El Museo de la Imprenta de El Puig localizado en la provincia de Valencia

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 27 de agosto de 1995)
 
 
           Entre naranjos, hortalizas, melones y chufas está El Puig de Santa María, un pueblecito valenciano de seis mil habitantes y dos taxis.
 
          Pero si de algo está orgulloso este enclave rural, festoneado con casas de bellos trazos arquitectónicos, es de sus raíces, de su pasado histórico, materializado en la vetusta estructura de su monasterio, inserto entre dos colinas de poca elevación. Representa el lugar estratégico donde Jaime I, sobre las ruinas de la fortaleza mora, montó su campamento para la Reconquista y fundó este monasterio mercedario. Se ha subrayado la carga épica del lugar con calificativo de la “Covadonga Valenciana”. Desde el exterior ofrece una imagen sólida, de fortaleza, una mole rectangular, flanqueada por cuatro macizos torreones, que destaca sobre la verdeante lozanía de la huerta y la construcción urbana circundante como medallón de oro viejo sobre la suave policromía de un traje típico de valenciana. En la actualidad es lugar de residencia de los Reyes en su visita a estas tierras, recuperando de esta forma antiguas funciones.
 
Cancelas, retablos y claustros
 
          Ahora, inmersos en una absoluta soledad, encendiéndonos nosotros mismos las lámparas de las distintas dependencias, hemos admirado aquellos doscientos cuadros que cuelgan de sus paredes; nos ha sorprendido el extraño eco de nuestras pisadas y entre muros, cancelas de hierro forjado, retablos de cerámicas y claustros que casi se pierden de vista, hemos apreciado, junto con la monacal austeridad de su estructura, la solidez de los cimientos del edificio, ya que en algunos recovecos aflora la masa de rodeno sobre la que se asientan todas las paredes maestras del monasterio.
 
          Pero, para nosotros, la auténtica sorpresa que nos depara dicha visita era el descubrir el interesantísimo Museo de la Imprenta y de la Obra Gráfica que allí está instalado. Hagamos un poco de historia.
 
Cuando el libro era objeto privativo
 
          Se nos ha recordado en esta visita que la invención de la imprenta fue un rayo de luz que iluminó las tinieblas en que estaba sumida la cultura de la Edad Media.
 
          Cuando Juan Gutenberg (1394-1468) imprimió por primera vez sobre papel, utilizando tipos móviles ajustados a una prensa de mano, se produjo el hecho histórico más trascendental para la difusión de la cultura, pues –como nos apunta el maestro impresor Ricardo J. Vincent– hasta entonces solamente era transmitida de viva voz a través de manuscritos, a los que únicamente tenían acceso las clases privilegiadas.
 
          Tras el incendio y saqueo de la ciudad de Maguncia en 1462, los impresores locales tuvieron que dispersarse por toda Europa. El libro había dejado de ser objeto privativo de las instituciones o personas económicamente fuertes como, insistimos, venía sucediendo con los costosos manuscritos en el mundo medieval.
 
          En la segunda mitad del siglo XV, la economía valenciana pasaba por un periodo de exuberante prosperidad, lo que repercutía en el ambiente demográfico y cultural. En 1483 la ciudad de Valencia contaba con setenta y cinco mil habitantes y ello la convertía en la urbe más populosa e importante de la Península Ibérica, por cuya razón, unos años antes llegaron a ella los impresores alemanes Jacobo Vizlant y Lambert Palmart (1472-1473).
 
Valencia, cuna de la imprenta en España
 
          Esta circunstancia hace que sea Valencia la cuna de la imprenta en España, imprimiéndose en 1474 la primera obra literaria, titulada “Les Obres o Trobes en Lahours de la Verge” (Las trovas en loor de la Virgen María). Sólo se conoce de este libro un único ejemplar, el existente en la Biblioteca Universitaria de Valencia. En el Museo de la Imprenta se conserva el facsímil de dicho tomo.
 
          Es bien conocida la tradición valenciana del noble arte de imprimir, técnica que fue evolucionando con inusitada rapidez, marcando un hito histórico.
 
          Aloys Senefelder inventó la litografía, que completó la imprenta, incorporándose sucesivamente nuevas técnicas y medios mecánicos en la impresión.
 
