30 de abril de 1657. ¿Hubo un milagro en Paso Alto?

 

Por Juan Tous Meliá   (Publicado en El Día el 29 de abril de 2007)
 
          En julio de 1992, poco después de hacerme cargo de la Dirección del Museo de Almeyda tuve la necesidad de redactar una reseña sobre el castillo de Paso Alto para acompañar la cuarta medalla de la colección que se estaba preparando con motivo del segundo centenario del 25 de Julio de 1797. Utilicé la bibliografía que tuve a mano en ese momento. Para justificar el origen del castillo decía:

                “Ya desde 1582 existía un 'fuertecillo’, que había sido transformado en reducto en 1657, dotado con cuatro piezas de bronce y cuatro de hierro, y conocido con el nombre de Santo Cristo”.

          Querría haber explicado por qué se llamaba castillo del Santo Cristo de Paso Alto, pero no conseguí la respuesta. En realidad, en 1582 sólo había una explanada y, en lugar de reducto, era un fortín construido en 1656. En 1587, el ilustre ingeniero militar Leonardo Torriani efectuó un estudio de las defensas del puerto de Santa Cruz de Tenerife y llegó a la conclusión de que, para completar su sistema defensivo, había que flanquear el castillo de San Cristóbal con otros dos castillos: uno, en las inmediaciones de Puerto Caballos, el que finalmente en 1641 se erigió en la caleta de Negros y conocido como el castillo de San Juan; y el otro, en la zona de Paso Alto, de forma que los tiros cruzados cubrirían toda la marina e impedirían cualquier desembarco. Todos los tratadistas que han estudiado la defensa del puerto sabían que el proyectado castillo de Paso Alto estaría situado en el nacimiento de la bahía, lugar exacto donde los vientos dominantes, los alisios, y las corrientes marinas obligaban a los navíos de alto bordo a aproximarse a la costa si querían bombardear Santa Cruz. El proyecto de Torriani no se realizó y, tras el ataque de Van der Does, el Cabildo de Tenerife, en un memorial de 22 de julio de 1603, pedía de nuevo edificar los deseados castillos de Paso Alto y Puerto Caballos.

           En 1625 el Cabildo volvió a pedir al visitador y capitán general Francisco González de Andía fortificar Paso Alto y la caleta de Negros en vez de Puerto Caballos, pero tampoco lo consiguió. En represalia a la “negra política de Cromwell”, Felipe IV mandó embargar en los puertos de las islas todos los bajeles y caudales pertenecientes a Inglaterra (1654). En los planes del gobierno inglés estaba interceptar las flotas cargadas de riquezas que volvían de América. La guerra fue inevitable. En septiembre de 1650 había llegado a Tenerife el nuevo capitán general Alonso Dávila y Guzmán, que había tomado posesión en mayo en Las Palmas, y al que se le prorrogó un trienio ante la crisis. En ese segundo mandato redobló su celo por la defensa del país, reparó las trincheras o parapetos, de manera que un muro protegiese la costa desde Puerto Caballos hasta Paso Alto; además, adelantó la obra del castillo de San Felipe del puerto de la Orotava. El 19 de octubre de 1655 elevó al rey nuevos proyectos de fortificación que incluían la construcción de nuevos reductos para completar el esqueleto formado por los castillos de San Cristóbal y San Juan; además, proyectó la construcción de una fortaleza en la montaña de San Roque para resguardo de la capital San Cristóbal de La Laguna, castillo que debería ser mayor que el castillo del Rey de Canaria. La propuesta fue aprobada por R.O. de 30 de mayo de 1656. El Cabildo se reunió el 3 de julio y acordó dar cumplimiento a las órdenes y disposiciones. En el verano de 1656 todas las obras proyectadas se habían ejecutado, salvo la ciudadela de San Roque, lo que dio lugar a que por Real Cédula de 15 de septiembre de 1656 el rey Felipe IV mostrara su agradecimiento al Cabildo de Tenerife en los siguientes términos «por el celo y fineça con que haveis acudido para obrar las fortificaciones que se han hecho en essa isla» (ACT, Reales Cédulas, leg 13, nº 28).

