Las Ermitas de Los Realejos. Pasado y Presente
A cargo de Ana María Díaz Pérez (Sociedad Cultural y de Recreo “Casino Realejos”, Los Realejos, el 2 de julio de 1997).
Los Realejos es un municipio de gran importancia porque en el han concurrido una serie de factores geográficos e históricos que lo han destacado en el transcurso de los siglos, tales como su extensión, que discurre de mar a cumbre, y la abundancia de agua, que posibilitaba el desarrollo agrícola. Fue así que el Adelantado Alonso Fernández de Lugo no dudó en instalar aquí el Real de la Conquista, obviamente por toda la riqueza que le ofrecían estas tierras.
Pero no hay que olvidar la posterior evolución del patrimonio histórico-artístico en este pueblo norteño, aspecto en el que vamos a centrarnos, concretamente en las ermitas, que indiscutiblemente constituyen buena parte de la herencia cultural.
Es nuestra intención analizar la ermita como tipología arquitectónica, es decir, un recinto eclesiástico de pequeñas dimensiones, conformado por una sola nave, una diminuta sacristía, tejado a dos aguas, una espadaña, etc..., sin tener en cuenta el que sean o no parroquias, estudiando únicamente las imágenes titulares, o en su defecto, aquellas que gozan de mayor devoción.
En el contexto de las construcciones religiosas indicadas, hacemos una división, de un lado, las ermitas que formaban parte de las haciendas y, de otro, aquellas que no fueron levantadas en estas heredades.
La ermita de San Antonio de Padua, es propiedad de los dueños de la costera Hacienda de Ruiz, la cual se yergue, desde el siglo XVIII, sobre un acantilado. Este santo, cuya representación está muy difundida, nació a finales del siglo XII en Lisboa de familia noble y fue llamado Hernando, nombre de pila que cambió por el de Antonio al entrar en la Orden de los Franciscanos. Su predicación se llevó a cabo por Italia y Francia y dejó de existir en Padua a los 36 años (13 de junio). Se le tiene gran devoción en España y Portugal, así pues los marinos lusitanos le rogaban para que el viento les fuese favorable. En la actualidad se le considera abogado de los objetos perdidos.
Estas grandes fincas continuaron proliferando en el municipio, de esta manera, en el siglo XVIII una hacienda más se sumó al conjunto de construcciones de este tipo en las tierras realejeras, próxima a la playa, en dirección al Guindastes, la denominada del Socorro, en donde se erigió la ermita homónima, en cuyo interior, y en la única hornacina del retablo, se custodia la virgen que le da nombre. Se trata de una escultura con rostro juvenil y melena, realizada en madera policromada, exhibiendo su vestimenta fuertes tonalidades. La Virgen lleva al su Hijo en el brazo izquierdo, el cual muestra el mundo con la cruz, y en la mano derecha sujeta una flor.
Ntra. Sra. del Socorro auxilia en las dolencias y calamidades de la vida presente, pero su misión especial se fundamenta en una actitud agresiva contra el demonio para defender a los cristianos. Es una advocación favorita de los marineros de varias regiones españolas, de modo que la humanidad pide a la Virgen que la socorra en los peligros que la amenaza, constituyendo uno de ellos las bravías aguas del mar.
En la época de la Conquista Francisco Gorvalán fundó en el actual barrio del Toscal-Longuera la hacienda de la Gorvorana, dotándola de una ermita que dedicó a Ntra. Sra. de Guadalupe, cuya fachada se observa distinta a las habituales edificaciones de este tipo en las Islas, debido a que su frontispicio, aunque es el resultado de un añadido posterior, termina en forma circular. A pesar de que las transformaciones se sucedieron a lo largo de la historia, aún así conservan parte de las construcciones de los siglos XVII y XVIII.
Ya dentro del recinto se contempla en la hornacina central del lígneo retablo barroco la imagen de la Virgen titular, cuyas particularidades iconográficas recuerdan más a las representaciones extremeñas de esta advocación, que a las realizadas en México, por consiguiente, la Madre de Dios y su hijo, con rubios cabellos y rosadas mejillas en los abultados pómulos de sus rostros, cuyas miradas se dirigen al espectador, muestran oscuros ropajes en los que destaca el dorado, portando el Niño Jesús, en su mano izquierda, el globo terráqueo con la cruz, y la derecha queda libre en actitud de bendecir, en tanto que Ntra. Sra. sujeta al Pequeño con el brazo izquierdo y ase el cetro con la mano diestra.
