocupadas y que no avía más remedio que rendirse; espreciones que a pronunciarlas otro de quien pudiera aver la más lijera sospecha serían dignas del más severo castigo pero en este vecino sólo le ocupava su corazón el terror y confusión que causa una acción de esta naturaleza ejecutada en la oscuridad (10).

          ¿Puede sorprender a alguien que en esa situación Gutiérrez dudase sobre la resolución que debía tomar? No estaba en juego sólo una batalla, no era sólo una cuestión de armas; pesaba sobre sí el destino del pueblo que ya tenía amarga experiencia de incendios (tres en aquel siglo y especialmente del que en 1784 supuso la desaparición de 53 casas), y de sus 8.000 habitantes.

          El general había destacado, sin embargo, a sus ayudantes Domínguez, Calzadilla y Siera, y fue este teniente valenciano, hombre de confianza, el que contactó con el Batallón de Infantería y las Milicias laguneras, volviendo al Castillo con varios prisioneros y, tras asegurarle que estas unidades estaban intactas y dispuestas a intervenir, le animó enérgicamente a no rendirse y pelear.

          A la vista de estos informes Gutiérrez toma la decisión de retener a los parlamentarios y organizar inmediatamente la ofensiva, distribuyendo por partidas los componentes del Batallón en una estrategia de acoso y cerco al reducto en el que se hicieron fuertes (el Convento de Santo Domingo) en el que, por cierto, mantenían como rehenes a la comunidad y a cerca de cien paisanos. ¿Merece, por este episodio, el General acusaciones de “irresolución”, o más bien fue un rasgo de prudencia en un militar avezado? ¿No es la virtud, como dijo el sabio, el término medio entre dos extremos? ¿No está el valor equidistante de la cobardía y de la temeridad? ¿Cómo es que se utiliza este episodio para insinuar una pretendida cobardía de Gutiérrez, cuando al mismo tiempo se habla de su “intrepidez”, que estaría más bien del lado contrario junto a la temeridad?

          Por cierto, y a propósito de esta intrepidez del general Gutiérrez que alude sin duda a la descubierta efectuada por él hacia el muelle, según el propio Forstall aun “en términos reprehensibles para un xefe”, hasta el punto de que sus subordinados lo forzaron a volver al Catillo, que era su puesto, ¿quién o quiénes difundieron entonces la noticia de que el General había fallecido y la plaza estaba por los ingleses que ya se dirigían a La Laguna? ¿Se basaba esta noticia sólo en el hecho de verlo apoyarse en sus subordinados, o era un rumor interesado que a algunos convenía para provocar el pánico y la desbandada de las tropas y favorecer la rendición de la plaza? (11).

          Esta "Carta" de don Pedro Forstall es interesante, porque ayuda a conocer mejor los hechos, pero no es concluyente, y desde luego ni puede ni debe ser esgrimido sectariamente para desprestigiar a quien tuvo sobre sí la responsabilidad de las decisiones. ¿Quién puede asegurar que otro en su lugar lo hubiera hecho mejor? ¿Por qué, entonces, ese interés en denigrarle? ¿Acaso la mayoría de las crónicas no reconocen su buen hacer? Por mor de ejemplo citemos La Relación de Francisco José Román: “Deven hacerse justos elogios asimismo de nuestro General por su presencia de ánimo, por atender a todo y daracertadas providencias” (12).

          La carta de don Pedro Forstall no es ningún ditirambo al estilo de Zerolo para las Milicias canarias. Sin embargo, el General Gutiérrez, hará un comedido y ecuánime elogio al pueblo canario cuando dice “los nivarios han tenido la gloria de derrotar a un enemigo poco acostumbrado a ser vencido y que han conseguido bajo mi mando.”

