La soledad de un General

Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día / La Prensa el 17 y el 24 de diciembre de 2011).

 Una aproximación documental al Estado Mayor de la Plaza de Santa Cruz de Tenerife en la madrugada del 25 de Julio de 1797

  

INTRODUCCIÓN

           Todos los entresijos de la Historia, debido en gran parte a la calidad y a las características de los testimonios y recursos que se utilizan para el estudio de los siglos pasados, tienen vedado el paso a la esfera de los sentimientos, los valores y los comportamientos personales, a ese componente subjetivo que, acaso con infinita suerte, puede intuirse únicamente en documentación personal, en papeles de uso cotidiano, en algún que otro gesto adivinado en un comportamiento contrastado o en el rostro y facciones de un retrato. Es por ello que resulta difícil, incluso temerario, acercarse a ese ámbito íntimo que rodea a todo personaje histórico, más aún cuando esa personalidad tiene una trascendencia y una relevancia notables en determinada sociedad o momento del pasado, cuando ha sido alabado por muchos autores y estudiosos al tiempo que ha sido vilipendiado por otros, cuando todo ese caudal escrito va a ser analizado bajo el prisma del crédito o del descrédito de esa figura. Sabedores de todos esos obstáculos, somos conscientes de que la intención perseguida por estas líneas bordea esos límites precitados si bien subyace en nuestro ánimo tratar sencillamente de rescatar y dar a la luz algunos aspectos poco conocidos del contexto de su interesante biografía en un instante específico del ayer, mas sin arabescos, sin interpretaciones superfluas o interesadas, solo buscando aportar material para futuras consideraciones y estudios, rescatando esencias y sesgos de un espíritu que nos ayuden a comprender mejor no solo su faceta humana sino su papel en uno de los momentos más cruciales dentro de nuestros anales históricos.

          En concreto, la figura objeto de nuestros desvelos será la del conocido general D. Antonio Gutiérrez en el marco de esas horas tensas de aparente vacío de poder o de indecisión que vivió Santa Cruz de Tenerife en la madrugada del 25 de julio de 1797, repasando de manera especial y concreta esa "soledad" en el mando que se adivina al echar una mirada científica y sopesada al Estado Mayor o cuerpo de oficiales que le acompañaban en aquellos momentos cumbre de la defensa. El análisis de los hechos nos certifica que el general arandino vivía aislado por unas circunstancias peculiares, rodeado en gran parte de una oficialidad que, por unas causas o por otras, no estaba firmemente del lado de su comandante en jefe, bien por encontrarse ausente del puesto de mano, porque no congeniaba con su persona y carácter, por sus propios caracteres introvertidos o irresolutos, o porque no contaban con rango suficiente para formar parte de las discusiones castrenses. Todo este cúmulo de razonamientos trata de ofrecer una explicación lógica -o al menos esa es nuestra intención- de aquellos tensos momentos de la Gesta, estando lejos de nuestro ánimo buscar causas para justificar o denigrar ningún comportamiento -del bando que sea-, especialmente porque somos conscientes de que es hora ya de desterrar de este episodio brillante de nuestro pasado ese carácter mezquino, hasta cierto punto infantil y cómodo, de adoptar posturas partidistas o malintencionadas. La Historia requiere de interpretaciones sanas, exentas de ese sesgo político que solo emborrona su interés, y que den paso a la realidad escueta y traslúcida de los datos históricos.

  

SOBRE SU PERSONALIDAD Y ESTADO DE ÁNIMO

          Quien intenta adentrarse en esa "soledad" vivida por el general Gutiérrez no puede substraerse, en primer lugar, de conocer y repasar su componente humano más próximo, esfera íntima que asoma en no pocos retazos y apuntes documentales. Consultando estos apuntes puede preverse que la situación personal de Antonio Gutiérrez durante aquel 1797, tras ya casi seis años de estadía en las Islas, giraba en torno a la esperanza ciega en la respuesta afirmativa a las reiteradas peticiones de retiro que había cursado a S.M. Carlos IV, acuciado y exhausto por sus recurrentes padecimientos de asma y gota, consecuencias propias de su edad longeva. No es difícil imaginarse al general en aquellas temporadas obligadas en su pequeña residencia arrendada en San Miguel de Geneto -buscando alivio para sus dolencias-, acaso releyendo alguna de las interesantes obras de su biblioteca particular, degustando una copa de vino malvasía o fumando tabaco -gustos ambos que saldrían a relucir en sus papeles de testamentaria-, siempre al cuidado cercano de sus criados. En esa soledad, y solo al amparo de esa tesitura, puede entenderse su inveterada preocupación en aras a la suerte de sus dos sobrinos (Pedro y Francisco Gutiérrez), en lo que no deja de ser sino una llamada de atención por perpetuar en lo posible a la única familia que le queda (Nota 1).  