En la Montañeta, recorriendo la calle de El Jardín nos encontramos con la hacienda de Poggio, que encierra una casa levantada sobre una planta en forma de L, observándose en su exterior el típico balcón canario de madera y los vanos simétricos en relación al mismo. Esta amplia construcción fue edificada en el Setecientos y pese a haberse llevado a cabo en ella varias remodelaciones, todavía pueden apreciarse las líneas arquitectónicas de la época en que fue levantada. Al parecer, no siempre estas heredades eran dotadas de ermitas en un primer momento, como ocurre con la que en estos instantes estamos analizando, pues a comienzos de la centuria que transcurre, y con la finalidad de poder celebrar oficios litúrgicos sin abandonar sus posesiones, fue cuando los herederos determinaron construir un recinto religioso, frente al patio central de la casona, en el que se venera a Ntra. Sra. de Lourdes.
Muy pronto, a principios del siglo XVI, concretamente en 1503, fecha inscrita en su fachada, se fundó la hacienda de "Los Canales", a escasos metros de la anterior, siendo ésta su denominación popular, ya que la oficial es la de "Jardines de Castro". La vieja vivienda es una de las más antiguas de entre las muchas que posee este término municipal, siendo lo más destacado de la misma el corredor de madera abierto hacia el interior. Dentro de sus límites acoge la ermita que se distingue con el nombre de San Ildefonso, que fue bendecida en 1852, a instancias de D. José de Castro y Bethencourt.
El santo al que sus dueños dedicaron el recinto religioso, fue arzobispo de Toledo y se distinguió por su devoción a la Virgen. Su iconografía se distinguen porque está vestido con el hábito monacal y sobre éste la capa de la dignidad eclasiástica que ostentaba, acompañado de la mitra y el báculo, sin embargo la escena más representada lo muestra ataviado con alba y dalmática, recibiendo la casulla de manos de la Santísima Virgen.
Junto a la hacienda de Los Príncipes, la heredad realejera por excelencia, dado que en torno a la misma se produjo el desarrollo económico y urbano de este término municipal, se halla la ermita de San Sebastián.
En el "Llano de San Sebastián", lugar en el que hoy se alza la iglesia de Ntra. Sra. del Carmen, se construyó la ermita homónima, pero fue destruida, y su imagen titular trasladada a Tacoronte, por lo que en el segundo cuarto del siglo XVIII, hacia 1730, el administrador de la renombrada hacienda, D. Alejandro de Orea, realizó las gestiones pertinentes para edificar una capilla en honor al santo protector de epidemias, en los terrenos cedidos por esta casa. Al principio parecía que las intenciones del mencionado administrador eran las de completar sus propiedades con un recinto religioso, en busca de una mayor comodidad, de modo que pudiesen oír misa allí mismo y así evitar tener que desplazarse hasta la parroquial; mas la realidad era otra, puesto que lo que quería era impedir que las aguas de la Azadilla discurriesen por estos lares en su paso hacia La Rambla, tal y como planteaba D. Baltasar Peraza de Ayala. Acto seguido de ganar el pleito al mencionado litigante, adquirió en Icod el Alto los materiales oportunos e inició la construcción de la ermita, la cual sufrió considerables daños el 26 de julio de 1885 al haber sido presa del fuego, a causa del petróleo arrojado por unos desaprensivos. Afortunadamente, gracias a la rápida acción de los vecinos en la ardua tarea de extinción de las llamas que ardían vertiginosamente pudieron rescatarse algunos objetos de culto, la campana y la imagen titular, que se guardó en la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción.
La talla del joven centurión romano, de marcada anatomía interna, ha sido atribuida al renombrado imaginero grancanario, José Luján Pérez, o al menos se circunscribe a su escuela. Su autor tuvo en cuenta todos los detalles, los estéticos y los representativos de su martirio.
