Redescubriendo a Sabino Berthelot.

  

Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 6 de junio de 2009)

 

                    A todos quienes me han acompañado

                    en la consecución de uno de mis sueños,

                    porque la vida es sencillamente, como dijera

                    el propio Berthelot en una de sus cartas,

                   “un compuesto de anhelos y esperanzas”.

                          (enero de 1868)

 

Introducción

          Cuando uno abre las páginas de una enciclopedia o de una obra biográfica suele encontrar respuesta a las constantes vitales esenciales de un determinado personaje o figura que, en ese momento, acaso fugazmente, es objeto de nuestro interés y curiosidad. Afloran en el texto precisas menciones a sus logros, a su carrera profesional -bien en el campo de las artes, de las armas, de las letras o en cualquier ámbito humano susceptible de ser definido como tal-, a las condiciones de su natalicio y defunción, acaso a sus orígenes familiares, y siempre a sus afanes y desvelos, ya sea venciendo obstáculos y salvando desgracias o infortunios, bien recibiendo parabienes en su periplo vital. No obstante, no deja de ser cierto que en la mayoría de estos escritos se deja al margen, o sencillamente se pasa de puntillas, sobre la mención y análisis detallado del ambiente propio del cotidiano quehacer de ese protagonista de una etapa de la historia, puede que siguiendo las pautas de un respeto a la intimidad del mismo, evitando la intromisión en esferas que rayan círculos tan personales dentro del ser humano.

          Ocurre con una multitud ingente de personajes históricos, a quienes conocemos sobradamente por sus obras y hechos reseñables, de los cuales somos incapaces siquiera de recordar no sólo el nombre de su misma esposa (desgraciadamente, la Historia está mayormente escrita hasta el Novecientos por y para el género masculino), fiel acompañante de los desvelos, consejera o soporte en no pocos instantes de su pareja; sino tampoco la identidad y características esenciales de las personas que también vivieron día a día con nuestro biografiado, como pudiera ser el caso de familiares, allegados o el propio servicio doméstico de una vivienda. En múltiples ocasiones ni siquiera se tiene en consideración el lugar donde nació, vivió o feneció ese personaje, el espacio donde desarrolló sus coordenadas vitales, aspectos todos ellos que definen con meridiana precisión las fibras íntimas de un perfil biográfico. Estas líneas nacen justamente con esas miras, con el objeto de profundizar en el ámbito más desconocido y poco estudiado de uno de los iconos más representativos del siglo XIX en Tenerife y en las Islas, el diplomático y estudioso francés Sabino Berthelot, indagando y pulsando en aquellos puntos del ayer que nos puedan aportar inéditos destellos de una de las figuras más brillantes dentro de nuestro acervo cultural.

 

Su esposa y su único hijo

          No deja de resultar curioso que en todas y cada una de las descripciones que definen el carácter y la personalidad de Berthelot no falta nunca la alusión a su carácter bondadoso y tierno en el trato personal, característica con la que “supo atraerse a la vez que el respeto el cariño de los que le rodeaban” -como nos apunta acertadamente su biógrafo Elías Zerolo (Nota 1)- y es que, no en vano, la principal beneficiaria y receptora de ese agradable temperamento, de esa ternura correspondida, fue su mujer, Claire Constance Aillaud, con quien contrajo esponsales en Marsella el 6 de febrero de 1817 (2).

          Nacida en dicha localidad portuaria del Mediodía francés en torno a 1798 (3), la misma en la que viera la luz su esposo cuatro años antes, fue Claire una de las hijas del matrimonio conformado por Baltasar Aillaud y Constance Clastrier -asimismo oriundos de aquella localidad-. No es difícil imaginar que la nueva pareja fuese fruto de ese primer amor surgido en la proximidad del vecindario, en el roce de familias cercanas y amigas, a lo que nos induce no sólo la temprana edad de los desposados -23 y 19 años, respectivamente-, sino la paciencia para esperar por uno de los momentos sosegados dentro de la apresurada vida juvenil de Berthelot, todo en aras a consolidar la relación por la vía eclesiástica.