          Uno de los rasgos y factores a tener en cuenta en su personalidad lo configura el constante desvelo de Gutiérrez por cumplir con los preceptos que su responsabilidad y su concepto del deber le imponían, especialmente en el objetivo de poner al día las escasas fuerzas militares con que contaba, una auténtica obsesión que le llevó a efectuar reiteradas peticiones de refuerzos a la Corte en Madrid (2).  Estas ansias justificadas tuvieron su reflejo -a modo de inexorable contrapunto- en los continuos quebraderos de cabeza y desilusiones que le daban los coroneles de algunos de los Regimientos de Milicias de las islas (3). Obviamente esta continua preocupación hubo de tener un influjo palpable en su ánimo y acaso podría parecer lógico -dentro de este contexto de tensa espera- el comportamiento de Gutiérrez en algunos momentos-clave en aquella madrugada del 25 de julio de 1797, como fue el caso del episodio más conocido y el que ha sido objeto de mayor literatura: su salida al muelle y la subsiguiente retirada apresurada hacia el castillo de San Cristóbal. El comerciante Bernardo Cólogan recoge en una carta particular que "desde el primer fuego había acudido a la punta del muelle" y que fueron sus ayudantes quienes, en vista del peligro de la proximidad de lanchas, "le habían conducido al castillo principal" (4). Por otro lado, si hemos de seguir lo escrito por el capitán Francisco Tolosa, "nuestro general marchó intrépidamente al muelle y su playa de donde a fuerza se le sacó del riesgo en que estaba" (5), lo que casi repite el afamado historiador José de Viera y Clavijo añadiendo que fue "casi con violencia" como lo restituyeron al castillo (6). Únicamente el también comerciante Pedro Francisco Forstall añade un matiz negativo a esta ansiedad del general, apuntando: "En el general más bien se notaba irresolución, porque en aquella noche dio bastantes pruebas de intrepidez aún en términos reprensibles para un jefe" (7). Opiniones para todos los gustos de la que extraemos sencillamente ese ímpetu del general por hacerse presente en la escena de la defensa, presa acaso de esa avidez y de esa tensa espera a la que se veía sometido desde hacía meses.

          Inmerso en esta faceta personal, y profundizando en su honorabilidad en el cargo, ha de reseñarse su impresionante concepto de los valores de humanidad y compasión, rasgos que se vislumbran no solo en el propio germen de los términos de la capitulación y en los párrafos que constituyen su honrada explicación al Rey de lo acaecido en la defensa -todo un ejemplo de sinceridad y compromiso fiel con su conciencia (8) -, sino de manera relevante en el conmovedor gesto de incluir en uno de los primeros partes oficiales, con las prisas del momento y la magnitud de tan fastuosa defensa, la petición expresa de recompensa a las viudas y huérfanos, en un testimonio irrefutable de reflejo de un espíritu caritativo y sensible (9). De esa misma forma ha de observarse el detalle de recoger en dicha misma misiva el comportamiento espontáneo de las Milicias insulares en las escenas de apoyo a los heridos en los instantes posteriores al combate, circunstancia que Gutiérrez subrayó como gesto nacido de la bondad y generosidad isleñas.

          En último lugar dentro de esa relación de características o pautas conductuales del general no debemos obviar la realidad de un carácter áspero, acaso violento por momentos, que se deja adivinar en algunos testimonios escritos de aquellos años, y que han llegado a nosotros en las respuestas secas y cortantes a sus subordinados, en la terrible severidad de los bandos -nacidos de la deserción en masa habida en la defensa de la plaza- (10) o incluso, de manera definida, en aquel específico episodio que nos narra el cronista José Álvarez Rixo cuando narra cómo el general recibió a Cólogan y a un grupo de paisanos portuenses en el patio de su casa, ataviado con su vestimenta de descanso, no dudando un instante en llamarlos "amotinados" y -literalmente- "mandarlos a la m..." (11).

  

ESTADO MAYOR DE LA PLAZA DE SANTA CRUZ DE TENERIFE

          Revisada su condición personal, y entrando de lleno en esa "soledad" argumentada, turno es ahora de precisar, a través de diferentes fuentes documentales existentes, la identidad de ese Estado Mayor que se había configurado en torno al general Antonio Gutiérrez, tal y como es norma general en todo organigrama militar. Vamos a ir desgranando uno a uno sus integrantes y su grado de relación específica con el general -explicando cuando sea necesario las causas de ese enfriamiento-, para acabar dando fe de la pequeña célula de oficiales que estaban realmente al lado de Gutiérrez y que contaban con toda su confianza.

          Obviamente, basándonos en la riqueza de su descripción y en su detalle, el precitado capitán Tolosa, en su relación del asalto, es la mejor fuente para conocer quiénes acompañaban al general en aquella madrugada: "En el castillo principal de San Cristóbal se puso el Excmo. Sor. D. Antonio Gutiérrez, gobernador y comandante general, el teniente de rey D. Manuel de Salcedo, el sargento mayor de la plaza y general de línea D. Marcelino Prat, los ayudantes de plaza D. José Calzadilla y D. Vicente Siera, el ayudante de S.E. D. José Víctor Domínguez, el comandante del Real Cuerpo de Ingenieros D. Luis Marqueli y sus ayudantes y oficiales (12), el comandante del Real Cuerpo de Artillería D. Marcelo Estranio y su mayor de brigada el capitán D. Antonio Eduardo, los capitanes D. Guillermo de los Reyes y D. Juan Creagh, secretarios de la Comandancia General e Inspección, el gobernador de dicho castillo, D. José de Monteverde, el capitán de granaderos D. Esteban de Lugo [..], el capitán del Puerto D. Carlos Adán, el guarda almacén de artillería D. Valentín de Miranda y otros empleados, como igualmente algunos oficiales forasteros que se hallaban sin destino, para que S.E. los emplease en lo que tuviera a bien [..]; y desde antes del ave maría, de La Laguna los caballeros marqués de Villanueva del Prado, conde del Valle de Salazar y vizconde del Buen Paso [..] (13)".

