Un Alcalde navarro (Retales de la Historia - 26)
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 2 de octubre de 2011)
Santa Cruz de Tenerife ha tenido como vecinos a lo largo de su historia a personajes foráneos, de nacimiento o de origen, algunos de los cuales ocuparon la alcaldía del Lugar, de la Villa o de la Ciudad, con sobresalientes actuaciones. Algunos llegaron a identificarse tanto con el lugar de su residencia que se constituyen en ejemplos de dedicación y servicio hacia la comunidad que los acogió. Ya dijo Alejandro Cioranescu que Santa Cruz es una ciudad que enamora y fascina.
Uno de estos personajes fue, sin duda, Francisco Nicolás de Meoqui y Urrutia, natural de Lekaroz, en el Valle de Baztan, Navarra, nacido el 11 de septiembre de 1778 en la casa familiar denominada Duchuquetta, siendo el segundo de los seis hijos habidos del matrimonio de sus padres, Miguel de Meoqui y Juana María de Urrutia, naturales también del citado lugar. Desconocemos cuándo se estableció en Santa Cruz, pero en el padrón municipal de 1818, ya figura viviendo en el castillo de San Cristóbal, como dependiente, en unión del matrimonio formado por el teniente coronel y gobernador de la fortaleza, José de Monteverde, y su esposa, Teresa de la Guerra. También figuran un huérfano recogido, de 13 años, un ordenanza fijo y tres criados. En el censo se le asignan 36 años de edad, cuando en realidad tenía 40, y se dice que es soltero, estado en el que se mantuvo hasta su fallecimiento. Por su testamento sabemos que en su juventud trabajó, también como dependiente, en un comercio de Zaragoza.
En 1822 aparece por primera vez como regidor con el alcalde Juan de Matos Azofra, cargo que continuó ocupando con su sucesor, Antonio de Lugo-Viña y Sotomayor. Con este último intervino en la redacción del primer proyecto para alumbrado público de la Villa, comprehensivo del número de faroles, forma y colocación de ellos y arbitrios para costearlo y mantener el alumbrado, que no se pudo realizar entonces por falta de fondos. También formó parte de la comisión encargada de buscar los medios para la reconstrucción de la punta y escalera del embarcadero, que había resultado destruido por el mar, haciendo gestiones cerca del la Diputación Provincial, Jefe Superior Político y Consulado del Mar.
En noviembre de 1823 llega la noticia de la abolición del sistema constitucional. El comandante general Ramón Polo cita en su casa a todas las corporaciones y el Ayuntamiento le contesta que puede comunicarle lo que interese por escrito, pues se sabe que a bordo de la fragata francesa Venus, fondeada en parlamento en la bahía, se encuentra el nuevo comandante general Isidro Uriarte, nombrado por el Rey. Meoqui es designado, en unión de Francisco Riverol, para acudir a una reunión de la Diputación Provincial, que ha sido suprimida junto con los ayuntamientos, y si ello no es posible visitar al nuevo comandante general. Antes de abandonar la corporación municipal, considerándose ya ex regidor, presenta el estado de las cuentas por el tiempo en que ha sido depositario. El 23 de enero siguiente Francisco de Meoqui es elegido Alcalde Real Ordinario Presidente y jura el cargo, que ejerció durante un año, ante el alférez mayor José Guezala. Volvería a ocupar la alcaldía desde octubre de 1835 hasta abril del siguiente año.
Según los que le trataron era hombre honesto, probo, desinteresado y de firmes convicciones, poco dado a cambiar de criterio cuando lo tenía decidido sobre cualquier asunto. Presto siempre a colaborar para el bien común, fue uno de los que adelantó dinero para cubrir el gasto del desplazamiento de José Murphy a Madrid, en su comisión de defensa de la Capitalidad, de cuyo importe tardó años en resarcirse, si es que la cuenta llegó alguna vez a saldarse. Aportó para la reparación del muelle, confeccionando además una lista de las personas que podían colaborar económicamente o con materiales apropiados, así como para la recomposición del camino de La Laguna y firmó una solicitud para que se confirmara el Obispado de Tenerife.
Bajo su mandato se efectuaron obras de acondicionamiento en el exconvento de San Francisco, en parte del cual estaban entonces las Casas Consistoriales, se reconstruyó la casa de la carnicería, que estaba en muy mal estado, se repararon los canales del agua, y se vio obligado a salir al paso de las maniobras de La Laguna y Las Palmas para despojar a Santa Cruz de la Capitalidad. Otra de sus iniciativas fue abrir suscripción, bien en metálico o en herramientas, para hacer un plan de incendios, ante la inexistencia de material adecuado.
En sus últimos años sufrió enfermedad que le paralizó el lado derecho, encontrándosele muerto en su lecho el 27 de mayo de 1842. Fue enterrado en el cementerio de San Rafael y San Roque.
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