Presentación de don Javier Martín Carbajal

Pronunciada por Luis Cola Benítez (Casino de Tenerife, 21 de junio de 2002)

    
                Señor Presidente del Casino de Tenerife y apreciado amigo, distinguido señor conferenciante, señores directivos, señoras y señores socios e invitados, amigos, muy buenas tardes tengan ustedes.

          Una vez más me cabe el honor de ocupar la prestigiosa tribuna de nuestra más antigua sociedad, un poco de soslayo en esta ocasión, para intentar cumplir el grato -pero comprometido- encargo de presentar a nuestro ilustre conferenciante de hoy. Estarán de acuerdo conmigo, en que en esta ocasión se trata de una personalidad tan conocida y reconocida en todos los ámbitos, que muy poca presentación precisa ante todos nosotros, por lo que no será necesario que me extienda en mi cometido y seré breve.

          Sufro hoy en propias carnes una de las muchas inconsecuencias de este mundo en el que nos ha tocado vivir:  en esta clase de actos, culturales, sociales, similares o sucedáneos -que de todo hay-, se ha hecho normal y hasta obligado, incluso en una comunidad en la que afortunadamente casi todos seguimos conociéndonos, el que tengamos que presentarnos unos a otros hasta la saciedad, llegando a veces a rizar el rizo de lo esperpéntico. Tal es así que en una ocasión en que tuve el honor de que el profesor Cioranescu presentara en público un pequeño trabajo de investigación, que resultó polémico, del que yo era no sé si responsable o “presunto”, hubo quien se sintió obligado a presentarle a él primero. El bueno de don Alejandro permaneció imperturbable pero, al comenzar su intervención, con la fina ironía que le caracterizaba, dijo: "Yo no lo esperaba, pero he resultado ser el presentador presentado".

          Sea como sea, hoy me honro presentando a un ilustre amigo. Y debo advertir a ustedes que soy la persona menos indicada para presentar a un técnico, director empresarial y alto ejecutivo de la mayor y más renombrada planta industrial de nuestras islas, por lo que no puedo hacer otra cosa que intentar enfocar mis palabras hacia el lado humano de la personalidad que hoy nos honra con su presencia. Así trataré de hacerlo, contando de antemano con la benevolencia de ustedes y, por supuesto, la del interesado.

          Don Javier Martín Carbajal, sin duda llevado por su afición a la buena música, decidió nacer un buen día en Santa Cruz de Tenerife en la calle que lleva el nombre de nuestro más insigne compositor, Teobaldo Power, y muy cerca, lindando, con un edificio, modesto en sus proporciones pero de los más emblemáticos de nuestra ciudad, que en otros tiempos fue sede nada menos que de la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, templo musical del Santa Cruz decimonónico, luego de la Diputación Provincial y del Conservatorio Superior de Música y actualmente del Parlamento de Canarias. Pero está claro que, a don Javier, a lo largo de su trayectoria vital le ha podido más la alegre y benéfica influencia de la musa Euterpe, que las tentaciones y los globos sonda -que los ha habido y con gran desparpajo- lanzados por los manes de la res pública, o más bien de los que se creen -que también los hay- sus mensajeros o intermediarios.

          Pero resultó que la familia decidió al poco tiempo trasladar su residencia a la calle de San Francisco Javier, motivo por el que la juventud de este otro Javier a secas -sin el San y sin el Francisco- que hoy nos acompaña, fue plenamente toscalera. Allí, junto al antiguo cine al aire libre Ideal Cinema, cuyas películas confiesa que veía sin pagar desde un tejadillo de la vecina azotea, transcurrieron sus “años mozos”, que diría el cursi. Y allí mismo, en la espaciosa cancha en que durante las horas de claridad diurna se convertía aquel elemental patio de butacas -más bien de sillas de tijera-, nació su afición al deporte, especialmente al baloncesto, para el que no cabe duda de que estaba bien dotado. Esta última afirmación tal vez no la puedan entender los espigados y larguiruchos jóvenes de hoy, que ya comenzaron a pertrecharse de complejos vitamínicos desde el seno materno, pero en aquella época de postguerras y estrecheces, un chico de 16 o 17 años que rebasara el 1,80 de estatura no era lo habitual. Lo expuesto nos permite alcanzar dos fundamentales conclusiones: la primera, que está meridianamente claro que ya desde entonces don Javier Martín Carvajal era un personaje que descollaba entre sus compañeros..., y la segunda, que hace cincuenta años este que les habla no parecía  tan bajito como ahora.

          No sé si ya por entonces, en aquel Toscal, barrio chicharrero de donde todos sabemos que son las “niñas guapas”, conoció a la que hoy es su esposa, que es testimonio viviente, y para mayor énfasis por duplicado, de la veracidad de la conocida copla. No sé si fue entonces o más tarde, después de terminar el bachillerato en las Escuelas Pías y hacer el preuniversitario, o en las estivales vacaciones mientras hacía la carrera de Ciencias Físicas en Madrid. El caso es que, terminados sus estudios, en unos pocos años da clases en la Universidad de La Laguna, contrae matrimonio y entra, como técnico superior en Física y Electrónica, en la tinerfeña planta industrial de la Compañía Española de Petróleos, conocida por todos, familiar y sencillamente como la “Refinería”.