          Por todo ello es lógico que aquí, en Valencia, y concretamente en El Puig de Santa María –como puede leerse en su estación de ferrocarril- , se haya sentido una gran preocupación por guardar y conservar las máquinas, los utensilios y medio diversos que utilizaron nuestros antepasados para la impresión, así como recopilar los testimonios de aquel arte, todo lo cual corría el peligro de perderse, dada su diseminación por lugares distintos, la más de las veces sin las condiciones precisas de conservación; y al mismo tiempo, como bien apunta Ricardo J. Vincent, porque en estos últimos años se ha llevado a cabo una profunda transformación en las máquinas y utensilios de la imprenta.
 
          Por todos los motivos señalados, resultaba indispensable la instauración del Museo de la Imprenta.
 
La riqueza del museo
 
          ¿Qué se expone en este museo? Pues todo. Está considerado, en su especie, como el segundo de Europa, después del de Maguncia; y el primero de España. Debe su origen al entusiasmo, a las piezas museísticas (¡como primera aportación!) y al esfuerzo pecuniario del mencionado impresor levantino Ricardo J. Vincent Museros. El museo se inauguró de forma oficial el día 30 de noviembre de 1987.
 
          En este interesantísimo recinto se exponen pruebas y muestras de algunas de las muchas marcas de impresores y ex libris de libreros y bibliotecas particulares. Están representadas todas las épocas con las máquinas más significativas, desde la prensa de madera –parecida a la que pudo utilizar el mismísimo Gutenberg– pasando por xilografías, abecedarios de madera, máquinas de Boston, Minervas y Planas, así como  la linotipia con su función de plomo, moldes de tipografía con sus cajetines, huecograbados, tricromías, y cuatricromías, hasta la litografía con piedras similares a las utilizadas por su inventor, el ya mencionado Senefelder; planchas de zinc dibujadas a mano, e incluso los procedimientos fotomecánicos que imperan hoy en el moderno Offset.
 
           Cabe destacar también los grabados a mano de los relieves, sobre todo los facilitados por una empresa de raigambre de los Farinetti: la prensa de encuadernación; la vieja guillotina y tantas y tantas cosas que ayudan a que podamos conocer los procedimientos, métodos y sistemas que a lo largo de la historia se han utilizado.
 
          Los conocimientos que han podido extraerse de los primeros manuscritos han sido decisivos para llegar al nivel cultural que hoy ostenta la humanidad. Por esto, es justo reconocer que la mayor parte de estos códices fueron elaborados de forma silenciosa y paciente en los monasterios donde los monjes se dedicaban al estudio de los mismos.
 
          Este fue el motivo que movió a Ricardo Vincent a elegir el Real Monasterio de El Puig de Santa María, que tan profundo simbolismo tiene para Valencia, con el fin de que sea el custodio de aquellos elementos que, en su día, fueron indispensables para que tomara firmeza la tradición impresora valenciana.
 
Eminentemente pedagógico
 
           En fin, este museo se nos antoja eminentemente pedagógico, con la finalidad pretendida de que la presente y futuras generaciones puedan seguir, por vista de ojos, el proceso evolutivo de la técnica impresora, desde sus comienzos en el siglo XV hasta nuestros días.
 
          Cuando salíamos del monasterio, cuando habíamos mirado con acentuada curiosidad el libro más pequeño del mundo, que contiene la oración del Padre Nuestro en siete idiomas, en un tomito (?) de 3,5 por 3,5 milímetros; cuando habíamos comprobado la pulcritud y mimo vertido en aquella instalación, íbamos balbuceando lo que, por último, habíamos leído en uno de los tantos carteles orientativos y consejeros: "Estas máquinas negras, brillantes y calladas, que durante tantos años han dicho tantas cosas, aquí en la quietud de este monasterio intentan decirnos ahora lo que fue y lo que ha sido el noble arte de imprimir”.
 
          Y, a la entrada del vetusto y secular monasterio, nos estaba esperando uno de los dos taxis que atesora este pueblo denominado El Puig de Santa María, rodeado de naranjos, hortalizas, melones y chufas.
 
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