El cuartel de San Miguel y otros edificios de uso militar en la plaza de Weyler
Por Luis Cola Benítez (Publicado en El Día el año 2000. Premio de Periodismo de Investigación Histórica Antonio Rumeu de Armas del mismo año)
La plaza de Weyler de Santa Cruz de Tenerife, llamada así en recuerdo del teniente general D. Valeriano Weyler y Nicolau, fue también conocida durante algún tiempo como campo o plaza Militar. En sus alrededores se encontraba, aún antes de que existiera como tal plaza y desde mediados del siglo XVIII, el cuartel de Infantería denominado de San Miguel; en sus cercanías comenzó a funcionar desde 1778 el hospital Militar; luego, frente al mismo, al otro lado del camino de La Laguna -actual Rambla de Pulido-, se instaló hacia el año 1860 la Maestranza de Artillería; por último, en 1879, sobre el solar resultante del derribo del hospital se edificó el palacio de la Capitanía General que hoy conocemos. Quedan fuera de esta relación al Gobierno Militar y otras dependencias del ramo, que pertenecen ya al presente siglo. Veamos las circunstancias que dieron lugar a estas instalaciones, así como algunos aspectos de la influencia que su existencia produjo en la vida y desarrollo ciudadano.
Durante mucho tiempo Santa Cruz no fue más que un pequeño lugar nacido al amparo de su puerto, cuyos habitantes vivían principalmente de la actividad que este generaba, de la pesca o la agricultura, y de un incipiente comercio, y no contaba con locales para el acuartelamiento de las tropas; las guarniciones de sus castillos y defensas se cubrían con soldados que vivían en el pueblo o que bajaban de la capital, La Laguna, a cumplir el servicio. Fue en el siglo XVIII cuando ya se dispuso en la villa de lugares expresamente destinados para alojar a los hombres de armas. El primero de ellos fue el cuartel de Caballería, construido hacia 1725 por el marqués de Valhermoso (1) junto a la Caleta de Blas Díaz, en la orilla frontera al castillo de San Cristóbal (2) -que según Rumeu apenas pasaría de ser algo más que una cuadra-, en cuyo solar se construiría más tarde la casa de la Real Aduana. El segundo cuartel, o el primero para alojamiento de tropas, fue el destinado a la Infantería, y es al que vamos a dedicar una especial atención, tratando de aclarar dudas que se han suscitado sobre su situación y algunos errores de datación.
En cuanto a su situación, es tan evidente que ocupaba un lugar lindante con la que luego sería plaza de Weyler, que resulta sorprendente que en algún momento se haya situado en el barrio del Cabo. Veamos lo que dice Cioranescu (3) a este respecto, con mención de las notas que cita en su texto:
"En el siglo XVIII... el Cabildo se vio obligado a pagar el alquiler de una casa destinada a cuartel (269). Quizá era la misma casa que llevaba el nombre demasiado pomposo de cuartel de San Miguel, en la que se alojaba la infantería y que estaba situada en el barrio del Cabo (270)."
Y las notas citadas, dicen:
"269.....Casas habilitadas para cuartel del regimiento de Infantería, en 1780, su costo 20.359 reales vellón (PO¬GGI 208).
270. RUMEU DE ARMAS, III, 407."
La primera de estas notas nos remite a Poggi Borsotto, cuyo texto coincide exactamente con lo recogido por Cioranescu. En la segunda, Rumeu se refiere al emplazamiento del cuartel de San Miguel, de acuerdo con un plano datado en 1771, en el que figura ya en el lugar correcto: en un descampado al final de la calle Consolación, hoy de Puerta Canseco. Ninguno de estos dos autores nombra el barrio del Cabo, por lo que pensamos que alguna otra razón pudo tener Cioranescu para hacerlo, tal vez basado en algún dato o noticia que no cita, en cuyo caso se trataría de un tercer cuartel, cuya existencia desconocemos, pero todo hace pensar que nos encontramos ante un error y que cuando se dice barrio del Cabo, debe entenderse barrio de la Consolación.
Por otra parte, Rumeu, al describir los primeros cuarteles de la población (5), señala:
"...el de San Miguel, para alojamiento de la infantería, que data de la misma época, pues ya aparece dibujado en el plano de 1740".
Y en otro lugar (6), dice refiriéndose también al año 1740:
"El edificio más occidental de la ciudad era el cuartel para la tropa "que se ha nombrado San Miguel", cuyo emplazamiento actual sería, pasado el barranquillo del Aceite, al final de la calle Canales (actual de Ángel Guimerá)".
La situación es la correcta en estos planos de Santa Cruz fechados en 1740 y reproducidos en las obras de ambos (4), en los que figura un edificio cuyo emplazamiento corresponde con el del cuartel que nos ocupa. Pero lo sorprendente del caso es, como quedará demostrado en este trabajo, que en dicho año de 1740 no existía tal construcción. ¿Qué explicación puede tener ésto?
* * * *
Hacia el citado año de 1740, en el solar que luego ocuparía el cuartel aledaño a la actual plaza de Weyler sólo podría existir alguna casilla aislada de tipo rural construida a base de paredes de piedra seca o similar, aunque tal vez sea mucho suponer, pues lo más probable es que ni existiera tan elemental construcción. Además, como luego veremos, las tierras allí situadas no parece que fueran aptas para el cultivo.
