Puente de El Cabo, otra vez
Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 9 de febrero de 2011)
De nuevo salta a la palestra nuestro puente más entrañable, que formó parte de la primera fase de expansión de la actual ciudad de Santa Cruz. Parece que corren malos vientos para él, pues hay quien le achaca toda la culpa de los desbordamientos del barranco de Santos y la única solución que se plantean los partidarios de su desaparición es eliminarlo. No se buscan otras soluciones que podrían remediar el problema, sino que para atajar la enfermedad parece que lo mejor es eliminar al enfermo. Muerto el perro…..
Así nos va con el desgraciado patrimonio histórico-urbano de nuestra ciudad. Todo parece que se quiere hacer nuevo, renegando de nuestra propia historia o, lo que es igual de inaceptable, cuando algo se rompe o se destruye, no hay quien se ocupe de reponerlo. Ejemplos hay muchos, pero basta citar el medallón central del edificio Imeldo Serís (antigua Escuela de Comercio), los delfines de la fuente de la Alameda de la Marina, la escultura de la plaza de Europa, el cochambroso estado de conservación de la fuente de Isabel II, algunas de las estatuas del Parque Municipal, y tantos más. Ahora se piensa en que el puente de El Cabo es un estorbo que no merece conservarse.
Además de ser el primer camino de rodadura por el que durante cientos de años se abasteció el resto de la Isla, sirvió de nexo de unión del núcleo central de la población con los que fueron populosos barrios de El Cabo, Los Llanos de Regla, Las Cruces… y, además, comunicaba las importantes instalaciones civiles y militares que allí se ubicaban. cuarteles, castillos, cementerio, hospital, panaderías y herrerías, y hasta era el único camino para llevar el grano a los molinos donde se elaboraba el sustancioso gofio, por los aledaños de la ermita de San Sebastián. Sólo por conservar estos signos de nuestra memoria histórica, merece el mayor respeto nuestro viejo puente.
Pero hay más. Cuando el arquitecto provincial Manuel de Oráa proyectó el nuevo edificio del Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, sobre el solar de la anterior institución de caridad fundada por los sacerdotes hermanos Logman, podía haberlo diseñado de otra forma y en otra ubicación, puesto que disponía de un amplio solar que no sólo abarcaba el ocupado por la antigua edificación, sino que también comprendía la espaciosa huerta anexa, que se prolongaba hasta más arriba del actual puente Serrador. Sin embargo, hizo coincidir la fachada noble y la puerta principal de acceso con el eje del puente, señalando así, sin lugar a dudas, que el viejo barrio de la Iglesia, el puente y el nuevo Hospital formaban una unidad urbanística, que no debía romperse. Como es natural, prevaleció el respeto al entorno y características de aquel sector de la población. En sentido contrario, tenemos un reciente ejemplo en la “desfigurada” Plaza de España.
En un reportaje publicado el día 7 del corriente en este mismo periódico, se dice que el drenaje de los cauces reduce al mínimo el riesgo, en referencia a las inundaciones provocadas por los barrancos. Yo no sé lo que se intenta transmitir con el concepto “drenar” en lo que respecta al barranco de Santos. Desde el puente Serrador hasta su desembocadura, se ha hecho todo lo contrario. No sólo se ha elevado el lecho del cauce, de forma desmesurada –basta ver fotografías históricas en las que se aprecia que la altura del puente era posiblemente el doble que en la actualidad-, sino que, sorprendentemente, se ha estrechado de forma considerable el cauce. Naturalmente, a poco que llueva con cierta abundancia, el agua que llega al final de su natural recorrido no cabe en el cauce Sería interesante conocer los estudios técnicos que avalaron ambas intervenciones que, al menos en una primera impresión, resultan inexplicables
. Por lo tanto, mientras no se vuelva rebajar el lecho del barranco y a ensanchar el cauce por el lado de la iglesia, es de temer que, tarde o temprano, la historia se repetirá, poniendo en peligro uno de los ejemplares únicos de nuestro patrimonio como es nuestra iglesia matriz. Ambos extremos son de fácil remedio, rebajando el lecho a su altura natural y suprimiendo la acera sur y la fila de aparcamientos de la calle lateral de la iglesia.
Es cierto que se acaban de realizar obras de afirmado y empedrado del lecho, que sin duda han costado una millonada, y nadie se explica que no se haya aprovechado la oportunidad para devolver al barranco la cota original y necesaria para dar salida a las aguas. También es cierto que las obras de ensanche serán costosas. Pero más lo sería que la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, realizada con materiales de la época, terminara desplomándose por daños en su cimentación causados por repetidas avenidas.