La casa de La Tosquita

  Una evocación singular de la figura de don Benito Pérez Armas en Anaga

Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 6 de septiembre de 2009)

 

A Dª Angelines Martínez-Fuset y Pérez-Armas,
con nuestro agradecimiento más sincero y palpable
por abrirnos las puertas tanto a su entrañable hogar
como al conocimiento cercano de su noble ascendencia.


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Introducción

          En pocas ocasiones uno puede acercarse tanto a un personaje o a una figura de nuestro pasado como cuando visita y holla con sus propios pasos los mismos paisajes y suelos que aquél conoció en su periplo vital. La sensación de cercanía y de plenitud que se alcanza en estos instantes de ambiguo paralelismo, compartiendo el ámbito geográfico o espacial que en su momento ocupó la realidad de una individualidad destacada, son de una magnitud tal que, por momentos, uno puede cerrar los ojos y dejarse sencillamente evadir por las sensaciones, por el aroma, por el roce del mismo aire o la sonoridad del lugar, todo con el ansia de romper esa barrera imposible del tiempo, dejando que jueguen en libertad tanto la imaginación como el capricho de nuestros veleidosos sentidos. Tenerife cuenta con enclaves que poseen esta particular esencia, que esconden en su regazo y en sus rincones detalles, estampas, rasgos, que traen a nuestra memoria diáfana la certeza de una realidad que se nos ha escapado de las manos por el engranaje propio del tiempo y que ahora podemos palpar a través del contorno de un paisaje, de la sombra de un árbol o de la superficie rugosa de una sencilla pared, a modo de testigos inermes y agradecidos que pugnan en su soledad por servirnos de puente entre ese ayer y nuestra misma existencia.

          Uno de estos parajes singulares ha surgido a nuestro encuentro de manera improvisada en medio de las frondosidades de las montañas del macizo de Anaga, descubriéndonos a un mismo tiempo la belleza y rotundidad de un precioso inmueble, testimonio único nacido de los designios de un personaje de la talla del político y novelista don Benito Pérez Armas, asociada tristemente al vandalismo y la barbarie más despiadados, propios del desconocimiento, la insensibilidad y una brutal sinrazón. Estas líneas son y han nacido bajo la única premisa de servir como testimonio y angustiosa llamada a la conciencia y fibra íntima de quienes defienden nuestro esquilmado patrimonio, en aras a ejercer un decidido esfuerzo de protección, salvaguarda y restauración de un enclave que merece sobradamente perdurar en beneficio de futuras generaciones y del recuerdo de tan insigne figura de nuestra historia.

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Descripción

          Bajo la privilegiada fisonomía umbrosa que ofrece el monte de Las Mercedes, en el camino que conduce hacia la región de Los Batanes, se llega al sonoro y revelador enclave conocido hasta hoy en día como las Cuadras de Don Benito, topónimo en sí que se nos antoja como una antesala a la memoria de nuestro biografiado, don Benito Pérez Armas. No en vano fue gracias a sus desvelos ante el Cabildo Insular de aquel entonces como se procedió a la apertura de estas sendas desde la cercana Cruz del Carmen, para mayor y mejor disfrute y accesibilidad de aquellos parajes, pensando acaso el político en dar uso ó explotación a su ganado estabulado, o como reminiscencia de su amor por el estamento agrario isleño.

          Apenas recorridos unos centenares de metros en dirección norte desde el citado enclave de las Cuadras a través de pistas de tierra aptas para la conducción llegamos a un llano, denominado Los Cabezos, donde la estudiada presencia de la especie foránea Pinus radiata, entre eucaliptos y acacias negras, nos delata la cercanía de la vivienda y finca objeto de nuestras líneas. Desde este emplazamiento parte una pista en dirección este, hoy invadida hasta la saciedad por árboles derruidos en la temible tormenta tropical Delta, que hacen del agradable paseo un auténtico y rocambolesco recorrido pleno de obstáculos. A nuestra izquierda, conforme se avanza, se van perfilando los rasgos principales de las viviendas que configuran el conjunto edificado por Benito Pérez Armas y sólo cuando se alcanza en el camino un espacio más ancho, donde se identifica una antigua tanqueta, nos percatamos de que hemos alcanzado nuestro objetivo. A modo de bienvenida, una preciosa escalinata estrecha, bien ejecutada en piedra roja y cantería, nos conduce en bajada hacia el inmueble en sí.

