Presencia de la cantería en la arquitectura de Tenerife


A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos  (San Juan de la Rambla, Tenerife, el 22 de junio de 2002).

          Por tercera vez en mi vida me veo honrado con el encargo de ejercer como mantenedor en una velada más o menos festiva, literaria o cultural. Y debo confesarles que no es cometido en el que me sienta cómodo. Nada más lejos de mis posibilidades que la de ejercer como uno de aquellos enjundiosos tribunos, malabaristas de la palabra, que, con admirable oficio y capacidad, conseguían pronunciar vibrantes discursos llenos de emotivas lisonjas, las más de las veces exageradas, de las excelencias de aquella localidad y aquella fiesta, y que culminaban casi siempre con encendidos elogios y cantos (a veces poéticos) a la belleza de nuestras mujeres (¿para cuando a su inteligencia y a su buen hacer?), que suelen presidirlas.

          Ni soy capaz de semejante cosa, ni deseo hacerlo, así que cuando Antonio Ruiz me indicó que se había pensado en mi persona, para este acto que hoy nos congrega, porque la velada estaría dedicada a celebrar la remembranza de una de las tradiciones artesanales de esta villa: la cantería, en su doble aspecto de extracción y utilización, me sentí muy a gusto, no sólo porque pienso que este sesgo confiere a estas veladas un tono más serio, positivo y constructivo, sino también porque éste resulta un tema afín a mi profesión, pues bastará con reparar en el título de una de las obras fundamentales del prolífico historiador don Pedro Tarquis: DICCIONARIO DE ARQUITECTOS, ALARIFES Y CANTEROS QUE HAN TRABAJADO EN LAS ISLAS CANARIAS, para constatar que estamos en el mismo barco.

          Los masones llaman al Ser Supremo: "EL GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO”, destacando de Él este aspecto de concebir, y de construir de manera ordenada, eficiente y armoniosa nuestro mundo. Y, por otro lado, Jesús de Nazaret señaló a Simón lo que de él esperaba, cuando le dijo: “tu eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, es decir asamblea, comunidad, el edificio que se sustenta en Su palabra. Jesús de Nazaret es pues, en sentido figurado, el primer cantero de la historia, y lo hizo tan bien que Su edificio, sorteando innumerables vicisitudes, y a pesar de las múltiples flaquezas de sus  fieles, ha llegado sólido y robusto hasta hoy.

          Ya quisiera este humilde arquitecto, que hoy les dirige la palabra, ser tan buen “cantero” como para poder construir en este momento un edificio oral, un discurso como el que ustedes merecen. Y esta es mi mayor preocupación porque se aúnan en este empeño un tema, aparentemente menor y árido, nada propicio a la exaltación, con el lenguaje modesto, directo y desprovisto de gracia de un técnico, lo que quizá devenga en una intervención aburrida. Por si acaso, trataré de abreviar.

          Nuestras islas son la parte emergente de enormes conos volcánicos surgidos desde el fondo de los mares por un proceso eruptivo. Por tanto, lo que nunca ha faltado en ellas es la piedra, unas veces dura y otras más blanda, a veces compacta y a veces porosa.

          Ya en los escasos restos arquitectónicos de la época prehispánica, aparecen muros de piedra seca, sin gran entidad, conformando recintos de dimensiones modestas; no conservamos techos seguramente por la vulnerabilidad de los materiales (ramas, etc.). Y es que en arquitectura el problema técnico no está en la formación de paredes para las que basta con acumular materiales con un cierto orden , sino en la apertura de huecos y, sobre todo, en los techos, porque cubrir el espacio requiere necesariamente de técnicas más o menos desarrolladas que ignoraron nuestros aborígenes.

          Durante todo el periodo que va desde la conquista de las islas hasta el siglo XX, la tecnología constructiva consistió en confiar a la piedra (seca o aglomerada con barro) sólo la ejecución de los paramentos verticales, desechándola para los elementos de cubierta (bóvedas o falsas cúpulas) que requerían conocimientos más refinados, y ello porque la abundancia de madera capaz de dar respuesta eficaz a las carpinterías de armar y de taller supuso confiar a éste material la ejecución de los elementos horizontales entre plantas y de techos.

