El alma arruinada de la Torre de San Andrés

por Emilio Abad Ripoll     (Publicado en La Opinión el 12 de abril de 2011)

           Otra vez, desde de la Tertulia Amigos del 25 de Julio, nos atrevemos a romper una lanza, desde nuestro punto de vista apoyándonos en el sentido común y, de nuevo, en contra de la opinión de casi todos los expertos.  Y quizás nos vuelva a ocurrir lo que en ocasiones anteriores, en que sin el menor ánimo de discutir, ni mucho menos de minusvalorar la valía profesional de quienes sobre determinados temas opinaban de forma distinta a la nuestra, se nos ha llegado a tachar de realizar campañas en contra de entidades y personas. Nosotros, simplemente, aprovechamos esta tribuna que nos brinda gentilmente La Opinión para exponer humildemente la nuestra; eso sí, con el convencimiento de que muchos santacruceros comulgan con ella.

          Se trata hoy de hablar del tema de la Torre de San Andrés, pues en su edición del pasado día 7 este mismo diario ofrecía a sus lectores un reportaje titulado “El alma del castillo es la ruina” firmado por Noé Ramón en el que se recogía la opinión de cuatro expertos en arquitectura y reconstrucción acerca de la conveniencia de restaurar la vieja torre, o de dejarla en la misma situación (mejor dicho, en peor, pues el paso del tiempo y el vandalismo contribuyen al deterioro) en que quedó tras el aluvión de 1898.

          Para mí es muy sorprendente la afirmación categórica del arquitecto José María Pastrana  de dejarla tal como está porque “el derribo forma parte de la historia” y, en consecuencia, “no entendería una restauración en sentido estricto”. Ateniéndonos a ese razonamiento, Segovia (ciudad que por mi condición de artillero conozco bien) hoy día no debería contar con su majestuoso Alcázar, que un incendio fortuito, pero también histórico, destruyó en 1862. Luego se reconstruyó, y cualquier persona que lo visite sabrá desde el inicio del recorrido que aquel impresionante edificio no es el original,... pero allí está, dando prestancia a la ciudad y constituyendo una estampa por la que se la identifica universalmente. Y se podría pensar también en los cientos de edificios famosos arrasados en el centro de Europa en la Segunda Guerra Mundial, reconstruidos posteriormente y hoy admirados por millones de personas.

          Coincido con la idea de la directora del Plan Especial de Protección de La Laguna, María Luisa Cerrillo, que se inclina por “recuperar la antigua volumetría”, pero sin caer en “una intervención que falsee el edificio” no sólo porque existan normas internacionales al respecto, sino también por propia ética y honestidad profesional. De muchos es conocido que se están empezando a trasladar a un nuevo emplazamiento cercano las piedras del antiguo muelle, que podría haber desaparecido como consecuencia del soterramiento de la vía litoral de Santa Cruz a su paso por la Plaza de España. Desde un principio, nuestra Tertulia sugirió, lo que fue aceptado plenamente por los responsables de la obra, que se dejase un “testigo” en la zona de emplazamiento original para que generaciones venideras pudieran saber donde estuvo realmente el viejo muelle, y, a la vez, que se haga notar claramente en el lugar donde se va a empezar a levantar de nuevo que aquel no fue su primitivo asentamiento.

          No acabo de entender muy bien la opinión que se atribuye en el reportaje a la arquitecta Maribel Correa, al recoger que se decanta por rehabilitar el castillo, aunque no reconstruirlo de forma milimétrica. Supongo que querrá decir limpiarlo de escombros y asegurar lo que queda en pié, pues luego añade que “lo dejaría tal cual está”, ya que  le “parece que lo mejor es que se quede como una escultura”. Siempre pensé que las esculturas se hacían teniendo en mente un pensamiento que representar. En este caso sucede al revés. Habría que buscar un significado a la ruina que permanecería enhiesta. Ahora bien, coincido plenamente con ella en lo de mejorar el maltratado entorno, y la idea del parque es francamente inmejorable. Bueno, no; se podría mejorar si en su interior estuviese una torre y no sus restos.

          Con quien coincido, y en esto toda la Tertulia, y, lo sabemos por nuestro diario vivir santacrucero, muchísimos ciudadanos también están con nosotros, es con el catedrático Alberto Darias Príncipe, partidario de la reconstrucción de las paredes derruidas. Eso sí, con la salvedad de que se distinga lo original de lo restaurado, como él remarca y como nosotros también defendemos y he expresado más arriba. En su línea, don Alberto, tampoco somos proclives a incurrir en un falseamiento histórico.

          ¿Qué se podría hacer con la torre una vez restaurada y, ojalá, en ese entorno que Maribel Correa patrocina?  Doctores tiene la Iglesia para pensar en ello, aunque se me ocurre que quizás un museo que relate la historia del viejo barrio o un centro de información al visitante que vaya a empezar la subida al Bailadero, o a dirigirse a Igueste de San Andrés, sobre las maravillas que puede encontrar en Anaga.

          En alguna ocasión puede haberles ocurrido -a mí me pasó las últimas Navidades- que al llevar a personas que nos visitan a conocer Las Teresitas, y de paso comerse un pescadito en San Andrés, esos foráneos se hayan sorprendido al ver la torre derruida. La inmediata pregunta indaga sobre lo sucedido allí, y al contarles que una riada la derribó hace más de 110 años, puede uno quedarse un poco parado cuando el interlocutor exclama con sorna: “¡Caramba! ¿Aún no habéis tenido tiempo de repararla?”

          Y es que parece, y no es la primera vez que así expreso lo que siento cuando paso por sus inmediaciones, que para una persona normal y corriente, la semiderruida Torre de San Andrés, como se recoge en el inicio del reportaje objeto de este comentario, sí podría ser un monumento… pero a la desidia. A una desidia nuestra que ha arruinado no sólo las paredes, sino hasta el alma del Castillo.