Presentación de don Hilario Martín Jiménez

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Círculo de Amistad XII de Enero, Santa Cruz de Tenerife, el año 2001)

          Hace ya algún tiempo, ese buen amigo que es D. José Delgado Salazar me propuso encontrarme en la situación en que ahora me hallo, es decir presentándoles, aunque para bastantes sea bien conocido, a D. Hilario Martín Jiménez, General de Brigada de Infantería y Diplomado de Estado Mayor, Licenciado en Filosofía y Letras, rama de Psicología, y Diplomado Superior en Psicología Clínica y en Psicología Pedagógica.

          Le dije que sí al Sr. Delgado porque no puedo negarme a nada que él, o cualquiera de mis contertulios y “Amigos del 25 de Julio” me pidan, o que se relacione con este entrañable Círculo de  Amistad; pero aunque no hubiesen mediado esas circunstancias, también hubiese aceptado, porque para mí es un orgullo y un honor poder hablar de Hilario, y me siento afortunado y feliz por tener esa oportunidad. De manera que gracias, D. José y D. Ignacio por la ocasión que me han brindado.

          Lo único malo del caso es que siento un cierto temor, porque hacer una presentación, como bien conocen ustedes, no es sólo leer la relación de méritos del presentado sino profundizar algo más en su personalidad, en su carácter y en su obra. Decían aquellos viejos catecismos de nuestra niñez que había que respetar a los mayores en edad, saber y gobierno. Y siendo consecuente con  aquello que se me grabó en la mente y en el corazón hace ya tantos años, respeto, y mucho, a D. Hilario Martín Jiménez; no tanto por sus años, pues ambos estamos ya en lo que eufemísticamente se ha dado en llamar “Tercera Edad”, como por el “gobierno”, puesto que si alcanzamos el mismo grado en la escala de Mandos del Ejército, él lo hizo algún tiempo antes que yo, y bien conocen todos aquello de que en la Milicia, “la antigüedad es un grado”. Pero sobre todo le respeto por su “saber”. En eso sí que me considero muchos escalones por debajo de él. Y de ahí nace este temor de no ser capaz de estar a la altura que las circunstancias demandan cuando se trata de la persona que ahora mismo se sienta a mi lado.

          Pero a lo hecho, pecho, y piensen, resignadamente, que mis palabras no durarán mucho; las podrán guardar, sin remordimientos, en un viejo baúl de la memoria, del que no saldrán jamás, y en menos de diez minutos llegará la conferencia del General Martín Jiménez, que estoy seguro, les va  a interesar profundamente.

          ¿Quién y cómo es, desde el punto de vista humano, personal, Hilario Martín Jiménez? Resumiendo les diré que es un castellano de Ávila, educado en el amor a la patria chica, pero sobre todo a la Patria Grande y a Dios, en el seno de una familia en la que, quizás, de lo único que había abundancia era de eso: de amor. Quiso la vida, y también el ambiente familiar, que se inclinara por la carrera de las armas. Ingresó en la Academia General Militar, formando parte de la 7ª Promoción de la 3ª Época, en 1948, y a finales de 1952, con las dos estrellitas de Teniente era destinado al Grupo de Tiradores de Ifni, nº. 1. Así empezaba su larga carrera militar, pasando desde la amurallada Ávila, a través de la inmortal Zaragoza y la imperial Toledo, a las tierras sin límites que una vez fueron nuestra provincia de Ifni.

          Mientras tanto, también iniciaba una nueva vida familiar, uniéndose, para siempre, a su Gela,  a una gran mujer. No quiero repetir aquello de que “detrás de un gran hombre ...”; no porque se enfaden las feministas, que me daría igual, sino porque en este caso no es verdad. Gela nunca estuvo detrás de Hilario, sino que siempre marchó “a su lado”, y en los buenos momentos se alegraron juntos, y en los malos buscaron consuelo en el apoyo mutuo. Esa feliz unión quizás haya sido la causa fundamental de los éxitos de Hilario en sus otras dos facetas: la profesional y la intelectual. La estabilidad de su hogar le ha permitido, y le permite, dedicar muchas horas a la Milicia y a la Cultura, sin que inquietudes, desazones o disgustos le impidieran, ni le impidan,  realizarse con plenitud en ambas vertientes.

          Podemos retratarle como una persona seria cuando hay que serlo, disciplinada, trabajadora, exigente consigo mismo y con los demás, alegre cuando llega el momento, amante esposo, padre y abuelo, amigo de verdad, ...