          La vida de Claire Aillaud está obviamente envuelta en la bruma del desconocimiento ante la inexistencia de fuentes documentales primarias y sólo podemos atisbar resabios de su presencia en contados apartados de la biografía de su marido. Ella hubo de quedarse necesariamente en Marsella durante el conocido decenio (1820-1830) en el cual Berthelot residió por vez primera en el Archipiélago de manera tan aventurera y, en cierta forma, desordenada, y prueba de ello es que no hay mención ni cita alguna sobre la presencia de Claire en la obra Primera estancia en Tenerife (4). Su llegada a Tenerife debemos colocarla en el segundo y definitivo paréntesis de la vida del sabio francés en Tenerife, que dio inicio en 1847 tras casi quince años de estancia ininterrumpida en la capital gala -ya en compañía de su único hijo, del que pronto hablaremos-. Algún investigador, caso de Cioranescu, va más allá afirmando que fue el fallecimiento repentino de este joven vástago la razón de la venida de Claire a las Islas, que habría de colocarse entonces hacia mediados de 1848 (5).

          En el censo que para el año 1857 se elaboró en Santa Cruz de Tenerife (6) figura el nombre de Claire al lado del de su cónyuge, entonces en calidad de cónsul 2º, y ya no dejará de hacerlo, apareciendo puntualmente en ese tipo de registros demográficos municipales, hasta el momento de su fallecimiento en 1878. De la lectura de los Recuerdos y epistolario de Sabino Berthelot, contrastada con los escasos testimonios documentales en los que figura Claire, podemos adivinar algunos aspectos de su existencia, como su inseparable relación con su ama de llaves, Marie Antoine, así como su predilección por el ambiente rural de Geneto, donde poseían una pequeña finca, y donde la sorprendió el brote de epidemia de cólera morbo de 1862 (7). Una prueba fehaciente de la estrecha unión mencionada entre Claire y su sirvienta aparece en dichos Recuerdos, cuando Berthelot cita: “Todavía no le he dicho nada a usted de mi mujer y de nuestra buena María: son cosas que conmueven las fibras más profundas y que no podrían expresarse en ninguna lengua” (8). Claire Constance Aillaud fallecería en el domicilio familiar de la calle de Las Flores, en Santa Cruz de Tenerife, a las doce de la noche del 22 de agosto de 1878, a la longeva edad de 81 años, descansando su cuerpo en el cementerio de San Rafael y San Roque de esta capital (9).

          El único y malhadado hijo de la pareja, Philippe, hubo de ver la luz hacia 1831, en el reencuentro de Sabino con su esposa tras el paréntesis insular, y acompañó a sus padres durante su estadía en París. Su nombre lo conocemos gracias a una entrañable cita en una de las cartas incluidas por Berthelot en sus Recuerdos -dirigida a su amigo portugués Monteiro en 1864-, donde leemos cuando habla del vizconde de Ponceau, que “su encantadora señora, hermana del duque de Luynes, y su hijo, simpático muchacho que me recuerda a mi hijo Philippe” (10). La desgraciada muerte de este su único vástago en la capital gala el 24 de febrero de 1848, a temprana edad, en vísperas de un más que posible traslado a Tenerife para reunirse con su progenitor, dejó una huella imperecedera en el ánimo y el alma del sabio francés. De hecho, su biógrafo Elías Zerolo nos afirmaba cómo “a duras penas consiguió el afligido padre sobreponerse a tal desgracia y treinta años después aún se dejaba ver que la herida no estaba cicatrizada” (11).