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MARINA DE SANTA CRUZ EN 1669 

              La marina de Santa Cruz estaba fortificada así (Archivo Municipal de La Laguna, 4 y 6 de diciembre de 1657, F-XIII/32):

                - Fortín de la Cruz (no identificado, aunque podría ser el provisional del Bufadero o de Valleseco).  ---  Fortín de Paso Alto  ---   Fortín de San Miguel  ---  Fortín de la Candelaria  ---  Fortín desartillado (debe de tratarse del situado en la huerta de los Melones)  ---  En la primera batería que está en los Roncadores  ---  En la segunda batería de los Roncadores  ---  Fortín de San Pedro  ---  Castillo Principal de San Cristóbal  ---  Batería de La Caleta  ---  Batería de San Telmo  ---  Castillo de San Juan, caleta Negros.

           Salvo los castillos de San Cristóbal y de San Juan, todos los fortines y baterías habían sido construidos durante el segundo mandato del general Dávila; sin embargo, con la llegada del ingeniero Juan de Somavilla Tejada en diciembre de 1656, Dávila acordó la rápida construcción de otras dos baterías al norte de Paso Alto: una, en la desembocadura del barranco de Valleseco; y, otra, al pie de la montaña de Bufadero. Ambas estaban terminadas el 16 de marzo de 1657 y se repartieron los 24 cañones de los navíos mercantes de la flota de Diego de Egues: diez piezas de bronce se emplazaron en el fuerte o batería del Bufadero; ocho, de hierro, en la batería de Valleseco, y todavía sobraron otros ocho cañones más que se distribuyeron por los demás fortines y baterías de la plaza (Rumeu, p. 173).

           De todas las fortificaciones construidas nos interesa resaltar el fortín de Paso Alto, que tuvo una intervención memorable en la batalla. No disponemos de información sobre cómo era, pero es posible que fuera circular como los cercanos de San Miguel y Candelaria. Algunos años después, en 1669, el ingeniero Lope de Mendoza levantó un plano de la marina en él que ya figuraba un nuevo castillo. Dispone de una plataforma en forma de trapecio y conserva en color rojo un semicírculo de diámetro idéntico a los dos citados fortines. En el plano figura con el nombre de Santo Cristo, nombre que recibió tras la conocida sesión del Cabildo de 15 de mayo siguiente. ¿A qué fue debido el cambio de nombre? Antes de contestar a esa pregunta, veamos el desarrollo del combate.

 El combate

           Ante la eventualidad del ataque de Drake, el Cabildo de La Laguna se había constituido en cuartel de operaciones y tres embarcaciones armadas servían de aviso en las inmediaciones del puerto de Santa Cruz. El general Dávila había ordenado que, a un disparo de los castillos de Santa Cruz, bajase toda la tropa acuartelada en La Laguna. A medianoche se oyó en la ciudad la señal referida; y, al punto, marcharon al vecino puerto todas las fuerzas, incluso la gente de la flota española que había subido. Es mucha la tinta vertida en la narración del combate. Nos ha parecido de interés la versión que da Manuel de Ossuna (véase «30 de Abril de 1657» en Boletín de la Real Sociedad Económica de Tenerife, 30 de Abril de 1899): 

               “Desde el amanecer comenzó a entrar en el puerto la escuadra inglesa, compuesta de 33 navíos. La tropa bajaba de La Laguna y la que se encontraba en Santa Cruz, que en todo serían 12.000 hombres [no hay acuerdo, otros historiadores creen que la cifra es exagerada], ocupaba sus posiciones y trincheras mucho antes de las nueve de la mañana, hora en que terminó de entrar la escuadra [téngase en cuenta que se trata de la hora solar local, ese día el orto aproximado del sol fue a las 5h 17m y el ocaso a las 18h 49m, ténganse en cuenta también las dos horas de adelanto actuales y los 12º 30’ de diferencia de longitud con respecto a Greenwich]. La compañía de que era capitán Don Tomás de Nava, Marqués de Villanueva del Prado [en realidad el título le fue concedido en 1665], al mando de su alférez don Cristóbal Lordelo, que había sustituido al referido capitán por hallarse enfermo en La Orotava [hay que tomar con cautela esa afirmación, Viera considera que don Tomás era el caballero más respetable de Tenerife, Historia, T-II, p. 233; ningún historiador, salvo Ossuna, ha querido pronunciarse sobre ese punto, Rumeu habla sobre la «peligrosa utilización de informaciones personales de méritos –siempre exageradas– y sobre todo tardías» en Piratería, T-II, p. 920; sin embargo, tanto Tomás de Nava, como Cristóbal Lordelo se valieron de memoriales para hacer valer sus méritos, ¿fue Nava o fue Lordelo el que estuvo al mando de la compañía?, la historia debe aclarar lo ocurrido ese memorable día], se situó donde dicen la huerta de los melones [actual Almeyda], y junto a ella, cuanto era posible, se acercó el navío llamado 'San Juan Colorado' de la flota española, y así mismo también los navíos el 'Santísimo Sacramento' y el 'Nuestra Señora del Rosario'; los demás de la expresada flota estaban surtos en el propio lado de tierra. Pocos momentos pasaron después de hallarse en el puerto el navío insignia de la escuadra inglesa [el 'Speaker' de 64 cañones], cuando el Almirante Blake intimó a rendirse al General Don Diego de Egues, pero éste contestó en términos altaneros, excitándole al combate con la escasa artillería de sus buques. Con fuerzas contrarias tan excesivamente superiores, se empeñó la lucha y dos horas después trascurrieron defendiéndose con inusitado valor la flota española de la osadía del inglés, hasta que, comprendiendo que era inútil la defensa, y en virtud de órdenes superiores, prendieron fuego a la Capitana y a la Almiranta y a casi todas las demás embarcaciones de la flota, antes que entregarse al enemigo”.