          Dice el señor Díaz-Llanos Guigou que los testimonios de Cólogan y de Forstall son coincidentes. Quizá puedan haber tenido una fuente común, pero no lo son: los hace coincidir la intención de quien escribe con una determinada finalidad, lejos de atenerse a la objetividad que requiere cualquier estudio realmente serio. ¿Qué cabría deducir de su común origen irlandés y de sus relaciones comerciales con los ingleses? Recuérdese el triste episodio de Ricardo Rooney, empleado de la Casa Forstall y afecto a una de las Rondas por disponer de caballo, que fue muerto violentamente en la calle de Santo Domingo y cuya muerte, según Marrero, “unos la atribuyen a que fue dada por los enemigos pero los más aseguran que fue dada por los nuestros por haberlo encontrado entre los ingleses y tenerlo por sospechoso, porque a más de ser de nación irlandesa era un verdadero inglés” (13).

          Convendría recordar que el cónsul francés Mr. Pierre-François Clerget informaba a su Ministerio de Asuntos Extranjeros, al poco tiempo del ataque inglés: “Se debe distinguir aquí dos clases de opinión pública: la de la clase de los labradores, de los artesanos y la que se denomina gente del pueblo, se ha pronunciado enteramente a favor de Francia… El espíritu que anima a la gente acomodada, tal como los comerciantes, los ricos propietarios, presenta otros matices. Como Inglaterra, desde hace mucho tiempo, explota con grandes ventajas todo el comercio de las Islas, debemos mirar a la mayor parte de los comerciantes que se han establecido aquí como corresponsales y corredores. No disimulan su predilección por esta nación…” (14).

          De aquí podría deducirse que quizá esta burguesía comercial, con su falta de entusiasmo, impidió posteriormente que se le diera, tanto a la Gesta como a la figura de Gutiérrez, el reconocimiento que se merecía (15).

          De entre las fuentes, posteriores, la más próxima en el tiempo es la de Francisco Mª. de León, que nació dos años después de los acontecimientos y escribió su historia cuando habían transcurrido unos 40 años de los mismos. Admiramos sus Apuntes para la Historia de las Islas Canarias. 1776-1868, pero nos deja perplejo y no compartimos sus Reflexiones sobre la invasión de Nelson y sobre la defensa de Santa Cruz de Tenerife, y algunas de la afirmaciones vertidas, como que el jefe obtuviera el premio de ascenso a Teniente General con motivo de la derrota de Nelson. Estas “Reflexiones” recogen las habladurías que originan la leyenda negra del General Gutiérrez, y que posteriores estudiosos del siglo XIX repetirán de forma rutinaria y sin un análisis crítico y documental.

          En el capítulo 26 del Libro I, el insigne historiador hace una relación de los sucesos en la misma línea de la conocida relación de Monteverde y otras, sin que de ella se deduzca conducta censurable alguna para Gutiérrez; pero en el capítulo 27, que es el de la citadas “Reflexiones”, lanza un ataque despiadado al Comandante General que es el que al Sr. Díaz-Llanos Guigou interesa y que será en buena medida el causante de esa especie de leyenda negra que ha caído luego sobre Gutiérrez, y que naturalmente el Sr. Díaz-Llanos Guigou reproduce. Aquí se dice del General que:

             -era hombre de bien pero de pequeños alcances e inexperto en materias de gobierno;

             -hubo en él falta de previsión y de energía;

             -venció porque tan malo fue el plan del enemigo que necesariamente había de estrellarse en su ejecución;

             -no vemos en él un general valiente en el combate, pronto en la ejecución de los planes, intrépido y atinado, sino un militar que se sorprende, que se encierra en el castillo, que no recorre la línea para animar a las tropas, que hace sólo una salida al muelle cuando en él no había peligro; que vuelve casi desfallecido a la fortaleza apoyado para no caerse en dos oficiales; que, encerrados ya los ingleses en el convento de Santo Domingo, no reúne al punto las tropas y al frente de ellas bate y vence al enemigo como pudo fácilmente realizarlo; que se deja cortar, por decirlo así, sin procurar restablecer la comunicación con la tropas de la derecha de la línea hasta tanto que por casualidad supo que el Batallón permanecía intacto.

