La calle del Norte (Valentín Sanz) (Retales de la Historia - 30)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 30 de octubre de 2011).
Hay dos planos del Lugar y Puerto de Santa Cruz de Tenerife de Miguel Tiburcio Rossel, el primero de 1701 y el segundo también de principios del XVIII, en los que apenas se vislumbra el trazado de lo que, poco tiempo más tarde, sería la calle del Norte. Es decir, como siempre precisa Sebastián Matías Delgado, la calle, no que está al Norte, sino “que va al Norte”. En otro plano del mismo autor, levantado por orden del marqués de Vallehermoso en 1723, ya se aprecia claramente que la calle, que se inicia en el barranquillo del Aceite -hoy calle Imeldo Serís-, se ve cortada al llegar a otro barranquillo, el de San Francisco, a la altura de la actual plaza del Patriotismo.
Ya por entonces existían otras calles hacia el Norte, pero no recibían esta denominación: la de la Marina, que apenas avanzaba unos cientos de metros, y la de San Francisco, conocida también como “camino que va a Paso Alto”, senda que hasta bien entrado el siglo XIX hacia las afueras del poblado era poco más que una mala vereda.
En la segunda mitad del siglo XVIII ya la calle estaba totalmente trazada y delimitada y en ella vivían personajes importantes. Allí tenía “las casas de su habitación” -como se decía entonces- el que fuera alcalde del Lugar y Puerto, Domingo Vicente Marrero, cuando se produjo el ataque de Nelson en julio de 1797. En realidad, el domicilio del alcalde hacía las veces de casas consistoriales al no disponer Santa Cruz de sede oficial para su ayuntamiento y en él se celebraron importantes reuniones antes y después de la derrota de los ingleses.
En 1820, siendo alcalde Patricio Anrán de Prado, se dotó a aquella zona de una fuente para el abasto público de agua, conocida como “chorro de arriba”, que estaba situada al final de la calle del Norte, esquina con la de San Roque, hoy Suárez Guerra. Ello evidencia que ya entonces el barrio contaba con una población estimable, a la que el ayuntamiento consideró necesario dotar de aquel servicio. El “chorro” costó 120 pesos corrientes, y allí estuvo hasta que al abovedarse el barranquillo desde Puerto Escondido hasta la calle del Norte en 1845, se hizo necesario su traslado a la primera de las calles citadas, estando los trabajos a cargo del regidor José Librero -que ya había sido alcalde y volvería a serlo- y que puso dinero de su bolsillo.
El proyecto incluía la conexión de la calle del Norte con la de La Rosa, lo que tuvo que aplazarse entonces por falta de fondos y por dar preferencia a las obras de construcción del teatro y mercado. Sólo se hicieron las más necesarias en la confluencia de Pilar, San Roque y San Felipe Neri -hoy Emilio Calzadilla-, para drenar las aguas de lluvia que por allí se acumulaban con evidente peligro para los vecinos.
La primera gran modificación de la zona llegó con la creación de la plaza del Príncipe, magnífica realización debida al tesón del alcalde Bernabé Rodríguez, que alcanzó un acuerdo con el propietario de la antigua huerta franciscana, logrando para la ciudad un espacio público privilegiado, gracias a aportaciones de los vecinos y a que puso importantes cantidades de su peculio. Luego, en 1880, se autorizó a José Antonio Pallés y Abril a ensanchar el antiguo callejón del Judío -hoy calle del Adelantado- para construir una casa en la esquina con la del Norte, que más tarde sería sede del Gabinete Instructivo, la más dinámica e importante sociedad de la segunda mitad del XIX santacrucero. En sus postrimerías se logró, por fin, la conexión hacia el Norte con la calle de La Rosa y, ya en el pasado siglo, la prolongación hacia el Sur, salvando el barranco de Santos por medio del puente Serrador, idea que había propuesto más de veinte años antes el alcalde García Sanabria.
Cuando en 1898 llegó la noticia de la muerte en Nueva York del pintor Valentín Sanz y Carta, la corporación municipal acordó poner su nombre a esta calle, en homenaje a uno de los mejores artistas aquí nacidos. Había estudiado en Madrid con una beca concedida por la Diputación Provincial en 1875, cosechando en los años siguientes varios premios y elogiosas críticas. Viajó a Cuba en 1882 como dibujante de la expedición botánica de Miguel Colmeiro y logró la cátedra de paisaje de la Academia de Bellas Artes de San Alejandro de La Habana. Era de carácter tímido y retraído, y siempre estuvo obsesionado por captar la luz, las nubes y el cielo, y era tal su exigencia consigo mismo que siempre creía que podía ser mejorado el resultado, lo que le llevó a decir en una ocasión:
"Pues, señor, váyase al cuerno. // Estudio nubes y cielo // y por más que me desvelo, // me sale siempre un infierno. // No quiero ser temerario // porque estoy bien convencido // que al “cielo” nadie ha subido // sin pasar por el “calvario”".
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