  

Relación de Oficiales que componen dicho Estado Mayor

          Teniente de rey: D. Manuel Salcedo. El personaje que ostentara el segundo puesto en el escalafón de mando de la plaza, si bien parece gozar de una relación estable con el general, tiene su presencia certificada en los exteriores del castillo durante la madrugada del 25 de julio (14). Su ausencia del puesto de mando en el centro de la línea, el castillo de San Cristóbal, invalida por tanto su posible influencia en la mitigación de esa aludida "soledad" de nuestro general y pudiera denotar incluso una cierta independencia o autonomía por su parte. El gobernador José de Monteverde, entre otros, nos informa cómo Salcedo "andaba también recorriendo las riberas por donde los enemigos habían ejecutado su desembarco" (15), circunstancia ratificada por el teniente coronel Juan Guinther (16) -quien atestigua además que estuvo en las operaciones callejeras del Batallón de Infantería de Canarias (17) y que no entró en el castillo hasta ya avanzada la madrugada (18)-. Salcedo, a pesar de todo, aunque existen citas expresas como la de Francisco José Román que lo incluyen entre a quienes se deben "justos elogios" por haber estado "atendiendo toda la noche a donde lo pedía la necesidad, en medio del fuego de los enemigos" (19), no escapó de recibir vituperables calumnias como la recogida por Patricio Fierro, que afirmaba de él: "Contra quien mas echan es contra el teniente de rey, que dicen nadie lo vio, que se estuvo metido en la bóveda del castillo" (20).

         Sargento mayor: D. Marcelino Prat Ribera. Este oficial, tercero en la escala de oficiales de gobierno en la plaza, de acreditada cercanía al general Gutiérrez (21), se hallaba asimismo ausente en aquella madrugada del centro de mando, tal y como queda atestiguado al documentarse su presencia en el refuerzo del "boquete" del muelle y en las diferentes operaciones callejeras del Batallón de Infantería de Canarias (22). Su vacío, refrendado además por el precitado Guinther (23), debió ser advertido de forma notable por el resto de los oficiales e integrantes de la cúpula de poder, aunque en esta ocasión Prat Ribera solo recibió elogios y alabanzas por su papel en la defensa (24).

          Comandante en jefe del cuerpo de ingenieros: D. Luis Marqueli Bontempo. Uno de los oficiales con quien Gutiérrez mantenía un enfrentamiento y ejercicio de oposición constante en aquellas fechas, siendo la prueba más vehemente de esta rivalidad el propio expediente personal del ingeniero jefe. Sin ningún tipo de reparo, Luis Marqueli aduce claramente que él no tuvo nada que ver en el pensamiento de entrega de la plaza que se barajó en la plana mayor y que, a su entender, casi se llevó a efecto. No debe olvidarse que su enfrentamiento directo con el mayor Antonio Eduardo en razón del desbarajuste en el robo de la corbeta La Mutine (mayo de 1797) fue la causa de ese "enquistamiento" con gran parte de la plana mayor, recibiendo reprimenda del propio general Gutiérrez por el lamentable espectáculo ofrecido con discusiones públicas en la propia plaza (25). Marqueli, que gozaba de enorme predicamento entre la oficialidad, la milicia y la propia sociedad santacrucera, fue sin duda uno de los focos -si no el único- de donde se originó toda esa "fama" de irresolución del general arandino.

          Comandante en jefe del cuerpo de artillería: D. Marcelo Estranio. Este oficial, otra de las figuras de certificado renombre dentro del organigrama de mando de la plaza, tampoco se encontraba entre los presentes en el estado mayor en los momentos cumbre de la defensa. El mencionado Tolosa es quien mejor precisa las circunstancias de su incomparecencia en el castillo: "se hallaba aquella noche antes del ataque en la batería del muelle [..]" -y tras acompañar a S.E. de vuelta al castillo- "de donde salió después de puestos en tierra los enemigos, llevado de su valor, sin más escolta que un soldado de milicias, en reconocimiento y observación de dichos enemigos, dando las noticias conducentes a algunas partidas sueltas de nuestras tropas, que andaban en su busca, situando uno de los cañones violentos en una bocacalle y restituyéndose a dicho castillo dio parte a nuestro general y demás jefes del paraje en que estaban formados los enemigos y volviéndose a salir del castillo se mantuvo en la batería de la Concepción y calles hasta la rendición del enemigo" (26). En el ámbito personal parece no albergar tampoco una cercanía amistosa hacia el general pues conocemos la pugna suscitada por el traslado de la artillería de la batería de Santa Isabel, hecho que le llevó no solo a enemistarse y recibir reprimenda del general sino a quejarse amargamente de Marqueli, "en conocimiento de las resultas que trae mezclarse a hablar los extraños en asuntos de otro cuerpo" (27).