Para mejor hacernos idea de lo que aquel sector de la población era entonces, consideremos un rectángulo imaginario que abarque la zona, cuyos laterales pudieran ser, por el Norte, las actuales calles de 18 de Julio o Pérez de Rozas y Robayna, por el Sur la de Ramón y Cajal, por el Este, la de Suárez Guerra -antigua de San Roque-, y por el Oeste, sencillamente nada en los eriales y tierras desoladas que se perdían ladera arriba. Solamente los laterales podían entonces identificarse con linderos naturales: hacia el Norte, barranqueras que descendían desde las actuales zonas de Las Colinas y Salamanca, y que venían a confluir en el barranquillo del Aceite -que hoy discurre bajo la calle de Imeldo Serís o del Barranquillo-, y al lado opuesto, hacia el Sur, el barranco de Santos. Por el Naciente, las últimas y desperdigadas casas de la población vendrían a coincidir con el límite del imaginario rectángulo.
Sin embargo, llama la atención el hecho de que, como luego veremos, ya entonces existiera una denominada calle Real, que no sería más que un polvoriento camino difícilmente transitable, continuación de la calle llamada de la Consolación, por ser la que subía desde el convento dominico de ese nombre sobre cuyo solar se edificaría el siglo pasado el teatro municipal. Dicho camino, cuyo trazo ni se adivina en los planos de 1740, como queriendo evidenciar su escasa importancia, vendría a coincidir hoy con el inicio de la Rambla de Pulido, desde la calle de Alfaro hacia arriba. El único objeto del mismo sería dar acceso a las tierras de la zona de Salamanca, y a los "llanos de Sorita y del Pirú". No cabía otro uso, puesto que quedaba interrumpido en el barranco de Santos al no existir entonces el puente de Zurita. La existencia de este camino o calle Real está documentada por la escritura pública que extractamos a continuación.
El 24 de octubre de 1741, las tierras en las que posteriormente se levantaría el edificio destinado más tarde a cuartel de la infantería, fueron adquiridas por un famoso personaje de la época (7). Entre otras cosas, dice así el documento de venta:
"...sepan quantos esta carta de venta Real vieren como yo el Thente de Capn Dn. Barthome Cassalon veco deste Lugar y Puerto de Santa Cruz de la Isla de Thene otorgo que bendo en mi nombre i el de mis Herederos y subsesores...á favor del Capn Dn. Amaro Rodríguez Phele veco de la Ciud de La Laguna...dies Sitios Balutos en un cuerpo que tengo eneste dho Lugar en el Barrio de Consolacion que cada uno se compone de sinquenta pies de frente y siento de fondo y lindan por delante Calle Real por naciente casas de franco Alberto de Mesa y por el poniente y un lado sitios de los herederos de Juan Alvares..."
El comprador, el capitán D. Amaro Rodríguez Felipe, era nada menos que el famoso comerciante y corsario más conocido por "Amaro Pargo", que a lo largo de su novelesca vida (8), orlada en algunos aspectos por la leyenda, logró reunir una considerable fortuna y numerosas propiedades. Posteriormente, según se desprende de su testamento, el mismo personaje adquirió a Francisca de Acosta Salazar otro sitio contiguo a los anteriores, por escritura otorgada en 10 de julio de 1745 ante el mismo escribano que dio fe de la compra anterior (9).
Queda claro, por tanto, que no existía construcción alguna en las tierras adquiridas por Amaro Rodríguez Felipe. Antes bien, se trataba de sitios "balutos", según el léxico de la época y que aún subsiste; es decir, no aptos para cultivo alguno, aún cuando se intentase. Si hubieran sido simplemente abandonados o en barbecho, es casi seguro que su denominación hubiera sido la de "arrifal" o "arrife", que aún se aplica a tierras abandonadas o de secano que, llegado el caso, son susceptibles de cultivo. También es evidente que de existir algún tipo de edificación en aquellos terrenos, hubiera quedado reflejado en los documentos públicos.
Tampoco en el testamento de "Amaro Pargo", que murió sin descendencia, se señala la existencia de edificación alguna en aquel lugar. Fue otorgado en La Laguna el 19 de junio de 1746 (10), y por el mismo funda vínculo en su sobrina Ana Josefa Rodríguez Felipe o Squinante -hija de su hermano José Rodríguez Felipe, y casada con el también su sobrino Amaro González de Mesa, hijo éste de su hermana Francisca Tejera Machado-, en los siguientes términos:
"Item es mi voluntad hacer y fundar al presente este Vínculo y Mayorazgo a favor de mi sobrina Da. Ana Josefa Rodriguez Squinante (...) que hoy es casada con el dicho Don Amaro Glez. de Mesa (...) mi sobrino."
En este vínculo Amaro Rodríguez Felipe dejó estipuladas ciertas disposiciones respecto a las casas comprendidas en sus propiedades de Santa Cruz, que permitían -e incluso recomendaban- subrogarlas por otras propiedades que se agregaran al mayorazgo en el caso de ruina o incendio de alguna de ellas, o bien para sustituir los inmuebles por otro tipo de bienes frutiferos que dieran más utilidad a sus poseedores, quitando al mismo tiempo "el peligro de perderlo en algún incendio como á acontecido repetidas veces en dho. Lugar."
Transcurren unos pocos años -exactamente ocho- cuando en 1754 se abre al tránsito de carruajes el puente construido sobre el barranco de Santos en el lugar conocido como "la pasada del medio llamada de Sorita"(11), con lo que el antiguo camino o calle Real, hasta entonces confluencia y prolongación hacia el extrarradio de las calles de la Consolación, Canales y Barranquillo -actuales de Puerta Canseco, Ángel Guimerá e Imeldo Serís, respectivamente- se convierte en el principal camino hacia la capital de la Isla, La Laguna. Esta circunstancia, y la lógica revalorización de las propiedades colindantes, no pasó desapercibida para Amaro González de Mesa y su esposa, como lo demuestra el hecho de que, al vender en 1756 al conocido comerciante de Santa Cruz Pedro Forstall una casa alta y sobrada en la calle de la Marina, haciendo frente a la batería de La Rosa, la sustituyen por otros bienes que agregan al mayorazgo (12) -de acuerdo con las estipulaciones del fundador del vínculo-, y entre los que se cuentan:
"Una casa que fabricamos en dho. Lugar de Sta. Cruz en el barrio de Consolación a la entrada del Camino de esta Ciudad por el Puente Nuevo, que es la primera a la derecha como va dicho camino."