           Continúa Ossuna con su narración así:

               “trataron los ingleses con gran insistencia de apoderarse de él [se refiere al navío 'San Juan Colorado'], y no obstante morir muchos de los que venían en las lanchas con ese intento, por los disparos de la gente de D. Cristóbal Lordelo, que en aquellas inmediaciones valerosamente defendía la referida embarcación, los tripulantes de una lancha persistieron en entrar en dicho navío; más la compañía de Lordelo, a pesar de la lluvia menuda de balas que recibía del enemigo, logró matar a todos los ingleses que venían en ella, arrojándose algunos de los nuestros al agua para sacar a tierra la dicha lancha inglesa, como así ocurrió, defendiéndola a nado de otros ingleses que pretendían recobrarla”. En nota a pie de página dice Ossuna: “Esta lancha fue traída a la Laguna por la gente de Lordelo y regalada al Santísimo Señor de La Laguna, recibiéndola el P. Guardián Fr. Sebastián de Sanabria”.

           El inglés William Sadlington (espía, pirata y astuto) fue un visitante nocturno del puerto de Santa Cruz que observó la llegada de los galeones, los cuales vio anclados y dibujó en un plano que levantó del puerto con la posición exacta de cada uno (Blake le pagó 100 libras esterlinas por esa información). En el puerto de Santa Cruz había 16 navíos al ancla, once de los cuales pertenecían a la flota de Nueva España: dos galeones de guerra, uno que servía de capitana a Diego de Egues (el 'Jesús María') y otra de almiranta a don José Centeno (la 'Concepción'), y 9 navíos del comercio de Indias. Además, había otros cinco (los nombres en Cioranescu, T-II, p. 274). Todos estaban concentrados entre el castillo de San Cristóbal y Paso Alto; los más pequeños pegados a la costa y los mayores al ancla en primera fila, como para protegerlos.

           La artillería de los fuertes y la mosquetería de las murallas no dejaron de disparar a pesar de las dificultades que tenían debido a la barrera que formaban los 16 barcos anclados. Desde el flanco sur la artillería del castillo de San Cristóbal disparó sin cesar haciendo todo el daño que pudo, según Viera "lo que más realzó la gloria de esta defensa fue la presencia de ánimo de su mujer, doña Hipólita Cibo de Sopranis (...) Viósele durante la acción en la esplanada misma, suministrando municiones, haciendo cartuchos y animando a los artilleros". En ese castillo estaba el famoso cañón Hércules cuya intervención fue decisiva. Desde el flanco norte el fortín de Paso Alto "sólo podía azer la defensa con dos piesas"; sin embargo, fue el que más daño hizo al enemigo y por ello los ingleses se ensañaron con ese fortín, pues al finalizar el combate habían caído sobre él 1.200 balas y 200 palanquetas. (Cioranescu, T-II, pp. 271 y 274). Paso Alto recibió el mayor daño ya que las balas que daban en el risco desencajaban muchas piedras que caían sobre el fortín. José de Viera, en su Historia, relata al describir el combate que: “Todavía se suelen encontrar algunas enterradas en aquel cerro” 

          Diez horas duró el combate, de repente a las 6 de la tarde, cuando anochecía, la escuadra inglesa abandonó el puerto precipitadamente aprovechando la oscuridad, sacando desarbolado a remolque el navío llamado 'El Gobierno', con otros buques bastante maltratados.