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          La vegetación disforme lo invade todo, en un ambiente de frondosidad y verdor descontrolados, propios de un espacio abandonado al cuidado de los propios elementos, y entre los primeros testigos que nos saludan en nuestro avance figura un “castaño loco”, como aún lo recuerda la familia, situado a la derecha del camino en la bajada a la casa, árbol siempre indómito, imposible de meter en vereda, ávido de crecer con sus ramas en mil y una direcciones. A ambos lados surgen entre las sombras y la arboleda vestigios de un jardín antaño perfilado en líneas románticas, con sus muros delimitados con precisión, sus bancos para el solaz y el descanso, sus parterres vencidos por el tiempo...

          Tras pasar esta antesala de escalinatas y vergeles surge ante nosotros una curiosa vivienda que entremezcla en su seno varias tendencias constructivas, visiblemente diferenciadas en razón de las diversas épocas de utilización de la misma. En un primer golpe de vista no escapa a nuestra inquisitoria mirada el perfil canario del núcleo del inmueble, con algunos testimonios evidentes de la casa tradicional canaria. A este médula principal, auténtico corazón y alma del conjunto, se fueron añadiendo con el tiempo elementos arquitectónicos más modernos, con utilización masiva del ladrillo, el cemento y el azulejado, circunstancias que le confieren al inmueble un matiz peculiar, a caballo entre varias épocas. No deja de llamar particularmente la atención, en la parte frontal del conjunto, mirando hacia el mar, una gran terraza circular, otrora circundada por una columnata elaborada en piedra roja y cal junto a unas frondosas plataneras que le otorgaban una ansiada y necesaria sombra, rotonda en la que la creencia popular ha querido ubicar un gigantesco reloj de sol, aspecto éste que no hemos podido verificar dado su triste estado actual.

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          No cuesta imaginarse a don Benito ideando en el aire las líneas maestras de esta vivienda, edificada en terrenos que su esposa doña Luisa Elena González de Mesa y Pérez-Carta heredase de su distinguida familia. La ubicación tanto geográfica como panorámica nos hablan de un proceso de reflexión para seleccionar con meridiana precisión y acierto la realidad de su construcción. No cabe duda de que la existencia de la piedra tosca en este emplazamiento fue una de las claves a la hora de su elección, como puede observarse en el sabio engranaje de la estructura de la vivienda incrustada en el propio flanco de la ladera. De hecho, la antigua cocina y el baño están excavados literalmente en la propia montaña, en un interesante y estudiado conjunto con revestimientos de madera en techumbres y algunas de las paredes. El resultado fue una preciosa residencia de descanso, con un completo juego de escalinatas, jardines y cuadras, hoy desmigajado, sujeto a la desolación y al más cruento bandidaje.

          A grandes rasgos puede observarse que se trata de una residencia para ser utilizada especialmente en época estival, en periodos a lo sumo de entre tres y cinco meses, a fin de aprovechar ese fresco que se añora en época veraniega, huyendo al mismo tiempo de ese frío y humedad extremos tan propios del invierno en estos parajes. Cuando uno se introduce en las diferentes habitaciones y pasillos de la vivienda siente por momentos la necesidad de cerrar los ojos a lo que se ve para imaginarse aquel espacio hace apenas unos cincuenta años. Los visitantes acudían embelesados a esta finca, según el testimonio familiar, y no dudaban en asemejar este lugar a los paisajes montañosos de Suiza. "La casa de las montañas", como aún la llaman con cariño, había sido decorada en un estilo moderno para la época, siguiendo los paradigmas rústicos de esa típica decoración propia de refugios de montaña, con puertas elaboradas en madera de riga y mobiliario a base de troncos desvastados bajo la mano conocedora de un carpintero de apellido Ferrer, y con la ayuda del constructor Láinez. Entre algunas de las singularidades de aquella preciosa vivienda figuraba asimismo la utilización de ducha en lugar de la consabida bañera, o la estudiada y bella presencia de un pavimento de trazas geométricas, con zócalos y azulejos de cerámica andaluza que aún hoy lucen su brillo en algunos rincones del inmueble, azulejos que son los mismos que adornan el zaguán de la casa familiar ubicada en la santacrucera Plaza de la Iglesia.

