Improvisar en Santa Cruz un bolero (Cosas que pasan -10)

Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en La Opinión el 4 de diciembre de 2011).

          Era la tarde de un sábado de hace algunas semanas, pero no era una tarde cualquiera en Santa Cruz. En la calle de Viera y Clavijo, como en Hollywood los días señalados, el suelo se había cubierto de una larga alfombra roja. Haciendo frente común, dos jóvenes empresarias, Norma González y Rita Martín,  habían organizado, para esa y otras tardes, un desfile de modelos, con el objetivo de promocionar esa zona comercial. La moda que mostraban los escaparates de las tiendas del entorno lucía en la pasarela improvisada, como en Cibeles, como en París, como en Milán o Nueva York. Con gracia, elegancia, simpatía y muchísima ilusión, las modelos de la agencia It´s, que dirige Rita Martín, y las de Mujeres con curvas, mujeres que enamoran, proyecto (ya realidad) creado y liderado por Norma González, lucían prendas de la moda más reciente. Al ritmo de la música que envolvía la atmósfera, las modelos desfilaron una vez tras otra, centradas en su vocación, ajenas al mucho o poco público que en cada momento observaba curioso el inusual espectáculo.

          Al balcón de una pensión se asomaban los huéspedes, como al escenario de un teatro desde el palco más demandado por las ilustres personalidades. Más arriba, un grupo de turistas, con sandalias y calcetines de punto, esbozando una sonrisa, señalaban a las chicas que bailaban sus caderas ante los fotógrafos que inmortalizaban el momento: la parada de rigor al término de la alfombra, el giro elegante, la pose femenina: la interpretación de la actriz sobre la incómoda pasarela de irregulares baldosas de piedra, enemiga de tacones, malhechora de los frágiles tobillos de mujer.

          Avanzaba la tarde y las farolas de luz amarilla ya iluminaban la calle, y  los transeúntes aumentaban el corro de espectadores. Algunas niñas, entre pase y pase de las modelos, cruzaban la alfombra, imitando a las mayores, con exagerados y graciosos movimientos infantiles. Más abajo, la familia de chinos que adquirieron recientemente un bar de esa calle, asomados desde el umbral del local, aguzaban la vista contemplando desde lejos el espectáculo multicolor. Y la música seguía sonando.

          Al término de cada pase, resonaban los aplausos del auditorio callejero, y el ¡ole! y el ¡olé! de la madre y de la abuela y del novio y del amigo de las protagonistas de la tarde; de cada una de las sonrisas, de cada uno de los gestos elegantes de las jovencitas de la agencia It´s, y  de las Mujeres con curvas, que enamoran más y más.  Por Viera y Clavijo desfilaron, posaron ante los flashes, sonrieron a los aplausos, ajenas a los cánones de las pasarelas que ignoran y apartan a  bellísimas y elegantísimas modelos porque no llegan al estúpido 1’75; o porque su talla sobrepasa la establecida por quién sabe qué despropósitos; o canalla y simplemente porque el cumplir años las condena al ostracismo. Por eso, esa tarde en Santa Cruz, por aquella alfombrada pasarela de piedra, no sólo desfilaron modelos luciendo vestidos y complementos, desfilaron mujeres proclamando su derecho a disfrutar, algunas de su ilusionada vocación, y otras de un baño de autoestima. Y juntas recorrieron la alfombra roja: Esther Mendoza, Soraya Martín, Estefanía Martín, Ofelia Alexander, Yari Pe, Irene Díaz, Yaiza Cazanova, Dámaris Hernández, Laura Hernández, Marta de la Rosa, Marta Hernández, Ariadna Pedraza, Andrea López, Yaiza Facto, Génesis y Gílary Barrios, Carlota González, Anaïs Acosta, Vanesa González, Desireé González, Rocio Celste, Irene Díaz, María Yajaira Pérez, y  no quiero olvidarme de los niños Álvaro Martín y Razvan George.

          Ya concluido el desfile programado para ese tramo de calle, había que trasladar,  cien metros más abajo, donde tendría lugar el último pase, toda la parafernalia de focos y aparatos de música, para instalarlos en su nueva ubicación. Luis, amigo incondicional de sus amigos, tan bueno como grande, y Ventura, esposo de Rita, acarreando con los bártulos, para abajo y para arriba, ejecutaban, disciplinados, el trabajo encomendado. Las chicas se dirigían hacia el nuevo cuartel de operaciones, que no era otro que la boutique de la que vestirían ropa y lucirían complementos. Entre tanto, Norma mostraba su alegría al haber conseguido que el cantante Vicente Rey cerrara la tarde con su actuación desinteresada, presentando su último trabajo: “Con A de alma”, circunstancia que comentaba con Maribel, su madre, con Rita y con los amigos que acompañábamos como espectadores esa tarde. En eso se acercó Esther, apenas estrenando su merecidísima corona de Miss Tenerife 2011, risueña como siempre, alegre como unas castañuelas, a la espera del último pase, dispuesta a unirse a la alegre tertulia que en el centro de la vía urbana se estaba improvisando. Y fue en ese instante, cuando nos llegó de algún local cercano, como una brisa bondadosa, las inigualables voces de Los Panchos: “Sí tú me dices ven, lo dejo todo…”. Entonces Maribel se detuvo y volvió la vista hacia donde procedía el bolero, Rita hizo lo mismo, y ambas comenzaron a susurrar su letra, y ese susurro a dúo fue elevando el tono, y todos nos detuvimos también, hipnotizados por la música inmortal de aquel bolero, por las voces de Maribel y Rita que ya sobresalían, sorprendentemente espléndidas, sobre la de los mismísimos Panchos. Ambas cantaban cogidas de las manos, frente a frente, mirándose a los ojos o cerrándolos según la entonación que cada estrofa requería; sonriéndole, sin duda, a gratísimos recuerdos:

 
                    “Si tú me dices ven,  //  lo dejo todo.  //  Si tú me dices ven,  //  será todo para ti.

                     Mis momentos más ocultos  //  también te los daré.  //  Mis secretos, que son pocos,  //  serán tuyos también.

                     (…)

                     Pero si tú me dices ven,  //  lo dejo todo…”.

          Dejaron de sonar la música y las voces de los Panchos, a la vez que callaban las voces de Maribel y Rita, que se abrazaban riendo, emocionadas, sorprendidas de su propio impulso, de lo que les pidió de pronto el cuerpo y el alma; y a la vez que estallábamos todos en aplausos, los amigos que allí estábamos y las dependientas y clientas de las tiendas, que se habían asomado a escuchar la improvisada interpretación. Todos aplaudimos y festejamos ese mágico momento en el que en plena calle de Santa Cruz, a la luz de las farolas amarillas, en el anochecer de un sábado diferente, dos amigas improvisaron un bolero. 

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