          La incomparable calidad tecnológica del pino canario, la tea para nosotros, tan abundante en las islas más occidentales, con excepción de La Gomera, un endemismo de nuestra tierra que soporta ventajosamente la comparación con las otras resinosas o coníferas continentales (Finlandia, Riga, Canadá, Oregón, etc.), un árbol de gran envergadura, porte y verticalidad que permite la obtención de buen número de piezas, de largo y canto muy estimables, con una capacidad de resistencia mecánica superior al de aquéllas a causa de la mayor compacidad de su madera formada por anillos de crecimiento anual más apretados por su menor contenido de humedad al estar sometidos a la insolación de un clima subtropical como el nuestro, y una, en la práctica, ilimitada inmunidad al ataque de los insectos xilófagos, puso al alcance de nuestros alarifes un material casi perfecto, (vulnerable sólo al contacto permanente con la humedad y sobre todo al fuego) que permitía cubrir grandes espacios con techos poco pesados, y, en consecuencia aligerar igualmente las paredes y los pilares portantes, confiriendo a las construcciones esa misma ligereza exterior e interior, perceptible, especialmente en las iglesias de varias naves (planta basilical), cuya diafanidad espacial es verdaderamente sorprendente.

          El resultado fue el de un dominio absoluto de las técnicas constructivas de la madera que, a través de más de tres siglos de asimilación y utilización llegó a convertirse, por así decirlo, en el material insignia de nuestra arquitectura tradicional, aquel que dio vida a los elementos más significativos: techos y fachadas tanto interiores (patios enteramente de madera) como exteriores, en cuya expresividad la madera va ganado progresivamente la partida a la cantería, hasta convertirse, en el siglo XVIII, en el elemento unificador de la escena urbana, a través de la presencia de puertas, ventanas y balcones, todos ellos en un inigualable repertorio de variedad y riqueza, hasta el punto, de que estos últimos se han convertido casi en seña de identidad de nuestra cultura arquitectónica.

          Este mayor y creciente protagonismo de la madera, que ha captado con preferencia nuestra atención sobre cualquier otro material, es la causa de que hayamos descuidado, por desconocimiento del papel que en todo el proceso histórico que alcanza hasta el siglo XX ha desempeñado la cantería (hasta hoy sólo estudiada por los historiadores) una correcta valoración de lo que ha supuesto su riquísima aportación a nuestro patrimonio edificado, máxime cuando es el elemento en el que puede leerse y seguirse de una manera más elocuente el proceso evolutivo de los estilos históricos, que, en nada, desmerece de los demás aspectos, pues sus logros constituyen un repertorio amplísimo en cantidad y variedad. Por ello resulta muy oportuno que hayáis querido que hoy nos reencontremos con este mundo menos divulgado de la piedra en nuestras construcciones, un mundo de canteros (cabuqueros, pedreros y labrantes), alarifes aparejadores y arquitectos que nos legaron un patrimonio de estimable entidad y valor.

          El proceso comienza con la elección de la cantera de la que va a extraerse la piedra, eligiéndola en función de sus características y procurando que se halle a una distancia prudencial de la obra. Así hubo históricamente canteras en zonas próximas a los grandes centros de consumo: San Andrés, Pedro Álvarez, Tegueste, Tacoronte, Tigaiga, San Juan de la Rambla, Adeje, Granadilla, Güímar, etc. En unos casos de piedra basáltica, como esta ignimbrita de San Juan de la Rambla o la famosa piedra chasnera, lisa (ideal para pavimentos por su dureza) o porosa (molinera), y en otras de toba volcánica roja (Pedro Álvarez) o blanca (Güímar), más blanda y de fácil labra, pero también más vulnerable al paso del tiempo, como atestigua magníficamente la más antigua portada de Tenerife, la de la Casa del Corregidor (actual Ayuntamiento) en La Laguna. En estas canteras los cabuqueros (voz que heredamos del portugués) barrenan la roca para la introducción de cuñas o, más modernamente, de dinamita, con la que obtener la piedra que es trasladada a la obra, según sus fines o, en ocasiones, es trabajada en la propia cantera.

          No fue sólo la arquitectura la destinataria de la piedra, pues fue tópico en nuestra tierra el aprovechamiento de las laderas de nuestras montañas mediante la formación de terrazas de suelo cultivable para cuya contención se levantaron hasta lo indecible infinitos muros de mampuestos de piedra seca, que por esta naturaleza recibieron el nombre de canteros.

