Don Diego Fernández Ortega. Una tempranera y distinguida biografía tras "La estatua" de la Rambla

Por Daniel García Pulido  (Publicado en El Día el 2 de mayo de 2009)

IN MEMORIAM CARLOS MARTÍNEZ GONZÁLEZ,
AUTÉNTICO GUÍA PARA QUIEN ESTO ESCRIBE,
DESDE EL AGRADECIMIENTO Y EL RECUERDO
MÁS ENTRAÑABLE Y ETERNO.

Introducción

          Cuando se repasa la pléyade de personalidades que conformaron el horizonte humano de Santa Cruz de Tenerife en épocas pasadas uno no puede dejar de reconocer en ellos gran parte de la justificación de la relevancia actual de esta capital. En no pocas ocasiones se ha reiterado que Santa Cruz de Tenerife guarda en su seno incontables rincones plagados de curiosidades y particularidades dignas de interés, asociados en su mayoría a perfiles o personajes determinados, que le confieren ese halo de distinción y calidad; enclaves singulares dotados de cierta dosis de especificidad por sí mismos o a causa de sus protagonistas; espacios y nombres, en suma, que a fuerza de contemplarlos y escucharlos en el cotidiano devenir de los días vamos haciendo propios, integrados siempre en el entresijo de un paisaje urbano reconocido y reconocible. Un ejemplo de esta clase de localizaciones sale a nuestro encuentro en la conocida Rambla santacrucera, donde a nadie escapa la presencia, hasta cierta punto altanera, de un llamativo monumento, de todos conocido desde antaño por “La Estatua”, erigido en memoria “al capitán de infantería D. Diego Fernández Ortega, [por] sus compañeros de armas” según se lee en la propia cartela pétrea.

          Guiados por la curiosidad de conocer la biografía de este personaje retratado en tan encumbrado pasaje de nuestra capital quisimos descubrir al hombre que se escondía sobre ese pedestal y tras esa efigie de bronce, conocer su peripecia vital y, muy especialmente, intentar adivinar las causas que explicasen esa aparente desvinculación, desapego y olvido que observamos en Santa Cruz de Tenerife, la que fuera su ciudad natal, con respecto a su recuerdo. Estas líneas nacen con ese propósito y son sencillamente un acercamiento más en pos de una figura denostada, con el único objetivo de retomar otro capítulo dentro del esquilmado patrimonio histórico de una capital ya tristemente acostumbrada a vivir apegada a un presente materialista, de espaldas a ese pasado y a esos personajes que le han conferido precisamente la categoría que hoy luce orgullosa (Nota 1).

 