          El admirado Francisco Mª. de León, a quien todos reconocemos tantas y tan valiosas aportaciones en su Historia de las Islas Canarias. 1776-1868, que se tiene por una continuación de la obra de Viera y Clavijo, fracasa estrepitosamente en lo que no es puramente tarea de historiar sino en la interpretación de los hechos que se contiene en dichas reflexiones. Veamos:

             -¿Inexperto un militar de 68 años que ha alcanzado la graduación de Teniente General (y no mariscal como dice Francisco Mª. de León) tras una carrera jalonada de campañas, entre las cuales se hallan las dos ocasiones en que venció a los ingleses expulsándoles de las Malvinas y Menorca? (16)

             -¿Sorpresa, atolondramiento, falta de previsión y de energía en quien desde la declaración de guerra contra Inglaterra había trazado un plan para la defensa que a pesar de los escasos medios de que disponía funcionó razonablemente? Considérense, como ejemplo, la rápida y eficaz ocupación del cerro de la Altura; la certera disposición de las fuerzas disponibles colocando a las más preparadas en los lugares más comprometidos; la rápida y eficaz distribución de los integrantes del Batallón de Infantería tan pronto pudo disponer de él, o la energía con que respondió al invasor en ambas intimaciones.

             -¿Y la crítica al encierro en el Castillo? ¿Es misión de un general ir sable en mano en primera línea? Ni al más torpe de los estrategas se le ocurriría semejante desatino. ¿Para qué se miente diciendo que hizo sólo una salida al muelle cuando en él no había peligro si las fuentes coetáneas le acusan por ello de intrepidez y dicen que hubo de ser forzado por los oficiales a regresar al castillo para preservar su vida que corría serios peligros en lugar tan expuesto? ¿Quiénes difundieron que volvió desfallecido y apoyado en sus oficiales para no caerse? ¿Serán los mismos que difundieron la falsa noticia de que había muerto y la plaza estaba por los ingleses? ¿Cómo se dice que se deja cortar sin procurar restablecer la comunicación con las tropas de la derecha de la línea, el Batallón de Infantería, y las Milicias de La Laguna, hasta tanto que “por casualidad” supo que el Batallón permanecía intacto, cuando esa misión fue encomendada a uno de sus ayudantes, el teniente Siera, que la cumplió de forma ejemplar y eficaz?

          Pero si hasta aquí las reflexiones de tan insigne historiador no parecen muy afortunadas, menos lo son las que siguen, en que considera que sólo un Gutiérrez todavía sorprendido y azorado acepta una Capitulación en los términos en que fue acordada y que suponemos del dominio de los lectores gracias a la amplia divulgación que de ella se ha hecho por estas fechas con motivo del Bicentenario de la Gesta del 25 de Julio de 1797. Aquí Francisco Mª. de León propugna que debió ser capturado el armamento, hecho prisioneros a los desembarcados, aprovechadas sus contraseñas para haber hecho acercarse a la escuadra y haberla rendido, o al menos algún buque, bajo el cañón de nuestros castillos y fortalezas.

          "¡Cuál no hubiera sido entonces la gloria de las Canarias y de su general!", dice el historiador. Y continúa que Gutiérrez, “harto irresoluto y pacato”, no hizo lo que podía ni antes ni después, contentándose con lo que se le ofrecía. Semejantes reflexiones, vistas con la perspectiva del tiempo, resultan cuanto menos disparatadas y revelan un concepto muy primario de lo que suponían estas luchas en las contiendas internacionales.

          Les proponemos a nuestros lectores una nueva serie de preguntas para entenderlo:

             -¿Hubieran aceptado los ingleses una capitulación en los términos humillantes que propone Francisco Mª. de León?

             -Si la respuesta es negativa, la alternativa sería luchar. ¿Qué habría ocurrido en una lucha entre ambos bandos? ¿Estamos seguros de que nuestras bisoñas fuerzas hubieran derrotado a soldados más cortos en número pero mejor preparados y armados? En cualquier caso, ¿cuántos de los nuestros habrían muerto? y ¿qué dimensión hubiera alcanzado un posible incendio, no hacía falta otra cosa, en la destrucción del pueblo?

             -Si la respuesta es afirmativa, ¿no hubiera dejado este final un afán cierto de revanchismo en los ingleses? ¿Qué hubiera impedido que una flota más numerosa y ahora conocedora de la plaza intentara de nuevo su sometimiento? y ¿cómo hubiéramos podido resistirlo?