  

Su servicio doméstico

          Las diferentes crónicas, misivas y diarios salidos de la pluma de Sabino Berthelot están salpicadas de referencias al conjunto de criados que estuvieron a su servicio durante su estadía en las Islas, grupo humano que formó parte de su peculiar mundo cotidiano, tan importante y necesario en el acontecer vital del cónsul francés, y que creemos interesante analizar con detenimiento. En primer lugar hemos de hacer mención a la precitada Marie Antoine, ama de llaves nacida en Lorena, Francia, en 1818, de estado soltero (12), que llegara al Archipiélago a la vera de la citada Claire Aillaud, esposa de nuestro biografiado (13). Junto a ella destacan otros dos criados que se ganaron un hueco en el corazón de Berthelot: se trata de la cocinera güimarera Candelaria Díaz, nacida hacia 1802, e igualmente célibe, y del joven sirviente Nicolás Barreda, que viera la luz en torno a 1835 en El Hierro, y a quien el cónsul llamaba cariñosamente “el Herreño”. Como testimonio del aprecio y apego que se profesaban bastaría con recordar una de las recepciones de las que fue objeto Berthelot en una de las múltiples llegadas a casa tras uno de sus periplos europeos. Según sus propias palabras, “he regresado a Santa Cruz cuando menos me esperaban: mi reducido personal se encontraba reunido en el Consulado. Mis buenos servidores lloraban de alegría; el “Herreño”, de tan contento, se había quedado como alelado; la vieja cocinera, Candelaria, me acogió con su más franca sonrisa. Todos querían estrecharme la mano al mismo tiempo y me manifestaban el contento que sentían” (14).

          Ambos criados fueron protagonistas, con antagónicos roles, durante el triste episodio de la epidemia de cólera morbo que azotó la capital santacrucera en 1863, tal y como nos relató con sentimiento Sabino en sus consabidos Recuerdos: “Candelaria, la vieja cocinera, que había pasado ya otra epidemia anterior, quedó sola para cuidarnos como podía, porque a ningún precio era posible encontrar un enfermero (..). Mi pobre Nicolás murió después de tres días de delirio” (15).

          El conjunto de sirvientes que estuvieron bajo la égida de nuestro biografiado lo completaron Marcela Rodríguez, cocinera lagunera nacida en torno a 1810 (16), que sustituiría a la precitada Candelaria; los jóvenes herreños Francisco Padrón, nacido hacia 1847 (17), Francisco Barreda -muy posiblemente familiar del desaparecido Nicolás-, y Dolores Pérez (1850-..), que aparece a partir de 1871 vinculada al servicio del cónsul francés. De uno de los precitados sirvientes naturales de la isla del Meridiano existe mención explícita en una carta dirigida por el sabio galo a su amigo Auguste Beaumier en 1872, donde podemos leer: “uno de mis antiguos sirvientes [es] hoy [en] día dueño de una pequeña propiedad en la parte más montañosa y salvaje de la isla de El Hierro” (18). Sobre otro de ellos, a quien sencillamente se define como “su criado” y es difícil identificar, Berthelot nos recuerda otra simpática anécdota al respecto de la recolección de insectos con fines científicos cuando dice: “la captura de insectos le gusta, pero no tiene suerte (..). En cuanto a mi medianero, a quien he querido dedicar a lo mismo, he perdido el tiempo. “No se saca harina de un saco de carbón”. Le he encargado que me traigo bichitos de seis patas y dos cuernos y se presenta con una caja llena de coleópteros; al ver que me sublevo, mi Sancho Panza se excusa diciendo: “Pero señor, estos animalitos tienen más de seis patas y por lo mismo deben valer más”. Por esta cuenta, los ciempiés serían todavía más valiosos” (19).

 

Sus lugares de residencia

          Tal y como hicimos referencia con anterioridad, en el primer decenio de estancia de Sabino Berthelot en tierras tinerfeñas éste no tuvo una vivienda fija, debido principalmente al carácter variable de sus investigaciones y actividades en el Archipiélago. Basta recordar sus propias palabras, que nos hablan de “una vida nómada” y de “aquel tiempo feliz de mi vida errante” (20). Hay constancia de su permanencia, durante breves pero intensas temporadas, en las casas de amistades granjeadas en esos primeros años, como Alonso de Nava-Grimón y Porlier, Marcos Peraza, Fernando del Hoyo-Solórzano o el doctor Domingo Saviñón, del que nuestro biografiado recordara que “en su casa yo tenía reservada una habitación, donde de vez en cuando iba a descansar de mis excursiones botánicas” (21). Encontramos datos dispersos que nos señalan su estadía en los primeros años en la santacrucera calle de las Tiendas (22); en 1824 en La Orotava, alojado en la conocida casona de los Franchy -en dicha residencia existía una “sala que habitaba Sabino Berthelot”, rezan los documentos- (23), y al año siguiente, 1825, lo encontramos viviendo en La Laguna “frente al maestro Basilio” (24).