Y en otro lugar de las escrituras se vuelve a hacer mención de esta casa del matrimonio González de Mesa, en los siguientes términos:
"Una casa terrera que han fabricado en disposición de hacerse dos moradas en dicho Lugar de Sta. Cruz en el barrio de Consolación a la salida del Camino de esta Ciudad y al Puente Nuevo del Barranco de Santos, lindando con tres calles y sitios que allí quedan a los otorgantes."
Amaro González de Mesa y Ana Rodríguez Felipe se casaron en la iglesia de la Concepción de La Laguna en 1745, el 26 de mayo (13), pero al testar su tío el año siguiente aún no existía la casa en cuestión, por lo que, en una primera aproximación, esta tuvo que ser construida en el intervalo de diez años que va desde 1746 a 1756, fecha esta última de las escrituras anteriormente citadas, y muy probablemente entre 1754 y 1756, una vez abierto al tránsito el puente Zurita. Queda así demostrado que en el plano de Santa Cruz de 1740 no podía figurar la casa llamada luego cuartel de San Miguel.
La única explicación posible es que el plano reproducido por Cioranescu y Rumeu se basa en una copia efectuada posteriormente, cuando ya existía el edificio. No sería extraño que, con el afán de actualizar un plano que acaso ya se consideraba anticuado a los pocos años de levantado, el copista incluyera lo que en la realidad ya existía. El error vendría dado por continuar asignándole a la copia la fecha del original. Esta conclusión, en principio alcanzada a través de la documentación histórica y notarial, ha sido posteriormente confirmada por la reproducción que del verdadero original de dicho plano existe en el Museo Militar Regional de Canarias.
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Pero aún podría quedar la duda de si la casa a que nos hemos venido refiriendo es la misma que se dedicó a alojamiento de la tropa, aspecto que trataremos a continuación.
Con fecha 16 de julio de 1769, el general Miguel López Hernández de Heredia informa a sus superiores en la Península de cómo ha tenido que habilitar alojamiento para las tropas de las compañías veteranas de las Islas. En septiembre del mismo año, el contador de la Real Hacienda le contesta y le dice que...
"...ha aprobado el Rey que para aloxamiento de esta Tropa se haia tomado con acuerdo de este contador la casa que en este Puerto posée Dn. Amaro González de Mesa y es la misma que hoy sirve de quartel con la advocación de San Miguel, y que quiere S.M. exponga que coste tendrá la compra de esta casa, y la obra que haya que hacer en ella para quartel de un Batallon... "(14).
Se evidencia por esta correspondencia: primero, que al menos desde 1769 existió en Santa Cruz un cuartel para la infantería, es decir, once años antes de la fecha dada por Poggi Borsotto, que ya vimos que lo sitúa en 1780; segundo, que dicho cuartel ocupaba una casa propiedad de Amaro González de Mesa; tercero, que desde el primer momento las autoridades militares estudiaron la posibilidad de adquirirla en propiedad, lo que nunca llegó a realizarse.
El 10 de mayo de 1771 (15) el ingeniero comandante, capitán Joseph Ruiz Cermeño, informa al general Hernández Heredia...
"... qe. la expresada casa es sumamte. pequeña y qe. aunqe. se le hizo una quadra por cuenta de la Rl. Hacienda están muy estrechas las dos compañías que se alojan en ella, por consigte. es imposible hacer el Quartel para un Batallón que necesita mucho mas lugar, y será preciso comprar el terreno Yermo colateral á ella..."
En 1774 llega a Santa Cruz el comandante general marqués de Tabalosos y, según cuenta Pedro Tarquis (16),
"...al ver el estado en que se encontraban los enfermos de la guarnición militar del Puerto de Santa Cruz, en una mala sala del Presidio, que así se llamaba el cuartel, se propuso como su principal misión construir el Hospital Militar."
Este texto nos aporta otro dato interesante, aunque tampoco concluyente en cuanto a la identificación exacta del cuartel: la denominación que recibía el mismo. La casa que nos ocupa -seguramente con múltiples reformas- llegó hasta principios del siglo actual dedicada a almacén, mesón y casa de postas, y hasta los últimos tiempos de su existencia fue popularmente conocida como "El Presidio".
Dos años después, Amaro González de Mesa y Ana Rodríguez Felipe otorgan testamento (17) e instituyen vínculo a favor de su primogénito Bartolomé Agustín, al mismo tiempo que, una vez más de acuerdo con las disposiciones del fundador del mayorazgo, extraen del mismo la casa del barrio de la Consolación, que sustituyen por otros bienes que agregan al vínculo. Al referirse a esta edificación, dicen:
"...casa que hoy sirve de Cuartel en Santa Cruz, la cual se nos pidió con propuesta de comprarla la Real Hacienda, como en efecto á arrimadose a ella un alpende, para tomarla en propiedad,..."
