La Cruz de Montañés (Retales de la Historia - 4)

Por Luis Cola Benítez   (Publicado en La Opinión el 1 de mayo de 2011) 

 

 

           Es posible que una gran parte de los ciudadanos de Santa Cruz desconozcan a qué nos referimos en el título de este Retazo. ¿De qué cruz se trata? ¿Existe? ¿Dónde está? Porque hoy se encuentra algo escondida, en cierto modo postergada, tras las rejas del jardín de la plaza de la Iglesia, junto a la parroquia matriz de la Concepción. ¿Cuál es el origen de esta cruz?

          A mediados del siglo XVIII ya la Cruz Fundacional, la primera que tuvo asiento en las playas de Añazo de manos del Adelantado, estaba debidamente protegida en la capilla del Santo Sudario, construida por el entonces alcalde Juan de Arauz Lordelo, y situada hacia el lado del mar, frente a la plaza de la Iglesia. También, en el llamado camino que va a Paso Alto, es decir la calle de La Marina en su tramo alto, se encontraba la Cruz de San Agustín en el pequeño hospicio que esta orden mendicante tuvo en dicho lugar hasta 1767. Además, habría que contar otras cruces de madera de los via crucis y calvarios, que la devoción popular atendía y cuidaba para las estaciones de los recorridos procesionales y que en algún caso llegaron a dar nombre a sectores del pueblo, tales como El Calvario y Las Cruces en los Llanos de Regla. Pero el Lugar y Puerto que se denominaba Santa Cruz no podía presentar públicamente una enseña digna que sirviera de imagen y representación del nombre por el que era conocido.

          Tal vez fuera este el motivo de que un hijo y vecino del lugar, el capitán de forasteros, castellano del baluarte de Candelaria y síndico personero, don Bartolomé Antonio Méndez Montañés, se decidiera a encargar por su cuenta a Málaga una cruz de mármol que representara dignamente el apelativo de la población, recibida la cual fue colocada en la cabecera o parte alta de la plaza principal, conocida entonces como plaza de la Pila, elevada sobre un pedestal en grada del mismo material. En su base puede leerse: A devoción y expensas de D. Bartolomé Antonio Montañés, capitán de forasteros y síndico personero de este puerto de Santa Cruz de Tenerife. Año de 1759.

          Fue un personaje singular, de reconocida ilustración, como lo atestigua su colección de objetos científicos, que sus coetáneos no dudaban en tildar de museo, entre los que contaba un microscopio comprado en Londres en 1754, esferas terrestres y otros instrumentos y objetos curiosos, la mayor parte de los cuales fueron pasto de las llamas en el gran incendio de 1784, cuando ya había fallecido su propietario. Un poema de la época daba cuenta de ello: De Montañés el célebre museo, / con sus curiosidades escogidas, / fruto de sus desvelos y su orgullo, / fueron despojos de flamante pira.

          Además de síndico personero y alcaide del castillo de Candelaria, de pequeñas dimensiones pero estratégicamente situado para controlar los navíos que se acercaban desde el Sur, fue en unión de su socio y compadre Matías Bernardo Rodríguez Carta uno de los más importantes comerciantes y navieros de Santa Cruz de aquella época, y ambos apoyaron al comandante general Miguel López Fernández de Heredia en su proyecto de construcción del primer muelle. Puso en marcha una industria de pesca y salazón de pescado, pero para la construcción de los barcos necesarios tuvo que recurrir a La Palma, porque los montes de Tenerife estaban ya tan esquilmados que no había la madera que se precisaba. Adquirió un extenso solar en los Llanos de Regla para construir almacenes y secaderos, pero el proyecto no prosperó y, en 1784, los locales fueron arrendados para dedicarlos a Lazareto al Cabildo, al que finalmente se vendieron en 1842. Además de la Cruz, Montañés también donó el espléndido monumento conocido como Triunfo de la Candelaria y fue benefactor de la parroquia matriz, y a él se debe, entre otras cosas, un espectacular altar de espejos que se colocaba a los pies de la iglesia para descanso en la procesión de la octava del Corpus.

          Pasan los años y en 1889 la comisión municipal de Obras Públicas puso en marcha una reforma de la plaza -entonces llamada de la Constitución- y se propuso trasladar la cruz de mármol a la plaza de San Telmo. Varios concejales se opusieron a ello, y aunque al modificar y normalizar la rasante de la calle San Francisco fue preciso eliminar parte de la grada del basamento, allí continuó hasta que en 1929 vencieron los partidarios del traslado. El desmontaje y nueva instalación estuvo a cargo del escultor Francisco Granados. Pero no paró aquí la cosa y, con la apertura de la calle Bravo Murillo y consiguiente desaparición de la plaza de San Telmo, la itinerante Cruz de Montañés fue a parar a su actual emplazamiento en la plaza de la Iglesia.

          No hay duda de que esta enseña y símbolo de la ciudad se merece mejor suerte, siendo la única que no se engalana el 3 de Mayo, a lo que debería ponerse remedio. No sería mala idea integrarla en un futuro grupo escultórico que conmemorara la Fundación de Santa Cruz, en el solar hoy propiedad del Cabildo Insular libre de construcciones, situado entre la Avenida Marítima y la parada del tranvía que, por tan evidente y lógico motivo, lleva el nombre de “Fundación”.