San José de Calasanz y Galileo Galilei

Por Pedro Ontoria Oquillas  (Publicado en El Día el 25 de noviembre de 1989).

“Y si acaso pide el señor Galileo que el P. Clemente se quede con él alguna noche, permítaselo Vuestra Reverencia, y Dios quiera que sepa él sacar mucho fruto”. Calasanz, [Roma, 16 de abril de 1639].  

 

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          El magisterio español y los maestros católicos pueden vanagloriarse de tener un patrón de la talla de José de Calasanz, cuya fiesta deberíamos celebrar el 27 de noviembre. Vanagloria que debe tener presente las palabras del apóstol Pablo -“en cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro señor Jesucristo” (Gal. 6, 14)- y que Calasanz asumió con firmeza y fidelidad.

          Tal vez produzca extrañeza mentar la figura de Galileo junto a Calasanz. Mencionar a Galileo es evocar en nuestros lectores Santo Oficio e Inquisiciones, pero casi o muy poco conocida es la amistad y admiración de Calasanz por Galileo, el gran físico y matemático. Amistad y admiración cuyo resultado será de una gran transcendencia pedagógica. San José de Calasanz admiró a Galileo por una razón: constituía el paradigma vivo y el nexo de eficacia entre sus escuelas humanistas y el realismo pedagógico (estamos en el siglo XVII) que él necesitaba encarnar en un tipo de escuelas dirigidas a la formación integral, pero desde siempre, en la tradición humanista general, olvidadas de una formación más o menos profesional o de utilidad inmediata, y sin embargo, en el caso de las escuelas calasancias, preocupadas por ella. Las matemáticas suponían para las Escuelas Pías una opción más, ésta de tipo pragmático que resolvía la colocación, la salida profesional de una buena parte del alumnado para ganarse honradamente la vida. Y esto era lo importante para Calasanz. Con este hecho se deja ya de pensar en que las matemáticas eran "cosa de comerciantes y mercaderes", según la tradición heredada del humanismo italiano, para pasar a incorporarlas e integrarlas en esta escuela humanista y popular que crea San José de Calasanz en 1597.

          Corría el año 1639 y el 16 de abril escribía Calasanz desde Roma al P. Juan Domingo Romani, Rector del colegio escolapio de Florencia: "Si por casualidad el Sr. Galileo pidiera que alguna noche se quedase allí el P. Clemente usted permítalo y Dios quiera que sepa sacar el provecho debido". Con anterioridad habían ocurrido otros acontecimientos que vale la pena relatar. El famoso físico y matemático Galileo Galilei, ya en 1616, había sufrido un primer proceso de la Inquisición romana por haber enseñado públicamente la doctrina de Copérnico, rechazada por los teólogos, y que afirmaba que la tierra giraba en torno al sol. Las tesis galileanas fueron declaradas "estúpidas e inconcluyentes en filosofía y formalmente heréticas en teología, por ser contrarias a la S. Escritura", y el libro fundamental de Copérnico fue puesto al Índice. A pesar de ello, Galileo volvió a afirmar las mismas ideas en su obra Diálogo sobre los dos sistemas aparecida en Florencia en 1632 y la teoría copernicana renacía con nuevo empuje, con nuevo método, con pruebas más contundentes y precisas. Los tres personajes de la obra, Salviati, Sagredo y Simplicio, impugnan y defienden los sistemas de Ptolomeo y Copérnico. Dos contra uno, porque Simplicio encarna la ciencia conservadora y pedante. Salviati y Sagredo representan el progreso, basado en el análisis experimental de los hechos. Galileo no aparece con su nombre, pero ahí está en la voz de Salviati y en el apelativo de "Académico Linceo". Hay errores en las cuatro jornadas del volumen y alguno, el de los orígenes de las mareas, por ejemplo, ya resuelto por Kepler. Pero estas pequeñas sombras no quitan valor a la teoría heliocéntrica de Galileo, superando a Copérnico y rechazando, de paso, la teoría antitética de Ptolomeo.

          El Santo Oficio le llamó a Roma, en donde se le obligó a retractarse tras un deplorable proceso. El 22 de junio de 1633 abjuraba Galileo, que no sufrió en su cuerpo, ni siquiera estuvo estrictamente encarcelado. Vivió los primeros momentos en la villa Médici del Pincio, luego en el palacio sienés del arzobispo Ascanio Piccolomini,, y finalmente, hasta su muerte, el 8 de enero de 1642, en su propia villa de Arcetri, llamada el "Gioiello" o la Joyita en las afueras de Florencia. En estos años difíciles le acompañarán varios escolapios, que le estaban reconocidísimos por los favores que les estaba haciendo.