Biografía

          Diego Fernández Ortega vio la luz en esta ciudad de Santa Cruz de Tenerife el día 17 de febrero de 1889, en el seno de la familia conformada por el médico 2º de Sanidad Militar D. Diego Fernández Rubias, y de Dª María Ortega Capdevila. Sus progenitores, como era norma general en gran parte de las familias militares de aquella época, tuvieron una vecindad efímera en esta urbe, dejando apenas rastro documental de su estancia. De hecho, Fernández Rubias hubo de venir destinado a esta isla en torno a finales de 1888, aparece citado en las comisiones provinciales de abril-mayo de 1889, en cumplimiento de los reconocimientos médicos efectuados a los “mozos de reemplazo” (2), y ya en noviembre de dicho año se daba cumplida noticia de su ascenso en la prensa local (3), una promoción que a mediados del 1890 tenía ya su correspondiente nuevo destino: el Batallón del Regimiento de Infantería de La Princesa, en tierras peninsulares (4). No obstante, pese a su breve estadía, este galeno castrense dejó una decisiva impronta en la sociedad santacrucera de aquel entonces, particularmente en un ámbito ajeno a su condición profesional. Leemos con motivo de su despedida de las Islas, en el periódico La Opinión de fecha 21 de julio de 1890, lo siguiente: “En el vapor correo trasatlántico “Ciudad de Santander” que tocó en nuestro puerto en la mañana del 19 [de julio], se embarcó para la Península, acompañado de su familia, nuestro querido amigo el médico 2º del cuerpo de Sanidad Militar D. Diego Fernández Rubias, destinado recientemente a la provincia de Alicante. Muy de veras sentimos la ausencia de nuestro joven amigo y con nosotros cuantos han tenido ocasión de apreciar las relevantes prendas de carácter que le distinguen y su entusiasta decisión en pro del adelantamiento de uno de nuestros más importantes centros de recreo; la sociedad filarmónica Santa Cecilia” (5). En varios apartados de la prensa del momento surge la figura y nombre de Fernández Rubias asociado a la esfera musical, con conciertos en la Alameda de la Libertad por la charanga de Cazadores -como el del 10 de noviembre de 1889, en el que se estrenaba incluso una polka, “Luisa”, escrita por el propio médico-, pero su huella más palpable se focaliza en su impulso denodado en la fundación de la referida sociedad u orfeón de Santa Cecilia, de la que se le llega a tildar como maestro, profesor y auténtica “alma mater”. Así lo atestigua, por ejemplo, un rotativo isleño en julio de 1890: “Con éxito brillantísimo y con asistencia de numeroso público de uno y otro sexo, tuvo lugar en la noche del domingo último en los elegantes salones del Liceo de La Orotava una velada literario-musical, en que tomó parte el Orfeón organizado en esta Capital por nuestro querido amigo D. Diego Fernández Rubias” (6). Este médico, en el ejercicio de su profesión facultativa, perdería la vida, víctima de la fiebre amarilla, apenas unos años después, concretamente el 17 de octubre de 1896, en el hospital de la localidad de Maniel, en Cuba, a donde se había desplazado integrado dentro del cuerpo médico del primer Batallón de Infantería de Guipúzcoa nº 53.

          Nuestro biografiado, Diego, sería el primogénito de tres hermanos; Félix y José María, nacidos en la Península en 1893 y 1895 respectivamente, aparecen reflejados en una misiva de su madre a las autoridades castrenses, fechada en Guadalajara el 11 de mayo de 1901, en la que solicitaba el ingreso de estos dos hijos en el Colegio de Huérfanos de la Guerra, institución en la que, al parecer, ya cursaba sus primeros estudios nuestro biografiado (7). Cumplidos los 15 años, Diego Fernández Ortega sentó plaza en la Academia de Infantería -confirmada por Real Orden de 16 de julio de 1904-, y dio inicio a sus clases en el citado centro el 28 de agosto siguiente. Por espacio de casi tres años, hasta fines de julio de 1907, centró su atención en la culminación de su preparación teórica, terminando sus estudios “con aprovechamiento” -como reza en su expediente-. En el transcurso de su formación tomó parte en el obligado y deseado “juramento de fidelidad a las banderas” en la jornada del 22 de octubre de 1905 (8).

          Con la condición de 2º teniente de infantería, obtenida por la promoción derivada de la propia Academia por Real Orden de 13 de julio de 1907, tuvo su primer destino en el Regimiento de Infantería de Gerona nº 22 (9), al que se incorporó en la ciudad de Zaragoza el 21 de agosto siguiente. Su madre y hermanos debían residir por entonces en Barcelona ya que hay constancia de la “licencia de Pascuas” que se le otorgó para pasar en dicha ciudad condal entre diciembre de 1907 y enero de 1908. En su reingreso efectuó guarnición en Jaca y la capital aragonesa, donde por Real Orden de 16 de julio de 1908, como miembro de la oficialidad, recibió su primera condecoración: la Medalla del Centenario de los Sitios de Zaragoza (10).

