¿Desde cuando existe Santa Cruz?
¿Le buscamos los tres piés al gato?
Por Luis Cola Benítez (Publicado en El Día el 19 de marzo de 1994)
Es curioso, pero lo que ocurre con este pueblo no ocurre con ningún otro. Santa Cruz parece haber nacido marcada por un extraño sino que hace que, sin proponérselo, provoque en otros insólitas reacciones, merecedoras en ocasiones de ser estudiadas y analizadas por entendidos en psicología y/o psiquiatría social, que pienso yo que los habrá. A través de toda su historia, basta que Santa Cruz, por cualquier causa, haya dicho simplemente «estoy aquí», para que las más variopintas reacciones no se hayan hecho esperar.
Nunca pidió en menoscabo de otros una Audiencia, ni un Seminario, ni una Universidad, ni un Obispado, ni una Catedral, ni un Hospi¬tal..., ni tan siquiera un Puerto, ni una Capitanía General. Los primeros pasos para la construcción del Puerto fueron dados por el Cabildo... de La Laguna, que lo precisaba para su propia supervivencia; en cuanto a la Capitanía General, su establecimiento respondió a la soberana decisión de un personaje que desempeñaba el mando supremo, y que estimó para su mejor conveniencia situarse junto al foco de mayor tráfico mercantil, y él sabría la razón. Ni siquiera la Capitalidad oficial de Canarias, única población que la ha ostentado y casi por un siglo, respondió a una petición de Santa Cruz. Fue cuando en las Cortes de Cádiz de 1812 Las Palmas y La Laguna se disputaban ardorosamente ser la sede de la junta electoral -lo que ya implicaba un carácter de centro superior para dicha sede-, cuando Santa Cruz resultó designada como centro regional político-administrativo, ente que hasta entonces no existía en las Islas. Ello no quiere decir, ¡estaría bueno!, que luego, en el transcurso del tiempo, no ejerciera el legítimo derecho a defender o mejorar lo que ya tenía, llámese Puerto, Capitalidad, Capitanía General o cualquier otra cosa.
Puede decirse que sólo hay una excepción: los títulos de Villa y Ciudad. El primero lo solicitó Santa Cruz a raíz de la victoria sobre Nelson, pero lo curioso del caso es que ya había sido Villa reconocida por todos, incluso en primer lugar por La Laguna. Se menciona a la «Villa de Santa Cruz» en actas del Cabildo lagunero al menos desde 1500, cuando el Puerto estaba recién nacido, y así se sigue denominando durante muchos años. Viera y Clavijo dice que se llama «Villa» desde su fundación, y Cioranescu añade que «los vecinos no supieron aprovecharse del título que se les había ofre¬cido espontáneamente, sin duda porque no veían su interés». Aquí señala Cioranescu, posiblemente sin advertirlo, lo que puede constituir el mayor defecto -¿o la mejor virtud?- del pueblo santacrucero: no darle importancia a lo que tiene, a lo que es, a lo que representa, idiosincrasia que, sin duda, merece más detenido análisis.
No obstante, algo debió intuir el alcalde ordinario del barrio portuario lagunero, Juan de Arauz Lordelo, cuando en 1753, mucho antes de lo de Nelson, solicitó certificación al escribano José Vianés de Salas de diez instrumentos públicos de los años 1525, 1538, 1571 y 1576, en todos los cuales consta que el Puerto de Santa Cruz se titulaba siempre «Villa de Santa Cruz» (Archivo Ayuntamiento, 1-14).
Entonces..., ¿qué hacemos? ¿Qué actitud adoptamos? Se fundó o no se fundó en 1494 el Puerto, el lugar, la Villa, o como quiera llamársele, de Santa Cruz de Añazo o de Tenerife? Ya vimos que Viera y Clavijo la reconoce como Villa desde «su fundación», y que, por otra parte, hay documentos laguneros que así la mencionan desde 1500. Acaso, como dicen otros, ¿no existía ya anteriormente un asentamiento humano en aquel lugar de Añazo? ¿Qué haríamos en casos similares?
Veamos. ¿Se fundó Bue¬nos Aires en 1535 por Pedro de Mendoza o lo fue en 1550 por Juan de Garay? ¿Por quién y cuándo se fundó Roma? ¿Fueron los latinos, los sabinos, los etruscos...? ¿Se fundó Nueva York por los europeos, o ya la habían fundado los indios «manhatanis» del Delaware, que allí vivían? Son innumerables, a la par que sugerentes, las posibilidades de seguir por este camino, lo que nos permitiría, además de hacer el ridículo como los que han tratado de salir al paso y devaluar la conmemoración que nos ocupa, tener muchas posibilidades de encontrarle, por fin, los tres pies al gato.