De lo que pudo acontecer el 26 de julio de 1797

 Por José Luis García Pérez  (Publicado en El Día el 27 de julio de 1997).

          A lo largo de este Bicentenario de la  “Gesta del 25 de julio” hemos podido apreciar como el pueblo tinerfeño se ha volcado en este evento con valiosísimas aportaciones, caso de las exposiciones, los libros, los artículos periodísticos y las conferencias, colaborando todos en la medida de sus conocimientos o de sus habilidades investigadoras. Hemos sido testigos de los diferentes ciclos de conferencias impartidos tanto en nuestro Casino principal como en el Círculo de Amistad XII de Enero, que ha vuelto a abrir sus puertas con clamoroso éxito de la mano de su director don Ignacio González López, y contando con el apoyo incondicional de don José Delgado Salazar, un gran entusiasta de la gesta y hombre al que debemos agradecer, por sus inquietudes, que muchas cosas difíciles de conseguir, se realicen y lleguen a alcanzar un notable éxito.

          En todos estos acontecimientos no sólo hemos valorado la presencia de excelentes disertadores sino, y esto es lo que más nos anima, la participación ciudadana a la hora del coloquio, interesándose por todo aquello que le pueda dar un conocimiento más exacto de lo ocurrido. Entre las preguntas más usuales en estas conferencias están las de saber si Nelson pisó o no tierra canaria, o si fue o no el Tigre el causante de la pérdida del brazo del contraalmirante: o bien la tan reiterada pregunta sobre si el comandante general Gutiérrez fue o no un buen militar, si fue un hombre magnánimo al permitir la tranquila retirada de los vencidos.

          Todas estas preguntas han tenido su acertada contestación en cada uno de los ponentes. Sin embargo, hay ciertas preguntas que, hasta el momento, no se han escuchado y que son vitales para tener un mejor acercamiento a aquella “Gesta”, así que, por lo tanto, nos vamos a atrever a tratarlas en este articulo, con posible participación futura de quien tenga algo más productivo que mis simples líneas o curiosidad.

          Estas preguntas son:

               - Al día siguiente de la derrota, ¿qué sentimientos tenían los británicos residentes en Tenerife?

               - ¿De qué lado estaban los británicos que vivían en la isla?

               - ¿Era posible que aplaudieran la victoria canaria?

               - ¿Cuál sería el trato que los canarios les otorgarían a partir del 26 de julio?

               - ¿Peligraban sus negocios?

          En fin, como podéis observar, podría aumentar el número de cuestiones, pero todas están relacionadas con lo que pudo acontecer aquel 26 de julio de 1797. Es difícil saber a ciencia cierta cuáles eran sus sentimientos, pero creemos que descubriendo más relatos, o bien cartas personales de éstos a sus familiares residentes en Inglaterra, podríamos al fin dar con la solución.
Nosotros, en un principio, nos vamos a apoyar en ciertos documentos que encontramos en la magnífica obra Fuentes Documentales del 25 de Julio de 1797, y que nos han hecho reflexionar. Son tres claros exponentes de tres súbditos británicos avecindados en la isla por aquellas memorables fechas.

          En primer lugar, nos vamos a centrar en Pedro Francisco Forstall, comerciante irlandés que había llegado a Tenerife en 1786. Como se sabe, vivía en Santa Cruz, en una casa de la calle de La Marina; una hermosa vivienda cuyo balcón principal miraba al mar y que, por lo tanto, le hizo ser testigo directo de aquel desembarco y de cuantos sucesos ocurrieron a lo largo y ancho de aquel paraje. En mayo de 1797 se halló presente en la preparación del plan de rondas, como uno de los cabos de la misma. Debido a su trabajo, fue síndico personero de la ciudad en 1795 y, por supuesto, participó en la defensa de la ciudad en julio de 1797, en calidad de intérprete, teniendo su papel en la traducción del acta de Capitulación. Es autor de una carta firmada en Santa Cruz con fecha de agosto de 1797, en la que cuenta los hechos de la invasión inglesa.