          Su siguiente escalón en la carrera militar le llegó por Real Orden de 21 de diciembre de 1908, al ser destinado al Batallón de Cazadores Arapiles nº 9. Se incorporó al mismo en Madrid el 28 de enero de 1909 y con este cuerpo militar Fernández Ortega vivió su primera experiencia bélica y su correspondiente bautizo de fuego. En 22 de julio pasó con su Batallón a Málaga, para embarcar al día siguiente en el vapor “Alfonso XII” rumbo a Melilla. El 26 de julio de 1909, bajo las órdenes del coronel de la 2ª Media Brigada D. Federico Páez Jaramillo, nuestro biografiado estrenó su temple militar en la posición de Los Lavaderos, “sosteniendo durante toda la noche vivo tiroteo con el enemigo”. Desde ese instante no cesó de participar en diferentes salidas y reconocimientos, como el efectuado con su brigada, bajo la tutela del teniente coronel D. José Ortega, hacia la zona conocida como El Hipódromo, a efectos de conducir un convoy “no llevándolo a efecto por haberse trabado reñidísimo combate con los moros en las estribaciones del monte Gurugú”. Su papel en este acontecimiento, pese a la parquedad de referencias existentes, tuvo que ser decisivo, pues el mismo 27 de julio de 1909 no sólo fue ascendido al rango de 1º teniente de infantería “por méritos de guerra” sino que su actuación le hizo acreedor a la concesión de la primera de las tres Cruces de 1ª clase de María Cristina que obtendría a lo largo de su carrera militar (11). Este episodio y la fecha reseñada figuran debidamente esculpidos en el lateral izquierdo de su monumento en la Rambla santacrucera: “27.7.1909, Sidi-Hamed El-Hach (Gurugú)”.

          Tras esta primera muestra de distinción, el teniente Fernández Ortega siguió tomando parte activa en las diferentes operaciones llevadas a efecto por su Batallón, como la invasión de Benisicar, la ocupación del Camit, la refriega en el poblado de Gasdir, o la toma del monte Hidum. Merece reseñarse que el 18 de octubre de 1909 actuó bajo las órdenes del infante D. Carlos de Borbón en una breve acción bélica en Aguada, terminando el año con la confirmación, por Real Orden de 20 de diciembre de 1909, de su primera tenencia “por su comportamiento y [el] mérito que contrajo” (12). El 3 de enero de 1910 pasó con su brigada nuevamente a Melilla, dedicándose a labores de construcción del camino hacia Gagel-Mamin, para embarcar a los pocas semanas en el vapor Rabat rumbo a Málaga en un cese momentáneo de las hostilidades. Fernández Ortega permanecería de guarnición en Madrid hasta abril de 1910, momento en que fue destinado al campamento de Carabanchel en funciones de instrucción y prácticas. Como nuevo reflejo de su papel en la referida campaña militar, por Real Orden de 20 de abril de 1911 se le concedió la Medalla de Melilla -creada por Real Decreto de 20 de marzo anterior-, “con derecho a los pasadores 1º, 2º, 3º y 4º”.

          El siguiente paso dentro de su expediente castrense dio comienzo con su designación, por Real Orden de 17 de septiembre de 1911, como oficial del Regimiento de Infantería África nº 68, al que se incorporó en Melilla el 22 de septiembre siguiente. Bajo el mando del coronel D. Luis Aizpurúa Mondéjar efectuó durante los meses siguientes diversas operaciones tanto de reconocimiento como de escolta de convoyes en Harcha, la región del Kert, el Zoco El-Hach y Ras Medua, y a finales de diciembre tomó parte activa en una serie de refriegas breves pero intensas en las inmediaciones de Ishafen. Fue en el transcurso de estas acciones, concretamente el 24 de diciembre, cuando Fernández Ortega iba a sufrir su primera herida en combate, en esta ocasión de carácter leve, encontrándose en el paraje de Tafardet, aunque ello sólo fue el triste presagio y preludio de una lesión mucho mayor apenas tres días después. El 27 de diciembre, mientras comandaba un grupo de hombres en la comarca de Beni-Bu-Gafar, en Bohama, fue “gravemente herido de bala en el dedo índice de la mano izquierda y en el tercio superior del antebrazo derecho, con fractura del radio”. De manera inmediata fue trasladado al Hospital Militar de Melilla, en el que permanecería ingresado por espacio de casi un mes, hasta el 7 de febrero de 1912.