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          Obviamente no existía luz eléctrica, obteniendo únicamente la iluminación a base de petrogas, al tiempo que el agua llegaba con abundancia merced a un cercano minado a través del cual se abastecía de agua corriente a la finca. En el recuerdo familiar no faltan los medianeros don Pablo y "seña" Paula, ambos originarios de Los Batanes, envueltos en la peculiar humareda de la vetusta chimenea que aún luce, destrozada, en una de las paredes de la antigua cocina, al tiempo que la imaginación nos quiere hacer escuchar aún los ecos de aquel gramófono entre los pinares, a través de los rincones de lo que queda de aquellos preciosos jardines.

          Con nostalgia se recuerda la anécdota de un antiguo mosaico que representaba la figura del Santo Cristo de La Laguna, mosaico que adornaba aún hasta hace unos pocos años su emplazamiento original y que hoy debe ser presa de la codicia de algún desaprensivo. El origen de este peculiar revestimiento artístico surgió de un peligroso accidente de coche que tuvo el automóvil (“pirata”) conducido por Juan Rodríguez-Febles López, junto a su hermano José y Jaime Ascanio, entre otros, en el que el vehículo patinó hasta quedar literalmente boca abajo en dicho lugar. La salvación de sus ocupantes y el leve daño recibido por el coche fueron considerados efecto de un auténtico “milagro”, regalando la familia Febles dicho mosaico en eterna memoria de agradecimiento.

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          No es difícil rememorar entre estas paredes, o acaso contemplando el horizonte y su querida Punta del Hidalgo, a don Benito, retozándose el enorme bigote, haciendo gala de aquella definición que le otorgó don José Arozena Paredes cuando lo tildó como “el viejo caballero de las islas”. El recuerdo familiar coloca a nuestro novelista ocupando siempre el cuarto superior, aislado y único, situado sobre el recibidor de la casa, habitación que antaño gozaba de vetusto suelo de madera y ventana sobre el valle. Es curioso pero la familia nos recalca que su esposa, Luisa Elena, nunca llegó a pisar esta finca, si bien sabemos que sus dos hijas, María Luisa y Ángeles, con sus respectivas familias y nietos, si disfrutaron de este romántico enclave.

          Don Benito, siguiendo las certeras y siempre sabias indicaciones de su biógrafo don Marcos Guimerá Peraza, era “un auténtico liberal, con un liberalismo de izquierdas, que tuvo su encaje en la concepción liberal demócrata de [José] Canalejas [Méndez]”, un personaje con el que guardaba una afinidad y simpatía que escapaba de los límites habituales de un compañerismo partidista, llegando incluso a pensarse en que era su auténtica mano derecha, circunstancias éstas que, al verse truncadas tristemente por el vil asesinato de aquel político en la madrileña Puerta del Sol aquel 12 de octubre de 1912, sumieron a Pérez Armas en una desarraigo íntimo que acaso viniera a sanar a este precioso enclave y refugio de La Tosquita.

          Nuevamente acuden en nuestro apoyo las palabras de don Marcos Guimerá para definirnos la estampa de Pérez Armas  mientras lo imaginamos de pie en la terraza circular de la residencia de La Tosquita: “En lo físico [era] un hombre alto, elegante, de cuidado vestir, de mirada penetrante e inteligente, de voz potente, de salud no muy buena; en lo anímico, una personalidad simpática, atrayente, conciliadora en grado máximo, con una enorme autoridad personal, suavizada por una insuperable mano izquierda para tratar los asuntos, concediendo a los adversarios políticos más, a veces, que a sus propios partidarios”.

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Causa de su destrucción

          Retomando el hilo del devenir de este emblemático paraje toca ahora dilucidar la razón que se esconde tras su sistemática destrucción, un destrozo basado única y exclusivamente en la errónea creencia de que el general Francisco Franco acudía a conspirar a esta casa en su estancia en las islas como capitán general, o que acudía subrepticiamente a este enclave a planear la estratagema para el posterior golpe de estado, todo un cúmulo de falsedades que se ha ido tejiendo a lo largo de años sin ningún sustento en la realidad documental.