          Sería a partir de 1847, con su retorno a las Islas adscrito al cuerpo diplomático de Francia en la capital santacrucera, cuando Berthelot decidió asentarse de una manera específica y estable, eligiendo para ello la céntrica calle del Castillo, tomando en alquiler el antiguo nº 43 según consta en los diferentes registros censales (25). Esta vivienda estaba en la margen superior de esta vía, próxima a su confluencia con la futura plaza Weyler, justo por encima de la que era propiedad de Isidro Guimerá Fons y Manuela Eustaquia Ravina Castro (nº 41) (26). En torno a 1869-1870, como veremos más adelante, Berthelot decidió cambiar su residencia al nº 1 de la cercana calle de Las Flores, donde viviría hasta el final de sus días, y su casa de la calle del Castillo pasaría primero a manos de Harrison Briggs Mac-Kay Jennings -ya en 1870-, y en 1875 figura bajo el usufructo del alguacil Vicente Abreu y de su esposa, Antonia Pérez Mesa.

          Según Cioranescu (27), esta primera casa de la calle del Castillo, “servía al mismo tiempo para oficina del consulado, [y] resultó ser muy de su agrado”. En varios apartados se apuntan las condiciones básicas de esa propiedad, como el “jardín morisco”, rodeado de galerías de vidrieras, con pozo propio, y en misiva al barón Castelo de Paiva en 1861 se confirman algunos de esos detalles definitorios del inmueble: “Tengo en mi jardín olorosos naranjos y paseos orillados de arrebol, cuyas ramas floridas tienen más de seis pies de altura” (28).

          En torno a 1869-1870, como citamos con anterioridad, nuestro personaje decidió mudarse a un nuevo inmueble, de reciente construcción y no muy alejado de su anterior residencia: el nº 1 de la remozada calle de las Flores, que en el último tercio del siglo XIX no debía ser muy concurrida, ya que, según el estadista Olive, en 1860 estaba compuesta únicamente por seis casas (29). Precisamente, con el objeto de ubicar con mayor precisión la vivienda de Berthelot debemos puntualizar que en el nº 2 de dicha vía moraba José Llarena Mesa en 1875 y que sería esta calle la que pasaría a inmortalizar el nombre del sabio francés, pues, al cumplirse veinte años de su fallecimiento, al haber vivido en esta vía, se decidió honrarla con su nombre (30).

          No podríamos dejar de reseñar entre sus propiedades la finca de San Miguel de Geneto, que acude en numerosas ocasiones a su pluma en las diferentes misivas y textos que de su mano se conservan, siendo una de ellas una carta a su compatriota León Lavialle fechada en 1874, en donde, refiriéndose a su jubilación, comenta: “Tengo mi casa de campo, donde puedo ir a gozar del fresco aire de la montaña y embriagarme con el perfume de las flores” (31). Aún no hemos podido descubrir la fecha de adquisición de este predio por el cónsul francés, si bien Cioranescu aporta una prueba bastante esclarecedora al citar la petición cursada al Ayuntamiento santacrucero por nuestro biografiado en 1 de octubre de 1851 solicitando “la licencia de cortar tres puntales y dos madres para fabricar una gañanía en su hacienda de Geneto” (32). Respecto a dicha propiedad existen asimismo noticias funestas, como la que observamos en la misiva remitida por Berthelot a Charles Bolle en 1880: “En cuanto a novedades, le diré que las lluvias han sido calamitosas este año para Tenerife, que ha sufrido mucho. Los barrancos, desbordados desde las zonas altas de la isla, se han precipitado violentamente sobre las tierras bajas y se han llevado al mar tierras y cultivos. Mi pequeña finca de Geneto también ha sido afectada y me costará bastante reparar los daños” (33).