Palo blanco cuenta con una ermita en honor a la Virgen de los Dolores. Esta advocación se refiere a los sufrimientos que padeció la Madre de Dios, siendo uno de ellos la crucifixión de Jesús. Para su iconografía se tomó por modelo la Piedad, pero eliminando al hijo difunto y añadiéndole un puñal o espada. La imagen que le da nombre es una talla completa, que recuerda a su homónima, custodiada en el orotavense templo de San Juan Bautista, modelada por el ya citado José Luján Pérez. Hay que indicar que allí se le denomina Virgen de la Gloria.
Localizado en la Cruz Santa, otro pequeño recinto eclesiástico se erigió en la que antiguamente se llamó "Casa de Higa", en las tierras de este nombre, junto al barranco de La Raya, que constituían una franja, destinada a la agricultura, en la zona de medianías entre La Orotava y Los Realejos. A pesar de que no puede comprobarse desde la vertiente histórica, su origen está ligado a la leyenda que se refiere a un milagro relacionado con un jinete, el cual quiso levantar una ermita para venerar una cruz de madera que había hallado en el barranco que discurría por aquel paraje. Por consiguiente, las primeras noticias se refieren a las celebraciones litúrgicas de la Cruz, por lo que hasta mediados de la década de los sesenta del siglo XVII (1666) no se registra la fiesta dedicada a la Virgen de las Mercedes.
Esta fábrica religiosa se fue deteriorando, de tal modo que los fieles ya no acudían a ella por su ruinoso estado, aún así la "vieja ermita", como los vecinos la llamaban, se mantuvo en pie hasta el siglo XIX, aunque en la centuria anterior, cerca de ésta, ya se había construido una nueva en el solar cedido por D. Juan del Castillo. Este donante que vio la luz por primera vez en el realejero barrio de San Agustín y se dedicó al mundo de los negocios, regaló también la imagen de Ntra. Sra. de la Merced, obra del siglo XIX, de vestir y de ignorada autoría, que sostiene en el brazo izquierdo a su Hijo, el cual abre los brazos para acoger a los fieles que allí se congregan, mientras que de la mano diestra de la Madre de Jesús cuelgan un par de grilletes, atributo propio de esta advocación mariana, no obstante, la muestra iconográfica más difundida es la que porta el escapulario de la Orden de los Mercedarios.
En los albores del presente siglo Perdigón restauró la talla, efectuando algunos cambios, al darle a su rostro una policromía más clara y colocarle globos oculares de cristal en sustitución de los ojos pintados. Esta advocación se puede designar como autóctona, ya que surgió en tierras españolas. Merced o Mercedes significa favor o favores, que Ntra. Sra. concede a los que a ella acuden, siendo la Orden de los Mercedarios la que difundió su devoción no sólo por el territorio nacional, sino también por varios países de hispanoamérica con la primitiva finalidad apostólica de rescatar cautivos, de ahí, que la Virgen de las Mercedes sea la patrona de las prisiones, es por ello, que se figura con los grilletes, símbolo que recuerda la cárcel, en su mano derecha, y con el Niño Jesús en la izquierda.
No se sabe con certeza la fecha de la construcción de la ermita, en el barrio de San Benito, pero es posible que fuese levantada en la segunda mitad del siglo XVII; asimismo, el santo titular, situado en el nicho central de los tres que se abrieron en la pared del testero, ya que no dispone de retablo, es una imagen de candelero, esculpida en madera policromada, ataviada con la vestimenta propia de abad, sujetando el cáliz y el báculo abacial, que resulta difícil fecharla al haber sido objeto de una acusada restauración, mas tal vez podía haber sido ejecutada a comienzos de la mencionada centuria. Hay que destacar que a principios del siguiente siglo Dª Angela Chávez se hizo cargo de los gastos derivados de la celebración de la festividad del santo.
La bondad de D. Juan de Gordejuela se dejó sentir en Los Realejos, concretamente en el barrio de San Vicente al colaborar con sus vecinos para que se edificase la ermita en honor al santo del mismo nombre. El inmueble, con sacristía, está ocupado en su fachada principal por una puerta de cantería, y una espadaña. En el interior hay que destacar un retablo del siglo XVIII, ejecutado en madera policromada, decorado a base de motivos florales, de un sólo cuerpo, además del ático y con tres calles separadas por estípites.Armoniza con esta obra el púlpito, también de material lígneo, y similar esquema ornamental, adquiriendo la baranda de la escalera forma abalaustrada.
