Jesús Villanueva y su "Fuego de Bronce"

A cargo de Luis Cola Benítez (En el “Ámbito Cultural” de El Corte Inglés, Santa Cruz de Tenerife, el 11 de mayo de 2011).

          No hace demasiado tiempo que conozco a Jesús Villanueva, cuya personalidad desde el primer momento me llamó la atención por la franqueza de su expresión y la viveza de su mirada. Pero nada más. Pensé que su interés por los temas históricos era sólo una afición, cuya razón podría ser, simplemente, “pasar el rato”. Por ello fue para mí una enorme sorpresa al saber que había escrito un libro, una narración histórica, una novela minuciosamente documentada, sobre la Gesta del 25 de julio de 1797. En ella se mezclan con total naturalidad los personajes de ficción con los históricos y llega un momento en que no se sabe -y esta es una de las grandes virtudes de su obra- a cuáles les corresponde mayor protagonismo en los trágicos, a la vez que gloriosos, hechos acaecidos aquel tórrido verano santacrucero.

          Jesús Villanueva es el mayor de seis hermanos y no nació en Santa Cruz, pero aquí vive desde que tenía muy pocos años. Por tanto puede decirse que la mayor parte de los recuerdos de su infancia y, a partir de ella, de toda su trayectoria vital, está vinculada a esta tierra. Su vida profesional se vincula al mundo de la empresa y sus actividades se han centrado en la dirección comercial y la publicidad, campos que, en general, parecen poco afines a la creación literaria. Sin embargo, su vena poética le llevó hace algún tiempo a publicar un poemario con el título Bajo la nube gris, y ahora nos presenta su segunda obra, que sin ser un poemario también tiene algo de poesía, pero que sobre todo es la crónica de una realidad vívida. Una obra sorprendente, por su fondo y por su forma.

          Muchos  tinerfeños han sentido desde siempre curiosidad por un tema que, siendo trascendental en nuestra historia, hasta no hace muchos años parecía quedar en un segundo plano en la memoria colectiva. Sí, sabíamos que aquí fue derrotado Nelson -la única derrota del entonces coloso de los mares según la historiografía británica-, pero poco más se conocía de las circunstancias que dieron lugar a tales hechos e, incluso, no eran muchos los que conocían el nombre de su vencedor, el que era máxima autoridad de todas las Islas y ostentaba, por tanto, la más alta representación jerárquica de sus habitantes. El carisma, la aureola heroica que orlaba al marino británico, oscurecía a cuantos a su alrededor, o en conexión con su trayectoria, les tocó vivir en la misma época. Así fue durante muchos años.

          Pero otros tinerfeños, los menos, han sentido auténtica fascinación por aquella página de nuestra historia, la más importante de Canarias en los últimos quinientos años, y poco a poco, no sin esfuerzo, han .logrado ir despertando la conciencia de la sociedad y desvelando la realidad de unos hechos, que en gran parte dormían ocultos o eran totalmente desconocidos. Y permítanme añadir que en ello le toca alguna parte a la Tertulia Amigos del 25 de Julio.

          Pues bien, uno de estos fascinados por aquellas páginas de la historia es Jesús Villanueva, que en un alarde y demostración de auténtico sentimiento de canariedad, no sólo de chicharrerismo, que también, ha logrado una obra fundamental para conocer, llana y atractivamente, lo ocurrido en aquellas fechas, sin limitarse a la actuación de los jefes y grandes personajes, sino teniendo muy en cuenta los sentimientos y reacciones de las gentes del pueblo que, sin comerlo ni beberlo, se vieron involucrados en tan trascendentales hechos.

          Y, he dicho canariedad, porque es evidente, y así está demostrado, que el triunfo de Tenerife sobre las tropas de Nelson evitó la conquista de todo el Archipiélago. Y, he añadido chicharrerismo, porque Jesús no ha sido capaz, o no ha querido, ocultar su condición de chicharrero, al sentirse totalmente integrado e identificado con todo lo que el término entraña.

          Por cierto, que el apelativo “chicharrero”, que posiblemente comenzó poseyendo connotaciones peyorativas, terminando con el tiempo en convertirse en timbre de orgullo para los que lo ostentamos, ya existía en tiempos de la Gesta. Casi cincuenta años antes de los acontecimientos que tan magistralmente nos narra Jesús en su obra, cuando se terminó la casa de Carta en la conocida entonces como plaza de la Pila, llamó poderosamente la atención de los ciudadanos el torreón que lo coronaba. Hoy, dicho torreón casi pasa desapercibido entre las moles edificadas en su entorno, pero conviene recordar que los Carta eran una familia de navieros y comerciantes, y que el disponer de una atalaya sobre el puerto les permitía ver con suficiente antelación la llegada de navíos mercantes, lo que era parte de su negocio. Pues bien, la novedad causó tal impacto, que fue el origen de una copla anónima, que seguramente los chicos cantarían en corro en la inmediata plaza, y que es el primer documento conocido que contiene la citada expresión. Decía la copla, en un pareado:

                    "La torre de Carta es un confite // acudid “chicharreros”, que se derrite".