          Auditor de guerra: D. Vicente Patiño. No cabe duda, cotejando las referencias documentales que han llegado hasta nosotros, que Patiño era otro de los personajes opuestos y enconados al general Gutiérrez. Las quejas de este al Rey Carlos IV sobre el carácter y modales del auditor son una prueba ineludible e irrefutable de la falta de entendimiento entre ambos. El germen de toda esa controversia llegó a su punto álgido en abril de 1797 con la pretensión de aquel por reformar la Auditoría de Guerra, propuesta que no solo hizo al comandante general pedir consejo a la Corte sino que, en misiva del 19 de julio, hizo a Gutiérrez quejarse expresamente de su impetuosidad, de sus malas artes y de los problemas que estaba causando en el alto mando (28). Si a todo este cúmulo de particularidades negativas se une su presencia fuera del castillo de San Cristóbal -en un comportamiento que parece certificar aún más ese desapego e inobediencia al general-, quedan pocas dudas sobre su contribución notable a esa citada "soledad" (29).

          Capitán de mar: D. Carlos Adan Brussoni. La figura de este oficial, si bien adscrita únicamente al ámbito portuario, significaba un auténtico baluarte para Gutiérrez y existen notables pruebas que confirman esa íntima confianza. A finales de mayo, con motivo de los acontecimientos del robo de La Mutine, fue designado para parlamentar con el comandante británico Benjamin Hallowell, y repetiría ese rol en el refrendo de la capitulación cursada el 25 de julio de 1797 ante el mismo contralmirante Horacio Nelson -siendo el único oficial español en estar en presencia del famoso marino británico- (30). A lo largo de las crónicas se atestigua tanto dicha cercanía constante al general -como cuando le acompaña en su salida al muelle al iniciarse el asalto, siendo uno de quienes "tomándole del brazo [a S.E.] le condujeron hasta el castillo principal" (31) - como sus acertadas disposiciones, destacando, entre otras, su idea del plan de cañones "violentos" (32) y su decisiva orden de desfondar los botes ingleses tras haber verificado estos su desembarco (33).

          Veedor: D. Pedro Catalán de Ocón. Sobre este personaje poco o nada se sabe acerca de sus desvelos en el marco de la propia Gesta y solo encontramos referencias personales suyas en escuetos partes repartidos entre julio y octubre de 1797 en relación a temas de Tesorería y Veeduría militar. Su papel administrativo y burocrático, alejado en cierta forma del ámbito castrense más estricto, resta relevancia a su presencia en la cúpula de poder aunque ello no es óbice para que se certifique cómo Gutiérrez no deja de manifestar su celo y su apoyo a este oficial (34).

            Oficial mayor de las Rentas Reales y del Tabaco: D. Gaspar Antonio de Fuentes-León y Espou. Este oficial, quien por la categoría de sus atribuciones responde asimismo más a la esfera civil que a la estrictamente castrense, figura en ese grupo de personas próximas al general. Su nombre aparece en varias ocasiones en las fuentes documentales, y lo hace especialmente en ese precitado momento crítico al ingresar Gutiérrez en el castillo principal tras el inicio del asalto (35) y al ser designado para avisar a la izquierda de la línea defensiva del alto el fuego tras la capitulación. Su papel dentro del ámbito del alto mando parece escaso, si bien se sabe que "no cesó toda la noche en prestar su persona y eficacia, dentro y fuera del castillo, para lo que querían comisionarle, por su deseo de contribuir al servicio de S.M. y defensa de la patria".

          Administrador de la Renta de Correos: D. Juan Fernández de Uriarte y Feo. Tal y como ocurre con Gaspar de Fuentes, este oficial tenía un cometido específico dentro del esquema burocrático de la administración y apenas debía participar en los asuntos que no incumbían a su parcela. Es por ello, y por la nula existencia de referencias a su persona en la totalidad de los registros documentales conocidos hasta la fecha, por lo que le ubicamos en esa segunda fila de personajes alrededor del general Gutiérrez, ajeno en gran parte a todo el tráfago de los acontecimientos.

          Ayudante personal: D. Juan Creagh Plowes. No cabe duda que un análisis detenido del material documental generado por la Gesta del 25 de Julio revela claramente que el mayor apoyo con que gozaba Gutiérrez en el ámbito personal e incluso militar se centraba en este oficial. En su papel de asesor acompañaba al general en todos sus movimientos, ya fuera en la varias veces citada salida del muelle -siendo de quienes le animó a reintegrarse al castillo (36) -, como siendo el encargado, meses antes del ataque, de gestionar las negociaciones de intercambio de prisioneros con Benjamin Hallowell (37)  o asumiendo, voluntariamente según Monteverde, el subir a La Laguna para cortar el posible internamiento de la columna británica desembarcada en la mañana del 22 de julio en las playas del Bufadero. Esa proximidad y confianza ciegas tuvieron su reflejo incluso en los momentos finales de la existencia del general Antonio Gutiérrez, en mayo de 1799, al ser designado por este como uno de los albaceas en su testamento (38). No obstante, este personaje gozaba de poco predicamento entre la población y el estamento castrense y todo ese lastre, animadversión y celos salen a relucir en varios memoriales, siendo especialmente el de Juan Guinther el más explícito en ese aspecto al acusarle de que "tuvo poca ambición de gloria y de empeñarse con el enemigo" (39). Se puede afirmar, revisando lo expuesto, que Creagh era el único apoyo real y tangible con que contaba Gutiérrez en aquellos momentos tensos de la madrugada del 25 de julio, y sobre quien llovieron las críticas y agravios al saberse de su influencia sobre el general y su aparente "débil" respuesta frente a la intentona británica.