          Esta técnica de levantar muros de piedra con mampuestos , es decir, piezas de forma irregular tal como se obtienen de la cantera  es labor de los pedreros y es la misma que se utilizó en la construcción de edificios, bien que, en este caso, la labor es a doble cara y presenta las dos variantes: a piedra seca (utilizada en construcciones auxiliares tales como corrales, gañanías, almacén de aperos, etc.), o bien mampostería aglomerada con barro en el caso de edificios de habitación, donde es necesario protegerse de los agentes climáticos externos; en este último caso se cubría con cal los intersticios entre las piedras para preservar la humedad del barro, sin cuyo requisito, éste se meteoriza o pulveriza y pierde su capacidad aglomerante. Es así como se obtiene esa imagen de paramentos en los que se alternan piedra y cal, en un discurso que, en construcciones más refinadas (como en las grandes casas y sobre todo en las iglesias) terminó siendo totalmente encalado (la cal era un material escaso y caro en Canarias por lo que frecuentemente tenía que ser importado), después de cubrir la totalidad de las piedras.

          Naturalmente los muros así construidos deben resolver satisfactoriamente dos problemas: el encuentro entre paredes maestras y la formación de huecos tanto de puertas como de ventanas. Para estos menesteres se hace preciso la labor de los labrantes, que trabajan alisando los planos de acuerdo o aparejo entre las piedras (ahora llamadas sillares) para sentarlas a hueso, o sea en seco,  y también aquellas caras que deban quedar vistas, como en el caso de los huecos, formando las jambas laterales y el sobre o dintel ya recto o curvo, pero siempre adovelado (es decir formado por varias piezas que se acuñan entre sí), pues rara es la existencia de dinteles pétreos de una sola pieza. Como encuentro especialmente delicado está el de paredes en esquina, en la que, en ocasiones, los sillares están labrados para ser vistos, incluso resaltándolos sobre el plano del resto de la pared, y, las más de las veces , no presentan ni un acabado perfecto, ni uniformidad en el aparejo sencillamente porque quedarían cubiertos bajo el encalado. Esta costumbre, moderna, tan generalizada y pintoresca de picar los encalados y dejar vistos los sillares irregulares en las esquinas o en los encuentros de paredes carece de autenticidad histórica, salvo en construcciones muy rurales, en los que, por economía nunca fueron encalados. El efecto se empeora cuando se resalta el encalado sobre la piedra, invirtiendo una pretendida  imagen histórica que nunca fue.

          Ni que decir tiene que esta labor de labra alcanza, como no podía ser de otra manera, a los soportes verticales de las arquerías entre las naves de los templos, bien que en estos elementos aparece ya de forma inevitable el aspecto ornamental, el lenguaje artístico que relaciona su aspecto con alguno de los estilos clásicos y que evoluciona desde un lenguaje gótico tardío hasta un manierismo (basta comparar los pilares del crucero de la Concepción de La Laguna con los de Sta. Ana en Garachico o los de la Concepción de La Orotava). El fuste de estos pilares está construido con tambores, comúnmente de varias piezas, sentados a hueso, sin que haya entre ellos ningún mecanismo de bloqueo para evitar el deslizamiento horizontal entre ellos; mientras, basa y capitel son de una sola pieza.

          Y no son las iglesias las únicas destinatarias de soportes de cantería, también se localizan en las plantas bajas de los patios a doble altura de algunas de las casonas más importantes, como sostén de las galerías altas (casas Nava y Salazar en La Laguna) y hasta en ciertos patios conventuales (dominicos de La Orotava y dominicas y agustinos de La Laguna, este último con pilarcillos de cantería incluso en planta alta). En estos casos, y a diferencia de las iglesias, las columnas suelen tener el fuste de una sola pieza (como ocurre en el resto de los edificios aún cuando las columnas sean de madera), comúnmente liso, mientras los capiteles evolucionan desde un orden toscano hasta un corintio o compuesto, y las basas (que también son imprescindibles de cantería en los pilares de madera, para preservarlos del contacto directo con la humedad del suelo) presentan múltiples formulaciones, desde un simple tronco de pirámide, a definiciones más académicas como la basa toscana y hasta la ática, interpretada con sorprendente libertad en multitud de ejemplos.