          Sus desvelos y cuidados por Geneto figuran en otros pasajes de sus escritos, como cuando escribe al mismo Bolle en 1859. “Y bien, ¿por qué no le he escrito antes? ¡Dios mío, por cien motivos que no le voy a detallar, ya que no hay uno solo que me pueda servir de excusa! He retrasado mi respuesta una y otra vez, eso es todo. Sin embargo, entre los motivos de mi negligencia debo poner en primer lugar la escasa diligencia puesta en dar remate a mi pequeño “tusculum” (34). Ahora está casi terminado: casa, jardín y habitaciones. Me dicen que es muy bonito, venga a verlo, no bromeo. Si pudiera verle en Tenerife iríamos a Geneto a revivir tantos momentos agradables. Déme usted esa satisfacción”. La cita de Bolle, que había estado en Tenerife en 1851, según los datos epistolares (35), coincide con la anteriormente reseñada por Cioranescu sobre los arreglos efectuados en la hacienda y acaso pudiera orientarnos para encontrar en los protocolos notariales la fecha y circunstancias de la compra de esta propiedad por Berthelot (36).

          Tratando de documentar y ubicar en lo posible dicha propiedad acudimos al padrón de La Laguna para 1857, donde, dentro del “Camino de San Miguel”, que se inicia con la finca de Tomás de Vargas Amaral, figura bajo el nº 13 facticio el nombre de la esposa de Berthelot, Dª Clara Aillaud, como dueña del mismo (37). Los predios anterior y posterior estaban ocupados por las familias de Guillermo Díaz y José Armas, respectivamente, y no lejos se encontraba el nº 17, de Antonio Núñez Párraga, el nº 23, a nombre de Hermann Honegger, y el nº 24, de Domingo Viejobueno.

          Para finalizar, y como esclarecedor testimonio de la clarividente inteligencia de Sabino Berthelot, queremos traer a estas líneas un pensamiento suyo plasmado en papel, auténtica declaración de sinceridad y franqueza que cobra aún hoy si cabe más fuerza cuando leemos comentarios que bien podrían ser fiel reflejo de nuestra actual idiosincrasia isleña. Decía el sabio francés.

               “Después de tan larga ausencia, al volver a las Islas Canarias, que tan felices recuerdos me traen, he encontrado muchos cambios: el país no es el mismo que antes, muchos de los que había conocido ya no estaban en este mundo y sus hijos apenas se les parecían. La gente de la ciudad, en otro tiempo tan sencilla, tan jovial, incluso tan fiel a la tradición, no me resulta ahora tan atractiva ni se da con la misma franqueza. El isleño de los pueblos se ha transformado, está desconocido, se ha incorporado a la corriente de la moda por creer que así se muestra más civilizado. Había dejado a estos buenos insulares abandonados a una dulce y tranquila existencia, satisfechos del presente y sin que les preocupara demasiado el futuro. En cambio, he encontrado otra sociedad donde no existen la confianza ni la intimidad; cada cual va a lo suyo. Los intereses de partido y la llamada de la política lo han transformado todo” (38).

           Juzgue el lector si este párrafo nacido de la pluma de aquel insigne estudioso y observador del pasado no corresponde con la realidad latente de este Archipiélago, objeto de todos sus desvelos y atenciones, pasión y vida para alguien que, en sus últimos días de vida, declaraba con sentida emoción que “nadie puede poner en duda que soy isleño de corazón”.

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NOTAS:

 1 - Zerolo, Elías: “Noticia biográfica de Mr. Sabin Berthelot, hijo adoptivo de Santa Cruz de Tenerife”. Revista de Canarias. nº 59. Santa Cruz de Tenerife, 8 de mayo de 1881, pp. 136.