.       INSPECCIÓN DE LA COMANDANCIA: D. JUAN CREAGH GABRIEL. No debemos confundir a este capitán Juan Creagh con el teniente Juan Creagh ya mencionado anteriormente. A este oficial, inmerso en sus tareas de control de las gestiones internas de la Comandancia, debemos ubicarlo en ese consabido segundo horizonte del estado mayor, ya que su presencia no tenía ni debía tener un efecto palpable en las relaciones o dictámenes del “cope de êtat”.

         Ayudantes de órdenes: D. José María de Calzadilla Souza y Lugo y D. Vicente Siera Cases. Esta pareja de oficiales, necesarios siempre en todo estado mayor que quiere tener versatilidad y prontitud en sus designios, esconden una curiosa particularidad: por su graduación y deberes no debían ejercer sino funciones de enlace entre la cúpula y los diferentes comandantes o jefes de las unidades a que fuesen destinadas las órdenes, pero las fuentes dejan entrever que ambos jugaban un papel muy especial al lado del general. Si Calzadilla, a quien Monteverde define como "ayudante de la Plaza" (41) , aparece en todo momento al lado del general -incluso en la salida al muelle-, no puede decirse menos de Vicente Siera, que fue emplazado a ir con Juan Creagh a cortar el avance interno el día 22 de julio y fue el elegido para comunicarse con el Batallón en los primeros instantes de la defensa (42). De hecho, podría tildarse ya de "legendaria" la irrupción de Siera en el castillo de San Cristóbal en el propio instante de la primera intimación británica, dando ánimos al general Gutiérrez ofreciendo sus referencias reales y de primera mano acerca tanto de la situación del Batallón de Infantería como de los ingleses desembarcados en la población (43). La llegada del teniente valenciano al alto mando vino a cubrir ese vacío, esa "soledad" que queremos argumentar en estas líneas, motivada por la incomparecencia de unos, la animadversión de otros y la entendible observancia inerme de ese grupo de oficiales de "segunda fila".

          Comandante del castillo de San Cristóbal: D. Antonio Diego Eduardo y Wadding. Este oficial, a quien debemos citar por su obligada presencia en dicha fortaleza, debía mantenerse en una discreta segunda línea en cuanto a las disposiciones del alto mando. El episodio aludido de mayo de 1797 le hizo figurar como uno de los causantes del desorden y robo de La Mutine, lo que Luis Marqueli no dudó en hacerle presente públicamente para su descrédito y escarnio, siendo esta quizá una de las causas primordiales de su escasa presencia en las fuentes documentales (44). Únicamente hallamos, a través del testimonio de José de Monteverde, que el día 23 de julio pasó a Puerto Caballos -enviado por su superior Estranio o, acaso, por el propio Gutiérrez- "por si fuesen susceptibles aquellos contornos de alguna artillería" (45). 

          Gobernador del castillo: D. José de Monteverde Molina. Otro de los cargos honoríficos presentes en aquel escenario de la plana mayor, con poco o muy débil ascendente sobre la oficialidad superior. Apenas existen tampoco indicaciones precisas sobre su papel en aquella madrugada, a pesar de que su presencia en aquel enclave privilegiado viene refrendada en la redacción de su relación circunstanciada, donde, al hablar de esos momentos tensos, parece hablar como un testigo presencial al argumentar que "la respuesta fue correspondiente a los principios de honor y de bizarría que animaban a nuestro jefe" (46).

          Alcalde real: D. Domingo Vicente Marrero Ferrera. Aunque sin formar parte activa de ese estado mayor no debemos soslayar la presencia en el castillo de San Cristóbal de la máxima autoridad civil de la población. Sus relaciones con Gutiérrez, a tenor de los documentos, habían conocido periodos de luz y de sombra, destacando entre estos últimos la reprimenda que el general le soltó en relación a los preparativos para formar las rondas de pilotos, que Marrero consideraba una injerencia en sus propias atribuciones (47), y que motivaron una respuesta seca y contundente de Gutiérrez: que no se verifique "la menor omisión ni contemplación en perjuicio del servicio de que no podría Vd. menos de ser en todo responsable" (48). No obstante, en su memorial personal el alcalde especifica que se hallaba cerca de Gutiérrez, "a quien venero y rindo mi cordial afecto" -dice- (49), añadiendo poco después que "nuestro digno Comandante general observaba no con poca melancolía todas las acciones del enemigo" (50) -en una prueba más que parece certificar que Marrero se hallaba en el entorno próximo de nuestro biografiado principal-.