          ¿Qué podía pasar con este personaje al acabar la contienda? Al finalizar la misma no sabemos exactamente si deseaba que fuera a favor de su patria o a favor de Tenerife, porque estaba en juego su negocio. ¿Hubiera fracasado éste de haber sido vencedores los ingleses, o bien ocurría todo lo contrario? En aquella misiva, dirigida a un primo suyo radicado en Las Palmas, no sale muy bien parado el general Gutiérrez, a quien critica por su actuación. ¿Cuál seria la causa de esta crítica? Posiblemente le quedaba un poco el desencanto de presenciar la marcha de sus paisanos heridos y derrotados, o bien pudiéramos pensar que, al ser irlandés, sus sentimientos se quedarían en tierra canaria, y se había entregado por completo a la causa canaria.

          Otro caso curioso de este comportamiento británico en las islas, previo y post al combate, lo tenemos en un ciudadano irlandés llamado Rooney. Charles Rooney había nacido en Dromgoland (Irlanda) en 1763 y era hijo de Arthur Rooney y de Mary Orreal, procedentes de Realhfreland. Había llegado a la isla en 1777, tan solo con catorce años y, desde un principio, vivió también en la casa de los Forstall, con quienes trabajó en sus negocios, aunque es posible que hacia 1791 se trasladara a vivir al Puerto de la Cruz. En mayo de 1797 participó igualmente en el plan de rondas de esa población con su caballo.

          Parece ser que, durante la contienda, fue el «correveidile», aunque no sabemos si de los ingleses o de los canarios. Este personaje era muy propenso a la bebida y, según cuentan, entre mensaje y mensaje, se tomaba sus buenos tragos de vino. Sin embargo, al acabar la contienda, exactamente en la madrugada del 25 de julio, contando el pobre Rooney sólo 34 años, apareció asesinado frente a la casa de Domingo Velasco, en la calle de Santo Domingo, con múltiples heridas en la cabeza causada por grandes golpes, como así nos cuentan las fuentes en la relación del comerciante Juan Aguilar:

               “Dn. Carlos Rooney amaneció por debajo de la puerta de Dn. Domingo Velasco despedazada la cabeza, andaba a caballo, se dice fue muerto por un oficial Ynglés, alli mismo lo desnudaron, y quedó en aquella calle sin conocerlo, como otros muchos que incontinenti caían los despojaban...” .

          Sin embargo, en la relación del alcalde Domingo Vicente Marrero se dice:

               “Fue muerto con varias heridas en calle de Santo Domingo antes de llegar con la orden esta muerte unos la atribuien a que fue dada por los enemigos pero los más fue dada por los nuestros por averlo encontrado entre los ingleses y tenerlo por sospechoso por que a más de ser de nación Yrlandesa era un verdadero Ynglés lo cierto es que todo el Populacho y Tropa quando lo vieron muerto se alegraron tanto o más que quando encontravan los cadaveres de los berdaderos enemigos”.

          No hay duda que ello le fue ocasionado por ser espía... pero, ¿de quién? ¿Quería él tener asegurado su futuro ganándose los favores de uno u otro bando en el resultado de la batalla? Hoy el pobre Rooney, al parecer, al habérsele reconocido algunos méritos, yace enterrado en la iglesia de la Concepción de Santa Cruz.

          El último caso que exponemos se refiere a Bernardo Cólogan Fallon, también comerciante y natural del Puerto de la Cruz, pero de ascendencia y educación británica. Durante sus años de estudios permaneció en Navarra, Holanda e Inglaterra, regresando ya a la isla con 25 años en 1794. Tres años más tarde participaba en la Gesta del 25 de julio, siendo autor de varios relatos de la misma.