Una techumbre de madera, al estilo mudéjar, de par y nudillo y sin adorno alguno, cubre esta fábrica. Debe indicarse que las armaduras mudejáricas del Archipiélago Canario han sido minuciosamente estudiadas por la Catedrática del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna, Dra. María del Carmen Fraga González.
En el único nicho del retablo se exhibe la imagen del Diácono y Mártir, cuyas peculiares características lo apartan de la usual imaginería canaria. Así pues, se detectan en ella varios puntos confusos, constituyendo el análisis de algunos de ellos meras hipótesis, dada la carencia de documentación al respecto. El doctor Fuentes Pérez en su ponencia de ingreso en el Instituto de Estudios Canarios reveló que la imagen realejera del diácono zaragozano es una talla singular por las siguientes razones: en primer lugar, es la única talla de esta advocación existente en todo el Archipiélago Canario, en segundo término, en cuanto a su origen, se apunta hacia una procedencia valenciana, pues por tradición oral popular se dice que unos marineros que venían de tierras peninsulares levantinas la dejaron en el litoral realejero; no obstante, otras opiniones señalan Flandes, posibilidad descartada porque es una imagen de vestir, algo impropio de la escultura flamenca, además de apartarse de las particularidades de estilo específicas de esa zona europea, alejándose de igual modo de los rasgos de la canaria, fundamentalmente por el cabello rubio, ondulado en las patillas y tupé, así como por sus ojos azules.
Pero en medio de todas estas conjeturas, surge un par de cuestiones, a saber: en el inventario parroquial del siglo XVI del templo de Santiago Apóstol se menciona una talla de San Vicente, lo que induce a pensar que podría tratarse de la titular de la ermita homónima, mas la respuesta es negativa, ya que ésta presenta unas particularidades del Seiscientos, esto es, un siglo posterior; por otra parte, su cuerpo fue esculpido con un hábito negro, que recuerda al de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, por lo tanto, pudo haber sido un santo jesuita o, quizás un San Lorenzo, que convirtieron en el diácono martirizado en Valencia.
Volviendo de nuevo a la imagen del santo, este taumaturgo va ataviado con alba debajo de la dalmática roja, cíngulo, manípulo, y porta en una mano la palma del martirio y, en la otra, el libro con el lomo vuelto hacía ésta; al lado del ministro eclesiástico se observa un cuervo con un racimo de uvas en el pico.
Es interesante destacar que el sacerdote jesuita Ignacio Acevedo recibió del Papa Pio V unos restos óseos del cráneo de San Vicente y en el viaje que realizó desde Portugal a Brasil en 1570, los dejó en la isla de La Palma en la ermita de San Miguel de Tazacorte, siendo solicitada esta reliquia, transcurridos más de dos siglos, al obispo D. Luis Folgueras, por el párroco de la iglesia de la Concepción de aquellos momentos, D. Pedro González Acevedo, conservándose estos huesos en un relicario de plata, regalo de D. José Cívico y Porto.
Por último, en el exterior del frontispicio se lee textualmente en una placa: "Hoy hace tres siglos en que el pueblo del Realejo de Abajo hizo solemne voto a San Vicente de guardar su día en agradecimiento de haberle librado de la peste de Landres. 22 de Enero de 1909". De esta inscripción se deduce que el santo fue considerado protector de la referida epidemia en 1606 y, en consecuencia, la celebración de su fiesta tiene unas connotaciones especiales, dado que anualmente el pueblo cumple la promesa que le ofreció antaño en agradecimiento de haberle librado de contraer la peste bubónica.
Las primeras referencias del recinto religioso en el barrio de Tigaiga, titulado de Ntra. Sra. de la Concepción, nos hacen retroceder al siglo XVII. Su primitiva estructura, dentro de la tipología tradicional canaria, fue alterada en fechas recientes, hecho que puede constatarse en la transformación de su fachada al incorporarle los elementos clásicos que ahora muestra. La imagen que da nombre a esta ermita, como ya se ha dicho, es la de la Inmaculada Concepción, escultura de candelero, que a pesar de que en los documentos del siglo XVIII se cita con frecuencia, sus características nos sitúan en una cronología de mayor antigüedad e incluso nos recuerdan a la imaginería americana de la época.