Por este documento queda plenamente identificado el cuartel con la casa de la familia González de Mesa. Por una parte, su situación exacta, a la salida de la población, en el barrio de la Consolación; por otra, el alpende (o cuadra) a que se refería el ingeniero militar en su informe de 1771. Además, vemos que continuaba el interés en adquirirla en propiedad por parte de la Hacienda real, actitud que persistiría durante toda la vida del cuartel pero que, como ya se dijo, nunca llegó a cristalizar.
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Por seguir en lo posible un orden cronológico en lo referente a los edificios de uso militar de aquella zona, dejemos por el momento la historia del cuartel de San Miguel y traslademos la atención al segundo establecimiento de este tipo que allí se levantó: la construcción del primer Hospital Militar de Santa Cruz.
Ya vimos la opinión del marqués de Tabalosos referente a las condiciones en que se atendía a los soldados enfermos, cuando llegó a Tenerife en 1774. Inmediatamente encaminó sus gestiones a la adquisición de los terrenos para la construcción de un hospital, trámite que se formalizó el 26 de nero de 1776, ante Vicente Espou de Paz, escribano público y teniente de guerra (18). El solar había sido propiedad de Joseh de la Mota y su mujer Cayetana de la Cruz, quienes lo habían dejado al testar a favor del Hospital de Dolores, siendo albacea testamentario el capellán Antonio Rodríguez Padilla, administrador del Hospital de Na. Sra. de los Desamparados, en Santa Cruz. De la escritura pública entresacamos los siguientes datos, que nos dan idea de la situación y características del terreno:
"Superficie: Dos fanegadas y media y cuarenta y seis y media brasas.
Linderos: Por delante, Camino Real que va desde este Puerto a la Ciudad de La Laguna, haciendo frente al cuartel de San Miguel; por abajo, Calle Real que divide otra tierra del mismo dueño; por arriba y hacia el barranco, tierras que allí quedan correspondientes al mismo dueño.
Construcciones: Una pared con ocho huecos que da hacia la calle de abajo y que mide cuarenta y nueve brasas de largo y tres de alto.
Precio: Dos mil ochocientos veinte y cinco rls. y diecisiete mrs."
Lo primero que se advierte en estas notas resumidas de la escritura de compra, es que -como es lógico- se considera frente del terreno el correspondiente al camino de La Laguna, entonces principal vía de aquellos contornos. Pero obsérvese que, por abajo, linda con otra calle Real, que más adelante veremos que vendría a coincidir con la parte baja de la actual plaza, por donde hoy termina la calle del Castillo. Es decir, todo el terreno de la plaza quedaba dentro de la propiedad militar. En cuanto al barranco que se cita, se refiere al barranquillo ya nombrado, que por el costado norte de aquellas tierras y desde las laderas del monte de Las Mesas y zona de Las Colinas, discurría hacia lo que hoy es la calle de Imeldo Serís, que lo cubre. También es de notar que se sitúa el terreno haciendo frente al cuartel de San Miguel, como efectivamente era, aunque luego el hospital se situaría en la parte más alta de aquel amplio solar; el cuartel se encontraba al otro lado del camino de La Laguna -a la izquierda, subiendo-, frente a lo que hoy viene a ser la esquina sudeste de la plaza de Weyler, donde se inicia la calle de La X.
Las obras comenzaron ese mismo año y puede decirse que estaban terminadas en 1778 y, lo que parece más sorprendente, sin cargo para el erario público. Tabalosos utilizó maderas cedidas por el Cabildo y cuantos fondos pudo recabar para su proyecto, entre los que hay que contar uno muy peculiar de su invención: cobraba tres reales cada vez que firmaba una resolución, orden, nombramiento, etc., arbitrio que le dio excelentes resultados pero con el que resultaba, según dice un cronista, "..que eran gravosos más de lo regular los pleytos, y los pobres se veían sobrecargados" (19). Sin embargo, según otro historiador de nuestro pasado (20) -que llega a calificar al edificio de "suntuoso"-, Tabalosos consagró para ello su propio sueldo y los gages de su destino.
El hospital contaba con cuatro salas para la tropa -San Pedro, Ntra. Sra. del Carmen, San Fernando y San Carlos- y un pabellón para oficiales, y bien sea por la celeridad de su construcción o por defectos del proyecto, resultaban sus dependencias de escasa claridad, poca ventilación y la enfermería muy polvorienta por estar situada a nivel del camino, aparte de otros defectos (21)que persistieron en el tiempo. En 1864 aún se denunciaba que los caños de las cloacas estaban tan mal instalados que devolvían a las salas los gases de los excrementos de los enfermos (22). De todas formas era el único que había, y cumplió una importante misión durante toda una centuria. También diponía de capilla y de un pequeño cementerio y, posteriormente, en 1859, se realizó un ensanche del edificio hacia su parte oeste, sobre terrenos adquiridos al Licenciado López de Lara (23).
Durante mucho tiempo, a pesar de la existencia del cuartel, del hospital y de algunas casas aledañas, el terreno o campo militar situado en aquella zona era un descampado en las afueras de la población. Allí efectuaba ejercicios la tropa e incluso, según testimonio de Juan Primo de la Guerra (24), junto a la pared del cementerio del hospital tuvo lugar en 1808 la ejecución de un recluta que había matado en un altercado a un artillero, y que había sido condenado a la pena capital por el tribunal militar que lo juzgó.
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Habíamos dejado la propiedad de la casa que ocupaba el cuartel en manos de Bartolomé Agustín González de Mesa, por herencia de sus padres y como parte del vínculo familiar, pero nada sabemos todavía de las condiciones o acuerdo de tal ocupación, aparte de lo que nos indicaba Poggi Borsotto sobre el importe del alquiler. De lo que sí hay evidencias es de que el edificio se iba deteriorando lentamente, lo que obligaba a frecuentes reparaciones.
