La identidad canaria
Por Luis Cola Benítez (Publicado en El Día el 18 de octubre de 2002)
Premio de Periodismo MARE NOSTRUM RESORT en su II edición (2003)
¿Qué es la identidad canaria? ¿Somos conscientes de ella?
En los últimos tiempos, de forma más o menos oficial u oficiosa, se nos brinda una serie de símbolos -algo así como para facilitarnos el camino-, en algunos casos con aromas fetichistas, pero seguramente entrañables para muchos, con los que pretendidamente se trata de identificar las raíces de nuestra “canariedad”. Estos elementos, que para la generalidad de los canarios poseen un gran poder de atracción, no dejan de ser representativos de nuestro paisaje, de nuestra cultura y de nuestro ámbito cotidiano, pero en general adolecen de ese algo indefinible que nos lleve a identificarnos espiritualmente con ellos y con lo que representan, incluso sin pretenderlo, inconscientemente. Un ave singular, un árbol emblemático, una montaña sagrada, una tradición de nuestro folclore, por mucho que nos despierte emociones, no se configuran enraizados suficientemente en el sentir colectivo de la totalidad de nuestra comunidad. Con frecuencia se quedan en lo anecdótico o folclórico y, aunque puedan hacer vibrar la sensibilidad de algún sector social, no son capaces de transmitir su mensaje más que a algún grupo específico o a los habitantes de alguna isla, y no al conjunto de ellas, consecuencia lógica del fraccionamiento territorial y de la ausencia de un auténtico sentimiento regional.
En una región de territorio continuo los elementos diferenciales llegan a decantarse en un proceso natural en el que lo anecdótico se difumina, diluye y hasta puede perderse, en beneficio de lo sustancial: valores morales, elementos socio-culturales, económicos. El resultado de este proceso es clarificador y contribuye a formar la “madre”, la “solera” y, con el tiempo, la razón de ser, los cimientos, de la identidad regional: sus auténticos signos distintivos. Y, una vez cristalizados estos signos, condicionan a su vez a los mismos elementos que los originaron, que se someten a ellos sin violentarse, de forma natural y espontánea. Este doble proceso, esta interacción, se caracteriza por su continuidad en el tiempo y, salvo la irrupción de elementos discordantes -guerras, invasiones, etc.- carece de final previsible.
Canarias, ya lo dijo Alfonso de Ascanio, es una región sin fronteras cuyos límites, por la ausencia de territorios físicamente inmediatos, históricamente adquirieron dimensión Atlántica. Por su cultura es europea, por su historia siente su proyección americana, y por su situación es consciente de sus expectativas africanas. Y posiblemente sea el resultado de la conjunción de esta triple circunstancia, en la que mucho se podría profundizar, su primer signo distintivo como región.
Derivados de lo anterior, existen otros factores determinantes de la idiosincrasia de los canarios en general. Siendo geográficamente una región aislada, Canarias no ha sido nunca una comunidad encerrada en sí misma ni cerrada a los demás. A ello han contribuido razones de simple supervivencia, que han ido forjando a través del tiempo la personalidad liberal, cosmopolita y un tanto aventurera de sus habitantes. Ello ha llevado a que hoy, en general, el canario no se sienta “aislado” en sus islas, y la limitación que el mar y la distancia imponen, lejos de considerarla barrera insalvable de su recinto vital, se constituye en abanico de caminos y múltiple vía plena de posibilidades de contactos e intercambios. Los puntos que conforman el círculo que rodea al canario, no son el límite envolvente de su mundo, sino horizonte de múltiples expectativas que abarca tanto como él mismo es capaz de abarcar. Y este es otro de sus signos distintivos.
Por otra parte, las Islas, en su conjunto, presentan unos rasgos generales comunes que obligan referirse a ellas como unidad. Su situación, origen geológico, clima, historia, que responden a un mismo patrón con mínimas alteraciones, así lo aconsejan. Sin embargo, no hay dos islas iguales y cada una de ellas presenta características somáticas y tipológicas específicas, hasta el punto de que no puede decirse que, teniendo en cuenta sólo los factores concurrentes en una, se puedan sacar conclusiones válidas respecto al conjunto. Hacerlo así es signo evidente de ceguera intelectual o intento de negar la más incuestionable realidad con el propósito de alcanzar otros fines, como podría ser la implantación de unas bases regionalizantes, que no regionales, en aras de una pretendida política de integración, que lejos de alcanzarse por este camino, encuentra un claro rechazo social. El canario no entiende o, lo que es peor, no presta atención a estos intentos centralizadores, aunque se percata de ellos, impuestos por un afán de unificación contra natura.