En tiempos pasados la advocación del Buenviaje gozó en todo el mundo cristiano de una considerable devoción, pero ese fervor fue aminorando por razones sociales y culturales, sucediendo lo mismo en el Archipiélago Canario. El significado del Buenviaje parte del ámbito teológico, pues se refiere a la peregrinación del alma hacia el más allá, una vez producida la muerte del ser humano, sin embargo, el cristiano recurre a la Virgen en los momentos previos a su óbito; asimismo, cuando desde los barcos tiran un cadáver al agua, se le desea un feliz trayecto hacia la Vida Eterna. Por ello, esta advocación surge en el mar que baña la tierra, porque no cabe duda que antaño dejar la costa atrás y navegar en aquellas embarcaciones en dirección a otros horizontes era un riesgo que requería una protección espiritual, y, en ese sentido, se conecta con la emigración, en especial hacia América, de la que Canarias conoció muchos ejemplos, siendo precisamente los emigrantes los que propagaron su devoción en aquellos foráneos lugares . Es así que la representación del Buenviaje se distingue por sujetar un pequeño barco en una de sus manos.
En lo referente a la época a la que se remonta esta predilección mariana, se desconoce este dato, puesto que ninguna orden religiosa se encargó de difundirla y mantener así su culto, fue por ello que en muchas zonas desapareció totalmente su devoción o se transformó en una advocación de acuerdo con los tiempos que discurrían, sirva de paradigma la Virgen del Carmen, que desde que su culto prendió con fuerza entre los marineros españoles, el Buenviaje perdió interés y en ocasiones llegó a quedar en el olvido.
En las Islas Canarias hallamos referencias al Buenviaje a comienzos del siglo XVII, debiendo gestarse su iconografía en algún puerto de la Península. De esta forma, sus muestras iconográficas, tanto esculturas como pinturas se localizan en varios lugares de nuestra geografía insular.
Hay que hacer hincapié en que no se halla en España ningún recinto religioso al que Ntra. Sra. del Buenviaje diera título, excepto en el pago realejero de Icod el Alto. Apenas se tienen noticias de la primitiva ermita, sin embargo, podemos decir que esta construcción formaba parte de alguna hacienda, pues de acuerdo con la documentación existente hasta bien entrado el siglo XX, el camino que circundaba este espacio religioso, que en la actualidad es una calle, conducía a fincas y terrazgos que anteriormente eran propiedad de una sola familia. Pero lo que es evidente es que en los años finales del Seiscientos todos deseaban levantar una ermita, de manera que el capitán D. Ángel Cristóbal Rodríguez en 1690 hizo constar en su testamento que se ofreciese una misa al Espíritu Santo cuando se concluyesen las obras. No obstante, en la segunda mitad del siglo XVIII en el inventario de 1733 se registra, junto a otras, la ermita en estudio, mas pasados 17 años en la documentación consultada no aparece anotada dicha construcción eclesiástica, y es a partir de ahí cuando llegamos a la conclusión de que la ermita del Buenviaje era de propiedad privada, siendo en aquellos momentos una diminuta capilla u oratorio que guardaba una imagen de la mencionada advocación.
En el siglo XVIII se efectuaron repartimientos de tierra y se compraron y vendieron bienes, pasando entonces el pequeño recinto religioso a ser una posesión eclesiástica, por lo que los habitantes del lugar decidieron dar al anterior mayores dimensiones o levantar otro. Así pues, la necesidad de esta ermita se dejó patente en el testamento del matrimonio de San Juan de la Rambla, apellidado Mesa, donde expresaron su deseo de que en el pago realejero de Icod el Alto se levantase esta edificación, al objeto de que los vecinos pudiesen oir misa en ella, dado que vivían a distancia de la parroquia. Por fin la ansiada construcción se hizo realidad, ya que en la segunda mitad del siglo XVIII se dedicaron fiestas a San José y a San Benito a iniciativa de D. Cristóbal López después de haber regresado de Cuba, festejándose también por esa época el Buenviaje.