          Ya desde 1629 nos consta que frecuentaba el círculo de admiradores y discípulos de Galileo el escolapio Francisco Michelini, a través del cual entraron también en contacto otros escolapios florentinos, que llegaron a formar un prestigioso grupo de galileanos. Todavía no había transcurrido un año desde la segunda y solemne condenación de Galileo, cuando llegaron a Florencia otros escolapios que aumentaron el discipulado de Galileo, entre los cuales Clemente Settimi y Ángel Morelli. En años posteriores se añadieron otros a la corriente galileana escolapia, sea tratando personalmente con el maestro, sea indirectamente mediante sus discípulos escolapios.

          La admiración y simpatía de Calasanz por Galileo, precisamente en aquellos años de retraimiento y dolor del gran científico, junto a la simpatía y trato con otras personas condenadas también por el Santo Oficio, como fueron Tomás Campanella y el abate francés Del Bosco [Dubois], muestran la apertura de espíritu, no exenta de cierta temeridad, del Santo Calasanz, animando a sus religiosos para que sacaran todo el provecho posible de las enseñanzas de Galileo y Campanella, para elevar el nivel científico de sus Escuelas Pías.

          Los escolapios florentinos tuvieron que sufrir las consecuencias de su galileísmo, al ser acusados al Santo Oficio por el tristemente célebre P. Mario Sozzi, que los alejó de Florencia, de modo que al morir Galileo (1642) no quedaba a su lado ningún escolapio. Aquel mismo año fue llevado Calasanz al Santo Oficio por intrigas y calumnias del despechado M. Sozzi.

          La condescendencia y el deseo de atender al servicio del gran Galileo, completamente ciego desde principios de 1638, movieron a Calasanz a atender los ruegos del Embajador florentino para que dejara incluso pernoctar al P. Settimi en casa de Galileo para servirle de ayuda, no obstante las restricciones de las Constituciones de la Orden.

Galileo

Escolapio P. C. Settimi con Galileo Galilei. Cesare Cantagalli (1870)

          Galileo apreció al P. Clemente Settimi como persona y lo quiso junto a él en los momentos de postración y enfermedad; para ello se sirvió de la influencia del Gran Duque de Toscana, el cual, mediante su Embajador en Roma, Niccolini (1584-1650), pidió a Calasanz este favor. Calasanz, a pesar de la severa disciplina de aquel tiempo, accedió sabiamente y así se lo comunicó en la carta al Superior de Florencia. De hecho el P. Settimi acompañó a su maestro, le sirvió de lazarillo, se intérprete y de secretario. A él dictó Galileo muchas de sus cartas, entre ellas la famosa sobre la cicloide, que mandó a Cavalieri el 24 de febrero de 1640. A él dictó, también, añadidos y correcciones  a la última y mejor de sus obras, Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias relacionadas con la mecánica. Este es el momento plasmado por César Cantagalli en su célebre cuadro, que guarda desde 1870 la Academia de Bellas Artes de Siena. El joven escolapio -tenía en ese momento 28 años- escucha a su ciego y venerado maestro y copia sus últimos y más sensacionales descubrimientos. No era un simple amanuense, no. El 1 de junio de 1641,  en carta a Galileo, le apellidaba Evangelista Torricelli "persona a la vez de mucho garbo y de ciencia extraordinaria".

          Realmente san José de Calasanz era hombre avanzado, nada pusilánime, amigo de la ciencia y de los sabios, clarividente escudriñador de los tiempos que se avecinaban, de los que guían la frente y no andan cansinamente detrás de la grey adocenada de tanta humanidad que camina sin saber por qué. Madoz, al describir Peralta de la Sal en su gran Diccionario Geográfico la señala como "patria de San José de Calasanz, a quien tanto deben la humanidad y las ciencias". Es lo que destaca Picanyol: "Su nombre es inmortal porque él fue el primero que intuyó el mérito y la grandeza de Galileo".
    
Bibliografía:
- C. BAU, San José de Calasanz. Publicaciones de Revista Calasancia, Salamanca 1967.
-V. FAUBELL ZAPATA, Antología periodística calasancia. Ediciones Calasancias, Salamanca  1988.
-J. LECEA SAINZ/S. GINER GUERRI/A. RÓDENAS MARTÍNEZ, Cartas selectas de S. José de Calasanz. Ediciones Calasancias, Salamanca 1977, 2 vols.
-L. PICANYOL, Le Scuole Pie e Galileo Galilei. Roma 1942.
-G. SANTHA, San José de Calasanz. Obra pedagógica. B.A.C., Madrid 1984.

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