          Síndico personero: D. José Víctor Domínguez Maguier. Reconvertido por el general en uno de sus asesores personales se vio obligado a relegar sus atribuciones públicas en la persona del abogado D. José de Zárate y Penichet. Nuevamente, aunque se constata su proximidad a la figura de Gutiérrez en el ámbito del Estado Mayor, su condición personal y de índole civil no le otorgan cabida en el círculo de decisiones militares objeto de nuestro estudio.

  

EL ESTADO MAYOR A LA LUZ DE LAS FUENTES DOCUMENTALES

          Calibrando lo expuesto hasta el momento podemos resumir que el general Antonio Gutiérrez no contaba con los "pesos pesados" de la plana mayor al estar ausentes tanto Manuel Salcedo, Marcelino Prat, Marcelo Estranio como Vicente Patiño. A su lado figuraba -enfrentado a su política castrense y sus maneras- únicamente Luis Marqueli y puede aseverarse que consigo tenía como apoyo tan solo a Juan Creagh Plowes, ya que, a su alrededor, si bien figuraban oficiales como Carlos Adan, Guillermo José de los Reyes, Pedro Catalán, Gaspar de Fuentes, o Juan Creagh Gabriel, entre otros, debemos considerarles como de segunda o inferior categoría para conformar un Estado Mayor en condiciones de asesorar al general.

          Ante esa tesitura expuesta cobran un sentido distinto y más entendible los ecos que nos han llegado a través de los diferentes apuntes contemporáneos a los hechos, en los cuales se constata que no existía un sentimiento favorable en la sociedad isleña respecto a la actitud y valores de esta plana mayor. No son pocos los testigos y protagonistas de la Gesta que, de forma fehaciente, dejaron en tinta su parecer al respecto. El comerciante Bernardo Cólogan es fiel reflejo del descontento de la población sobre esa cúpula de poder al mencionar respecto al general que debiera haberse buscado oficiales de valía a su alrededor "en vez de valerse de ayudantes de poca experiencia" (51). Y más lejos llega el paisano Patricio Fierro quien, desde Cádiz, escribe al capitán de artilleros Patricio Madan uno de los pasajes referentes más interesantes y sustanciosos en lo referente a esta cuestión (52). En dicha misiva afirmaba, siguiendo los rumores y comentarios que habían llegado a tierras peninsulares, que "lo más malo es que la plana mayor se acollonase y persuadiesen al comandante firmase unas capitulaciones que aquí se miran por indecorosas [...]", y mientras se elogia la actitud valiente y osada de Gutiérrez en aquella precitada salida al muelle, se añade nuevamente "que lo malo lo hicieron la plana mayor y el comandante de artilleros e ingenieros". En este sentido parecen apuntar igualmente tanto Guinther -al dejar entrever que solo a últimas horas de la madrugada, cuando el periodo del rechazo del refuerzo, "entonces fue cuando algunos oficiales de plana mayor salieron del castillo" (53) - o las palabras del alcalde Domingo Vicente Marrero cuando cita que "estaban sus corazones demasiado ocupados del temor" al referirse a la oficialidad que acompañaba al general y que no estaba dispuesta a salir del castillo a llevar una orden al Batallón (54). No deja de ser paradigmático, como reflejo de esa tensa atmósfera de aquel diezmado Estado Mayor y de la "soledad" de Gutiérrez en el mando, lo que relata el propio Marrero cuando se conoce desde el castillo de San Cristóbal que se acerca el Batallón de Infantería de Canarias, auténtico baluarte y núcleo de la resistencia insular frente a la invasión británica, "lo que oído por SE y demás oficiales exclamaron en mil parabienes, gritan el mismo S.E. por Bataller, Bataller, pues consideraban a todos muertos" (55).

          No cabe duda de que precisamente es el alcalde de la población, Marrero, el mejor testigo presencial, a nuestro entender, sobre esos cruciales instantes de indecisión y vacío. Al relatar la primera intimación británica, que llegaba a oídos del general a través de los diputados emisarios Antonio Power Strickland y Luis Fonspertuis, nos indica: "Nuestro digno jefe, con expresiones tales, se le atenúa su valeroso espíritu, titubea y se entrega a la melancolía, quiere responder y no sabe qué, sus laterales se le retiran, cubren sus semblantes con la palidez del temor, sostienen sus cabezas con la mano a la mejilla, ya se consideraban súbditos del inglés, ya aquella energía de un Creagh, la viveza de un Eduardo, la sabiduría de un Marqueli, el valor de un Monteverde y la sagacidad de todos sus ayudantes se desvanece en aquel terrible instante lo mismo que un globo de humo en la región del aire" (56).