Hasta hoy, el único sentimiento espontáneo, evidente y válido para el hombre canario es el de su entorno más inmediato, el de su isla, que trasciende a otros aspectos sociales y lo lleva en lo más hondo de su ser, a veces, casi siempre, sin tener plena conciencia de ello. Este sentimiento forma parte de su psicología y de su idiosincrasia, hasta el punto de que no es raro que, en ocasiones, pretenda enfocar al resto del mundo a través del prisma de su particular almendro, bajo cuya sombra se instala. Y este es el problema. Al menos, la raíz de gran parte del problema, si no es capaz de orientarlo positivamente.
Toda la conciencia que al hombre canario le falta del concepto de región, que no suele ir más allá de lo meramente geográfico, la posee, sin llegar a percatarse plenamente, del concepto isla. Y estos condicionamientos existenciales configurados como factores derivados de la insularidad, son susceptibles de actuar sobre su experiencia vital, porque el sentimiento de insularidad va más allá de la simple repercusión en una situación en la que se encuentra inmerso. Es un sentimiento entrañable, que le inserta, le marca y le identifica. Le ayuda, cuando menos, a identificarse, a acercarse a su propia identidad como hombre y como grupo social. Se trata de un sentimiento reflejo, que no se deriva de un planteamiento deliberado, ni tiene porqué responder a razonamientos lógicos, pero que en lo más hondo de su ser marca su existencia. Este sentimiento, este impulso, representa un potencial de inapreciable riqueza que pude y debe servir de base y punto de partida para forjar la vía que conduzca a la consecución de un auténtico sentimiento regional, hoy prácticamente inexistente o enmascarado por intereses que le son ajenos.
Es principio aceptado por la generalidad de los tratadistas que sólo puede hablarse de regionalismo en toda la extensión del término, cuando un determinado grupo social adquiere la conciencia de los problemas que le son propios, de cuyo sentimiento emana, de forma natural, la asunción de la defensa de los intereses comunes. Este principio, de tan elemental planteamiento, todavía no parece posible aplicarlo a Canarias como unidad regional, pues los canarios, en general, suelen apreciar los problemas de su región que trascienden de su ámbito inmediato sólo de forma difusa, hasta el punto de que, históricamente, ha responsabilizado de ellos, -y por ende de sus posibles soluciones-, con razón o sin ella, a la metrópoli o a la propia administración canaria. ¿Sería lo mismo si existiera una auténtica conciencia regional, un verdadero y arraigado sentimiento de canariedad? Existe, y se evidencia en todos los órdenes, una conciencia referida a “su” isla, pero ¿dónde está la conciencia de lo canario como unidad? Es innegable que, de no existir esta conciencia, mal puede alcanzarse una identidad canaria integradora.
Los psicólogos sociales afirman que no puede darse un sentimiento de identidad si no se conocen los elementos objetivos que lo identifican, sin que sea suficiente la simple percepción de los mismos, pues es necesario, además, que sean captados por la conciencia del individuo. Esta percepción consciente debe ser capaz de anegar su psiquismo hasta convertirse en sentimiento. Y en esto estriba el vacío existente. Porque un sentimiento es un fenómeno que no emana exclusivamente del conocimiento y que no responde a un acto de la voluntad. Un sentimiento no se adquiere, ni nace como consecuencia de un proceso racional y lógico, a través del cuál, como mucho, se podrá llegar a crear una sensación, pero no un sentimiento.
El sentimiento de lo canario no puede ser provocado, ni implantado, ni deliberado, ni controlado. Como cualquier sentimiento debe responder a un acto afectivo-impulsivo, debe ser un impulso, como lo es el de la insularidad. Y esta meta sólo será posible alcanzarla a través de la solidaridad, de la cultura y de la libertad.