           Este episodio tuvo una trascendencia notable en la vida de Fernández Ortega porque por su valiente comportamiento no sólo fue ascendido al rango de capitán “por méritos de guerra” (promoción confirmada por Real Orden de 29 de febrero de 1912), con tan sólo 22 años de edad, sino que tanto él como toda esa dotación recibió un telegrama de S.M. y del Gobierno felicitándoles por sus logros militares. Este hecho de armas figura asimismo en uno de los laterales de su monumento de la Rambla, donde puede leerse: “27.12.1911. Samma. Zarrora”. Tras recibir el alta médica nuestro biografiado obtuvo un merecido descanso de dos meses de licencia, que aprovechó para visitar a sus familiares en Madrid y Barcelona.

          Tras reincorporarse a la vida castrense pasó destinado, por Real Orden de 14 de mayo de 1912, al Regimiento de Infantería del Serrallo nº 59, al que se incorporó en dicha ciudad de Melilla, con el cual, bajo las órdenes del coronel D. Enrique López Shaw, tomó parte activa en nuevas operaciones de convoy y reconocimiento en parajes como Zammar, Cifazor, Ulad-Ganen o Haddu-al La-Lu Kaddier. En el mes de julio se decidió la repatriación de dicho destacamento, embarcando para ello a bordo del vapor J.J. Síster rumbo a Ceuta, donde quedó de guarnición.

          La repercusión de sus hazañas siguió causando efecto y, con ello, los galardones y reconocimientos a su temprana e inusual valía: se le otorgó la prestigiosa Cruz de 1ª clase del Mérito Militar, con distintito rojo, “como recompensa por su distinguido comportamiento y méritos contraídos durante su permanencia en el teatro de operaciones de Melilla” -por Real Orden de 23 de octubre de 1912-, así como la Medalla de Plata de la campaña de Melilla “con el pasador de Beni-Sidel” -por Real Orden de 12 de diciembre siguiente-.

          A inicios de 1913 retornaría Fernández Ortega al norte de África, cumpliendo funciones de guarnición en la plaza de Ceuta, con algunas acciones de reconocimiento sobre las posiciones de El Dersa y El Daburcia, sobre Tetuán, como únicas circunstancias reflejables en su expediente militar. A renglón seguido, si bien por Real Orden de 15 de marzo de 1913 nuestro biografiado fue designado capitán del Batallón de Cazadores de Cataluña nº 1 -al que se incorporó oficialmente el 14 de abril siguiente-, apenas tres meses después lo encontramos adscrito a la Milicia Voluntaria de Ceuta –en la que sentó plaza el 27 de junio, concretamente en la Alcazaba de Tetuán-. A modo de curiosidad reseñar que ese mismo día Fernández Ortega tomó el mando de la 2ª compañía de Moros de la unidad reseñada, comenzando a prestar servicios efectivos. Bajo el general de brigada D. Miguel Primo de Rivera asistió al combate de las inmediaciones del monte Arapiles, “constituyendo la vanguardia de la columna” que lideró la refriega; y el 11 de julio tomó parte, en esta ocasión a las órdenes del coronel D. Luis Fernández Bernal, en un nuevo combate en las cercanías del Puente Buceja. Precisamente en el transcurso de este hecho de armas la osadía de nuestro personaje le llevó a recibir “una herida penetrante de pecho de pronóstico grave”, que hizo necesaria su evacuación primero a Lauzién y, posteriormente, al Hospital de Tetuán. Esta acción aparece igualmente reflejada en parte trasera de la columna de su monumento citado bajo la indicación: “11.7.1913, Wad-Ras (Conigo)”. Como ejemplo de la categoría personal de Fernández Ortega debemos puntualizar que, al día siguiente de su alta médica, otorgada en Ceuta el 29 de julio siguiente, se hizo cargo de su compañía, pasando al frente bajo los designios de los superiores D. Andrés Aldaña, D. Juan Saavedra o D. Cándido Hernández, donde nuevamente en posición de vanguardia efectuó sucesivos arriesgados reconocimientos del terreno en pasajes como el camino de Tetuán, las inmediaciones de Fabamo o los valles y poblados de Jobot, llegando hasta el funesto boquete de Anyera.