En 1777 se cae arruinada una esquina de la cocina y el general Tabalosos ordena su reparación. En 1785, siendo ya comandante general el marqués de Branciforte, es el aljibe el que precisa arreglo. En esta ocasión, el jefe de ingenieros teniente coronel Andrés Amat de Tortosa, informa a Branciforte que la reparación "debe ser por qta. de los Alquileres del edificio", en lo que parece traslucirse algún tipo de acuerdo o convenio con el propietario. Pasa el tiempo y parece que el cuartel tiene cada vez menos utilidad, y en enero de 1798 -seis meses después de la victoria sobre Nelson- el general Antonio Gutiérrez está dispuesto a desocuparlo para que sirva de casa de convalecencia a los enfermos del Real Hospital. Con esta intención, ordena al ingeniero jefe, entonces el coronel Luis Marqueli, que disponga se reconozca y se hagan los reparos qe. necesite a dho. objeto (25).
Y llegamos a 1816, cuando se proyecta la creación de un Colegio de Cirujía -que no se llegó a realizar-, y que se pensó instalar en las dependencias del hospital civil, para lo que se estimó necesario trasladar a los enfermos que lo ocupaban al cuartel de San Miguel. Es posible que tenga razón Cioranescu cuando supone que el ayuntamiento tenía la idea de así ahorrar gastos o de sacarle una renta al local del barrio del Cabo (26).
Es entonces cuando los regidores, según acuerdo municipal (27), comisionan a uno de sus miembros, Domingo Madan,
"...para que practique quantas diligencias sean suficien¬tes á conseguir que el propietario de dicha Casa Quartel de San Miguel la conceda para que se traslade á ella el Hospital de Desamparados, ya sea por concensuacion o por otro contrato que pueda conbenir..."
La comisión dio los frutos deseados, pues a los pocos días (28) se informó, en los siguientes términos:
"Cesión hecha por dicho Sr. Bartolome de la expresada casa e consignacion de ella para dicho objeto, sin mas remuneracion que la de atender á la conservacion del edificio, por ser pieza de una de las vinculaciones de su Casa."
Como ya hemos adelantado, y a pesar de las prisas de las primeras gestiones, el Colegio de Cirujía no pasó de proyecto y la casa de la familia González de Mesa continuó utilizándose como cuartel. En 1818 se esperaba la llegada del Batallón de Infantería ligero 1º de Cataluña y, como solía ocurrir en estos casos, se creó el problema de su alojamiento. El comandante general pidió entonces al Ayuntamiento la cesión del cuartel de San Miguel, para trasladar allí los destacamentos de Milicias que ocupaban el de San Carlos, al objeto de proceder a su reparación para alojar a las nuevas tropas (29). La corporación municipal accedió a la petición, "siempre que no se dereriore su fábrica", se dice (30), recordando aún que allí se pensaba trasladar el Hospital de Desamparados.
A los pocos años, en 1822, se decide utilizar el cuartel como cárcel para presidiarios para lo que se vuelve a confeccionar presupuesto de la reparación necesaria. Es revelador el informe que con fecha 14 de junio el ingeniero militar eleva a la comandancia general (31), en el que se dice:
"Este edificio propio de particulares inhabitado la mayor parte del tpº, y ocupado algunas veces como cuartel provisional de la guarnon. de esta Plaza no ha sido reparado á tiempo, y el tratar ahora de su entera recomposición produciría gastos bastantes crecidos."
Por el presupuesto de gastos, que comprende sólo lo imprescindible en las partes más esenciales para el alojamiento y seguridad de los presos, se deduce el estado de ruina y abandono en que se encontraba la casa, hasta el punto de que uno de los capítulos de la reparación era la composición de las fechaduras y demas herrages de la Puerta, que se habían perdido.
Inmediatamente, con fecha dos de agosto, se ordenó el inicio de las obras de acuerdo con el Ayuntamiento de la Villa, advirtiendo que el gasto no había de superar los cinco mil reales, que habrá de costear el Erario público, reintegrandose este con el alquiler de ciento cincuenta pesos anuales que aquella corporación ha señalado. Tambien se autorizaba que los propios presidiarios trabajen de peones bajo la moderada gratificación que en otras ocasiones se ha acostumbrado darles. Las obras se realizaron con tal celeridad que estaban concluidas el 24 del mismo mes. Los presidiarios, alojados ya en el cuartel, también fueron empleados en los trabajos de reparación del camino de La Laguna que aquel mismo año se realizaron (32).
Todavía en años sucesivos se continuaron efectuando reparaciones en la casa de los González de Mesa, que por este tiempo alternaba el uso como cuartel con el de cárcel, según las circunstancias y las necesidades de cada momento. En 1825 se aloja allí la tropa de la partida del batallón de Leales Canarios. En 1826 sufre importantes desperfectos con motivo del famoso temporal que tantos daños causó en la población y en toda la isla, hasta el punto de que la reparación de los mismos asciende a seis mil quinientos ochenta y cinco reales. En estas fechas, se dice que "sirbe para el alojamiento de la partida de Ultramar". En 1831 vuelve a utilizarse como presidio y hay que reparar el cuerpo de guardia. Al año siguiente, siendo capitán general Francisco Tomás Morales, son necesarias nuevas reparaciones, y lo mismo ocurre en 1834. Más adelante, en 1848, posiblemente para que pudieran iniciarse las obras del teatro municipal en el solar ocupado por el convento de la Consolación o de Santo Domingo, se vuelve a reparar el cuartel o presidido de San Miguel para trasladar al mismo las tropas que se alojaban en el mencionado convento.