          Dentro de esa línea argumental, sopesando los oficiales adeptos al general, puede comprobarse que dicho escenario es creíble y -atendiendo a lo que hemos ido conociendo sobre cada uno de ellos- incluso constatable, ya que en su mayoría estaban bien ausentes del puesto de mando o no contaban con la categoría o personalidad suficientes para hacerse escuchar en el seno de una plana mayor. La "soledad" del general en esos instantes cruciales de la defensa fue manifiesta y la única diferencia estriba, a nuestro entender, en cómo enfocar esos lógicos momentos de indecisión, si "castigando" la figura de Gutiérrez con alusiones denigrantes a su capacidad de mando -postura que ha sido leit motiv de muchos estudiosos hasta la fecha y que ha sido desmontada una y otra vez por las investigaciones documentales- o reconociendo las particularidades de ese grupo de hombres y sus circunstancias, en una atmósfera de impresionante amenaza y tensión, con todo un cúmulo de ausencias, enfrentamientos, celos y miedos que vertieron su reflejo en versiones al gusto de todos y cada uno de los narradores. Al lector interesado dejamos las referencias y datos escuetos para que baraje y sopese cuál de las dos es la mejor de las soluciones posibles a este enigma histórico.

  

CONCLUSIÓN

          En los párrafos iniciales anunciábamos que tocar ese ámbito de los pensamientos y los rasgos subjetivos nos hace ingresar en sendas de interpretación variables, intentando definir pautas que debemos leer entre líneas, entendiendo silencios y comprendiendo posturas de siglos pasados. Nuestro papel ha sido plantear una realidad palpable en los testimonios y fuentes documentales, una realidad que ojalá sirva para comprender mejor esos tensos instantes de la madrugada del 25 de julio de 1797 en donde, por momentos, al investigar con tesón y con celo los viejos papeles, parece que obviamos u olvidamos que, tras esos hechos y testimonios, se esconden personas, seres humanos con sus defectos y sus logros, donde el eco de sus espíritus deambula inerme a la espera de que lo atrapemos y lo involucremos en el entendimiento de la que, sin duda, ha sido una de las páginas más célebres de la historia canaria.

 

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NOTAS

1 - Algunos estudiosos subrayan maliciosamente la forma "casi desesperada" de incluir esa promoción o preocupación por sus sobrinos en documentos oficiales (como fue el caso de uno de los primeros partes de guerra resultantes de la Gesta), si bien, analizando en profundidad esa cuestión, lo único que subyace y se demuestra en ello es un sincero y acaso desmedido apego por su familia, circunstancia fácilmente comprensible en las coordenadas de aquella época e incluso, si cabe, de esta. [Ontoria Oquillas, P. / Cola Benítez, L. / García Pulido, D.: Fuentes documentales del 25 de julio de 1797. Santa Cruz de Tenerife; Ayuntamiento. 1997. pág. 50.

2 - Fuentes documentales... pp. 23 y 27.

3 - En concreto conocemos documentación en este sentido recriminatorio con los coroneles de los regimientos de milicias de Garachico -D. Pedro de Ponte Peraza de Ayala y Mesa- [Ontoria Oquillas, P. / Cola Benítez, L. / García Pulido, D. Addenda a las fuentes documentales del 25 de julio de 1797. Santa Cruz de Tenerife; Ayuntamiento. pp. 17-18] y La Orotava -D. Antonio Francisco de Franchi y Ponte- [Addenda a las fuentes... pp. 52-53].

4 - Fuentes documentales... pág. 88 nota 7.

5 - Fuentes documentales... pág. 225.

6 - Fuentes documentales... pág. 289.

7 - Fuentes documentales... pág. 40.

8 - Addenda a las fuentes... pp. 33-35 y Fuentes documentales... pág. 76. Ya el teniente Mateo Calzadilla, en su narración, apuntaba que Gutiérrez "accedió a ello, que únicamente por un efecto de humanidad se los daba, porque estaba seguro tenía tropa para consumirlos", a lo que Bernardo Cólogan añadiría: "El general hubiera podido haber exigido mucho, pero la moderación y la humanidad fueron el cimiento de este tratado y solo por este motivo merece ser alabado". [Fuentes documentales... pág. 83]. Lamentablemente este proceso ha sido visto desde entonces como debilidad y falta de ambición [Fuentes documentales... pág. 76].

9 - Fuentes documentales... pág. 48.

10 - Fuentes documentales... pp. 51-53.

11 - Álvarez Rixo, José Agustín: Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava [1701-1877]. [Edición, introducción y notas por María Teresa Noreña Salto]. Puerto de la Cruz; Ayuntamiento. pág. 150.

12 - Addenda a las fuentes... pág. 47. En la relación anónima -que puede considerarse borrador de la narración de Francisco Tolosa- se precisa que eran D. Manuel Nadela y D. Agustín Marqueli.

13 - Fuentes documentales... pág. 224. Monteverde precisa a Marcelo Estranio, Luis Marqueli, Vicente Patiño; el teniente coronel Juan Creagh; el capitán Juan Creagh; Guillermo de los Reyes; José Víctor Domínguez, Vicente Siera, José Calzadilla, Juan Fernández Uriarte y Gaspar de Fuentes" [Fuentes documentales... pág. 186 nota 13].

14 - Llama la atención en este sentido que el alcalde Domingo Vicente Marrero certifique que este oficial estaba en la vivienda personal de Gutiérrez en la noche antes del asalto a "La Mutine" [Fuentes documentales... pág. 130].

15 - Fuentes documentales... pág. 185.

16 - Fuentes documentales... pág. 105.

17 - Fuentes documentales... pp. 108-109.