          Era obvio que Fernández Ortega se estaba labrando un historial de valentía y arrojo, particularmente en operaciones de rastreo e información, y encontramos en su expediente innumerables pruebas de ello (13). Entrando en el año 1914 observamos, por ejemplo, cómo tomó parte el 10 de febrero, bajo el mando del comandante D. Mario Ruiz, en operaciones de escolta en el bosque de Anyera; o cómo el 6 de abril, de nuevo a las órdenes del teniente coronel D. Cándido Hernández, pasó en funciones de vigilancia a la localidad de Yebel-Huider. Todo este cúmulo de acciones le hicieron acreedor a un nuevo reconocimiento, plasmado en otra medalla de la Cruz de 1ª clase de María Cristina, otorgada por Real Orden de 17 de abril de 1914 “por los méritos contraídos”. En mayo, estando destinado en el paraje conocido como la Casa del Hach, prestó protección a la ubicación de una batería sobre el Valle Negro, y tanto en agosto como octubre de ese mismo año, en todo momento bajo la tutela del reseñado teniente coronel Hernández, tomó parte en operaciones de reconocimiento sobre la entrada de Anyera, Jobot y el poblado de Benimesala.

          Su brillante historial, y con él su existencia, tendría su final en la jornada del 5 de enero de 1915. Estando en funciones de guarnición en la precitada Casa del Hach, en Benimesala, en las inmediaciones de Ceuta, y tal como reza en su expediente militar, “salió para repeler la agresión hecha al Blokaus de Anyera y recoger las bajas habidas y, después de sostener fuego con el enemigo apostado en el bosque, se adelantó con un grupo de sus soldados, recogió el fusil de una de las bajas y cuando bajo el violento fuego del enemigo arrastraba el cadáver de un oficial recibió una herida de bala que le produjo la muerte a los pocos minutos estando al frente de la tropa” (14). En otros documentos se cita que la salida efectuada por nuestro biografiado, efectuada con sendas compañías pertenecientes a los regimientos de Ceuta y del Serrallo, con base en Federico y Huert respectivamente, fue realizada con el fin de proteger “un servicio de aguada en el reducto de Anyera”, aunque ello no desvirtúa el heroico final de este episodio. D. Diego Fernández Ortega cayó mortalmente herido junto al 2º teniente D. Miguel Cabanell Ballester y a ambos oficiales, por Real Orden de 9 de abril de 1915, se le concedió a título póstumo una nueva cruz de 1ª clase de la orden de María Cristina “como recompensa al distinguido comportamiento que observaron y méritos que contrajeron en el citado hecho de armas en el que murieron gloriosamente”. Este triste episodio tuvo su reflejo, obviamente, tanto en la parte central como posterior de la columna de su monumento de la Rambla, donde puede leerse tanto “Dio su vida por la patria el 5.1.1915” como la referencia de “5.1.1915, Biut Anyera”. La madre de nuestro personaje, Dª María Ortega Capdevila, llegaría incluso a solicitar la concesión de la prestigiosa Cruz de San Fernando a la memoria de su hijo al Consejo Supremo de Guerra, y si bien se abrió un proceso de información sobre este particular todo fue desgraciadamente sin resultado positivo (15).

 

El monumento

          Las circunstancias históricas propias que rodean la ejecución y ubicación del monumento al capitán Diego Fernández Ortega en la antigua Rambla XI de Febrero (actual Rambla de Santa Cruz), han sido debidamente reseñadas en otro lugar por el Dr. Darias Príncipe, siguiendo principalmente el expediente que, al efecto, existe sobre el particular en el archivo municipal (16). Por otro lado, su descripción artística aparece reflejada en varios autores, si bien hemos preferido rescatar la efectuada por el arquitecto D. Alejandro Beautell García, del área de Gestión Integral en Edificación, Urbanismo y Diseño, quien nos precisa cómo se trata “de una composición sencilla con pedestal de piedra artificial -que decrece en su base-, sobre el que se asienta el busto de bronce del protagonista; en los tres lados secundarios del pedestal figuran inscripciones con sus hazañas más importantes; en el frente existe una cartela arropada con toda la iconografía de la gloria militar. El monumento mide aproximadamente 4,80 metros de altura y su base tiene una dimensión en planta de 1,83 metros, siendo ésta de forma cuadrada. Su diseño, de gran esbeltez, es heredero del eclecticismo reinante de la época. La obra queda enmarcada por un pequeño jardín, flanqueado por una verja” (17).