De todas formas, la utilidad de la casa ya no debía de ser mucha pues, fallecido el propietario, su hijo y heredero José González de Mesa solicitó del Ayuntamiento que le fuera devuelta, a lo que accedió la corporación, aunque parece que puso reparos el comandante general, que intentó comprarla (33). Por el contrario, lo que sí adquirió en 1849 la comandancia general al ayuntamiento, fue el antiguo hospicio de San Carlos en el barrio del Cabo, que desde entonces sólo se utilizó como cuartel después de las consiguientes obras de adecuación (34). Como consecuencia de ello, la casa del barrio de Consolación en el camino a La Laguna no volvería a usarse para alojamiento de tropas, aunque el Ayuntamiento continuó ocupándola como cárcel para los penados.
José González de Mesa falleció soltero en 1855, y dejó su fortuna y propiedades (35) a su protegido Casildo Gómez, natural de Güimar, residente en Santa Cruz y vecino de La Laguna, a quien instituyó único y universal heredero. Menos de un año disfrutó el beneficiario de su fortuna, pues falleció el 16 de febrero del año siguiente, dejando la finca como legado a Pedro Vergara del Castillo (36), según su testamento, que dice:
"A Don Pedro Vergara Alcalde Constitucional de la Ciudad de La Laguna, y en cuya casa habito en esta población, dejo la Casa-Cuartel donde se alojan los penados, a la entrada de esta Villa, con los sitios y demás accesorios que en aquel punto tengo."
Vergara ostentó la propiedad de la finca, como luego veremos, hasta 1877, y en algún momento dentro de este período de veintiun años cambió su uso como cárcel por el de almacén comercial, lo que nos induce a pensar que el acuerdo que sostenía el ayuntamiento con los anteriores titulares -y que había durado todo un siglo-, no volvió a renovarse.
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Llegamos así a años cruciales para aquella zona de la ciudad, años en que se acometen obras de ensanche y ornato, que poco a poco van configurando la plaza y sus aledaños, y en los que hacen aparición otras construcciones de uso militar.
Toda la comunicación con el interior de la isla se había desplazado hacia el camino de La Laguna, que en aquella zona se iniciaba, a través del puente Nuevo o de Zurita. Esta vía resultaba mucho más cómoda que la antigua de San Sebastián que comenzaba en el barrio del Cabo, y que en un buen tramo estaba labrada sobre roca, con grandes irregularidades del pavimento que dificultaban enormemente el rodar de los carruajes. Además, siempre había que contar con que el problemático puente del Cabo o del Hospital civil permitiera el paso del barranco de Santos, cuyas aguas lo averiaban frecuentemente en los inviernos, cuando no lo arrastraban hacia el mar. Por este motivo, lo que luego sería plaza de Weyler, aún antes de serlo ya soportaba un tráfico importante para la época, y se convirtió en lugar de arribada o salida de viajeros, arrieros, carruajes y ganado, y en punto de encuentro para muchos. Más tarde, en 1852, el Ayuntamiento designó aquel descampado como uno de los dos lugares donde se permitía el descanso y dar de comer a las bestias, al considerarse entonces apartado del centro de la población, sin que por ello dejara de estar bien comunicado. También, sin duda tratando de realzar la vía, en 1857 se plantaron árboles en el tramo comprendido entre el hospital militar y el puente de Zurita (37).
Posiblemente fue la actividad que en aquel paraje se concitaba, lo que indujo al arquitecto provincial Manuel de Oráa a solicitar licencia del Ayuntamiento (38)para la construcción de una casa mesón en 1858. El edifico se terminaría el año siguiente, pero si llegó a utilizarse para lo que había sido concebido lo sería por muy poco tiempo, puesto que en 1862 lo adquirió el Estado y allí se estableció la Maestranza de Artillería, que cinco años después adquiriría el rango de Parque. La nueva construcción estaba situada al otro lado del camino de La Laguna, justo frente al hospital, haciendo esquina con una nueva calle que pasó a denominarse de la Maestranza y más tarde, y hasta hoy, de Galcerán. Esta calle venía a ser continuación hacia el Sur, cruzando el mencionado camino, de otra que se había formado en el lado Este del hospital, inicio de lo que hoy es la de Méndez Núñez. Años después, a espaldas de la Maestranza, se construiría una vivienda para el brigadier de Artillería.
La existencia de estas dependencias militares, principalmente del hospital, aglutinaba una serie de actividades en las que también la ciudadanía tomaba parte destacada, mientras que las autoridades municipales y la iniciativa privada se esforzaban en el desarrollo de un sector de la población que iba adquiriendo indudable importancia.
Desde al menos 1863 se celebraba el 14 de septiembre en aquel "terraplén" o plaza Militar la festividad del Santo Cristo de los Dolores (39) -antes de Paso Alto-, que organizaba el Cuerpo Administrativo del Ejército. Según nos cuenta Martínez Viera (40):
"Era una fiesta de empaque y algarabía, de animación inusitada. Los regocijos populares empezaban desde la víspera. La función religiosa y la procesión la presidía el capitán general con todas las autoridades. Había paseo y música, fuegos artificiales, iluminación, luchas, elevación de globos y juegos gimnásticos. Rendía los honores el Batallón Provisional".