          A estas alturas de los tiempos, cuando han pasado ya doscientos años de estos sucesos, es unánime la opinión de que los términos de la capitulación y la magnanimidad con que se trató a los vencidos fueron las más inteligentes decisiones del general Gutiérrez, que, gracias a ellas, además de ganarse la guerra, se ganó la paz, el respeto y la consideración del otro pueblo con el que luego hemos mantenido tan amplias y fecundas relaciones culturales y comerciales, que no se han cansado de ponderar sus representantes presentes en la reciente conmemoración. Cabe aquí señalar que, ante las explicaciones de Gutiérrez, el propio Rey no sólo aprobó las condiciones que se convinieron en la capitulación, sino que premió a Gutiérrez con la Encomienda del Esparragal en la Orden de Alcántara.

          Leopoldo Pedreira Taibo, que es historiador muy posterior, se basa en Francisco Mª de León y en relación con el episodio del muelle, donde otros han visto intrepidez, él entiende que Gutiérrez, se lanzó con el aturdimiento de un bisoño y se sintió desfallecer por lo que hubo de regresar al Castillo en brazos de sus oficiales, lo que hizo gritar a sus defensores que el General había muerto. No sabemos en qué testimonio se apoya esta nueva versión y parece más bien una interpretación personal del incidente.

          El comentarista no ha sido capaz de aclarar cuál es el juicio crítico del historiador don Antonio Rumeu de Armas en su obra Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias. También, si no hubiese truncado la cita que alega de Carlos Acosta García, los lectores nos hubiésemos enterado de lo que don José Diego calla de manera intencionada:

               “Pero hay también defensores del personaje más popular de la defensa. Tal es el caso de Rumeu y Cioranescu" (17).

          Por tanto el apodíctico aserto “dentro de los poquísimos…” tendrá que retocarlo. Pero ¿acaso hay una pléyade de historiadores que hayan tratado el tema? El comentarista alega simplemente dos de siglos pasados y, precisamente, los dos máximos representantes de la historiografía canaria moderna salen en defensa del General Gutiérrez.

          Rumeu de Armas, en la obra citada (18), afirma:

               “…obliga la justicia a reconocer que cuantas medidas dictó desde la iniciación de las hostilidades estaban inspiradas por un sabio criterio, que utilizó las fuerzas a sus órdenes con extraordinaria habilidad, que supo disponer la defensa con pericia, que mostró singular entereza frente a ls intimaciones de rendición del invasor, y que fue magnánimo con el enemigo vencido, hasta rayar por encima de lo acostumbrado en las guerras (19) …Mas nosotros, en defensa de Gutiérrez, hemos olvidado lo que el comandante general hizo en defensa de Tenerife, en los momentos cruciales en los que la escuadra de Nelson se obstinaba en desembarcar en sus playas" (20).

          No obstante, todavía seguimos con una deuda con nuestro defensor y promotor del villazgo de Santa Cruz de Tenerife aunque, por lo visto, no debemos excedernos en “divinizarlo” (21). ¿Por qué? Porque ¿el General Gutiérrez diese muestras de “irresolución”, según el testimonio de don Pedro Forstall?

          El autor del reportaje quiere “ningunear”, quitar autoridad al profesor Cioranescu, el más brillante historiador de Santa Cruz de Tenerife. Oir simplemente su nombre basta para admirar y admitir su magisterio. Pues no; para don José Diego tienen mayor autoridad los sobados historiadores pasados, demostrando que se ha estancado y anquilosado. El gran historiador e investigador Alejandro Cioranescu ha emitido sereno y objetivo juicio crítico de nuestro General Gutiérrez. Ya en 1975 decía:

               “El mejor elogio de Gutiérrez no es el que hacen de él sus compatriotas, sino sus enemigos” (22).