          No debemos olvidar en estos paramentos de soporte entre naves a las arquerías presentes solo en los templos, pues los patios son siempre adintelados con robustos cargaderos de tea descansando sobre zapatas que sirven de capitel a los soportes lígneos o no. Estas arquerías formadas por dovelas de molduración sencilla configuran en los ejemplos más antiguos (Betancuria, Telde, La Gomera) arcos apuntados de estilo gótico, para dar paso luego  a los de medio punto, con la única excepción de algunos ejemplos de arcos carpaneles, muy escasos (Concepción de Santa Cruz de Tenerife) que remiten ya a una mayor complejidad al requerir tres y hasta cinco centros para su trazado.

          Pero la labor más lucida de los canteros había de ser la ornamental, en las fachadas. Hasta el siglo XVII, los huecos exteriores de ventanas van recercados siempre de cantería plana y sin molduración alguna, mientras en los de puerta (que en todo el periodo cubierto por la arquitectura tradicional es única) la cantería lo enlaza frecuentemente con la ventana superior para formar un todo único afirmando su verticalidad. Ejemplos notables los tenemos en La Laguna (casas del Corregidor, Lercaro, San Martín, Alvarado-Bracamonte, Van Damme y Riquel), La Orotava (casas Molina, Monteverde y Mesa) y Garachico (casa de los Condes de la Gomera y Marqueses de Adeje). Tanto en estos ejemplos como en los que siguen nos concretaremos sólo a nuestra isla.

          Esta solución se hace presente también en la fachada de ciertos templos con coro en lo alto de la portada, sobre todo del sur de nuestra isla (Sta. Ana en Candelaria, S. Juan Degollado en Arafo, Santo Domingo y San Pedro en Güímar) aunque también existen ilustres ejemplos en el norte, como la magnífica portada de la iglesia de los agustinos y, sobre todo, la sorprendente, espectacular e inolvidable de la Concepción, ambas en La Orotava, Santo Domingo en el Puerto de la Cruz y los agustinos en La Laguna. Sin embargo, es normal en los otros casos que presenten portadas que cubran solo la puerta como la inolvidable  de San Marcos en Icod; Santiago y la Concepción en Los Realejos (esta última con tres portadas de gran interés y aún una pequeña gótica); Los Remedios en Buenavista; San Francisco, Santo Domingo, Santa Ana y las Concepcionistas en Garachico; San Francisco y San Juan en La Orotava; Hospital de Dolores y la Concepción en La Laguna; San Antonio en Granadilla; San Pedro en Vilaflor, etc.

          Y aún en todos estos templos  no podemos olvidarnos de las recias torres parroquiales (Concepción en La Laguna y en Santa Cruz, aquélla la más robusta y ésta la más esbelta y alta de Canarias; Santa Catalina en Tacoronte, Santiago en Los Realejos, San Marcos en Icod, San Pedro en Güímar, San Juan Bautista en Arico, San Antonio en Granadilla, etc.) y las espadañas conventuales, una en cada uno de los más de 30 conventos que hubo en la isla entre las que debe destacarse la bellísima y singular de los agustinos en La Orotava, y con la excepción de tres conventos que sí tuvieron torre: San Agustín en La Laguna, Santo Domingo en La Orotava y San Francisco en Santa Cruz de Tenerife, esta última magnífica por su equilibrio formal y sus proporciones.

          El dominio de la piedra en estos siglos llega al extremo máximo: producir fachadas enteras de cantería labrada con ejemplos tan extraordinarios como las de los palacios Nava-Grimón y Salazar en La Laguna (consideradas las mejores del archipiélago) o la del Santuario del Cristo de Tacoronte, que va a tener un epígono en el siglo siguiente, en el Palacio de la familia Carta en Santa Cruz de Tenerife, lo que va a constituir una rareza.

          Y es que, en este siglo XVIII, la madera pasa a enseñorearse de las fachadas, quedando la obra ornamental de cantería reducida a alguna cornisa en sustitución de alero, bajo teja y a la portada principal, de trazado casi siempre barroco, con líneas curvas de remate en su coronación. Tales son los ejemplos que podemos ver en las casas Montañés, Mustelier, Franco de Castilla y el antiguo Colegio de los Jesuítas, en La Laguna, y su traducción en la arquitectura religiosa, en dos de las más bellas portadas de la isla: San Juan Bautista en Arico y San Francisco en Santa Cruz de Tenerife. En esta última ciudad aparecen ya a finales del siglo algunas edificaciones civiles de hasta tres plantas en que la obra de cantería que se reduce a la fachada principal es notable y enlaza verticalmente los huecos, como la casa Cumella y la actual del Globo.