2 -  “Relevé systématique des marriages de Marseille au XIXe siècle”, consultado a través de las fuentes genealógicas disponibles a través del web www.geneanet.org, bajo la signatura AD13 TD.08 R1. En dicho registro figura, por error tipográfico, Sabin “Berthelat”.

3 - Mientras en el censo de Santa Cruz de Tenerife para el año 1859 se otorga a Clara Aillaud la edad de 60 años, en el de La Laguna (ejecutado en 1857) figura con 56.

4 - Berthelot, Sabino [1980]: Primera estancia en las Islas Canarias (1820-1830) [traducción, estudio y notas al cuidado de Luis Diego Cuscoy]. Instituto de Estudios Canarios, La Laguna.

5 - VV.AA. [1980]: Homenaje a Sabino Berthelot en el centenario de su fallecimiento, 1880-1980. instituto de Estudios Canarios, La Laguna. Esta singular referencia se cita igualmente en el espléndido trabajo de Eliseo Izquierdo Diccionario de Periodistas. [Tomo I, pp. 236-239].

6 - Desafortunadamente no se han conservado padrones para el periodo 1847-1857, según hemos podido comprobar en el archivo municipal de Santa Cruz de Tenerife gracias a la siempre diligente y eficaz ayuda de su director, D. Febe Fariña Pestano, a quien desde estas líneas agradecemos de nuevo su inestimable colaboración en cada una de nuestras investigaciones.

7 - En misiva al científico Alfred Moquin-Tandom, fechada en 22 de febrero de 1863, Berthelot le escribe: “Cuando la epidemia entró en el Consulado, mi mujer estaba en el campo y se le dio la orden de que permaneciera allí, si hubiese bajado de Geneto estoy seguro que hoy no existiría”. Diego Cuscoy, Luis [ed.] [1980]: Recuerdos y epistolario (1820-1880). Instituto de Estudios Canarios, La Laguna; pág. 56.

8 - Diego Cuscoy, Luis [ed.] [1980]: Recuerdos y epistolario (1820-1880). pág. 53.

9 - Archivo de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Concepción, Santa Cruz de Tenerife. Libro 31 de defunciones, folio 287.

10 - Diego Cuscoy, Luis [ed.] [1980]: Recuerdos y epistolario (1820-1880). pp. 63-64.

11 - Zerolo, Elías: art. cit. Revista de Canarias, nº 58, 23 de abril de 1881, pág. 124. En carta al botánico Philip Barker Webb de 1850 cita Berthelot lo siguiente: “Después del golpe que me ha herido mitigo mi dolor entregándome al estudio. [Recuerdos y epistolario, pág 36]. Cioranescu apunta que hubo de ser alguna enfermedad juvenil la que acabó con su vida [Homenaje... pág. 19].

12 - Tanto el censo de Santa Cruz de Tenerife de 1859 como el de La Laguna para  el año 1857 coinciden en colocar su natalicio en 1818. La referencia de la región de Lorena la brinda Cioranescu en su artículo “Un erudito en Canarias: Sabino Berthelot”, incluido en Homenaje... (pág 20).

13 - Marie Antoine caería enferma en el maléfico brote de cólera morbo que, como veremos poco más adelante, sumió a Santa Cruz de Tenerife en una de las páginas más desoladoras de su historia. Berthelot recordaba cómo “María y yo nos hemos salvado gracias a los cuidados de mi pobre compatriota, el doctor Saurin, que falleció al sexto día de yo haber caído enfermo (..)”.[Recuerdos y epistolario, pág. 56]. En otra misiva remitida por el cónsul francés a la viuda de su amigo Couder, en 1876, al agradecerle el regalo de un cuadro que representaba un paisaje galo, apunta Berthelot: “la llegada de esta fresca pintura ha llenado la casa de alegría. (..) María (..) lloraba ante el recuerdo de la patria lejana” [Recuerdos y epistolario, pág. 113].

14 - Extracto de la carta remitida por Berthelot al barón Castelo de Paiva en 1861 ([Recuerdos y epistolario, pp. 52-53].