          La Refinería, la nuestra, de toda la vida. Cuya extraña arquitectura de torres y metálicas construcciones, en la década de los treinta del pasado siglo se veía en el horizonte de la ciudad como lejano y sureño telón de fondo de diseño futurista del más bien modesto escenario urbano. La Refinería, que se adivinaba en lontananza separada de las últimas edificaciones de la población -apenas unas pocas casas al final del entonces recién inaugurado puente Galcerán-, separada, digo, por huertas, árboles, pedregosos caminos, alguna pequeña construcción de uso agrícola y fincas de plataneras que ocupaban una amplio espacio, que bien podía antojarse barrera infranqueable y salvaguarda -si es que entonces había algún iluminado que pensara en ello- de una hipotética y lejana posibilidad en el tiempo de contaminación industrial.

          Pero poco a poco, aunque con más rapidez de lo que todos pensaron, la ciudad, en plena crisis de crecimiento, cercada por la cordillera de Anaga, por un lado, y por términos municipales ajenos, por otro, buscó espacios de expansión, y toda aquella amplia zona agrícola que respondía al nombre genérico de “La Costa”, resultó invadida por el desarrollo urbanístico, envolviendo y enquistando el importante complejo industrial, a pesar de la otra barrera que constituyó más tarde la nueva autopista a La Laguna, hoy Avenida del 3 de Mayo.

          A los cuatro años de su ingreso en la empresa, don Javier Martín Carvajal, con 28 años, esposa y sus dos primeros hijos, debió descollar a la vista del Consejo de Administración de CEPSA en algo más que en la estatura, y fue destinado a la incipiente factoría de Algeciras, donde decididamente colaboró en su despegue y organización durante más de una docena de años. A pesar del duro trabajo y de las responsabilidades, le quedó tiempo para otras actividades, tales como organizar y patrocinar el primer equipo de baloncesto de la ciudad y promover la práctica de este deporte en colegios y asociaciones.

          Vuelve a Tenerife y, en 1984, su Compañía le ofrece la dirección de la planta industrial, cargo que continúa desempeñando en la actualidad. Yo no estoy capacitado, como ya les he dicho, para juzgar sobre su labor profesional como alto ejecutivo, pero tantos años mereciendo la confianza de los más altos responsables de tan importante empresa, que como todas las grandes empresas no pueden ni deben dejarse llevar por los dictados del corazón, algo querrá decir a su favor. La dirección de una industria de tal complejidad y de tan altos y especiales intereses como lo es una de refinado y manipulación de combustibles, hoy con más de cuatrocientos treinta empleos directos, más los contratados para diversos servicios -tales como seguridad y vigilancia, limpieza, mantenimiento, cocinas, obras, etc.-, lo que en algunos momentos fácilmente puede llegar a casi duplicar el número de puestos de trabajo en fábrica, sin contar los inducidos, no sé, pero me parece a mí que no debe ser ninguna bagatela. Para acertar a conducir tan enorme “tinglado” no basta con disponer de unos amplios, acreditados y cualificados conocimientos técnicos, empresariales y de gestión; pienso que es necesario, además, contar con una capacidad de trabajo fuera de lo común.

          Y de este tinerfeño y trabajador infatigable que es don Javier Martín Carvajal, que  ha recibido hasta ahora el reconocimiento y la confianza de su propia empresa, lo que no es poco, me atrevo a decir que se echa en falta el público reconocimiento también de la sociedad santacrucera y tinerfeña en general, más aún cuando a sus cualidades técnicas y empresariales une un amor a su tierra y una calidad humana excepcionales. Además, algo habrá tenido que ver, digo yo, con las gestiones para la cesión de las nuevas zonas de expansión de la ciudad.

          Don Javier Martín Carvajal, con una encantadora esposa, cinco estupendos hijos y tres maravillosos nietos, es una persona de trato sencillo y entrañable, que acepta los avatares de la vida con el mismo espíritu deportivo con el que, cuando puede, practica el tenis, otro de sus deportes favoritos. De sólida formación cultural, es amante de la literatura, especialmente la poesía -para la que tiene una memoria envidiable-, de la buena música y de la Naturaleza, a la que toda la familia es adicta en grado superlativo. Piensa que sufrimos en Tenerife una inconveniente dispersión de las iniciativas culturales, lo que dificulta su absorción por aquellos a los que está destinada. En cuanto a su actitud frente a las críticas a la Compañía, sólo le disgustan, como es natural, las injustas y que no se ciñen a la verdad, a veces por desinformación de quien las hace. En lo personal, cree él que es hombre afortunado, que tiene mucha suerte y muy buenos amigos, dice, y agradece que, salvo muy contadas excepciones, tanto los medios de información como los políticos le traten con tanta consideración y estima. Disfruta cuando puede con sus aficiones de pequeño agricultor tacorontero, con sus incursiones en el cultivo de viñas y hortalizas y sus experiencias en el campo de la vinicultura, todo lo cual supongo que le servirá de válvula de escape de sus apretadas agendas diarias.

          Pero reconoce que es un enamorado de su trabajo, que con él se siente totalmente realizado y que le satisface plenamente lo que hace. Pero para que todos ustedes, sobre todo los que no le conocen bien, vean la calidad de la personalidad que hoy nos va a dar, sin duda, una lección magistral, antes de que nos ilustre con su exposición, termino con una cuasi confidencia, que espero no le moleste que la haga pública, pues es algo que le enaltece y le honra. Al preguntarle cuál era la mayor satisfacción que había recibido en toda su trayectoria, lo que más tenía que agradecer a la vida, sin dudarlo un momento me contestó, de manera contundente, con sólo dos palabras: "Mi familia".

          Ese es don Javier Martín Carvajal. Escuchémosle, pues es él, y no yo, el que tiene mucho que decirnos.

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