En un principio, la ermita constituyó un sencillo espacio de reducido tamaño, dotado de espadaña, si bien a comienzos de esta centuria, a petición de los vecinos del lugar, se le dio mayor amplitud, tal y como se muestra en la actualidad: con una única nave, provista de vanos en su costado sur, que da paso al testero, después de atravesar el arco toral de cantería gris. Finalmente, la tradición mudéjar se observa en la cubierta, que carece de interés artístico, a excepción del almizate cuadrado que presenta una interesante lacería.
Por otra parte, producto de la masiva emigración que condujo a la Isla de Cuba y a Venezuela a los habitantes de la zona, principalmente a este último país americano, fueron algunas remodelaciones, en su mayoría nada acertadas; por citar alguna de ellas, sirva de paradigma la torre-fachada, obra del arquitecto José Toledo, de principios de la década de los sesenta (1961-62), llevadas a cabo con las recaudaciones de los fieles y en especial con las donaciones venezolanas, ya que estas familias al objeto de agradecer a la Virgen del Buenviaje los favores concedidos, enviaban el dinero necesario para agrandar y adornar la ermita, tónica de aportaciones y regalos que se repitió en los años cuarenta y cincuenta, cuando muchos de nuestros isleños se vieron en la obligación de dejar su tierra natal rumbo hacia aquellos lejanos confines, para salvar la precaria situación económica en la que habían quedado sumidos tras la Guerra Civil Española. Desde la lejanía estos trabajadores añoraban su patria chica y, por supuesto, su venerada Virgen del Buenviaje, de modo que desde sus distintos puntos de residencia le hacían llegar joyas, entre otros objetos para su ornato.
En lo que a la imagen de esta advocación se refiere, la escasez de datos en los archivos hace que nos centremos exclusivamente en el estudio de la propia obra. Se trata de una talla de vestir, de sosegado rostro, y con "un corte clasicista, de líneas muy firmes". Por sus características es una talla de finales del siglo XVIII o del primer cuarto de la centuria siguiente, si bien el Niño Jesús nos traslada a la época barroca; Ntra. Sra. exhibe un barco, realizado en América, en la mano izquierda y sostiene al Pequeño con la derecha. Se desconoce su autor, pero probablemente fue realizada por un escultor canario, no descartándose la posible procedencia del exterior, traída por la familia Oramas, oriunda de San Juan de la Rambla, quien tenía posesiones en Icod el Alto. Sin embargo, no se entiende cómo una advocación en estrecha vinculación con el contexto marítimo se halle en un sitio alejado del litoral, esto quizás viene a corroborar el origen foráneo de la pieza.
Sobre un altozano, desde donde se divisa la bellísima Rambla de Castro, está la ermita que lleva el nombre del Apóstol de Cristo y Primer Papa de la Iglesia, San Pedro, habiendo estado la primitiva en las proximidades del barranco de Ruiz. El nuevo espacio eclesiástico permaneció largo tiempo en un deplorable estado, pero afortunadamente, en estos momentos muestra un buen aspecto tras haber sido restaurado.
Ajustándose a la sencilla estructura propia de las construcciones de esta clase en el Archipiélago Canario, presenta una techumbre mudejárica, carente de ornato, despuntando en su retablo la escultura del Apóstol titular que data del siglo XVII. Su ignorado artífice modeló al completo la figura del Sumo Pontífice con ondulado cabello, rostro barbado y con cano bigote. Corona su cabeza el halo de santidad, mientras que va ataviado con el ropaje propio de apóstol, túnica, verde, y manto, marrón, llevando los símbolos que acreditan el cargo que desempeña, esto es, la llave que abre el Reino de los Cielos en la mano derecha y las Sagradas Escrituras en la opuesta.
Por desgracia, este interesante conjunto de ermitas se ha visto mermado con el paso del tiempo, bien a causa de la desidia, los incendios, los derribos, o quizás por haberse transformado, perdiendo su estructura habitual y dando paso a una construcción eclesiástica de mayores proporciones.
