El eco de unas sabias palabras

Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 14 de abril de 1996).

¿Un ancla nelsoniana en los jardines de Santa Cruz?

          Hace algunos años, hacia julio de 1989, tuve la enorme suerte de conocer al entrañable y hoy añorado periodista D. Juan Antonio Padrón Albornoz, persona a la que siempre estaré agradecido por inculcarme parte de esa su pasión por la historia santacrucera y, además, por introducirme en el siempre bello mundo del periodismo.

          En una de aquellas amenas charlas que sostuvimos a la vera de aquella mesa a rebosar de papeles, fotografías y cajas, en aquel recogedor rincón del periódico El Día, sobresalía una y otra vez a lo largo de nuestra conversación un apunte en el que don Juan Antonio me ponía siempre mucho énfasis. Según sus palabras, el ancla solitaria y herrumbrienta que actualmente descansa en los jardines de la Rambla del General Franco, justo enfrente de la Comandancia de Marina, pertenecía al buque-insignia británico Theseus, aquel en el que llegó a la isla en julio de 1797 el conocido contraalmirante Horacio Nelson. “Fue de las que, al rolar el viento, picaran rápidamente las ingleses paro volver al mar y arrumbar al Sur”, me decía. Complementaba, aún lo recuerdo, esta afirmación añadiendo que había sido el petrolero de la Armada Española Plutón el afortunado descubridor, accidental, de aquella reliquia.

          En aquel tiempo, el profundo e insondable conocimiento de aquel querida periodista acerca de los temas navales me pareció, y me sigue pareciendo, argumento único e ineludible como para dar por sentada aquella valiosa afirmación. Hoy, cuando con el tiempo he vuelto a retomar aquellos papeles que uno guarda con la vaga intención de poder rescatar en un futuro cercano, me he encontrada en mis manos de nuevo con ese retazo de información, un retazo que, como muchos otros, me brindó, con su eterna y humana amabilidad, don Juan Antonio, y me he propuesto -aunque en mi interior no albergue duda alguna acerca del saber de aquel enamorado de nuestra pequeña historia-  seguir ahondando en la veracidad de sus palabras.

          El primer paso que consideraba obvio y enteramente vital para dejar sentadas las bases para ulteriores pesquisas era poder comparar la semejanza de aquella ancla ubicada en los jardines fronteros de la Comandancia de Marina y las anclas utilizadas en la Marina Real inglesa -la famosa Royal Navy- de finales del siglo XVIII y principios del XIX.

          El resultado no pudo ser más rotundo. A tenor no sólo de las reproducciones fotográficas y de los diferentes esquemas y dibujos, sino de sus propias dimensiones, aquella ancla tenía todos los visos de pertenecer a un navío de guerra inglés de la época napoleónica (1793-1815). Para ser más exactos, su forma y estructura peculiar eran idénticas a las de un ancla de proa (“bower anchor”) de un buque de línea británico, con un peso estimado de unas 6.384 libras inglesas -aproximadamente, unos 2.895 kgs-.

          Una vez que nos percatamos de su más que probable procedencia, nos faltaba entonces quizá lo que parecía más complicado: poder precisar que dicha ancla pertenecía al H.M.S. Theseus y no a ningún otro de los muchos navíos que frecuentaron la rada de Santa Cruz en aquellas bélicas fechas. Aunque nuestra búsqueda no puede clasificarse como definitiva, nos parece que hemos dado con una prueba bastante concluyente.

          Leyendo el diario de navegación del citado Theseus, vemos que el lunes 24 de julio de 1797 dicha nave fondeó “al E. de Santa Cruz a 42 brazas con la mejor ancla de proa". Si a este valioso y revelador testimonio añadimos lo que aparece poco más adelante en el propio diario (“Cortamos amarras debido a la corriente contraria y al peligro inminente del fuego enemigo y nos hicimos a la vela con el resto de la escuadra”) parecen quedar pocos atisbos de duda al respecto.

          Por todo ello, casi siete años después, al pasar fugazmente junto a ese ancla anónima y olvidada, aún recia y soberbia en su figura, me acuerdo emotivamente de las palabras de nuestro añorado don Juan Antonio Padrón Albornoz, y me alegro enormemente de poder compartir, e incluso dedicar a su memoria, aquel su firme y bello convencimiento sobre la identidad de la hermosa reliquia, una reliquia que debería considerarse un nexo entre su imborrable recuerdo y su querida Santa Cruz…

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