          La plaza, cuyo pavimento era todavía de tierra, era el centro de reunión de múltiples y variados personajes, más aún cuando en su centro se alzaba la Pila o fuente pública, que aglutinaba a su alrededor a aguadoras, arrieros y chiquillería, que con su algarabía, no exenta en ocasiones de tiranteces cuando alguien intentaba saltarse el turno que le correspondía para abastecerse del preciado líquido, alegraba la vida cotidiana del Lugar y Puerto. Santa Cruz ya casi igualaba en habitantes a la capital, La Laguna, y según los viajeros de entonces, era un pueblo de bastante buen aspecto, con sus casas blancas, que en su mayoría no tenían vidrios en las ventanas sino celosías, lo que tenía la ventaja de ver desde dentro sin ser vistos. Las calles principales, decían los visitantes que eran rectas y bien trazadas, aunque estaban mal empedradas y eran incómodas para el tránsito de personas, carros y corsas.

          No existía entonces lo que hoy llamamos “clase media” y, en general, los habitantes se dividían en personajes hacendados e influyentes, comerciantes acomodados y funcionarios, a los que sin transición alguna seguía el pueblo llanos, jornaleros, marineros, pescadores, agricultores y pequeños artesanos, en su mayor parte analfabetos sin instrucción. Jesús Villanueva nos pinta con rigor histórico esta sociedad, en la que los apellidos extranjeros se mezclaban sin distinción con los peninsulares o portugueses, protagonistas de la historia que nos narra, que se veían inmersos en una situación para ellos desconocida e inesperada, que afectaba a su vida particular y familiar.

          Como en cualquier otro lugar, entre estos personajes los hay de todas las cataduras posibles, decididos y timoratos, cobardes y valientes, buenos y malos, todos ellos con personalidad bien estudiada y definida por el autor. Pero en el contexto global de la obra, se observa que a Jesús lo que más le cuesta es acercarse a los “malos”, que no llegan a desprenderse de un cierto rol de actores teatrales, como si estuvieran ofreciéndonos un papel predeterminado. Por el contrario, la definición de la personalidad de los “buenos” resulta más natural y espontánea, pues le sale de dentro, sin esfuerzo alguno, de su propia bonhomía.

          Se nota enseguida que Jesús es un buen conocedor de la topografía y callejero de esta ciudad, pero también lo es del Lugar y Puerto de 1797. En todo momento sitúa perfectamente la acción de su novela en las calles, vericuetos, callejones y plazas de aquél Santa Cruz, que luchaba desde años antes por ocupar un lugar preferente entre las poblaciones de las Islas, lugar al que se había hecho acreedor por su pujanza y talante, para lo que representó un paso decisivo su heroica victoria sobre el invasor. Como consecuencia de ella, lo que para otras poblaciones ha supuesto tal vez una trayectoria de siglos, lo logró Santa Cruz en apenas unos pocos años: De Lugar y Puerto pasó, casi en un santiamén, a capital de toda Canarias.  Y este conocimiento de la población, de sus calles y rincones, lo muestra también con la que entonces era capital, La Laguna, que describe, como sin querer, de mano del acontecer en que se desenvuelven sus personajes. Pero, al mismo tiempo, sabe destacar el paisaje circundante cuando cita lo que hoy conocemos como Vega lagunera o el macizo de Anaga. Mención especial merece su exacta descripción del amanecer desde el cráter del Teide, lo que nos demuestra que lo ha vivido con toda la emoción que tal acontecimiento cotidiano transmite a los que tienen la suerte de presenciarlo desde la más absoluta altura. La gama de colores y tonalidades que se dan sobre el cielo y el mar circundante y que tiene lugar a la salida del Sol sobre el horizonte, es algo muy difícil de describir.

          Pero, cuidado. Llevados por su título y temática, no crean que esta obra de Jesús Villanueva es una novela más de guerra, al estilo de serial americano, a los que tanto nos tienen acostumbrados. No se trata de esto. El fondo de la trama de El Fuego de Bronce, se basa en los dos mayores impulsos, en las dos mayores pasiones, que en todos los tiempos, a través de la historia, de todas las historias, han movido al Mundo: el Amor y la Guerra. En este libro, al tiempo de quedar plasmada toda la fuerza con que el amor puede anegar y ennoblecer al hombre, se rinde tributo a todos los que, encontrándose en una situación límite, no buscada ni deseada, supieron sacar fuerzas de flaqueza para hacer frente a lo que parecía un predeterminado destino. Y cuando lo consiguieron, es cierto que algunos lo lograron con honra y otros no, pero esa es la amalgama en la que todos nos encontramos inmersos en la vida diaria, sin que muchas veces se nos brinde la posibilidad de escoger el camino a seguir, que sólo puede discernirse con un tremendo esfuerzo de voluntad.

          Y hablando de esfuerzos, hay que reconocer lo difícil que ha tenido que ser para el autor dar forma a las historias personales de cuantos viven los hechos que se narran en el libro. No es tarea sencilla llegar a la fluidez y facilidad de lectura que él ha logrado. Esta gran novela de Jesús Villanueva, debería de pasar a formar parte de todos los hogares canarios, y yo le auguro al autor el mayor de los éxitos. Por favor, léanla y disfrútenla. Vale la pena.

          Y a Jesús, que me honra con su amistad, seguro de recoger el sentir de todos sus lectores, le digo: gracias por tu espléndido regalo.

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