Acaso una de las primeras ermitas que se hicieron en Los Realejos fue la de Santa Lucía, ubicada en tierras de propiedad familiar del Adelantado, y de la que se tienen referencias en la segunda mitad del Quinientos. Más tarde, hacia 1610, será la capilla del monasterio franciscano de idéntica denominación. En ella se veneraba a la imagen de la santa siciliana, de ignorado artífice, que en la actualidad se conserva en el templo de Santiago Apóstol; por sus características se piensa que se trata de una talla importada de Flandes en el siglo XVI, mas las telas encoladas, ajenas a la imaginería flamenca, hacen pensar en que ha sido objeto de intervenciones posteriores.
Igualmente, por esas tempranas fechas se levantó, en las inmediaciones de la Hacienda de los Príncipes, la de Santa Catalina, que terminó por desaparecer, después que se hallaba en ruinas, hacia el último cuarto del siglo XVIII. Esta doncella de Alejandría fue torturada con una rueda provista de púas aceradas, convirtiéndose ésta en uno de sus atributos personales, de este modo, su representación más extendida la muestra junto a este instrumento, de ahí que el culto a la virgen y mártir Catalina se relacione desde un principio con todas aquellas faenas en las que la máquina constituía la base de la actividad, conexión que en el norte de Tenerife viene justificada por los ingenios azucareros, verdaderas fábricas dotadas de todos los mecanismos necesarios para la obtención del dulce producto.
Por la zona baja de Los Realejos, diferente destino que la ermita de San Antonio de Padua de la hacienda de Ruiz, sufrió la ermita de idéntica denominación, que fue construida a finales del Seiscientos y localizada, a no mucha distancia de la anterior, en la hacienda de El Cuchillo, eliminándose de la misma antes de concluir la pasada centuria, pues ya desde mediados del siglo XVIII sus propietarios la tenían en el olvido, si bien la imagen del santo franciscano se guarda en una de las dependencias de la vivienda. Prueba de la existencia de esta capilla en honor al santo de Padua desde 1681, dejó en su testamento la Sra. viuda del capitán Simón del Castillo, Dª Inés del Albornoz y Guerra, al expresar su deseo "de aser en la ermita que tengo en esta asienda de el cuchillo la fiesta del Señor San Antonio mi devoto, encargo al dicho mi ijo la celebre con asistencia del clero".
La documentación nos atestigua un tercer recinto religioso de esta índole, que se emplazó en el barrio de La Montañeta para satisfacer el fervor a Ntra. Sra. de la Caridad. No se sabe el lugar y la fecha de su erección, pero se sospecha que pudo ocupar el solar del actual templo de San Cayetano, o tal vez fue de dominio privado, puesto que en 1733 tenía por patrono a D. José Osme, caballero que pertenecía a una familia de tradición mercantil, que en el segundo cuarto del siglo XVII había establecido en este santuario la fiesta de la Asunción de Ntra. Sra., manteniéndose aquella celebración mariana hasta los primeros años de la centuria decimonónica. A partir de ahí, el Obispo D. Manuel Verdugo ordenó cerrarla al culto por estar muy deteriorada, tanto, que únicamente quedaban en pie parte de sus muros. Llama la atención que no se hubiese reedificado para atender a la religiosidad de sus devotos, de esta forma, el municipio perdió una más de sus ermitas, porque aún cuando hubo deseos de reconstruirla, fueron simplemente buenas intenciones que nunca se llevaron a la práctica.
A veces no hay huella alguna de determinadas edificaciones religiosas, como la de San José, por lo que se plantean dudas en cuanto a su existencia, ya que citándose incluso en los documentos, no se ha podido comprobar que el municipio realejero tuviese una ermita dedicada al padre de Jesucristo; en consecuencia, se cree que probablemente los escribientes cometieron un error al situarla en esta localidad, debido al desconocimiento que tenían de sus límites geográficos.
La historia nos ha demostrado, que Los Realejos es una localidad grande, grande por su superficie y grande por el vasto patrimonio histórico-artístico que poseyó, y decimos que tuvo, porque hoy en día podía haber sido aún mucho mayor, como hemos podido comprobar.
Para concluir, deseamos que estas palabras hayan servido para concienciar a sus habitantes, dicho sea de paso, algunos de ellos ilustres tinerfeños, y principalmente a los más jóvenes, en la conservación de su medio geográfico, así como en el respeto a su historia y a su arte, legado que constituye el testimonio de la grandeza que distingue a este municipio.
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