La retaguardia 

         Desde que se oyó el cañonazo que daba la alarma, mientras las tropas descendían al puerto de Santa Cruz, los laguneros demandaron el auxilio divino en templos y parroquias, particularmente en el convento de San Francisco, donde el padre Guardián dispuso que la milagrosa imagen del Santo Cristo fuese colocada "en andas al descubierto, pidiéndole a Su Divina Majestad se sirva de darnos buenos sucesos contra la armada inglesa que está infestando esta Ysla"  Como ya hemos dicho, de repente a las seis de la tarde, el enemigo se retiró, a pesar de que los castillos, fortines y batería siguieron haciendo fuego. Los tinerfeños en un primer momento pensaron que era una estratagema de Blake y permanecieron alerta, no daban crédito a lo que estaba ocurriendo. Ossuna recoge del cronista Anchieta un sucedido que ocurrió en esa aciaga noche:

                 “En el entusiasmo bélico y fervor religioso de aquel tiempo, un alférez del tercio de la ciudad pasó al templo de San Miguel de las Victorias, y tomando el velo que cubría la venerada imagen del Santísimo Cristo de La Laguna lo izó a manera de bandera, llevándolo al hombro” (del citado Boletín, también lo recoge Rumeu, T-II, p. 181). 

 

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Velo del Santísimo Cristo de La Laguna 

 

         Este hecho no era nuevo pues el padre fray Luis de Quirós, cuando Van der Does atacó la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria relata lo siguiente (Breve sumario de los milagros que el Santo Crucifijo de San Miguel de las Victorias de la Ciudad de La Laguna de la isla de Tenerife ha obrado hasta el año 1590 y de los primeros predicadores de la fe en las islas Canarias. Impreso en Zaragoza por Juan de Lanaja en 1612, lib. 2º, cap. 16):

                “En 1598 a 99, los holandeses, que se habían apoderado de la isla de Canaria, intentaron saquear la de Tenerife. Ante el peligro se dispuso que este velo, con el que se cubría de ordinario la Imagen del Ssmo. Cristo de la Laguna, sirviese de estandarte al Ejército de defensa que se apostó en Sta. Cruz. Esta bendita bandera dio grandes ánimos y bríos a los cristianos, quienes decían que con ella, y con la fortaleza que les inspiraba la Imagen del Ssmo. Cristo, llevada solemnemente a la Cuesta, no temerían a toda la Holanda luterana. Un fuerte temporal desbarató la formidable armada del enemigo; todo lo que contribuyó a fomentar la devoción y amor a la milagrosa Imagen".

           Desde que sonó la alarma «concurrió nuestra gente pidiendo a su divina Magestad se sirviera darnos buenos sucesos contra la harmada ynglesa que está infestando esta ysla” y el día 7 de mayo el Cabildo acordó que se iluminara la imagen con “seis achuelas de a libra cada una por tiempo de nueve días”. Dos semanas después, el 15 de mayo, en la reunión del Cabildo todavía se expresaba el temor de que “los ingleses volverán a Santa Cruz”. Poco a poco los tinerfeños se formaron la idea de que habían huido y que habían triunfado (Cioranescu, T-II, p. 278), a la vez que consideraban que los buenos augurios eran fruto de la intercesión del Santo Cristo de La Laguna, prueba de ello es que en el Cabildo del día 15 de mayo ya se nombra a Paso Alto como fortín del Santo Cristo.

           Por otra parte, C. H. Firth, cronista ingles, decía: “Nosotros no hemos recibido ningún beneficio, pero estamos pagados al pensar que nunca tuvo el enemigo perdida mayor. Fue obra del Señor. ¡El sea loado!” (Rumeu, T-III, p. 194).

Balance

           Blake confesó que sus pérdidas ascendían a 50 muertos y 120 heridos; sin embargo los historiadores canarios hablan de 500 bajas; además, Blake estableció una lista de nueve navíos que necesitaban arreglo, recomposición, o retiro a consecuencia de los daños que habían sufrido. (Cioranescu, p. 277). De los habitantes de Tenerife sólo murieron 5 y entre ellos el fray Francisco Monsalve, religioso de San Agustín, aunque hubo muchos heridos. La destrucción de la escuadra de Nueva España no supuso un grave contratiempo (Rumeu, T-III, p. 192), las bajas fueron muchas, aunque no se contabilizaron.