          Pero la llegada del Neoclásico va a suponer un nuevo resurgimiento del papel de la cantería, pues sus postulados comulgaban poco con la madera que era tenida por un material poco arquitectónico por ser muy deformable, menos durable y más vulnerable que la piedra. Y así aparecen dos obras tempranas pero importantísimas: el cuerpo de fachada de la actual Catedral de La Laguna y la fachada a la Plaza del Adelantado del Ayuntamiento de La Laguna, ésta última pieza destacadísima.

          Sin embargo es en la etapa del llamado Clasicismo Romántico cuando la cantería va a conocer de nuevo una época dorada, especialmente en Santa Cruz de Tenerife, por entonces capital única del archipiélago, que concentró los ejemplos más significativos, algunos de los cuales contribuyeron de forma decisiva a fijar su imagen de ciudad capital. Me estoy refiriendo al Teatro Guimerá, a la llamada Recova vieja, a la Capitanía General, al Cuartel de San Carlos, a la Sociedad Filarmónica Sta. Cecilia (hoy Parlamento), al Hospital de los Desamparados, a la Fundación de Bernabé Rodríguez (antiguo Instituto), al Fuerte de Almeida, al Gobierno Militar, a la Sociedad La Benéfica, a todas las edificaciones (en gran parte ya desaparecidas) de la prolongación de la Calle del Castillo, desde Suárez Guerra hasta la Plaza de Weyler, de esta misma plaza y sobre todo la del Príncipe y a un sinnúmero de casas entre las que me complace citar la de Pagés, que fue sede del Gabinete Instructivo y las del antiguo Banco British y de don Américo Méndez, en la calle del Castillo. Y aún, fuera de este estilo, a la neogótica capilla anglicana de San Jorge.

          En toda esta arquitectura, la cantería es protagonista indiscutible de las fachadas a través de portadas, zócalos y basamentos, huecos de ventanas con o sin frontones y remates, cornisas de separación de plantas y de coronación de fachada, machones de antepechos de azotea y hasta balaustres, medallones sobre ventanas, bases en columnas (casi siempre de fundición en los patios), etc.

          Los ejemplos fuera de Santa Cruz son más escasos, aunque en algún caso tan significativos como el del Ayuntamiento de La Orotava, o la torre de la Peña de Francia en el Puerto de La Cruz. Y aún cuando quepa detectar ejemplos más o menos aislados en diversos lugares (La Laguna, La Orotava, Icod (casa de los Cáceres), Güímar, Granadilla, etc., llama la atención San Juan de la Rambla que poseedor de una cantera propia, de una piedra tan interesante por sus variables dureza y color como la ignimbrita, se convierte en foco de importancia que alcanzó incluso a exportar  sus productos. Ya su iglesia parroquial presenta desde tiempos tempranos buenas labores de labra de esta piedra en sus pilares y arquerías, pero es ahora cuando va  a resurgir, lleno de dinamismo, alcanzando una dimensión urbana, socialmente más amplia.

          Los labrantes de la Rambla han quedado inmortalizados para nuestra historia, pequeña y modesta si se quiere, pero no por ello carente de grandeza a través de realizaciones tales como las casas Castro, Delgado Álvarez, Núñez, Yanes de Torres, Oramas Hernández y especialmente la de don Antonio Oramas, llamada Casa de Piedra, la más bella (a pesar de inconclusa) por su composición, el diseño de sus huecos, la magnífica esquinería curva resuelta con admirable sensibilidad, sus hermosas peanas para unos balcones que nunca estuvieron y su cornisa de coronación. Junto a ellas la Capilla de la Cruz  con los deliciosos pilarcillos de la portada, la curiosa formulación de los encintados extremos y la curiosa y singular coronación de su tímpano en un campanario singular, la de la Cruz y San Rafael, más modesta pero con una equilibrada formulación de su portada y especialmente el Cementerio con el arco de su capilla de fondo y sus interesantes panteones configurados como pequeños templos, con su portada de pilastras ora lisas, ora estriadas, su frontón triangular de remate apoyado directamente sobre las pilastras sin que medie entablamento alguno y sus techos resueltos a base de sencillas bóvedas cuasi planas también de cantería, detalle de especial singularidad.  Su concepción es un prodigio de simplicidad y eficacia, y constituyen una manifestación digna de ser conservada y mostrada con orgullo.