En 1864 el Ayuntamiento llega a un acuerdo con la Hacienda militar y le "cede" un solar de 9.692 pies cuadrados en el lugar conocido como “Casas del Modista”, a cambio de una parte del patio exterior del castillo de San Cristóbal, para proceder al ensanche de la calle -llamada entonces Rambla de Ravenet- de la parte baja de la plaza de la Candelaria (41). Estas Casas del Modista venían a estar en una hondonada donde hoy termina la calle del Castillo en la plaza de Weyler, y lo curioso del caso -como resalta Cioranescu- es que a las autoridades militares debió olvidárseles o no tuvieron en cuenta el hecho de que aquel lugar ya era propiedad militar, pues estaba dentro de los linderos del terreno adquirido en 1776 para el hospital.
La febril actividad desplegada a finales del pasado siglo por la entidad conocida como Sociedad Constructora de Edificios Urbanos, también alcanzó a la plaza Militar. En 1874 pidió permiso al capitán general para sacar piedra de la plaza para las obras que estaba realizando en la calle del Castillo, a cambio de plantar árboles en aquel campo, y el 25 de julio del siguiente año se inauguró solemnemente la prolongación de esta calle, desde la de San Roque -actual de Suárez Guerra- hasta la plaza. Este mismo año, la citada Sociedad construyó las tres primeras casas terreras del lado norte. Estas casas -situadas entre la plaza y el barranquillo que ya había abovedado Julián Robayna a cambio del terreno resultante y que transcurre bajo la calle de su nombre-, en unión de las nuevas construcciones que por allí se levantaban, iban configurando el recinto, cuya urbanización real se inició en 1878 y se prolongó hasta el fin de siglo (42). Este mismo año llegó a Tenerife el general Weyler.
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Entretanto, ¿qué había ocurrido con el antiguo cuartel de San Miguel? Por lo que parece, a su propietario no debieron irle muy bien las cosas, pues en 1877 el inmueble sufre embargo judicial, en cuyo documento público (43) se describe:
"Una casa que fue presidio correccional situada en esta Ciudad en la Calle de Consolación distinguida con el número ochenta y uno de gobierno, lindando por el Naciente y Poniente con casas de D. Juan Francisco Martín, por el Norte con la calle de su situación, y por el Sur con la de Santa Isabel."
Vemos que ya se nombra la calle de Santa Isabel -actual de Carmen Monteverde-, que terminaba como hoy en la de la Maestranza o de Galcerán. La calle de La X, denominada así en recuerdo de la sociedad benéfica de este nombre que fue, como Carmen Monteverde, una de las impulsoras del Hospital de Niños, se abrió en las primeras décadas de este siglo, al construirse el edificio que hoy ocupa aquel solar.
El embargo respondía a que Pedro Vergara era deudor de Manuel Piñeiro y Geraldino por un montante de 13.203 pesetas y 67 céntimos, por lo que el juzgado otorgó a este último la propiedad, en nombre y rebeldía de Vergara, en parte de pago de dicha cantidad, ya que el valor en que se tasó la finca no alcanzaba el importe de la deuda (44). Al fallecer el nuevo propietario en 1879, su viuda -Eladia Curbelo y Ayala- y su hija -Eladia Piñeiro y Curbelo-, proceden a efectuar la partición de los bienes (45), en cuyo protocolo se dice:
"Once mil novecientas sesenta y tres pesetas, valor de un solar y edificio que se ha destinado a almacén de madera, situado en la calle de la Consolación núm. 81 de esta Ciudad".
La propiedad fue adjudicada a la hija, que casaría con José Ferrer y Gimeno, pasando luego a la hija de ambos, Hortensia Ferrer y Piñeiro (46). Y puede darse por terminada aquí la historia del cuartel de San Miguel, uno de los más antiguos con que contó Santa Cruz para alojamiento de su "presidio" o guarnición.
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Ya vimos que el general Weyler llegó a Santa Cruz en 1878, el 5 de abril, y en el mismo año inició los trámites para la construcción de un palacio para la capitanía general en parte del solar que ocupaba el hospital militar, pensando dejar el resto para un nuevo hospital o para otras dependencias militares. Antes de finalizar aquel año ya estaba hecho el proyecto por el ingeniero Tomás Clavijo y Castillo-Olivares, y el 9 de febrero de 1879 comenzó a derribarse el hospital, excepto la sala de San Pedro, que quedó para accesorias de la nueva Capitanía (47). No duró esta dependencia más de un par de años, pues también fue derruida para construir la cochera y guadarnés del palacio. Un nuevo hospital militar se construiría más tarde en la calle de Galcerán, vía que entonces terminaba bruscamente al toparse con el barranco de Santos.
El propio general Weyler, en un solemne acto al que asistieron autoridades, fuerzas militares con música, y gran número de ciudadanos, dio el primer golpe de piqueta para el derribo del viejo hospital. En un sentido discurso explicó al público la razón de aquel acto (48), que no era la de hacer un edificio más, sino de prestigiar, de elevar el rango de la capital de Canarias y hermosear su mejor y más estratégico lugar.
Por fin, en 1880, la plaza pasó a ser propiedad del municipio mediante una permuta acordada con el capitán general, por la que se le ofrecían dos casas existentes en la trasera del nuevo edificio, en la calle Jesús y María, y que permitían su ensanche (49). El resto de la historia del edificio de la Capitanía General de Canarias, desde finales del pasado siglo hasta nuestros días, ya es bien conocida.
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Pero queda un detalle relacionado con la plaza de Weyler, en el que el estamento militar, aunque sin proponérselo -y hasta sin saberlo-, puede decirse que también tuvo su parte. Cuando en 1898 el alcalde Pedro Schwartz Mattos se empeña en culminar el ornato del recinto, encarga a Génova una monumental fuente de mármol, cuyo costo rebasaba las posibilidades de las arcas municipales. Se hacen suscripciones, rifas y festivales, pero no se alcanza lo necesario para cubrir la deuda. Entretanto, el trasiego de las tropas que iban y venían de Cuba había obligado a instalar en la plaza de toros una especie de campamento a base de barracones provisionales (50). Cuando estas construcciones ya no fueron útiles se subastó la madera, y con el producto obtenido se completó el importe de la fuente, una de las más hermosas y de más armoniosas líneas con que cuentan las plazas canarias.
