¡El Batallón está intacto! La frase que evitó la capitulación.

Por José Manuel Padilla Barrera  (Publicado en La Opinión el 21 de julio de 2012).

 

          Hacia las 4 de aquella oscura y calurosa madrugada del 25 de Julio de 1797, el capitán inglés Troubridge sólo había logrado reunir después de un accidentado desembarco a espaldas del Castillo de San Cristóbal unos 340 hombres, entre infantes de marina y marineros, 80 de ellos armados con picas y el resto con la munición mojada; habían acudido todos al punto de reunión en lo alto de la Plaza de la Pila (Candelaria), esperando encontrar al resto de sus compañeros, especialmente al contralmirante Nelson, pero allí no llegó un solo inglés. Troubridge no podía saber, aunque sí suponer, que el ataque frontal a Santa Cruz había fracasado totalmente. Nelson había partido a las 11 de la noche capitaneando una amplia formación de lanchas y dos pequeños barcos que transportaban en total a 1.200 hombres; la brillante y eficaz actuación de las baterías que formaban la línea defensiva hizo que pusieran el pie en tierra menos de la tercera parte de ellos y eso porque en la oscuridad no encontraron el muelle y las corrientes les llevaron al sur del castillo.

          A pesar de saberse en inferioridad Troubridge hizo lo que su jefe le había recomendado para un plan anterior que no se realizó y que él mismo debía capitanear: atacar el Castillo, la ciudadela para ellos, o presentar una fuerte intimidación al Comandante General con graves amenazas para el pueblo y sus habitantes si no se cumplían las condiciones que imponía. Asaltar el castillo era imposible con los medios que tenía, además, las escalas de asalto se habían perdido en el desembarco, por lo que optó por la segunda alternativa;  para ello envió a presentarse ante el general Gutiérrez a un sargento acompañado, bajo palabra de honor, de dos destacados vecinos de Santa Cruz que habían sido hechos prisioneros en un almacén de la calle de las Tiendas (Cruz Verde), Luis Fonspertius y Antonio Power.

          La pequeña comitiva, con bandera blanca calada en la bayoneta del sargento inglés, portando antorchas y acompañada, casi seguro, de tambor batiente, se dirigió plaza de la Pila abajo hacia el rastrillo del fuerte desde donde fueron conducidos ante el general Gutiérrez.

          Ya en presencia del General el sargento inglés recita las condiciones dictadas por su jefe: "Que, en dos minutos se entregase la Plaza, así como los caudales del Rey y el cargamento que transportaba la fragata de Filipinas; si eso se cumplía no tocarían a las personas ni a sus bienes, pero que de lo contrario, le hacía saber que tenían dos mil hombres en tierra y prenderían fuego al pueblo y sus vecinos serían pasados a filo de espada." Para hacer aún más dramática la situación Antonio Power añade, confirmando lo dicho por el inglés, que eran muchos los enemigos, que todas las plazas y calles las tenían ocupadas y que no había más remedio que rendirse. Esta información, que no era cierta, podía hacer sospechar una connivencia con el enemigo por parte de Power, pero no era así, sólo le movía la confusión y el terror que le había producido el ensañamiento de los ingleses en su apresamiento junto a otros vecinos.

          Pero no era sólo Power el que estaba atenazado por el miedo; entre los que se encontraban en el castillo, que eran todos los que eran alguien en Santa Cruz, reinaba el desánimo y ya casi se consideraban súbditos del inglés. De entre ellos sólo el coronel y Comandante del Real Cuerpo de Ingenieros, Luis Marqueli, a pesar de sus achaques, se mantuvo constantemente al lado del General, ayudándole a mantener su ánimo para que no tuviese efecto la capitulación que se meditaba. El coronel de Artillería, Marcelo Estranio, de haber estado, seguro que, a pesar de la enemistad que ambos mantenían, le hubiese apoyado, pero se había ausentado para estar cerca de sus artilleros. El General, por su parte, duda, quiere responder y no sabe qué. La confusión y el desorden que reinaban en la plaza, la inexperiencia de casi toda la tropa, la oscuridad de la noche, la ignorancia en que estaban en el Castillo de lo que pasaba fuera, eran causas que reunidas podían ser capaces de poner perplejo al más valiente, Gutiérrez lo era, lo había demostrado pocas horas antes con la temeraria salida que había hecho del castillo pero lo que estaba en juego era la vida de sus conciudadanos, no la suya propia. Ante una situación como ésta que le presentaban, lo prudente era capitular y conseguir las mejores condiciones posibles. El tiempo pasaba, el sargento parlamentario espera pero nadie le responde. Sólo algo milagroso, algo providencial, podía evitar la capitulación, y providencial fue la llegada al castillo del teniente Vicente Siera.

