Emeterio Gutiérrez Albelo. Un poeta en el recuerdo

 

Por Miguel Melián García   (Publicado en El Día el 8 de agosto de 1980)

 

...en mi astral avidez ─ya puedes verlo─,
Al buscarte en el fondo de mi vaso
Iba buscando a Dios, sin yo saberlo…      
 

(Final del soneto XXXI de Los blancos pies en tierra)

     

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           Hoy, día 9 de agosto, se cumplen once años de la muerte del gran poeta tinerfeño Emeterio Gutiérrez Albelo.
           Con estas modestas líneas queremos ofrecerle un sencillo homenaje de recordación al que ha sido, sin duda alguna, uno de los poetas más importantes que han producido nuestras islas en todos los tiempos.
           Todavía recordamos nuestra última conversación con el poeta, pocos días antes de su muerte, en Bajamar, donde veraneaba. ¡Con qué pasión hablaba de su obra y de sus proyectos! ¡Cuántos disgustos le dieron sus versos a lo largo de su vida… y cuántas íntimas satisfacciones! Ya nos lo había dicho él en versos escritos durante la convalecencia de la enfermedad que habría de llevarle a la tumba:

  “…que mis versos han sido la ocasión de mi ruina;
desde aquellos instantes que lanzáranse al vuelo
sin pensar en las flechas del rencor y la envidia.
Mas, si son el martirio, a la vez son el goce,
la razón, y a la par, sinrazón de mi vida.
De mi vida, que es única; mas, si mil yo tuviera,
a este yugo, mil veces, con amor me unciría”.

           Amor a la poesía, y amor a su poesía. Para lo que no la conocen, transcribimos una esclarecedora anécdota contada por su amigo y también poeta Luis Álvarez Cruz: “Me acuerdo ahora ─nos cuenta─ de una noche en el Puerto de la Cruz. Estábamos juntos, yo no sé con qué motivo, Emeterio, Antonio Ruiz Álvarez y yo, bebiendo y recitando un poco al azar de la memoria, cuando se llegó hasta nuestro grupo un señor que, al parecer, gustaba de la poesía. Para este señor, aún dándolo todo por bueno, no había habido en las islas más que un poeta: Tomás Morales. Opinión muy respetable, por lo demás. ¿Quién podría poner en tela de juicio la gloriosa categoría poética del autor de “Las Rosas de Hércules”? Sólo que, de cuando en cuando, el buen señor, muy correcto y fino, exclamaba: “A mí Tomás Morales", precisaba. Quería decir con ello que todo lo demás no tenía a sus ojos ninguna importancia. De pronto, Emeterio se encaró con él y le dijo: “Pues yo siempre llevo conmigo a mi Gutiérrez Albelo”.           

          No fue una jactancia ─concluye Álvarez Cruz─. Fue un testimonio. Y ese testimonio de lo que él era por dentro, entre sueños, ambiciones, sentimientos y fervores poéticos, fue siempre el quehacer de Gutiérrez Albelo, el hombre que no estaba comprometido con nada ni con nadie, sino con su conciencia. Y, por tanto, con su arte”.

          El mejor homenaje que podríamos ofrecerle al poeta es el de la lectura o relectura de sus versos: los versos juveniles, juanramonianos, de su primer libro Campanario de la Primavera; los versos neorrománticos surrealistas de El enigma del invitado; los versos íntimos e impresionantes de Cristo de Tacoronte, libro éste “que no envejece, libro injustamente preterido, libro que es y será por siempre uno de nuestros más hermosos libros vernáculos”, al decir de nuestro buen amigo y buen poeta Félix Casanova de Ayala; los impecables sonetos de Los blancos pies en tierra; y los versos de sus libros póstumos, no siempre bien seleccionados.

          Gutiérrez Albelo fue en vida uno de los poetas más conocidos en nuestra isla. Como dijo en cierta ocasión el ya citado Álvarez Cruz, nuestro poeta "vivió y murió en olor de muchedumbre, porque, aunque la poesía venga a ser más bien problema de minorías, el caso de Emeterio Gutiérrez Albelo es distinto: Emeterio fue un poeta popular, en el más noble y alto sentido de la palabra. Su existencia humana es irreconstituible; su recuerdo, imperecedero. Y, en cuanto a su obra, forma parte de la historia de la poesía isleña en uno de sus momentos más felices. No hubo tema, por insignificante que fuera, que él no dignificara; no hubo en la isla ningún otro poeta más entregado a su culto. Y basta con abrir cualquiera de sus libros para darse cuenta del espíritu isleño que los anima, sin que, por tal razón, su obra perdiera contornos ecuménicos".

          Dejando a un lado el valor indiscutible de su obra poética, con sus lógicos altibajos, hay algo que marca profundamente la obra de nuestro poeta: su vuelta apasionada, con el fervor de un converso, a la fe religiosa de su infancia. Fruto de esta conversión fueron Cristo de Tacoronte y otros libros y poemas posteriores.Y esta conversión, de cuya sinceridad nadie tiene el derecho a dudar, ha hecho que algunos, llevados de sus propios prejuicios, no le den a la obra del poeta su justo valor.

            En el conocido libro Natura y Cultura de las Islas Canarias, al hablar de nuestro poeta, leemos este párrafo: “Con la Guerra Civil, el poeta rompe con su pasado y acopla su poesía a la realidad sociopolítica del nuevo Régimen”.

           Estimamos que esta frase es, sencillamente, desafortunada. Todos, ciertamente, somos influenciables por los acontecimientos que ocurren en nuestro entorno; pero explicar el cambio de rumbo de la obra del poeta como un simple «acoplamiento» a la nueva situación política es, cuando menos, una injusticia.

          Ya esta incomprensión la había sufrido el poeta en vida. Su libro Cristo de Tacoronte se abre con estos versos:

“Nadie me comprendió.
Ni los que traían el color gastado
ni los que traían el nuevo color.
Ni los que traían la sonata nueva
ni los que traían el himno antañón.
Y al fin me quedé solo,
solo con mi canción,
con mi canción desnuda,
la que me diste Tú, Señor”.

             Quien lee su poema Él me encontró en la calle, ¿puede afirmar que el fervor religioso que recorre esos versos impresionantes no es auténtico? 

           Como ha escrito Pérez Minik, “ni la poesía, ni la vida, ni la trascendente actitud de Emeterio Gutiérrez Albelo son fáciles de exponer, explicar o entender. Fue un poeta hecho y derecho, a veces malparado, otras de pobre manera comprendido, con su conversión a cuestas”.

           En este nuevo aniversario de su muerte, junto con este cariñoso recuerdo, le ofrecemos al admirado poeta y entrañable amigo nuestra más ferviente oración.