          Volviendo a lo castrense, hace un minuto veíamos a un Teniente, en su primer destino militar, intentando sostenerse a lomos, o a jorobas, de un camello, en Ifni, en aquellos ilusionados e ilusionantes primeros años de Oficial. Quizás entonces se despertó su otra vocación, la de Psicólogo, por el trato diario con aquellos chicos españoles, aquellos muchachos que la Patria, y sus madres, ponían, y hasta dentro de muy poco ya, seguirán poniendo en nuestras manos, y en las de los que nos han seguido, año tras año, para cumplir un honroso Servicio Militar obligatorio (no esa “mili” que tan denostada es hoy, en la mayoría de los casos por quienes no la hicieron, valiéndose de mil subterfugios que rozaban o incluso se salían de los límites legales, o se aprovechaban de amigos y conocidos para buscar un puesto en el que tuvieran tiempo libre... tiempo que hoy dicen que perdieron). En aquellas soledades del desierto y rodeado de “sus” soldados, estoy seguro de que fueron muchas las conversaciones, las confidencias, y los problemas que, bajo un cielo inmenso, escuchó Hilario de labios de aquellos hombres que confiaban absolutamente en “su” Teniente. Y el entonces joven Oficial, sin duda tuvo que sentir el anhelo de poder ayudarles, para lo que era necesario conocer más el alma humana y adentrarse por sus vericuetos.

          Vinieron luego otros bonitos destinos, Regulares, en Melilla, en el más hermoso de los oficios: el de Capitán de Infantería, según nuestro Nobel D. Camilo José Cela; en el Servicio de Estado Mayor, como Capitán, en Menorca y en Salamanca; en la IMEC, también de Capitán y de Comandante, en trato ahora con otros chicos, los más ilustrados de la Sociedad española. Mucho tuvo también Hilario que hablar con aquellos jóvenes, y con sus compañeros de Curso, por aquel entonces, en la Universidad Pontificia de Salamanca.

          Y con el ascenso a Teniente Coronel, en el verano de 1979, la venida a Tenerife, a la Jefatura de Tropas de Tenerife (luego, los dos participaríamos en los esfuerzos para que se le cambiase el apellido por el de Santa Cruz de Tenerife, ya que las Unidades dependientes estaban de guarnición en las cuatro islas de la provincia). En su despacho de la Jefatura lo conocí el 2 de Noviembre de 1979, cuando, con mi recién estrenada estrella de Comandante, me presenté a él, a mi Jefe de Estado Mayor. Años de intenso trabajo vinieron luego, en los que el Teniente Coronel Martín Jiménez supo interpretar, como buen Jefe de Estado Mayor, el sentir de dos excepcionales Generales (Calvo-Flores y Vicario), e impulsó una serie de Ejercicios Tácticos y actividades logísticas que hicieron, y no exagero un ápice, que la nuestra se convirtiera en una de las Unidades punteras del Ejército en el inicio de la década de los 80.

          Ya les había entrado, a Hilario y a su familia,  el “gusanillo” de Tenerife. Ascendió a Coronel y la Superioridad le confirió el Mando del que en aquellos momentos era, numéricamente hablando, el mayor Regimiento de Infantería de España, el Tenerife 49, con más de 3.500 hombres. Al cumplir los 2 años de Mando, como está reglamentado, dejó el Regimiento y marchó a Madrid, a Defensa y a unos destinos siempre relacionados con el Reclutamiento y el Personal, tan ligados, como en toda su trayectoria, al Hombre, a la Persona.

          Y cuando llegó el momento de su pase a la Reserva, eligieron volver a Tenerife, buscaron un bellísimo rincón en El Sauzal, donde el General atesora los recuerdos de una vida militar larga y fecunda; objetos materiales, como metopas, placas, fotografías, banderas y guiones y un cornetín que tocó por última vez el día de su despedida del Regimiento,... y los otros, los que guarda en su corazón y que más de una tarde, con el Océano como testigo, volverá a repasar.

          ¿Cómo fue Hilario Martín Jiménez de militar en activo? De nuevo repito lo de exigente consigo mismo y con los que lo rodeábamos, cumplidor, disciplinado, muy preparado, buen jefe y buen subordinado y, por tanto, leal hacia arriba y hacia abajo. Y en los momentos claves, muy sereno. Y aquí hablo con pleno conocimiento de causa.

          He omitido, por ahorrar tiempo, hablarles de los Cursos militares realizados por Hilario, en los que es fundamental el apoyo familiar, especialmente en el de Estado Mayor. Y si para desarrollarlos hay que robar horas y días a la vida con la mujer y los hijos, la cosa se complica cuando se decide, además, cursar una carrera civil. Hilario lo hizo. Se licenció en Filosofía y Letras, rama de Psicología, por la Universidad Pontificia de Salamanca, y revalidó el título en la Universidad civil, y se diplomó en Psicología Clínica y en Psicología Pedagógica en aquella misma Universidad salmantina.

          Sus estudios, experiencias y reflexiones se plasmaron en su primer libro: Ideología y Política en las Fuerzas Armadas - Una visión psicológica desde Platón, que como decía en el prólogo al mismo el Profesor Ortega Carmona, constituía una profunda reflexión histórica y filosófica sobre las Fuerzas Armadas y estaba lleno de hondas meditaciones sobre la legitimación psicológica de los Ejércitos. El libro apareció en el difícil año de 1.976 y no pasó desapercibido, pues obtuvo el Premio Ejército de Literatura.