          En 1977 escribía:

               “También hubo por el lado canario unos cuantos individuos que aprovecharon la oscuridad para ocultar su temblor. Ello no merecía la pena de señalarse, si la maledicencia, que no suele ser atributo del valor, no hubiese transformado los fantasmas en gigantes, echando culpas más allá de lo que hubiera sido justo. Su primera víctima fue el general Gutiérrez; a pesar de lo cual, el comandante general condujo perfectamente la acción desde su puesto de mando "(23).

          Y en 1993 de nuevo escribía:

               “La conducta del comandante general para con los vencidos fue calificada por Nelson de “generosa y noble”. Los que antes habían acusado a Gutiérrez de pusilanimidad no dejaron de reprocharle ahora su culpable magnanimidad" (24).

          En todas las guerras ocurren episodios susceptibles de la más diversa valoración crítica y lo mismo sucede con los personajes que intervienen en ellas. Si efectuáramos una investigación pormenorizada de aquellos sucesos de Julio de 1797 en Santa Cruz de Tenerife y de las personas que en ellos se vieron envueltos nos llevaríamos algunas sorpresas. (Véase la Relación Circunstanciada de V. D. Marrero en Fuentes Documentales, op. cit., pp. 155-156). Sin embargo, el único personaje que ha despertado críticas en sentido negativo es el invicto General Gutiérrez. ¿Por qué?

          Como cualquier persona el General tendría sus momentos de duda y de temor. ¿Quién no los tiene? (25). Pero tuvo además algo que los demás no tuvieron: la responsabilidad de tomar las decisiones, y, hay que reconocerlo objetivamente, las tomó siempre de forma acertada. ¿A qué viene, por tanto, ese empeño en cuestionarlo? ¿Por qué no hemos de destacar los valores positivos del personaje, que sin duda los tuvo y demostró?

          Si a Gutiérrez hay que cuestionarlo sin piedad ¿qué habría que decir de Nelson y los demás oficiales británicos? Sin embargo, en su patria no fueron cuestionados sino aupados a puestos de mayor responsabilidad en los que rindieron magníficos servicios a su país. ¡Qué enorme diferencia!

          Señor don José Diego Díaz-Llanos Guigou: A la Historia hay que acercarse con rigor y objetividad. Hay que hacer primero el esfuerzo de entenderla y, luego, sólo luego, se puede llegar a interpretarla. Usted, carente de objetividad, porque ya ha tomado partido inicialmente -“la deleznable conducta del General Gutiérrez”- falta al rigor de la investigación al consultar sólo parcialmente las fuentes y los párrafos que interesan a su objetivo, y, de esta manera, hace usted una interpretación ligera que, para mayor confirmación de sus intenciones, hace pública el mismísimo día 25 de Julio, como el jugador de naipes que guarda un as en la manga, para ganar la partida.

          Pues bien, ni la historia es un juego de cartas, ni vale en ella hacer trampas. Hay un importante material a su disposición para profundizar en el conocimiento de la Gesta del 25 de Julio. Si de verdad quiere usted hacerlo, hágalo; pero hágalo seriamente. Entonces todos se lo agradeceremos.

          El General Gutiérrez está esperando que se le haga justicia. El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife debe levantar el busto que se merece quien, además, fue el promotor de su villazgo. El Rey otorgó a la plaza el título de Villa, la calificación de Muy Noble, Leal e Invicta, el derecho de llamarse Santa Cruz de Santiago y el de poseer escudo con timbre real. La cosa no es indiferente, porque significa el principio de una nueva época en la historia municipal y política y, de una manera general, en la vida de la futura ciudad capital (26).

          Celebremos el valor de los que se esforzaron por conseguir la victoria, felicitemos al cuerpo de Artillería, al batallón de Canarias, a las partidas de Cuba y de La Habana, a los franceses que se ofrecieron gustosos a la defensa de la Plaza y a las Milicias que se distinguieron en aquella madrugada memorable. Alabemos también el patriotismo de los paisanos que voluntariamente expusieron sus vidas y merecen sin duda ser partícipes de la victoria (27). ¿Y qué manera mejor de celebrarlo que con la erección del gran monumento a la Gesta del 25 de Julio de 1797, cuya fecha de inauguración sería oportuno hacer coincidir con el 27 de noviembre, data del Oficio del ministro Jovellanos donde se comunicaba el Real Decreto del título de villazgo a Santa Cruz de Santiago de Tenerife?

