García Sanabria (Retales de la Historia - 41)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 22 de enero de 2012).

 

          Todos los santacruceros hemos oído hablar de García Sanabria. Algunos sólo lo relacionarán con el parque que lleva su nombre y tal vez ni siquiera sabrán el porqué de tal denominación. Pero a otros muchos les traerá a la memoria la figura de uno de los personajes clave en la historia de la ciudad.

          Nació en 1880 en la calle de la República -hoy Juan Pablo II-, y cursó sus primeros estudios en la escuela pública, único medio de instrucción que pudo facilitarle su familia. A los dieciséis años ingresó como voluntario en el Batallón de Infantería de la plaza, destacando por su dedicación y trabajo y alcanzando pronto el grado de sargento. Tal vez allí, en el ámbito militar, se inculcó de la autodisciplina de que haría gala a lo largo de su vida.

          Pero su espíritu inconformista le hacía aspirar a metas de mayor enjundia, que le llevaron a abandonar el ejército para dedicarse a la profesión comercial, empezando por establecer una clase nocturna de Contabilidad en la que contaba con un reducido número de alumnos. Las noches que tenía libres se recluía en la Biblioteca municipal, ansioso de aumentar sus conocimientos y preparación. Fue un aprovechado autodidacta, que en solitario llegó a aprender leyes y varios idiomas, lo que llegaría a serle muy útil a lo largo de sus actividades públicas y privadas.

          Fueron años de incansable trabajo que le permitieron forjarse una situación y un prestigio a base de una voluntad inquebrantable, luchando contra un cúmulo de dificultades. Poco a poco se fue ganando un puesto destacado en los círculos comerciales y empresariales, llegando a ser presidente de la comunidad del Embalse de Tahodio, y comenzó a sonar su nombre en los ambientes políticos. Tal es así que, al formarse en 1918 la Unión Regionalista, junto con Juan Martí Dehesa fue uno de sus más entusiastas animadores. En septiembre de 1923 se produce el golpe militar de Primo de Rivera y, el primero de octubre, en sesión extraordinaria bajo la presidencia del gobernador civil, cesa en pleno el ayuntamiento de la que entonces era capital de toda Canarias, que es sustituido por una Junta Municipal de Asociados que procede a la elección de alcalde en votación secreta. De los 29 votos posibles, Santiago García Sanabria obtiene 24.

          Poco sabe de política municipal, ni cree que por el momento ello le sea necesario, pues está convencido de que lo que al ciudadano le interesa es que se solucionen sus problemas cotidianos, para alcanzar así mayor calidad de vida. Estudia los temas con la dedicación y voluntad que en él eran propias cuando se hacía cargo de cualquier asunto, sin perder de vista que, en lugar de introducir grandes innovaciones, lo que demandaba la ciudad era que se culminaran los muchos proyectos que estaban iniciados y aparcados por falta de medios o de planificación. Él mismo lo decía: no se precisan  nuevas ideas, sino desarrollar las que están paralizadas, algunas desde hacía años. Una de ellas era el ansiado Parque Municipal, del que (s. el dr. q.) se tratará en próximo retal. Hasta que el abandono de sus asuntos particulares  le obligó a dimitir en marzo del año siguiente, sustituyéndole Francisco La Roche Aguilar, que apenas se sostuvo año y medio y cesó el 14 de octubre de 1925. En la misma sesión se designaron nuevos concejales que procedieron a la elección de nuevo alcalde. De los 32 votos posibles, Santiago García Sanabria obtuvo 31.

          Ocupó el cargo hasta 1930 y sería alargarnos demasiado si se pretendiera reflejar todos los logros de su fructífera gestión en las dos etapas en que estuvo al frente de los asuntos municipales. Plan económico-administrativo para obras urbanas, plan de alcantarillado, inicio de las obras del puente Galcerán, nuevas ordenanzas municipales, reglamento para autobuses urbanos, depósitos de aguas, expropiación de las de Monte Aguirre y obras del túnel de Roque Negro a Catalanes para aumentar el caudal público, encargando al geólogo Fernández Navarro un estudio hidrológico de la cuenca de Anaga. Plan conjunto de agua potable y pavimentación de numerosas calles, creación del Montepío de empleados municipales, proyecto para nuevo edificio en el ex convento de San Francisco capaz de alojar Biblioteca, Museo, Audiencia, Juzgados y otras dependencias. Por último, permuta del castillo de San Cristóbal y de otros edificios de guerra en desuso, generalmente por medio de cesión de solares, a lo que habría que añadir un cúmulo de obras de mejora en instalaciones ya existentes, tales como mercado, matadero, cementerios, adquisición de acciones de agua y de acueductos para su traída a la población y reorganización y nuevos reglamentos para los servicios de Sanidad, Beneficencia e inspección de alimentos y para la Academia Municipal de Música y Guardia Municipal. Y, además, se logró acuerdo con La Laguna para modificar y ampliar el término municipal de Santa Cruz.

          En noviembre de 1930, ante las críticas planteadas por la oposición, García Sanabria renunció con carácter irrevocable. El año anterior, cuando habían comenzado las primeras dificultades con injustas críticas a su labor, el pleno había emitido un voto de desagravio al alcalde, que recibió una cerrada ovación de aplausos de los concejales puestos en pie.

          El 22 de mayo de 1935, siendo alcalde Francisco Martínez Viera, se suspende la sesión municipal que se estaba celebrando al llegar la noticia de la muerte de Santiago García Sanabria. Inmediatamente comenzaron las iniciativas y gestiones para erigirle un monumento, que en una primera intención se pensó levantar en la gran explanada resultante del derribo del castillo de San Cristóbal, actual plaza de España. El 4 de octubre de 1937 se acordó alzarlo en la plazoleta central de uno de sus mayores logros, el Parque Municipal, al que se le puso su nombre.

 

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