          A nosotros, sobre este particular, nos interesa reflejar que el Monumento en sí es el testimonio físico y palpable de la admiración de sus propios compañeros de armas, amigos y admiradores, quienes “motu propio” decidieron abrir una suscripción entre ellos con el fin de inmortalizar la figura de Fernández Ortega en su ciudad natal. Recabando la cantidad individual de 5 pesetas se alcanzó un montante total de 4.300 pesetas, estando la comisión encargada de la ejecución de esta efigie presidida por el general D. Miguel Primo de Rivera y el coronel D. Francisco Zubillaga, bajo la secretaría del teniente D. José Bustos Zárate. Precisamente este último remitió una comunicación a la Corporación santacrucera, acompañando la misma con una emotiva misiva del citado anteriormente D. Luis Aizpurúa Mondéjar (que llegara a ser general de división y comandante general de Melilla) dirigida a uno de sus hijos, en la que alude a las cualidades de Fernández Ortega, carta de la que no podemos dejar de reseñar algunos esclarecedores extractos:

               “...me recomiendas con mucho interés a tu compañero Diego Fernández Ortega y no sabes bien lo que me complacen tus deseos por este oficial que tan brillantemente se ha comportado en campaña, granjeándose la estimación de todos (..). Sereno, con perfectísima conciencia de su deber, con una firmeza ejemplar sin alardes de ningún género y sí, por el contrario, con una modestia que encanta y sabiendo manejar sus soldados y levantarlos al objetivo deseado, siempre en su puesto y siempre animoso como si estuviese en el campo de instrucción (..). Cuanto te diga es poco en comparación de lo que vale tu querido amigo y compañero” (18).

Conclusión

          El capitán D. Diego Fernández Ortega, con apenas 26 años de edad, lucía en su pecho en el momento de su trágica muerte hasta un total de siete medallas, cuatro de ellas por méritos de guerra, en lo que se constituye como uno de los historiales militares más brillantes y precoces del estamento castrense, estamento que no ha olvidado su cita anual con la memoria de este distinguido oficial, a quien se le coloca una corona conmemorativa en su fecha precisa. Es quizá la ciudad, Santa Cruz de Tenerife, la que alberga una relación difusa con este Monumento, posiblemente al haberse relegado al olvido las circunstancias particulares del biografiado, y ha de ser esta misma capital la que realice el esfuerzo por dar a conocer más y mejor su patrimonio, mimarlo y cuidarlo hasta en sus más nimios detalles, para así brindar esa imagen de respeto tanto hacia sí misma como hacia todos aquellos que la hicieron crecer y alcanzar su categoría y naturaleza actuales.
 