          Vicente Siera llegó al Castillo conduciendo a cinco prisioneros que había hecho en una escaramuza con los ingleses parapetados en las lanchas varadas en el barranco. Siera era teniente de la Compañía de la Habana, que sólo era un banderín de enganche para Cuba, por lo tanto no tenía tropa, pero esa operación la realizó con treinta hombres que había pedido al Batallón de Infantería de Canarias. Cuando se presentó a su General era el momento más tenso de la noche, la idea de capitular estaba en la mente de casi todos, la presión sobre Gutiérrez se había hecho insoportable, sólo Marqueli seguía en su postura contraria a la rendición. Vicente Siera no tardó un segundo en reaccionar. Con un talante airado y poco respetuoso, después de acordarse, con intención escatológica, de las madres de todos los partidarios de la capitulación, al mismo tiempo que les adjudicaba la profesión más antigua del mundo, se dirigió al general Gutiérrez para decirle que aquella pandilla de ejemplares masculinos de la especie caprina, dicho esto con una expresión más directa y contundente, eran unos cobardes que por miedo le estaban informando mal a propósito para obligarle a rendirse. Cada vez más excitado añadió: "Don Antonio, nuestro Batallón se encuentra sin novedad" y finalmente a voz en grito: "Mi General  ¡El Batallón está intacto!"

          Gutiérrez pasó por alto la osadía y el atrevimiento del teniente, porque comprendió que sólo le movían la lealtad y el amor a la patria. Se quedó, únicamente, con la última frase: "¡El Batallón está intacto!" Se agarró a ella con toda su alma, era la información que le permitía decidir, porque si en más de tres horas de combate, pensó, los ingleses no han sido capaces de destruir, ni siquiera de desorganizar el Batallón, la batalla estaba ganada. Esta sencilla frase disipó en un instante todas las dudas del General, desapareció la terrible angustia de tener sobre su conciencia la vida de tantos inocentes y con voz firme y entonación altanera como corresponde a los momentos solemnes contestó a la intimidación inglesa: "Esta guarnición no se halla precisada de oír proposiciones de ajuste y si el enemigo considera que lo está deberá hacerlo por medio de un oficial."

          Así es cómo por la porfía de Luis Marqueli, pero sobre todo por una frase corta, concisa y precisa: "¡El Batallón está intacto!", pronunciada por el valeroso y deslenguado teniente Vicente Siera, se evitó que, hoy los canarios, pudiéramos ser súbditos de su Graciosa Majestad Británica.

 

Nota: Toda la información con la que se ha compuesto este relato está obtenida del libro: Fuentes Documentales del 25 de Julio y su Addenda, de Pedro Ontoria, Luis Cola y Daniel García Pulido, además de la Hoja de Servicio de Luis Marqueli. De cómo se abortó la posible capitulación está tomada de los escritos de Bernardo Cólogan, Domingo Vicente Marrero, Pedro Forstall y Luis Marqueli; no de la Relación de José Monteverde, porque éste, como un hábil trilero de las palabras, mueve el orden de los acontecimientos y cuenta la llegada de Siera como ocurrida después de que el General Gutiérrez rechazara la intimidación, por lo tanto para él no hubo nunca intención de capitular. Los testimonios son cuatro a uno a favor de que sí que la hubo; sin embargo, la relación que se considera oficial es esta del alcaide del Castillo de San Cristóbal, José Monteverde.

          En muchos casos se ha hecho el relato con las mismas palabras que los distintos autores utilizaron, en otros se han modificado de forma, no de fondo, manteniendo siempre el sentido y el espíritu que ellos quisieron transmitir para la posteridad.

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