         Por aquellos años, el Comandante Martín Jiménez era designado vocal de la Comisión encargada de la redacción de unas nuevas Reales Ordenanzas, las de D. Juan Carlos I, que debían sustituir a las de Carlos III, en vigor en los Ejércitos hasta entonces. No fue fácil esa labor, y no me refiero sólo a la indudable dificultad de la redacción. En las propias Fuerzas Armadas éramos muchos (y recalco la primera persona del plural, éramos) quienes pensábamos que sólo sería necesaria una simple revisión de las antiguas, eliminando aquellos artículos que hubiesen quedado obsoletos como consecuencia de la evolución del pensamiento, la sociedad o los medios materiales. Se miraba, mirábamos, con cierta reticencia a estas nuevas Ordenanzas... pero cuando las tuvimos en nuestras manos y con afán crítico las leímos y releímos, comprobamos que el espíritu, el maravilloso hálito que Carlos III había puesto en letra impresa, seguía vigente y además se habían cubierto lagunas lógicas causadas por el paso del tiempo. Y las aceptamos plenamente. Habíamos temido, y nos habíamos equivocado, que los valores morales, intrínsecos en nuestra profesión, hubiesen sido olvidados, o soslayados o sustituidos por la búsqueda o la exigencia de otros valores. Y no había sido así. Y el Comandante, fíjense en lo que digo, el Comandante, no el General, ni el Coronel, el Comandante Martín Jiménez había sido uno de los pocos elegidos para redactar un documento legal para las Fuerzas Armadas, la orden que nos da nuestro Jefe supremo, S.M. El Rey, que seguirá en vigor muchos años, quizás siglos.

          Sus trabajos en aquel tema le inspiraron su segundo libro: Los Valores Morales en las Reales Ordenanzas de D. Juan Carlos I, de cuya importancia baste decir que fue declarado de utilidad por los tres Ejércitos y que a tantos nos ha servido de guía en el comportamiento y de fuente inestimable de apoyo en la preparación de conferencias, discursos, etc.

          Ya en Tenerife, en sus tiempos de la Jefatura de Tropas, escribió las deliciosas “Charlas con Juan Soldado”, que creo recordar llegaron al centenar y eran transmitidas por Radio Nacional de España en un programa que se emitía por las tardes durante los años 80 y 81. En ellas, y con sencillas palabras, un Mando (quizás aquel Teniente que ya nunca podría volver a ser) explicaba a un imaginario soldado, “su amigo Juan”, el intríngulis de las Reales Ordenanzas artículo por artículo.

          En Madrid, en 1990, publicaría su Radiografía del Servicio Militar, libro en el que estudiaba la evolución del Servicio Militar Obligatorio en España, sus ventajas y también sus inconvenientes y, como debe ser, no se quedaba ahí, sino que abría las puertas a futuras soluciones, como el Ejército profesional “puro” o el de sistema de reclutamiento “mixto”.

          Durante esos años fueron muchos los artículos publicados en revistas profesionales y diarios nacionales y locales, pero también trabajaba en la preparación de un magnífico libro. Por fin, el 23 de  Noviembre de 1.998, D. Eligio Hernández presentaba en el Museo Militar de Almeyda el último, hasta el momento, trabajo del Gral. Martín Jiménez. Se trataba de Valeriano Weyler. De su vida y personalidad. Ese libro era el resultado de un durísimo trabajo investigador que había durado varios años y había culminado en el que se cumplían cien de la pérdida de Cuba y Filipinas, posesiones españolas en cuya conservación jugó un papel de primer orden el General Weyler. Les puedo asegurar que todas aquellas personas con las que he hablado de ese libro me lo han definido como “una gran obra” y a muchos les ha abierto los ojos, despejándoles la visión al eliminar las “cataratas” ocasionadas por una propaganda falaz y malintencionada.

          El trabajo desarrollado para dar a la luz ese libro ha convertido a Hilario Martín Jiménez, sin la menor duda, en uno de los mejores conocedores, si no el mejor, de la actuación, la personalidad y el carácter del General Weyler. Por eso, la de dentro de unos segundos no va a ser una conferencia más.

          Intelectualmente, Hilario Martín Jiménez ha hecho bueno el discurso cervantino de las Armas y las Letras, por su infatigable trabajo, su método, sus profundas investigaciones, su fiel interpretación de las situaciones históricas y su fácil pluma. Lo van a comprobar enseguida quienes no lo conozcan.

          Señoras y señores, gracias por su paciencia para conmigo. También gracias de nuevo al Círculo por la oportunidad brindada, y dejando constancia de mi orgullo por haberlo tenido como Jefe, y de mi alegría por conservarlo como amigo y maestro, cedo la palabra a D. Hilario Martín Jiménez.

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