           Gran desengaño fue para el enemigo no apoderarse de la plata que la flota española traía de América, pero ésta se había desembarcado y estaba a buen recaudo.

           Los dos bandos se atribuyeron la victoria. Rumeu dice que ninguno de los objetivos primordiales de Blake se lograron (T-III, p. 192). Cioranescu enjuicia en tono irónico los resultados del episodio, y concluye que hubo empate. Viera argumentaba que no hubo victoria inglesa ya que los galeones no fueron incendiados por el enemigo, sino por los mismos españoles. Blake sólo consiguió que los galeones no llegaran a España; sin embargo, sí llegó la plata: Por contra, Diego de Egues consiguió salvar la plata, pero no los galeones. El balance final debió ser contabilizar las victimas y eso fue positivo para Santa Cruz que obtuvo su primera cabeza de león.

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El castillo del Santo Cristo de Paso Alto

          El combate del 30 de abril determinó que el fortín de Paso Alto era insuficiente y el capitán general Gabriel Lasso de la Vega, conde de Puertollano, ordenó "reedificar y acrecentar el baluarte del Santo Cristo", en 1669. En mayo de 1669 el ingeniero Lope de Mendoza reconoció las fortificaciones de Santa Cruz de Tenerife y, el 5 de junio de 1669, elevó informe al Consejo de Guerra. Mendoza decía:

           "El del Santo Cristo es el último con que remata esta fortificación, que viene a caer a la parte del norte, y el principal para la defensa de este cuerpo, respecto de estar en el paraje donde de necesidad las embarcaciones que vienen a este puerto llegan a reconocerle y el que importa tenerle más bien prevenido y resguardado para detener la entrada de el enemigo, pues vencido éste lo quedarán los demás como lo manifestó el día de la Armada de Inglaterra que vino a quemar la flota, siendo el que más riñó..." 

          Los planos fueron levantados por Lope de Mendoza a quien se le pagaron 825 reales de plata por su desplazamiento desde Las Palmas. Poco después se inició su construcción a expensas de la Hacienda del Rey. La obra corrió a cargo del maestro albañil de Las Palmas Juan Zamora. La madera necesaria para las obras se sacó de los montes de la Matanza y acarreada gratuitamente hasta La Laguna por sus vecinos. Las vigas más gruesas procedían de  os bosques de Güimar. Francisco Texera, vecino de La Laguna, recibió 5.371 reales por “su trabajo y materiales que ha llevado al dicho castillo de Paso Alto, abrir los cimientos en el ‘entullo’ de la plataforma, en las dos paredes y el parapeto, de llevar la piedra un cuarto de legua, para las esquinas puestas en la obra y por trece hornadas de cal que hizo para dicho castillo”. Los herrajes y cerraduras fueron confiados al herrero de Santa Cruz Ángel Borges. La obra costó 2.036.181 maravedises. (Cioranescu, T-II, p. 168).

           En la noche del 18 al 19 de diciembre de 1774 una tormenta causó graves destrozos y quedó arruinado. El ingeniero Jose de Arana proyectó una nueva plataforma circular el 15 de enero de 1775, pero fue en 1779 cuando el también ingeniero Andrés Amat de Tortosa realizó el proyecto definitivo que incluía, además de la plataforma ideada por Arana, una batería baja situada al sur, la obra se terminó en 1782. Una lápida lo recuerda así:

                “REINANDO CARLOS III, MANDANDO ESTAS ISLAS EL EXMO. SR. DON JOAQUÍN IBÁÑEZ CUEVAS, MARQUÉS DE LA CAÑADA, TENIENTE GENERAL DE LOS REALES EXÉRCITOS, SE CONCLUYÓ LA REPARACIÓN DE ESTE CASTILLO, MEJORANDO SU BATERÍA ALTA CON BÓVEDAS A PRUEBA, DE QUE CARECÍA, LA PLAZA DE ARMAS QUE LA CIERRA, BATERÍA DE ENTRADA DE SU INMEDIACIÓN, LA DE SAN RAFAEL, CUESTA, PARAPETOS Y DEFENSA DE LOS BARRANCOS, AUMENTADOS EN TODA LA LÍNEA HASTA EL BARRANCO HONDO CON MOTIVO DE LA GUERRA AÑO DE 1782” (Pinto, p. 466)

          Tomó posesión del nuevo castillo su Gobernador Juan Franco de Castilla, Teniente Coronel del Regimiento de Milicias Provinciales de La Laguna, el 11 de marzo de 1782. El 22 julio de 1797 volvió el castillo a ser protagonista y participó de manera directa en la derrota del contralmirante Nelson, pero esa ya es otra historia.