18 - Fuentes documentales... pág. 109.

19 - Fuentes documentales... pág. 203.

20 - Lanuza Cano, Francisco: Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife. Madrid: Servicio Geográfico del Ejército. pp. 737-740 docs. CCXIV y CCXV.

21 - El hecho de haber sido designado por el general para efectuar la sumaria ante la débil defensa frente al robo de "La Mutine" indica que era un oficial eficiente y práctico dentro del engranaje de mando [Fuentes documentales... pág. 135].

22 - Fuentes documentales... pág. 107.

23 - Fuentes documentales... pág. 105. Sus palabras son "el castillo principal, en cuya fortaleza estaba ya la plana mayor, a excepción del teniente de rey y del sargento mayor de plaza".

24 - Francisco José Román lo incluye entre los que se deben "justos elogios" [Fuentes documentales... pág. 203] y, de hecho, figura en el bello poema de Antonio Miguel de los Santos como ejemplo de comportamiento heroico.

25 - Fuentes documentales... pág. 134.

26 - Fuentes documentales... pp. 225-226. En una misiva de Estranio al Cabildo reafirma lo expresado por Tolosa [Fuentes documentales... pp. 233-234]. A este respecto, debemos confirmar que, en el instante del segundo refuerzo, estuvo en la batería del muelle y no en la plana mayor, alentando a Francisco Grandy -como este refleja puntualmente en su memorial- [Fuentes documentales... pp. 97-98]. Asimismo, Guinther reconoce que en el transcurso de la madrugada se salió para ver el estado de su casa [Fuentes documentales... pág. 110].

27 - Lanuza Cano: op. cit. pp. 363-365, doc. L; pág. 369 doc. LII.

28 - Archivo Histórico Nacional [Madrid]; sección Varios; legajo 569. Agradecemos desde estas líneas la noticia de esta documentación a nuestro amigo D. Pedro Ontoria Oquillas, quien no cesa de profundizar con acierto y seriedad investigadora en los archivos nacionales y extranjeros buscando siempre retazos desconocidos de nuestro pasado.

29 - El alcalde Domingo Vicente Marrero relata su apresamiento en las calles y el robo de su sable y reloj. [Fuentes documentales... pág. 154]. Por demás, el trato que se aprecia en la correspondencia entre Gutiérrez y él es sobrio, como cuando S.E. le pide refrendar el bando de agosto [Lanuza Cano: op. cit. pp. 747-750, docs. CCXVII y CCXVIII].

30 - Guimerá López, Coriolano: "Un alférez de fragata tinerfeño, el único defensor del puerto y plaza que habló con Horacio Nelson". El Día, Santa Cruz de Tenerife, 22 de julio de 1997.

31 - Fuentes documentales... pág. 105.

32 - Fuentes documentales... pág. 128.

33 - Fuentes documentales... pág. 187.

34 - Addenda a las fuentes... pp. 61-63. Figuran partes correctos y exactos de su misión económica entre los meses de julio a agosto [Lanuza Cano: op. cit. pp. 673 y 677, docs. CXCIII y CXCV].

35 - Fuentes documentales... pág. 185.

36 - Fuentes documentales... pág. 105.

37 - Fuentes documentales... pág. 130.

38 - Lanuza Cano: op. cit. pág. 214.

39 - Fuentes documentales... pág. 103. Prueba de ese papel relevante es que Guinther nos apunte que fue Creagh quien dio la noticia al pueblo de "que los ingleses se habían rendido", lo que motivó una algarabía de alegría en las calles [Fuentes documentales... pág. 114].

40 - Fuentes documentales... pág. 153.

41 - Fuentes documentales... pág. 185. Aparece citado en el reiterado ingreso de Gutiérrez en el castillo de San Cristóbal tras su paseo inicial del muelle.

42 - Fuentes documentales... pág. 108.

43 - Fuentes documentales... pág. 153.

44 - Fuentes documentales... pág. 134.

45 - Fuentes documentales... pág. 181.

46 - Fuentes documentales... pág. 184.

47 - Addenda a las fuentes... pp. 24-26.

48 - Lanuza Cano: op. cit. pág. 379 doc. LVII.

49 - Fuentes documentales... pág. 140.

50 - Fuentes documentales... pág. 153.

51 - Fuentes documentales... pág. 89 nota 9. En esta nota Cólogan es muy duro con el general, a quien achaca esa capitulación, capitulación que tilda de "indecorosa", "mancha que desluce nuestra victoria" y "que no nos hace honor".

52 - Lanuza Cano: op. cit. pp. 735-736, doc. CCXIII.

53 - Fuentes documentales... pág. 113.

54 - Fuentes documentales... pág. 152.

55 - Fuentes documentales... pp. 153-154.

56 - Fuentes documentales... pp. 154-155. Según testimonio del comerciante Pedro Francisco Forstall, "hubo un mal momento a la primera intimación, y aún a la segunda" [..] "y solo debimos nuestra conservación a dos oficiales de entereza, que son Marqueli y Siera" [Addenda a las fuentes... pp. 40]. En este punto no debemos olvidar que Forstall tiene una gran amistad con Marqueli, a quien no deja de alabar a lo largo de su misiva.