          Y como colofón la portada de la Capilla del Cristo de los Dolores en el templo parroquial, obra casi postrera de los labrantes de este lugar. Su presencia parece que se ha detectado, también, junto a labrantes de Arucas en uno de los edificios más importantes realizados en cantería en Santa Cruz de Tenerife: el Banco de España, obra cuya perfección es notable entre las notables y en la que curiosamente también aquí quedaron peanas sin balcones.

          Posteriormente cabe citar los dos monumentos erigidos al alcalde García Sanabria: el del Parque que lleva su nombre (el más bello monumento arquitectónico-escultórico de Tenerife y aún de Canarias), colaboración del arquitecto Marrero y el escultor Borges, y el funerario junto al cementerio de Sta. Lastenia, del arquitecto Pisaca, que van a tener su continuación en el periodo de la autarquía en el Monumento a los Caídos de la Plaza de España y en el poco afortunado de Francisco Franco, junto a Almeida.

          Y es que, en este periodo se recurre de nuevo a la piedra como material adecuado para traducir de forma perenne el lenguaje de los nuevos viejos ideales. Surgen así algunos edificios oficiales con fachada parcial o totalmente en piedra, todos en Santa Cruz, de cuya importancia no necesito hacerme eco: el Cabildo Insular, Correos y Telégrafos el antiguo Gobierno Civil y la Universidad de La Laguna, a los que se suman, dentro del estilo barroco colonial, según la denominación que le dio su creador el arquitecto Marrero, otros con portadas de cuidadoso diseño tales como el Jardín Infantil, el Estadio Rodríguez López y diversas casas: Beautell, Rodríguez López  y otras.

          Y por estar atentos hasta lo más reciente, en el recién estrenado edificio para la Presidencia del Gobierno de Canarias, se recurre de nuevo a la piedra, esta vez en un lenguaje brutalista para transmitir no se qué sentimientos.

          Tras este recorrido por nuestro patrimonio construido en piedra, ciertamente apresurado para no hacerles más extenso este parlamento, pero no por ello menos sorprendente, creo que estarán ustedes en disposición de valorar la inmensa y esplendorosa aportación de nuestros labrantes al patrimonio histórico y artístico de esta isla. Es inevitable recordar algunos nombres entre los que cabe citar a Francisco Merino, Manuel Penedo, Antonio Pérez, Juan Báez Marichal, Juan González Algalé, Domingo Rodríguez Rivero (uno de los grandes), Juan Lizcano, Andrés Rodríguez Bello, Juan Alonso García de Ledesma y el más grande de todos Patricio García, a los que tenemos orgullosamente que añadir ahora la saga ramblera de los Falcón integrada por cuatro generaciones de maestros labrantes: don Blas (oriundo de Arucas), su hijo don Juan, sus nietos don Benito y don José, y sus biznietos don Jesús, don Manuel, don Benito y don Vicente que legaron a esta Villa su ejemplo de laboriosidad y buen hacer, como nos acaba de exponer tan finamente Antonio Ruiz.

          Es indiscutible que el fundamento de la cultura de un pueblo es su propia historia, y que el testimonio más fidedigno de ésta, más incluso que los propios documentos escritos, a veces de forma muy subjetiva, es la arquitectura. El núcleo histórico de San Juan de La Rambla es, sin dudarlo, el mejor documento, el más objetivo, de su propia realidad histórica de casi 500 años, algo que no puede improvisarse, y en el que, en diversas épocas dejaron su huella, entre otros maestros artesanos de la madera,  los labrantes que trabajaron en la cantera próxima. Recojamos, pues, con respeto y admiración su legado y seamos capaces de transmitirlo a las generaciones venideras.

          Espero que sepan ustedes perdonar la excesiva duración de este discurso que no ha tenido otro norte que adentrarnos, aunque sólo sea tan de puntillas, en el conocimiento de una parcela tan valiosa de nuestro pasado.

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