El Santo Cristo de Paso Alto

          El castillo construido en 1670 disponía de una capilla situada en la planta inferior, cuyas vestiduras y ornamentos habían costado 831 reales. Seguramente, fruto del fervor popular derivado de las consecuencias del ataque de Blake, el Santo Cristo fue nombrado patrono de la capilla y se encargó al pintor Juan Francisco un lienzo con su imagen, flanqueado por San Cristóbal y San Miguel patronos de la isla. El óleo costó 133 reales y 6 cuartos que le fueron abonados el 30 de junio de 1670. Al día siguiente, 1 de julio el obispo Bartolomé García Ximénez de Rabadán, estando en Santa Cruz, concedió licencia para que se pudiese celebrar misa en el oratorio (Cioranescu, T-II, pp. 168 y 169). Podemos considerar que ese día inició su andadura el castillo del Santo Cristo de Paso Alto.

          La devoción popular al Santo Cristo de Paso Alto se fue incrementando y dio lugar a una fiesta. Según Francisco Martínez Viera (El antiguo Santa Cruz. Crónicas de la capital de Canarias, p. 47) "era antigua, popular y animada: una verdadera romería"; sin embargo, no da detalles de ese primer Santo Cristo.

          Debido a la tormenta que se desató en la noche del 18 al 19 de diciembre de 1774 sufrió graves desperfectos el Santo Cristo y es previsible que a la vez que se realizaba la reconstrucción del castillo, se encargara un nuevo óleo que fue realizado por Juan de Miranda. Aunque los especialistas en arte lo datan circa de 1773, es más razonable que fuera realizado entre los años 1779 y 1782 e incluso en 1790, ya que al pie del óleo figura una inscripción que dice: "El Illmo. Señor Dn. Antonio de la Plaza, Dignísimo Obispo de estas Islas, en 14 de abril de 1790 concedió 40 días de indulgencia a todas las personas que devotamente rezaran un credo delante de este Ssmo. Xpto...". Sus dimensiones eran 294 x 174 cm. No cabe duda de que la devoción por el Santo Cristo de Paso Alto era algo más que una leyenda.

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Crucificado de Juan de Miranda, con la Virgen y San Juan a los piés de la Cruz (último cuarto del siglo XVIII).

Actualmente en el Museo Histórico Militar de Almeyda 

    En 1808, Juan Primo de la Guerra, III Vizconde de Buen Paso, que estuvo preso en el castillo, dio noticias de la existencia del Santo Cristo: “el cuadro del altar, que es del señor de la Cruz y de la Virgen y San Juan, es obra de Juan de Miranda y tiene indulgencias concedidas por el obispo don Antonio de la Plaza” y añade que había otro instalado primitivamente en el altar que había sido llevado a la sacristía, donde se conservaban asimismo los fragmentos de una bomba que cayó en la despensa de la fortaleza en la noche del 24 de julio de 1797.

          En el inventario del castillo efectuado el 21 de agosto de 1853 (Pinto de la Rosa, 689) figura una detallada descripción de la capilla y sobre los cuadros dice:

                “La imagen del Santísimo Cristo es un lienzo, al óleo, y a sus lados se hallan otros dos cuadros también al óleo de San Miguel y San Cristóbal en mal estado. La guarnición del cuadro del expresado Santo Cristo, en sus lados y en la parte baja, se halla forrada de chapa de lata. Se cubre esta imagen con un velo que tiene una cenefa en la parte superior de madera y forrada también con chapa de plata”.

          Añade que, por estar en obras, el altar la mayor parte de las piezas de la capilla se hallan fuera de lugar. Es posible que por eso no se menciona el primer Santo Cristo y, además, dice que

               “Existen 6 cascos de bomba de una arrojada por los Ingleses que rebentó cerca de dicha capilla y no causó ninguna desgracia a la Guarnición, aplicándolo las gentes de aquel tiempo como milagro por cuya opinión se han guardado hasta el día”.

