Vicente de Siera, uno de los héroes de aquel 25 de Julio de 1797

Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 27 de junio de 1997).


          Es muy posible que el nombre de Vicente de Siera Casas no traiga a la memoria sino de unos pocos afortunados ni un sencillo apunte, un bosquejo, ni siquiera un somero recuerdo. Con ello caeremos en ese siempre ingrato campo del olvido, de esa espesa niebla que amenaza envolver nuestra historia a poco que no nos preocupemos mucho en ella, más aún en estas fechas señaladas que celebran el bicentenario de una “gesta” que debe bastante a este modesto, y a la vez insigne, personaje.

          D. Vicente de Siera nació en Valencia en 1751 y ya desde muy joven, como casi era ley de vida en aquellos días, se alistó en el Ejército. Con el paso de los años, tras haber participado en acciones bélicas como el desafortunado desembarco de Argel o el bloqueo de Gibraltar, alcanzó el grado de teniente en el Regimiento y Bandera de Recluta de Cuba. Con parte de dicha Unidad fue destinado a tierras tinerfeñas para contribuir a su defensa.

Julio de 1797

          El papel del entonces teniente Vicente de Siera en las jornadas de la «gesta» sólo puede tildarse de sobresaliente, y no sólo por el hecho, contrastado y cierto, de haber sido de los pocos oficiales, quizá incluso el único, que se encontró en todos y cada uno de los frentes de la batalla.

          En primer lugar, señalar que Siera, a sus 46 años y con el grado de teniente, figuraba en aquellas fechas como ayudante de órdenes del comandante general Antonio Gutiérrez, nombramiento éste que indica claramente la capacidad y prestigio que gozaba del alto mando isleño.

          De hecho, el día 22 de julio, hallándose apostado, como hemos mencionado, a las inmediaciones del comandante general, aprovechó la ocasión del desembarco británico en el Bufadero (que no en Valleseco) para unirse voluntariamente a la propuesta del teniente coronel Juan A. Creagh, con la intención de formar una columna de retaguardia en el interior de la isla que cortase una hipotética avanzada enemiga.

          Desgraciadamente, tenemos pocos detalles exactos de su quehacer en esta particular acción, aunque si seguimos la narración detallada del teniente coronel Juan Guinther acerca de este movimiento defensivo, no parece que tengamos mucho que destacar a tenor de la prudencia y reservas del mencionado Creagh, motivadas por el fundado temor de enfrentarse ante un enemigo mejor armado y dispuesto.

          No obstante, la jornada del 25 de julio, en concreto su madrugada, iba a marcar una página dorada en los anales isleños, y en concreto, en el historial militar de Vicente de Siera. Para dar fe de ello podríamos comenzar con el testimonio que nos brinda su Memorial del 27 de julio de 1797, en donde nos dice que...

                 “... se halló con S.E. al principio del ataque del muelle, e inmediatamente pasó a comunicar órdenes a la tropa de la Carnicería y Batallón de Canarias...”.

          Esta afirmación, corroborada por otras relaciones e informes coetáneos del momento, hace énfasis en que Siera...

                “... se encontró en lo más vivo de la acción del primer destino (el muelle) y en todo el primero y principio del segundo ataque del Batallón en el Barranco de Santos...”, circunstancia que no creemos reúna ninguno de los muchos otros oficiales de la plaza y que le convierte ya en un protagonista destacado de los hechos.

          Tras estos primeros escarceos, Siera nos apunta en su Memorial cómo en dicha desembocadura del Barranco de Santos tuvo lugar su primera participación directa en la refriega...

               "... auxiliado con 10 hombres del Batallón empezó por sí el segundo ataque, e hizo el primer prisionero, que con otros tres, como oficial de órdenes, condujo a S.E. escoltado de cuatro soldados de dicho cuerpo”.

          En el trayecto hacia el Castillo de San Cristóbal, fortaleza principal en la que se encontraba el comandante general Gutiérrez con parte de la plana mayor, Siera encontró algunas dificultades que él mismo nos narra en el consabido informe:

               "…en la conducción de éstos tuvo que abrirse paso batiéndose con una porción de ingleses en la calle de los Malteses (actual calle de la Candelaria), y consiguió desalojarlos, y tomar uno de ellos; al salir de dicha calle a la Plaza de la Pila sufrió los fuegos que los enemigos hacían desde la esquina del Correo y de la opuesta de Tolosa (parte superior de dicha plaza), como también el que desde las troneras y campana del castillo de San Cristóbal les hacían a ellos...”.

          Tras depositar estos cinco prisioneros en la guardia del Castillo principal, quizá no contento con el derroche de valor y espíritu del que ya bahía dado vivas muestras...

               “... pasó solo a reconocer el muelle, que lo encontró abandonado con la artillería clavada”.

          Gracias a esta valerosa acción, Siera pudo informar al comandante general del penoso estado de desprotección de este importante puesto, circunstancia que al poco tiempo fue arreglada por el teniente de Artillería de Milicias, Francisco Grandi Giraud, y por el teniente del Regimiento de Milicias de La Laguna, adscrito al Batallón de Infantería, Juan Jacques.

          Con su ingreso en el Castillo entramos en uno de los puntos que los estudiosos han querido ver como uno de los más controvertidos y espinosos de su papel en aquella madrugada. En aquel preciso instante se hallaba ante el general Gutiérrez un sargento británico, enviado por el capitán Troubridge, en calidad de portador de una intimación. Gutiérrez, desconocedor por completo de la situación allende las paredes del Castillo, objeto para el cual contaba con ayudantes de la calidad de Vicente Siera, prestó oídos al rápido informe de su recién llegado subordinado, y con ello el comandante general pudo anular, de forma incluso altanera, la presuntuosa intención del enemigo.

          Su atrevimiento al aconsejar Gutiérrez no debe parecernos, tal y como mencionaban autores contemporáneos a la época, “descoco”, sino más bien efecto de la propia obediencia. La tarea de Siera era salir en reconocimiento desde el inicio del asalto por el frente, para así poder dar cumplido informe de la situación a su superior. Por tanto, estando corroborada por varios testimonios esta sincera ayuda, no tiene por qué ser vista como un acto de amilanamiento del comandante general, sino como un preciso momento crítico que contó con la presencia del teniente del Regimiento de Cuba, exacto conocedor de la situación. Lo que no debe hacerse es negar este difícil momento porque eso sería atentar contra la realidad histórica de aquel glorioso hecho de nuestro pasado acontecer.

          Al acabar el asalto, y con la vorágine de reconocimientos y enhorabuenas, Siera es ensalzado hasta la saciedad por todos y cada uno de los testigos y defensores, que no cesan de alabar la valentía y destreza de este oficial; y, prueba palpable de ello, así como el reconocimiento por parte del general Gutiérrez, es que él y el teniente coronel Juan A. Creagh fueron los únicos oficiales en recibir recompensa real en forma de una pensión económica “sobre la encomienda del Esparragal de la orden militar de Alcántara”.

Conclusión

          D. Vicente de Siera continuaría con brillantez su carrera militar en las islas, alcanzando de hecho el cargo de gobernador de Armas de La Gomera, en cuya capital falleció en el año 1824, reposando actualmente sus restos en la bella iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

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