          El Excmo. Ayuntamiento tiene la palabra.

 

NOTAS

1. ONTORIA OQUILLAS, Pedro/ COLA BENÍTEZ, Luis/ GARCÍA PULIDO, Daniel: Fuentes Documentales del 25 de julio de 1797. Edición del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y Ministerio de Defensa. Museo Militar Regional de Canarias. Tabapress, Santa Cruz de Tenerife 1997, 417 pp. (En adelante: FD)

2. De próxima aparición Florilegio poético al General Gutiérrez.

3. ÁLVAREZ RIXO, José Agustín: Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava 1701-1872. Introducción: Mª Teresa Noreña Salto. A.C.T., Cabildo Insular de Tenerife. Patronato de Cultura Ayuntamiento Puerto de la Cruz, 1994 pág. 154.

4. Ibídem pág. 148.

5. José Agustín ÁLVAREZ RIXO, Algunos episodios referentes a la invasión de Santa cruz por los ingleses la noche del 24 de julio de1797. (Manuscrito). Archivo Álvarez Rixo, Puerto de la Cruz (Tenerife).

6. FD pág. 84.

7. Ibídem pág. 224

8. LEÓN, Francisco Mª de: Apuntes para la Historia de las Islas Canarias 1776-1868. Introducción de Marcos Guimerá Peraza. Notas de Alejandro Cioranescu. Aula de Cultura de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 1966, nota 9 al capítulo 26, pág. 43.

9. CATÁLOGO La Gesta del 25 de julio de 1797. Museo Militar Regional de Canarias, Santa Cruz de Tenerife 1997, pág. 132; CIORANESCU, Alejandro: Historia del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Viceconsejería de Cultura y deportes. Gobierno de Canarias, 1993 pág. 217.

10. FD, pp. 154-155.

11. Ibídem, pág. 155.

12. Ibídem, pág. 153.

13. Ibídem, pág. 153.

14. Ibídem, pág. 361.

15. Ibídem, págs. 361-362.

16. Véase en el CATÁLOGO La Gesta del 25 de julio de 1797(pp. 60-73) una síntesis biográfica del invicto general don Antonio Gutiérrez

17. ACOSTA GARCÍA, Carlos: Las milicias de Garachico y su intervención en la lucha contra Nelson. Aula de Cultura del Cabildo Insular de Tenerife, 1988, pág. 34.

18. RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias. C. S. I. C., Madrid 1947-1950, 3 tomos en 5 vols. Existe edición facsímil con el título de Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques navales. Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 3 tomos en 5 vols., 1991

19. Ibídem, t. III,vol. 5, pág. 837.

20. Ibídem, pág. 837.

21. La Gaceta de Canarias, Domingo, 1 de junio de 1997 pág. 27; El Día, Sábado, 14 de junio de 1997.

22. CIORANESCU, Alejandro: Piratas y corsarios en aguas Canarias (Siglo XVIII) en Historia general de las Islas Canarias de Agustín Millares Torres. Edirca, Las Palmas, 1975-1981. Vide tomo IV, pág. 118.

23. CIORANESCU, Alejandro: Historia de Santa Cruz de Tenerife. Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 1971-1981. Vide tomo IV, pág. 118.

24. CIORANESCU, Alejandro: Historia del Puerto de Santa Cruz, op. cit., pág. 216.

25. “…y aunque quería dirigir sus órdenes a los cuerpos ninguno se atrevía a transitar las calles pues estavan sus corazones demaciadamente ocupados del temor y sólo Dn. José de los reyes Capitán y Secretario de S. E. fue el que despojándose de las Chisrrateras y Sable, el que Condujo una orden al Batallón que allí ignoravan su paradero por que aunque avía mandado d Dn. Carlos Ronei…” (Fuentes documentales, pág. 153).

26. CIORANESCU, Alejandro: Historia del Puerto de Santa Cruz, op. cit., pág. 21

27. FD, pág. 91

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