          Al encontrarse el cuadro muy deteriorado, en febrero de 1888 fue restaurado por Gumersindo Robayna Laso, lo que explica, según Carmen Fraga, la dureza del dibujo e, incluso, el mismo colorido que achaca a los repintes que impiden apreciar correctamente la belleza de la paleta del grancanario (La gesta del 25 de Julio de 1797, p. 159). Martínez Viera recoge un texto del Diario de Tenerife (1897) que dice así:

                “El Cuadro del Divino Redentor se trasladó a la parroquia castrense (que lo era la del Pilar), por el mal estado de la capilla del castillo, y en dicha iglesia se celebraba anualmente la función solemne en su honor”.

        Martínez Viera termina su artículo sobre las fiestas de Santa Cruz diciendo:

               “Desaparecido el lienzo del Crucificado, abandonada la capilla de la vieja fortaleza, la fiesta desapareció también, no quedando de ella ni el recuerdo” 

Un segundo ‘milagro’ 

         Este artículo debería terminar aquí, pero hay veces que se escribe la historia con renglones tortuosos. No obstante, en este caso tiene un final feliz. En 1909 el capitán general donó a la ciudad los cascotes que cayeron en la despensa del castillo y, con motivo del bicentenario, el ayuntamiento los cedió al Museo de Almeyda donde pueden contemplarse.

        En 1981 fue descubierto un óleo en la iglesia del Pilar, que algunos investigadores identificaron como el Santo Cristo de Juan de Miranda. Doña Carmen Fraga, catedrática de Historia del Arte, lo estudió y demostró que efectivamente era el óleo que estaba en el castillo del Santo Cristo de Paso Alto. En su estudio añadía que el cuadro pasó “Destinado a la capilla del Palacio después de haber sido trasladado desde la iglesia de Nª Sª del Pilar por dispensa del actual Prelado de la Diócesis”. Con motivo del día de las Fuerzas Armadas de 1986 fue mostrado al público en la magna exposición organizada. El cuadro sufrió en 1996 la segunda restauración, realizada por Dácil de la Rosa Vilar. Finalmente, dos años después, fue cedido en depósito al Museo de Almeyda donde puede contemplarse junto a los cascotes.  

         En cuanto al velo que enarboló el alférez del tercio de La Laguna, es posible que sea el que conserva la Esclavitud del Santísimo Cristo, con algunos remiendos y al que se le añadió las armas de la Esclavitud fundada el 6 de septiembre de 1659 por gran parte de los que intervinieron en la batalla. No obstante, el velo que cubría la imagen, según el inventario del castillo de 1853, podría ser el original de la batalla o, en todo caso, una réplica del anterior.

          Por el inventario del castillo de 1853 sabemos que flanqueando el Santo Cristo había dos cuadros, también al óleo, de San Miguel y San Cristóbal en mal estado que, restaurados, se les rinde culto en la parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción.

          ¿Qué ocurrió con el cuadro pintado por Juan Francisco? Después de 1808 se pierde su rastro; pero, en la década de los años cuarenta del pasado siglo, fue descubierto entre unos escombros, cerca del cementerio de San Juan de La Laguna, un óleo que estudiado y catalogado años después por el eminente profesor titular de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna don Rafael Delgado, resultó ser el Santo Cristo pintado en el siglo XVII. Esperemos que pronto vea la luz su trabajo de investigación y podamos contemplar el cuadro.

 

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                 Crucificado con San Miguel y San Cristóbal, de Juan Francisco (1670). Reproducción nautorizada por su propietario don Rafael Delgado

(Quiero agradecer a don Rafael la gentileza que tuvo al dejarme observar el Santo Cristo que con tanto ahínco buscaba cuando era Director del Museo de Almeyda. Han sido ‘cómplices’ de esta búsqueda los tertulianos Luis Cola Benítez y Sebastián Matías Delgado; a los dos mi agradecimiento.) 

 

Quiero terminar este artículo con las mismas palabras que escribió hace 108 años el historiador Manuel de Ossuna (artículo citado):

           ¡Gloria al 30 de Abril de 1657! ¡Paz eterna a los defensores de la isla de Tenerife en tan memorable jornada!