El arte de la molienda (Retales de la Historia - 58)

Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 27 de mayo de 2012).

 

          Hoy, en plena era tecnológica, poco reparamos en el enorme avance que tuvo que representar el paso del molino de mano aborigen a la molienda industrial, lo que permitía hacer pan para el abasto público y, específicamente en Canarias, que el gofio saliera del hogar familiar y alcanzara un consumo generalizado. Para la incipiente economía de los primeros asentamientos hispanos tuvo que representar, sin duda, un importante factor de gran impacto social.

          Sin embargo, durante la primera década de su historia, en el núcleo del Lugar y Puerto de Santa Cruz se carecía de tan necesaria industria, pues la primera noticia de que disponemos corresponde a una data otorgada por el Adelantado a Lope de Salazar, que incluía una tierra para asiento de colmenas y un herido de agua para un molino en el valle de Abicore, luego valle de Salazar y hoy de San Andrés. Por tanto, el primer molino conocido estaba entonces muy alejado y casi incomunicado por tierra, lo que obligaba a los vecinos del puerto a llevar el grano a moler a La Laguna, hasta que en 1506 Diego de Maldonado, conquistador, recibió otro herido para hacer un molino en Santa Cruz. Poco después, en 1509, ya había tahona, molino de rueda movida por caballería. Poco a poco fueron surgiendo nuevas instalaciones de molienda, situadas en principio en el valle de Marcos Verde, Tahodio, y en el barranco de El Bufadero, especialmente en el primero, en el que en 1604 Juan de Vega llegó a tener cuatro molinos de agua que daba a renta por 3.000 reales al año.

          El primer molino de viento, que sin duda requería una superior tecnología, aparece en 1620, pero pronto aumentó su número por el menor coste de la energía a utilizar y la paulatina disminución de las corrientes naturales de agua. Proliferaron en las tierras situadas al Sur del barranco de Santos, que comenzaron a conocerse como Llano de los Molinos, a pesar de que en su parte más alta el terreno no era tan llano (en 1811 constan molinos en las proximidades del actual puente Zurita), y se repartían hasta la costa de los Llanos de Regla. La cartografía relativa al siglo XIX nos muestra los molinos de viento de aquella zona en un número que varía a través de los años de cuatro a siete unidades, de las cuales no todas estaban en producción. Una estadística municipal de 1821 limita el número a un molino de agua, dos de viento y una tahona, lo que nos dice que muchos ya no estaban en funcionamiento, lo que viene a corroborar el que por entonces ya existía en el barrio de El Cabo la denominada calle del Molino Quebrado, es decir, que ya estaba arruinado.

          En cuanto a las tahonas sabemos de su existencia hacia 1819 por los problemas que causaban los burros molineros, que los dueños dejaban sueltos al terminar la jornada de trabajo para que "se buscaran la vida". Las quejas de los propietarios de los predios y fincas cercanas por los destrozos que hacían son buena muestra de ello. Las denuncias abarcaban también al gremio de los pedreros, porque se llevaban las piedras de los muros de las huertas para hacer piedras de molino.

          Llegamos a 1825 y encontramos una noticia sorprendente, de la que parece deducirse que los molinos de Santa Cruz, sin que seamos capaces de conocer la causa, habían desaparecido o caído en desuso. Es cuando en la sesión municipal del 28 de junio se concede licencia a Gregorio Carta y Marcos Ramos para construir un molino en la desembocadura del barranco de las Cruces (barranco Hondo o del Hierro), por estimarse obra muy necesaria en beneficio del pueblo de Santa Cruz, que tiene que ir a moler los granos a La Laguna, y cuando allí no hay viento, lo que suele ocurrir en el otoño, incluso a Tacoronte. ¿Qué le había ocurrido a los molinos de Santa Cruz?

          Diez años después, Pedro Torrens, fabricante de pan, fideos y otras masas, pide permiso para construir un molino junto a la atarjea de abasto público, aprovechando el agua para dar movimiento a la máquina. El ayuntamiento, en el clásico papel de perro del hortelano, no lo autoriza porque quiere hacerlo por su cuenta, pero no lo hace. Insiste Torrens ofreciendo donarlo al municipio a los diez años. El ejemplo cunde y transcurridos otros diez años Lucas Morales pide permiso para hacer dos o tres molinos harineros por encima del camino de los Coches, con idéntica fuerza motriz.

          Como es sabido, las ciencias adelantan que es una barbaridad y, en 1911, se concede licencia a Manuel Franchi y Felipe Rodríguez para instalar un molino de gofio movido por gas rico en el barrio de El Toscal y, en 1929, a Enrique Trujillo Santos para otro molino harinero en las Cuatro Torres. Ya en 1938 se autoriza a José Fumero de la Rosa un molino de gofio en Rambla de Pulido, 10, accionado por motor eléctrico.

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