          Algunos estudiosos afirman con osadía la presencia “probada” del precitado militar, ya como jefe de Estado, en esta vivienda debido a su estrecha amistad y colaboración con el auditor ubetense Lorenzo Martínez Fuset, a la sazón desposado desde 1927 con Ángeles, una de las hijas de don Benito, y quien efectivamente con el paso de los años acabaría tomando posesión de esta finca, aunque no obstante, todo se desvanece en la falsedad cuando uno repasa la prensa de la época. Únicamente se ha documentado la cercanía de ambas familias (Franco-Martínez Fuset) al ser esta última la verdadera introductora del primer matrimonio en la sociedad tinerfeña de 1936, pues de hecho eran inseparables en lugares como el Casino, el Club Náutico y el Golf de Tacoronte. De hecho, Franco les confió la custodia de su esposa e hija tras el inicio del golpe en julio de 1936, pero no es verosímil ni sostenible que Martínez Fuset utilizase la finca propiedad de su suegro estando éste aún con vida. Benito Pérez Armas fallecería en Santa Cruz de Tenerife el 25 de enero de 1937.

          Por otro lado, durante la única y brevísima estancia de apenas tres días de aquel mandatario en Tenerife en 1950, ya como jefe de Estado, hay constancia precisa de su arribada, a bordo del crucero Canarias, en la tarde-noche del 22 de octubre, junto a cinco ministros. Al día siguiente, 23 de octubre, Franco visitó Santa Cruz de Tenerife, pasando posteriormente a la Universidad de La Laguna, al precitado campo de golf de Tacoronte, para acabar retornando a cenar al hotel Mencey y el Casino capitalino. La jornada del 24 la ocupó el general en acudir a las instalaciones de CEPSA, a la plaza de España, a la barriada de García Escámez, la Casa Cuna, para continuar subiendo por la dorsal de la isla, haciendo una parada en Izaña y bajando hacia el Puerto de la Cruz. Su último lugar documentado es el club Náutico de esta capital, pues se despidió de esta isla ese mismo día. Sobra decir que no sólo no encontramos alusión a su visita a la finca entonces de Martínez Fuset sino que dudamos que en tan apretada agenda hubiera espacio para ese tipo de visitas personales. Con todo este cúmulo de referencias quisiéramos contribuir en difuminar un mito que está haciendo un daño acaso irreversible a nuestro patrimonio, asociando más aquel encantador enclave a la figura de Benito Pérez Armas, merecedor de un recuerdo en estas cumbres sobre las que tanto escribió.

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Cconclusión

          Al contemplar y pasear por este enclave privilegiado en la geografía de Anaga uno no puede dejar de pensar en que difícilmente exista un lugar mejor para instalar un aula de la Naturaleza, un refugio para los senderistas en su ruta hacia o desde Bajamar y Punta del Hidalgo hacia Los Batanes y Cruz del Carmen, o incluso un hotel rural, asentado no sólo en las condiciones físicas de la vivienda sino especialmente en su valor histórico, sentimental, diríamos hasta vital.

          El objetivo era acercarnos y acercar la figura de Pérez Armas, hacerle más presente en el momento actual. En algún lugar está escrito que don Benito “era, y así lo proclamó reiteradas veces, un regionalista”, en esencia “bueno y liberal”, un personaje volcado por y para las Islas. Su recuerdo en la actualidad está ligado a un prestigioso premio novelístico, a una de las principales avenidas de la capital santacrucera pero sigue lejano al conocimiento por parte de la población, de la enseñanza escolar, del cotidiano devenir cultural de nuestra cosmopolita sociedad. Ojalá estas líneas supongan un tímido toque de atención para revitalizar su huella y sirvan para que nunca dejen de ser ciertas las bellas palabras del cantautor Pedro Guerra cuando recita en una de sus canciones/poema: “hay sensación en las casas antiguas / de que algo queda de quien las vivió,  / alguien parado en el dintel, / viendo la vida que se va...”.

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