Eso es cosa de la central (Cosas que pasan - 18)
Por Jesús Villanueva Jiménez (Publicado en La Opinión el 12 de febrero de 2012).
Manuel llevaba treinticinco minutos sentado frente al despacho del director de la sucursal de la oficina bancaria con la que trabajaba desde hacía dieciséis años, la única del barrio dónde vivía también desde hacía dieciséis años, justo los que llevaba casado con Margarita. Su esposa y él habían comprado el traspaso de una tienda de moda y complementos, situada en los bajos del mismo edificio donde habían adquirido el piso. Rodolfo, el director de entonces que se mantenía en el puesto, aunque con más barriga y menos pelo, les había dicho: “Éste es el momento. ¡Qué oportunidad! Esa tienda, ¡vaya que si funciona bien! Ahí compra mi mujer muchas veces… Claro, la dueña ya es muy mayor. Buena clienta del banco, doña Conchita; de toda confianza… Ni te lo pienses, Manolo. Nada, nada; con tu nómina… Por cierto, ¿cuánto dices que llevas fijo en la empresa? Seis años ya. Perfecto. Pues nada, hacemos una hipoteca sumando el coste de la casa y el traspaso de la tienda, a veinte años… Y si quieres algo más; no sé, quizá para los muebles…”. Manuel y Margarita acordaron sólo incluir el coste del piso y el traspaso. Asumir el pago mensual de la hipoteca y el alquiler del local (el traspaso sólo se refería al negocio) era viable, estudiados con el asesor fiscal los números que le había facilitado doña Conchita. Además Manuel no lo ganaba mal. Margarita llevaría la tienda. Todo parecía perfecto; y lo fue durante catorce años.
A través de las rendijas de las persianas, tras el grueso cristal, Manuel aguzaba la vista. Rodolfo hablaba por teléfono; sonreía y reía, se ponía serio y volvía a sonreír. Era la sexta llamada que cogía desde que vio llegar a Manuel y le saludó con la mano, desviando enseguida la mirada. Por fin colgó y se acercó a la puerta del despacho; la abrió y saludó a Manuel.
- Hola, Manolo. El teléfono que no me deja trabajar. Pasa, pasa. Siéntate. ¿Tú mujer, los chicos…? Bien, me alegro… Bueno, tú dirás.
- Es que… como no me has llamado, Rodolfo… Yo te he llamado varias veces, pero siempre me decían que comunicabas… -balbuceó Manuel, mirando al otro que a su vez le ofrecía una sonrisa forzada mientras tecleaba el ordenador, asintiendo con la cabeza, de forma mecánica-. Ibas a mirar si podíamos ampliar los años de la hipoteca para reducir el importe mensual a la mitad, y en esto que recibo la notificación del embargo de la casa, Rodolfo -dijo, quebrándosele la voz, poniendo sobre la mesa un sobre rasgado, del que sobresalía un folio arrugado.
-Son cuatro meses pendientes, Manolo -argumentó el director de la sucursal lacónicamente, mirando la pantalla del ordenador. Y esto ya se escapa de mis competencias, Manolo. Esto es cosa de la central, no puedo hacer nada. Ya te lo dije que…
-Pero llevamos pagando la hipoteca desde ¡hace más de quince años! Nos quedan menos de cinco…
-Ya te digo… ya no está de mi mano y…
-… y sabes que al poco de tener que cerrar la tienda me quedé en la calle, después de veinte años trabajando en la empresa. Que el paro nos da para comer los cuatro, los colegios y poco más. Debemos cuatro meses, pero últimamente he conseguido pagar cada mes un recibo y… sí, ahí están pendientes, pero ¿no me cobra el banco buenos intereses por el descubierto? ¡Que soy cliente hace dieciséis años y hasta ahora nunca has tenido un problema conmigo, Rodolfo! ¡Todo lo contrario, si he domiciliado todo contigo y me has hecho tú todos los seguros y planes que has querido! Y ahora…
-Esa no es la cuestión, Manolo. No puede tener el banco cuatro recibos pendientes permanentemente. Te lo venía advirtiendo, Manolo… Es la central, yo no puedo hacer nada ya…
-Sólo debo una cuarta parte de la hipoteca, Rodolfo, y ¿el banco se va a quedar con la casa…? No encuentro trabajo, Rodolfo, a mis cincuenta y dos años, ¿dónde voy a encontrar trabajo con esta maldita crisis? ¿No ibas a mirar también ese año de carencia? Me habías dicho… ¿Se va a quedar el banco con la casa por una cuarta parte de su valor? Pero, pero, Rodolfo…
-No pudo ser, Manolo. Riesgos dijo que no; eso es la central y yo… Ya sabes que en la hipoteca también metiste el importe del traspaso y…
-Porque tú me lo ofreciste, Rodolfo. Casi fue lo que nos decidió.
-Bueno, bueno, Manolo. Yo no puedo hacer nada. Esto es cosa de la central, ya te digo.
-¿Pero no hay otra alternativa? Ese año de carencia… ¿Dónde nos vamos a ir a vivir, Rodolfo? Tiene que haber otra solución…
-Tú mismo me estás diciendo que no encuentras trabajo y no puedes hacer frente a las mensualidades. Al banco no le queda otra salida. Además, Manolo, ya te digo que es cosa de la central, yo… más de lo que he hecho no puedo hacer…
Manuel, de súbito, escuchó un zumbido muy agudo dentro de su cabeza. Se sentía angustiado; enormemente angustiado. ¿Cómo le iba a decir a su mujer que perderían su casa? Que en unos días tendrían que abandonarla. ¿Dónde viviría con su mujer y sus dos hijos adolescentes?
Sin darse cuenta, Manuel deambulaba por la calle; hacía un rato que había dejado atrás la oficina bancaria. Sólo escuchaba ese horrible zumbido en su interior y sentía una angustia terrible que apenas le dejaba respirar. No pudo evitar recordar cómo las ventas en la tienda fueron a menos y a menos desde el mismo día que se empezó a hablar de la crisis en la radio y la televisión. Pero lo peor fue recibir la carta de despido. Luego, dos años buscando trabajo, sin resultado alguno. Los ahorros se los tragó la hipoteca. Y ahora ¿qué? ¿Qué más podía hacer? Había malvendido el coche para pagar tres plazos atrasados; y Margarita había empeñado las pocas joyas que le dejó su madre para pagar otros tres, y después se volvieron a acumular otros más… ¿Cómo se lo diría a Margarita?
Rodolfo marcó un número de teléfono luego de mirarlo en una agenda. Esperó a que sonara. Alguien respondió al otro lado.
-Don Valentín, ¿qué tal está? Sí soy Rodolfo, del banco… sí, bien. ¿Y usted? Me alegro, hombre, jajajaja… Mire, don Valentín, le llamo por lo del piso que estaba usted buscando para su hija. Pues sí, en breve dispondremos de uno, en el barrio, donde usted quería, cerca de su casa, perfecto para su hija… Y un chollo, claro; ya sé que usted sólo quería un chollo. Sí, de un embargo. Nada, por bastante menos de la mitad de su valor real. Pues no se preocupe que yo le llamo, don Valentín, en cuanto esté disponible. ¿Verlo con su hija y su señora? Por supuesto. Ah, don Valentín, acuérdese, hombre, que teníamos pendiente ese plan de ahorro, hombre. Mire que yo estoy cumpliendo, eh. Bueno, bueno… Sí, no se preocupe que yo le llamo. Adiós, don Valentín, adiós.