La Plaza del Príncipe (1) (Retales de la Historia - 5)

 

Por Luis Cola Benítez


            Hacia la mitad del siglo XVII la comunidad religiosa de San Francisco de Asís, asentada desde los primeros tiempos en el lagunero convento de San Miguel de las Victorias, intentó fundar en Santa Cruz junto a la ermita de San Telmo. Los franciscanos comenzaron a levantar un edificio conventual al que trasladaron la imagen de San Telmo, pero las protestas de los vecinos del barrio de El Cabo, liderados por el párroco de la Concepción y el mayordomo de la ermita, hicieron que en 1652 los frailes tuvieran que devolver la imagen del santo patrono de los mareantes a su ermita de siempre, y fueran obligados a derruir lo hasta entonces construido.

          Pero no se desanimaron. Transcurridos quince años lograron que el capitán Tomás de Castro y Ayala les cediera para su uso, con los terrenos anexos, la ermita de la Soledad que había fundado poco antes en un altozano que lindaba con el barranquillo de Guaite –a partir de entonces también conocido como barranquillo de los Frailes o de San Francisco–, y que venía a ser el límite norte del casco urbano. Allí se establecieron los franciscanos y este fue el inicio del convento de San Pedro de Alcántara. Los terrenos situados por encima de la ermita y del incipiente convento los dedicaron a huerta, aprovechando para su riego las aguas del barranquillo. Más adelante, cuando el capitán general Agustín de Robles logró traer por canales de madera las aguas de Monte Aguirre hasta la Pila de la Plaza, cedió a los frailes un "dado" de agua para su sustento.

          Los franciscanos construyeron su iglesia, la capilla de la Orden Tercera y un amplio convento de dos claustros, y allí permanecieron hasta que como consecuencia de la exclaustración de 1820 fueron desalojados y sus bienes pasaron al erario público. Muy pronto, apenas habían transcurrido dos años, el Ayuntamiento pensó en la adquisición de la huerta para convertirla en paseo público y, casi al mismo tiempo, la Diputación Provincial propuso que en atención a la falta en que se encuentra en este pueblo de una Plaza cómoda para la formación de Tropas podía aprovecharse la mencionada huerta, sacando antes recta la Calle de la Bóveda hacia la del Norte y delineándose otra desde donde se halla la Puerta de la Huerta... que sale a la Calle del Tigre a la misma de la Bóveda. Es decir, prolongar la calle sobre el barranquillo –actual Ruiz de Padrón– hasta la del Norte, y abrir una nueva desde la del Tigre –hoy Villalba Hervás– hasta el mismo barranquillo. También el Jefe Superior Político propuso establecer allí un mercado público y hasta se llegó a nombrar una comisión para que hiciera el proyecto. Durante años se habló de la conveniencia de abrir la nueva calle entre el exconvento y su huerta, y todavía en 1852 el capitán general Eusebio Colonge sugirió la construcción de un palacio para Capitanía General, pidiendo el Ayuntamiento que el terreno sobrante se dedicara a plaza pública.

          Proyectos no faltaban, ideas sobraban, pero lo que no había era dinero. Entretanto, la famosa huerta había pasado a manos particulares como consecuencia de la desamortización, y en 1852 su titular era un tal Gabriel Pérez, residente en Cádiz, con el que se iniciaron negociaciones ofreciéndole, si accedía a la venta voluntaria, 80.000 reales a pagar la mitad al contado y la otra mitad en el plazo de dos años y, de no acceder, se procedería a expropiar. El propietario presentó contraoferta, que se estudió, hasta que en 1857 el alcalde Bernabé Rodríguez Pastrana acordó las condiciones por un precio de 90.000 reales pagaderos al contado. Los medios para cumplir el pago era otra cuestión. Se abrieron suscripciones voluntarias entre los vecinos, se montaron bazares y se echó mano a cuantos recursos pudo hallar la alcaldía, incluyendo aportaciones desinteresadas de los concejales, entre los que se encontraban Juan Ballester, Agustín Guimerá, José García-Ramos, Pedro Bernardo Forstall, Juan de Aguilar, Félix Soto, Juan García Álvarez, Pablo Cifra, Nicolás Alfaro, Cirilo Truilhe, Luis Segundo Román, Juan La Roche y otros. El alcalde puso de su bolsillo 4.000 reales y varios anticipos que nunca reclamaría.

          La antigua huerta tardó años en irse perfilando como plaza pública, a pesar de que tan pronto como su titularidad fue municipal se procedió a un sencillo acto de "inauguración" consistente en derribar el muro que la cerraba por la calle del Norte, con lo que el recinto quedó abierto a los ciudadanos. Esto ocurrió el 8 de diciembre de 1857, cuando tres días antes había llegado a Santa Cruz la fragata de guerra Berenguela con la noticia del nacimiento del Príncipe de Asturias, que luego sería Alfonso XII. Pues bien, la corporación municipal, presidida y formada en su mayor parte por republicanos acordó por unanimidad poner el nombre de Príncipe de Asturias a la nueva plaza. Es una muestra más del espíritu liberal de este pueblo, al reconocer y asumir la realidad de los hechos, demostrado por unos hombres que creían que se podía y se debía combatir políticamente la Monarquía, pero que al mismo tiempo reconocían la importancia histórica de la sucesión real.

Nota: Fotografía del libro "Santa Cruz de Tenerife 2003"