15 - Referencia extraída de la misiva enviada a Alfred Moquin-Tandom en 22 de febrero de 1863 [Recuerdos y epistolario, pág. 56].

16 - Esta sirvienta figura tanto en los diferentes padrones de Santa Cruz de Tenerife como en el correspondiente a La Laguna para el año 1857. Curiosamente, en el censo santacrucero de 1866 se le cambió accidentalmente su nombre por el de Micaela.

17 - Francisco Padrón consta en la servidumbre de Sabino Berthelot a partir de 1867, según los registros de empadronamiento municipal que hemos consultado.

18 - Esta anécdota, recogida en la obra Recuerdos y epistolario [pág. 92], surgió porque fue este criado herreño quien recibió al barón Karl von Fritsch durante sus días de estancia en dicha isla.

19 - Recuerdos y epistolario, pp. 52-53.

20 - Homenaje... pág. 11.

21 - Recuerdos y epistolario, pág. 18.

22 - Homenaje... pág. 11.

23 - Inventario de los bienes pertenecientes a doña Narcisa de Franchy y Bondu. Información amablemente facilitada por la historiadora Dª Ana Pérez Álvarez.

24 - Berthelot, Sabino (19809. Primera estancia en Tenerife (1820-1830). Instituto de Estudios Canarios; La Laguna, pp. 45 y 50.

25 - Registros de empadronamiento de Santa Cruz de Tenerife, años 1857 a 1875 [Archivo Municipal]. Datos complementarios figuran en el artículo precitado de Alejandro Cioranescu incluido en Homenaje... [pág. 19], como pudiera ser el apunte de que ese inmueble había sido anteriormente residencia del intendente Aguirre.

26 - Esta vivienda no debe confundirse con la ocupada por D. Agustín Guimerá Jorge y Dª Jacinta Castellano Dueño en esa calle del Castillo en dichas mismas fechas, casona aún en el recuerdo de muchos vecinos, que se perdió en un incendio tras haber sido donada a los padres misioneros del Corazón de María, y en la que se hospedara san Antonio María Claret.

27 - Homenaje.. pp. 19-20.

28 - Recuerdos y epistolario, pp. 52-53.

29 - Cioranescu apunta en su artículo incluido en Homenaje... [pág. 20] que en 1862 sólo había dos casas censadas en dicha vía y que se ignora la fecha de la mudanza por no haberse conservado los padrones de 1863 a 1870, lo que es incierto porque sólo falta el correspondiente al año 1869.

30 - Cioranescu, Alejandro [1998]: Historia de Santa Cruz de Tenerife. Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife; Santa Cruz de Tenerife; tomo IV, pág. 528. El acta que recoge dicho nombramiento es de fecha 11 de diciembre de 1901. En Homenaje.. [pág. 20] Cioranescu añade que en dicha vivienda residió igualmente Patricio Estévanez Murphy en 1899.

31 - Recuerdos y epistolario, pág. 100.

32 - Homenaje... [pág. 20]. Cita Cioranescu igualmente que en esta finca Berthelot experimentaba con la cría de gusanos de seda alimentados con hojas de tártago.

33 - Recuerdos y epistolario, pág. 122.

34 - Tusculum, hoy Túsculo o Frascati, ciudad de la región del Lacio conocida por ser la zona de las segundas residencias o pequeñas villas de los patricios residentes en Roma.

35 - Recuerdos y epistolario, pág. 37.

36 - En carta a su amigo Couder en 1865 Berthelot cita que “las abejas elaboran excelente miel”, lo que podría acaso estarnos indicando que poseía colmenas en su finca [Recuerdos y epistolario, pág. 72].

37 - Archivo Histórico Municipal de La Laguna. Signatura: C-XIV,1. La referencia original del documento es “Partido judicial de La Laguna, sección 9ª”, Pago de Geneto”, con fecha 14 de junio de 1857 (folio 8r).

38 - Recuerdos y Epistolario, pág. 28.