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Notas
1 - Hemos de advertir, de manera preliminar, que sobre este personaje existen referencias en varios autores, destacando principalmente el artículo “El capitán Fernández Ortega, <la estatua>”, del general D. Francisco José Santos Miñón, publicado en este mismo rotativo de EL DÍA el 6 de abril de 2002, basado en apuntes extraídos de la revista de cultura militar “Hespérides”.
2 - Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 27 de abril de 1889, 9 de mayo de 1889 y 24 de octubre de 1889. Hemos de hacer constar que su nombre no figura en el anexo realizado por Felipe Miguel Poggi Borsotto para su obra capital del año 1881.
3 - Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 26 de noviembre de.1889. Con el suyo se anunciaba el ascenso del médico 2º D. Miguel Ferrer Jimeno.
4 - Diario de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 26 de junio de 1890.
5 - La Opinión. Santa Cruz de Tenerife, 21 de julio de 1890.
6 - La Opinión, Santa Cruz de Tenerife, 15 de julio de 1890. En fecha anterior, en ese mismo periódico [21.5.1890], se daba cuenta de cómo el Orfeón había sido “dirigido por nuestro digno amigo el joven profesor D. Diego Fernández Rubias”, que asombró a la sociedad porque “nadie creyó que en el corto tiempo que lleva organizado el Orfeón pudiera llenar tan cumplidamente su cometido, como lo hizo en las difíciles piezas que estuvieron a su cargo”.
7 - Según consta en el expediente militar de D. Diego Fernández Ortega ya se le había concedido esta gracia a los miembros de la familia por orden de 1 de febrero de 1897.
8 - Su expediente militar, que ha sido la base documental de este artículo, descansa en el Archivo General Militar de Segovia, arma de Infantería, Sección I, legajo F-450.
9 - Por Real Orden de 19 de julio de 1907.
10 - Cuya entrega se hizo efectiva en 16 de octubre siguiente.
11 - Fue concedida de manera oficial por Real Orden de 20 de noviembre de 1910.
12 - Fue concedida la efectividad de su primera tenencia desde el 13 de julio de 1909, según Real Orden de 14 de diciembre de 1910.
13 - A este respecto resulta curioso cómo se puede leer en el apartado de observaciones de su expediente militar que “es activo, animoso e inteligente y manifiesta constantes deseos de ser empleado en las operaciones de más riesgo y fatiga”.
14 - Su cadáver fue conducido a Ceuta a la mañana del siguiente día, siendo sepultado en su cementerio de Santa Catalina. Lo atendió en sus últimos momentos el médico D. Domingo Guerra Bustamante, quien certificó que su muerte fue causada por “una sola herida de arma de fuego con orificio de entrada en la región torácica, parte inferior lado derecho y salida en la región precordial, mortal de necesidad”.
15 - Testigos favorables en dicho proceso de la concesión de la citada Medalla fueron, entre otros, los capitanes D. Luis Rodríguez Ponce de León, D. José Álvarez Andreña o D. Pedro Garrido Markornen; el teniente D. Francisco Mendoza; o los cabos D. Jesús Guerra Hernández, D. Mohamed Ben-Iyassi; y el soldado indígena Bohazza Ben Mohamed Marrassi, todos los cuales “convienen en que la conducta del capitán Fernández Ortega fue brillantísima, dando muestras de valor”. La negativa a dicha prerrogativa descansó en una simple precisión sobre si las heridas que causaron su defunción “fueron simultáneas o sucesivas”, circunstancia al parecer esencial en base a los artículos 25 y 27 del reglamento de la Orden de San Fernando y de la ley de 18 de mayo de 1862.
16 - DARIAS PRÍNCIPE, Alberto [2004]: Ciudad, Arquitectura y Memoria Histórica, 1500-1981. Tomo I. pp, 564-566. El expediente del Archivo Municipal: 107/24 (que pudimos consultar gracias a la siempre eficaz mediación de su director, D. Febe Fariña Pestano). Si bien Darias Príncipe alberga dudas sobre la autoría del busto por parte del artista cuyo nombre aparece inscrito en uno de los laterales del monumento (“Enrique Cuartero, Escultor, Cervantes, 23, Madrid”), parece estar certificado por otras fuentes que dicha efigie en bronce salió del taller del madrileño Enrique Cuartero y Huerta, autor asimismo de bustos a figuras como Alfonso VIII, Menéndez y Pelayo, o Cervantes [véase La Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 7 de agosto de 1916].
17 - Blog del arquitecto Beautell García, en el que la descripción aparece inscrita dentro del proyecto de “Restauración del Monumento al capitán Diego Fernández Ortega”.
18 -  “Homenaje a la memoria del capitán Fernández Ortega”. La Prensa. Santa Cruz de Tenerife, 7 de agosto de 1916, pág. 1. [Referencia amablemente facilitada por el investigador D. Luis Cola Benítez].