Sebastián Padrón Acosta: cura, poeta e investigador

Por Miguel Melián García  (Publicado en La Opinión el 23 de noviembre de 2000)

                    Sin ráfagas de fe en las humanas cosas
                    devoro mi tristeza, sentimental y esquivo.
                    Muchas veces me halaga un perfume de rosas
                    con que aromo la triste soledad en que vivo.

                    «Y cuando llegue el día del último vïaje»,
                    y esté de sombras lleno el infinito mar,
                    en las medrosas tintas del último paisaje
                    verás mi fe de roble como un cáliz brillar.

                                                                                 S. P. A.

          Se ha cumplido este año 2000 -exactamente el 31 de julio- el centenario del nacimiento de Sebastián Padrón Acosta (1900-1953), ilustre polígrafo e investigador de temas históricos, artísticos y literarios isleños, inspirado prosista y hondo poeta, culto sacerdote henchido de alto espíritu humanitario -que se gastaba buena parte de sus emolumentos en libros y en limosnas- y gran animador de jóvenes vocaciones literaria.

          Había nacido en el Puerto de la Cruz, donde transcurrió su infancia. A los trece años ingresa en el Seminario Conciliar de La Laguna, y allí cursa brillantemente la carrera eclesiástica. El 2 de junio de 1928 es ordenado sacerdote en la Catedral lagunera.

         Desde muy joven se siente atraído por los temas artísticos y literarios, por lo que pronto inicia una ingente labor investigadora, que cultiva ininterrumpidamente y con entusiasmo hasta el final de sus días.

        Después de ocupar diferentes destinos eclesiásticos, es nombrado, a principios de los años cuarenta, coadjutor de la santacrucera parroquia de San Francisco, por lo que traslada su residencia a la capital de la provincia. Pronto -como nos indica su pariente, el periodista Benjamín Afonso Padrón- don Sebastián pasa a ser "miembro del grupo de hombres de más relieve y significación en el orden cultural de Santa Cruz de Tenerife: la “peña” que formaban catedráticos, pintores, prosistas, poetas y gentes laureadas con el signo de la popularidad. Una “peña” magnífica, sin posible resurgimiento en su múltiple calidad".

          Y en ese ambiente propicio para el desarrollo de sus trabajos de investigación y creación, surge la mayor parte de su obra.

          Empieza a colaborar con más asiduidad en los diarios El Día y La Tarde -sobre todo en este último, que dirigía su gran amigo, el prestigioso periodista Víctor Zurita-, escribe guiones para la emisora Radio Club Tenerife, EAJ 43, y publica numerosos trabajos en la Revista de Historia de la Universidad de La Laguna y en la del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria.

          Como dice muy acertadamente Dacio V. Darias Padrón, nuestro escritor "añadió a su sacerdocio de institución divina, otro sacerdocio, literario, con el que compartió su vida entera: el de las letras canarias, dentro de una amplitud que asombra, por lo densa y continuada, llena de acendrado patriotismo tinerfeño".

          Un día de finales de 1949 o principios de 1950 tomó, por razones que desconocemos, la decisión de encerrarse en su casa, de la que ya no salió más. Toda su vida transcurrió a partir de entonces en su habitación, en la que no entraba la luz del sol: "una habitación estrecha -como nos la describe el poeta Felipe Lorenzo, que le visitó en una ocasión-, abarrotada de libros y periódicos en desorden, llena de humo de cigarrillos y de hogueras de papeles para calentar café". Allí continuó escribiendo hasta el final de sus días, y allí acudían a visitarle sus amigos escritores y artistas. Los consagrados y los noveles. Y hasta, en varias ocasiones, el obispo don Domingo Pérez Cáceres, que le tenía en gran estima y que intentó, sin éxito, convencerle para que abandonara aquella voluntaria reclusión.

          Acompañando a mi buen amigo el poeta Manuel Castañeda fui un día a saludarle. Ese día nació entre él y yo una amistad que duró unos tres años, hasta su muerte. Yo era, de todos los que le visitaban, el amigo más joven -tenía yo unos veinte años-. Iba a verle todas las semanas, en las mañanas de los domingos, y hablábamos sobre todo de poesía y de poetas canarios. Hasta que llegó el día en que no me dejaron pasar a verlo, "porque estaba muy enfermo".

          Pocos días después -el 6 de mayo de 1953- entregaba su alma a Dios. Tenía 52 años.

          Tenerife perdía con su muerte uno de los valores más importantes de la cultura isleña de la primera mitad del siglo XX. Y algunos -entre los que modestamente me cuento- perdíamos un amigo ejemplar y entrañable.

 


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