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NOTAS:
1. A. RUMEU DE ARMAS: III, 1ª. parte, 407.
2. El lugar vendría a corresponder de manera aproximada con parte del solar ocupado actualmente por el edificio de Correos y Telégrafos, y parte de la calle que lo separa del Cabildo.
3. A. CIORANESCU: II, 132, 488.
4. RUMEU, III, 1ª. parte, lám. XXIV; CIORANESCU, I, 128.
5. V. nota 1.
6. A. RUMEU DE ARMAS: III, 1ª. parte, 386.
7. Escritura otorgada ante el escribano público José Antonio Sánchez de la Fuente. A.H.P., Protocolos, legº. 1587.
8. Sobre "Amaro Pargo" véase: M.R. Alonso, J. Rodríguez Moure, C. Reig Ripoll.
9. En los protocolos de Sánchez de la Fuente, falta el legajo correspondiente a dicho año.
10. Ante Juan Agustín Palenzuela. A.H.P., Protocolos, Legº. 954.
11. D.V. DARIAS PADRóN: "El puente Zurita". Periódico La Tarde de 25 de noviembre de 1940.
12. Escritura de venta otorgada en La Laguna ante Francisco López de Castro, el 31 de enero de 1756, y otra de agregación de bienes, ante el mismo, del 5 de febrero de dicho año. A.H.P., Protocolos, Legº. 1115.
13. NOBILIARIO DE CANARIAS: IV, 687-8.
14. ARCHIVO COMANDANCIA DE OBRAS: Legº 3S-3D nº 6 (14).
15. IBíDEM.
16. P.TARQUIS RODRíGUEZ:292. 17. Testamento ante José López Ginory, el 30 de septiembre de 1776. A.H.P., Protocolos.
18. Expediente sobre la compra. A.H.P., Beneficencia, 22,58/572.
19. L.A. DE LA GUERRA: IV, 26.
20. F.M. DE LEóN: 8.
21. J.D. DUGOUR: 133-4.
22. P. VERGARA: 22.
23. F.M. POGGI: 84-5.
24. J.P. DE LA GUERRA: II, 24 y siguientes.
25. ARCHIVO COMANDANCIA DE OBRAS: Legº. 3S-3D nº 6.
26. A. CIORANESCU: IV, 100.
27. Sesión de 27 de noviembre de 1816.
28. Sesión de 6 de diciembre de 1816.
29. F.M. POGGI: 208.
30. Sesión de 2 de marzo de 1818.
31. V. nota 25.
32. Sesión de 15 de marzo de 1822.
33. A. CIORANESCU: IV, 310. Cita este autor la referencia del Ayuntamiento 103/44, legajo que no hemos encontrado en el archivo municipal, bien por error de signatura o por haberse extraviado. Da por hecho que el comandante general compró la casa, pero no fue así, puesto que la propiedad continuó en manos de José Gonzá¬lez de Mesa, quien la incluye en su testamento.
34. A. CIORANESCU: IV, 321. El hospicio de San Carlos se había levantado siendo comandante general el marqués de Branciforte, quien lo puso bajo un patronato en el que participaban militares, religiosos y civiles. Sus primeros estatutos son de 1785, sin que conozcamos la fecha en que pasó a la administración exclusivamen¬te municipal.
35. Hizo testamento cerrado en La Laguna el 24 de mayo de 1851, que se abrió ante Domingo Ruiz y Mora el 15 de mayo de 1855, día siguiente al de su muerte. A.H.P.: Protocolos, legajo 1962, cuaderno 2 de 1855.
36. La propiedad pasó a Pedro Vergara en virtud de legado que le hizo el otorgante por su testamento cerrado, abierto el mismo día de su óbito ante el notario de La Laguna Manuel del Castillo Espinosa. A.H.P.: Protocolos, año 1856, folio 120.
37. A. CIORANESCU: III, 271.
38. F.M. POGGI: 215-6.
39. A. CIORANESCU: IV, 152.
40. F. MARTíNEZ VIERA: 149-152.
41. A. CIORANESCU: III, 137, 256.
42. A. CIORANESCU: III, 313-5.
43. Ante el notario Francisco de Prada, el 17 de noviembre de 1877. A.H.P.: Protocolos, Legajo 3945.
44. Inscripción en el Registro de la Propiedad el 29 del mismo mes: Tomo 109, folio 204, finca número 3645, inscripción número 4.
45. Liquidación y partición de bienes, ante el notario Francisco Rodríguez Suárez, el 23 de mayo de 1879.
46. El 30 de enero de 1919, ante el notario de Madrid Alejandro Arizcun y Moreno.
47. A. EZQUERRO: 19-27.
48. F. MARTíNEZ VIERA: 152.
49. A. CIORANESCU: III, 313-4.
50. A. CIORANESCU: IV, 312.
FUENTES:
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ARCHIVO HISTóRICO PROVINCIAL. Santa Cruz de Tenerife.
ARCHIVO DE LA COMANDANCIA DE OBRAS DE LA ZONA MILITAR DE CANARIAS (antigua Comandancia de Ingenieros de la Capitanía General de Canarias). Santa Cruz de Tenerife. Agradezco al director del Museo Regional Militar de Canarias, coronel D. Juan Tous Meliá, las facilidades dadas para la consulta de esta documentación.
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