Santa Cruz e Isabel II (Retales de la Historia - 42)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 29 de enero de 2012).
La escasa presencia de la monarquía española en el callejero de Santa Cruz, tal vez se deba a que tuvieron que transcurrir cuatro siglos desde su incorporación para que un rey español pisara su suelo. Tenemos la plaza del Príncipe de Asturias, curiosamente bautizada así por una corporación municipal republicana; se trató de cambiar el nombre de la calle del Castillo por el de Alfonso XIII, sin resultado, pues se continuó conociendo por su nombre de siempre; se cambió el de María Pineda por el de María Cristina, que aún perdura, aunque muchos desconocen que se refiere a la reina regente; y tenemos también la más moderna avenida Príncipes de España. Por parte guanche, sin embargo, el nomenclátor callejero posee nada menos que once referencias a menceyes, príncipes y princesas aborígenes, más o menos auténticos. Pero a todos ellos, hasta que se llevó a cabo un reciente cambio de nombres a algunas pocas calles, ganan por goleada los militares, a los que se dedican una veintena de calles, contando sólo aquellas en que se cita su grado, pues a algunos personajes sólo se citan por su nombre, aunque también fueran militares. Por cierto, en planos actuales de la ciudad figura, en un alarde de ignorancia, la calle y puente Galcerán como “General Galcerán”, desconociendo que Galcerán no es una persona sino el nombre del lugar en que se libró una batalla. Este error se viene repitiendo insistentemente una edición tras otra y ya es hora de que se rectifique.
Pero hay una Reina de España, Isabel II, con la que Santa Cruz sostuvo una sorprendente relación de amor y odio, según soplaran los vientos políticos. El idilio comenzó bien pronto, desde que en noviembre de 1833 llegó a Tenerife la R. O. para su proclamación, que por desconocimiento o error vino dirigida al “Ayuntamiento de la Ciudad de Tenerife”, lo que hizo que tanto La Laguna como Santa Cruz decidieran festejarlo. Después de varios aplazamientos "por demora en la terminación de los adornos", la conmemoración vino a celebrarse casi coincidiendo con el cambio de año y con las exequias por Fernando VII.
El 22 de enero se recibió el nuevo decreto de división territorial por el que se confirmaba la capitalidad de Santa Cruz, y el alcalde José Crosa decidió agradecerlo a la reina gobernadora y felicitarla por la proclamación de su hija, realizando una comitiva cívica que recorrería casi todas las calles de la población. Pero no pudo hacerse por ser excesivo el gasto y alegando el luto por Fernando VII, y todo se redujo a que el alférez mayor José Guezala tremolara el Pendón en la plaza de la Iglesia -en la que estaban las casas consistoriales-, en la plaza del Pilar y en la de la Candelaria, llamada entonces plaza Real. La verdad era que aún se debían 3.118 reales de la proclamación de Isabel II y Matías del Castillo reclamaba 24 pesos que adelantó para la compra de un damasco para la decoración.
El entusiasmo era tal, que al teatro que se trataba de construir -y que nunca se hizo- en el solar en el que hoy se alza el Real Casino de Tenerife, se acordó ponerle el nombre de Isabel II. El pintor Cirilo Truilhé regaló al Ayuntamiento un retrato de la Reina, se decidió abrir la primera Casa de Socorro el día de su onomástica y se inauguró la más monumental de las fuentes públicas hasta entonces existentes, "en la muralla frente al Castillo de San Pedro", y se le puso su nombre. En 1843 llega la noticia de la proclamación de su mayoría de edad y la corporación municipal, que no tenía un real para dedicar a las más urgentes necesidades, pidió a Intendencia un adelanto de nada menos que 20.000 reales para celebrar los festejos. Y no fueron poco los festejos y sus consecuencias por la deuda contraída.
Según acta de la sesión municipal de 1 de enero de 1844, engalanada la fachada del Ayuntamiento, se trasladó a la iglesia matriz el retrato de Isabel II "en un carro tirado por representantes del pueblo" y, puesto bajo dosel en el presbiterio, se recibió el juramento de todas las autoridades, "exepto las militares y consules extranjeros que sin embargo de haberse invitado no concurrieron." Cuando finalizaba el Te Deum hizo acto de presencia el 2º cabo, por indisposición del capitán general, en unión de los comandantes de Artillería e Ingenieros, quienes con total falta de respeto tiraron las velas al suelo, por lo que se acordó elevar informe al Gobierno del tal desacato. Pasados varios meses Intendencia procedió a embargar el producto del Haber del Peso y Caños de Aguada, a cuenta del préstamo realizado.
Pero, en ocasiones, hasta los más apasionados idilios se van enfriando hasta llegar a la ruptura, y en nuestro caso ésta llegó en 1868 con "la Gloriosa". Conocida la noticia de que la revolución había vencido, con la consiguiente expulsión del Trono de Isabel II, el pueblo se echó a la calle entre repique de campanas y vivas a la Libertad. Que cada uno saque sus consecuencias.
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