          Se cuenta que, durante el combate, ayudó al teniente Raby Robinson de su terrible herida de muerte, persona ésta que curiosamente parece haber sido compañero suyo de estudios en Londres. Este oficial herido, en los últimos momentos de su vida, le pedía a Cólogan que escribiera a su familia en su nombre contándole lo sucedido. Ante esta situación, ¿cómo reaccionaria Bernardo Cólogan? Estamos seguros que este incidente tuvo que impactarle bastante y, según nos cuenta Rixo en sus interesantes apuntes, a pesar de que muchos lo consideran un gran héroe por estar en la calle entre los soldados, sabemos que uno de sus sirvientes comentó, al ser preguntado sobre la batalla por los padres del interesado, que:

               “No sé nada porque estuve todo el tiempo encerrado con el señor en la bodega”.

          Asimismo, y en otro orden de cosas, es curioso constatar cómo, según la relación circunstanciada de José de Monteverde, el breve parte conocido como la «orden del silencio» de los ingleses, estuvo siempre en poder de Bernardo Cólogan, después de haberlo encontrado en los bolsillos del teniente inglés herido. Y sobre el mismo Cólogan, a pesar de haber nacido en Canarias, es curioso que, tras el desafortunado matrimonio con una dama canaria, y encontrándose enfermo, eligiera en sus últimos días marcharse a Inglaterra al cuidado de su familia, de tal manera que hoy su tumba se encuentra en el cementerio londinense de Saint Pancrass.

          En otro orden de cosas, conviene también resaltar que en el Puerto de la Cruz, exactamente en el Sitio Litre, había una colonia británica comandada por Archibald Little, que seguía manteniendo muy buenas relaciones con el pueblo canario, como lo demuestran sus múltiples ayudas. Pero, exactamente, qué pasaba por la cabeza de esis británicos en aquellos momentos belicos? ¿Cómo podrían salir a la calle al día siguiente de la contienda? ¿Tuvieron miedo de que las reacciones de los canarios afectaran a sus relaciones?

          Estamos seguros de que la primera impresión de éstos al conocer la llegada de Nelson fue de incertidumbre, porque hasta el momento eran completamente felices en suelo canario. Seguro que se preguntarían ellos en aquellas reuniones hechas con urgencia ¿por qué venía Nelson a molestar su convivencia?

          Es muy posible que al ser grandes caballeros, personas aristócratas, con una educación esmerada, tomaran este asunto de otra manera bien distinta a como lo tomaba el pueblo llano, posiblemente un simple accidente que en nada les afectaría.  La unión de esta caballerosidad y cultura con el alma afable del canario tuvo un magnífico amalgamiento que hizo que las relaciones pudieran seguir como si nada hubiera ocurrido.

          Sin embargo, hay algo que queremos destacar y se refiere al regalo de Gutiérrez a los británicos: el pan y el vino, que tan fuertemente ha sido criticado por los adversarios del comandante general, considerándolo como un signo de debilidad más que de magnanimidad. Hemos pensado más de una vez que ese detalle del general estaba en la mente de todos los británicos apostados en Canarias y que fue altamente elogiado, Aquella trágica mañana, los ingleses podrían haberse hecho esta pregunta: ¿cómo era posible que alguien que había sido tan amble  con unos atacantes les fuera a negar el saludo el día 26 de julio?

          Existe una gran laguna en estas cuestiones que nos hemos hecho y que sólo tendrán su exacta contestación cuando sigan apareciendo todos esos escritos de mano de los que vivieron aquellos momentos tan trágicos. Por el momento tenemos que conformarnos con estas simples reflexiones, aunque podemos colocar como protagonistas de aquellos días siguientes a la duda que embargó por un tiempo a aquellos británicos enraizados en la isla.

          La vida siguió adelante, y en unos pocos años, con la llegada del siglo XIX, Canarias y, en especial Tenerife, tuvo la mayor riada de viajeros británicos que, con su literatura, pinturas y adelantos científicos, convirtieron la isla no sólo en el perfecto lugar del Atlántico para vivir en paz, sino también para unir lazos familiares y crear en ella su hogar para siempre.

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