Despedida de la Escuela de Comercio
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en El Día el 9 de julio de 1995)
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Ubicada en la Avenida 25 de Julio, de esta capital
Surgió de nuevo la evocación, ese espejo en el que se reflejan imágenes, episodios, paisajes lejanos, hechos de nuestra juventud y adolescencia. Gracias al verdadero milagro de la evocación, no hay anciano que lo sea de modo absoluto, porque añorando se rejuvenece. Ni tampoco soledad que no se acompañe con el ruido fresco de la fuente de los recuerdos.
También volvió a brotar entre nosotros ese pesar que causa el recuerdo de algo lejano, perdido, nunca encontrado, que responde por nostalgia. Nostalgia que, necesariamente, se acentuó entre los que nos concitamos en aquel atiborrado salón de actos del vetusto y hermoso edificio de la antigua Escuela Superior de Comercio –¿quién le despejó, en su día, de su adjetivo?–, que ahora iba a despedir de sus entrañas a su último vástago, la Escuela Universitaria de Ciencias Empresariales.
Cuando empezamos a oír las bellas palabras que allí se prodigaron –que luego recordaremos–; cuando le habíamos dado un ligero repaso al lujoso díptico que explicaba, en lograda sinopsis, los cincuenta y seis años de los que empezó siendo Instituto de Enseñanza Imeldo Serís; cuando veíamos a nuestro alrededor la algarabía de un atinado y oportuno reencuentro, nuestra mente, inevitablemente, voló, se transportó, para recordarnos, una vez más, que…
Nuestra Escuela Superior de Comercio había cubierto horarios para atender asientes y contrapartidas. Y siempre tuvimos por bandera, como lema, el siguiente frontis: las cuentas claras. Y en las postrimerías de la década de los cincuenta empezamos a luchar, de forma teórica, con aquel inagotable panel de cheques, de créditos e insolvencias. Empezábamos a luchar en esa delicada y peligrosa trinchera de los déficits, de las amortizaciones, de los saldos y de las cuentas bloqueadas, todo ello dentro de un campo de infinitos conceptos, aunque para algunos sean ramas asépticas por la pregonada frialdad de los guarismos.
La actividad económica de nuestro país había puesto de relieve en múltiples momentos la necesaria utilización del servicio de los titulados mercantiles, y eso lo ratificó en su día un Real Decreto en cuyo preámbulo se aprobaba nuestro Estatuto Profesional, donde la auditoría, ahora tan de moda, ya era un concepto que se expandía por todo su articulado.
Con la mano en el corazón hay que decir, en primer término, que jamás nos podremos quejar de nuestra suerte. Nuestras actividades apenas han conocido ese azote y martirio del desempleo y paro y sabemos que seguiremos solucionando los problemas de los demás y los nuestros propios, todo ello sin complejos, sin lamentaciones y sin lastres históricos, máxime cuando nuestro colectivo dejó de envejecer tras la irrupción de esa savia joven, vital, con esos diplomados y licenciados, que fluyen y seguirán brotando desde la Escuela Universitaria de Estudios Empresariales, que ahora dejará un palacete para albergarse en un campus.
En el ya citado reencuentro íbamos a celebrar una despedida que sólo pasará una vez en nuestra efímera existencia. Allí, personajes de ensolerada sensibilidad, nos había reunido para recordar, para vernos las caras, para hacer un canto a la amistad permanente a través del tiempo, aunque todos hubiésemos deseado que tal vinculo fuese más sólido y menos esporádico.
Y en aquel reencuentro, entre risas, sonrisas y carcajadas, surgieron las anécdotas de las que fuimos protagonistas en esta hermosa –un poco adulterada– mansión neoclásica, obra del arquitecto Manuel de Cámara y Cruz, que disfrutó la Escuela de Comercio –así se le conoció coloquialmente– por la generosidad del Marqués de Villasegura. Y en sus tribunas y cátedras recordamos la anticipada democracia de don Arístides, con sus inconfundibles ecfonemas; la gélida e impenetrable mirada de don Luis; la delicada sabiduría de don Andrés que con doña Juana, su inseparable esposa, formó un tándem institucional. Don Lucio con sus humanísticas interrogantes y don Quiterio con sus jeroglíficos numéricos, sin olvidarnos del imperturbable don José Rodríguez, del bondadoso don Chano y de la inquietud de don Norberto, siempre asaetando su reloj con la mirada, tic que contrastaba con las parsimonias orientales de los señores Herrera y Hogdson, con la apacible presencia de don Rafael y la mansedumbre y austeridad de gestos de don Ramón Ascanio, que tenía igualmente su contrapunto en el director, don José María, locuaz y náutico, por nombrar los perfiles más asiduos y, por tanto, más familiares.
También recordamos aquel inmejorable y único patio de estudio, de meditación, de recreo y de tertulia que teníamos todos en la Plaza de los Patos, que aunque nunca tuvo éstos, si que gozamos de la frescura de sus esporádicos surtidores y de su bucólica tranquilidad acomodados en aquellos bancos de bruñidos ladrillos con sabor a La Giralda andaluza, Y allí, muy cerquita, Paco, con su carrito, de donde no solo salían chufas, tamarindos, algarrobas y bocadillos sino también el afecto y la generosidad. Y cerca de Paco, el bonachón Domingo, que tras su mostrador del Bar Torres miraba resignado y benévolo a aquella terraza cuya sillas eran invadidas por una clientela estéril en la consumición y fértil en la charla y en la discusión estudiantil.
Ahora, por un milagro del túnel del tiempo, volvimos a los años escolares con la presencia en el pórtico de la Escuela de aquel bedel, erguido y atildado, que respondía por Manrique o de aquella gentil mensajera que atendía por Carmita, que contagió su carisma a Leo, la secretaria sin secretos, la secretaria servicial y fiel.
Y fue precisamente Leo quien ahora, en la despedida, iba a recoger la ovación más cariñosa, espontanea, vibrante y dilatada que jamás habíamos presenciado en el salón de actos del centro pedagógico. Y es que a los sobrados méritos de aquella nobleza personificada se unió la simpar prosa de José Luis García Pérez, un catedrático, un “todoterreno cultural” que gestó muchos nudos y humedeció miradas cuando, entre otras cosas, y como portavoz de una distinción especial emanada de una junta extraordinaria del referido centro, nos dijo en su alocución que “hoy, embargados por la despedida, sentimos, no obstante, una cierta satisfacción. Hemos sido premiados porque premiar y considerar la labor de Leo representa para todos una agradable sensación. Sencilla, natural, trabajadora, atenta, cordial, sincera, serían calificativos que vendrían a la boca y a la mente de todos, pero, eso sí, todas esas cualidades teñidas además con la amabilidad y su talante universitario”.
Intuimos un sedimento de amargura en las palabras con las que se abrió el sencillo y emotivo acto, donde el director del centro, Ricardo Trujillo, expresó que el interés por la mejora continua de la enseñanza unido a la constante expansión que han experimentado los concernientes estudios a lo largo de los años habían obligado, “con un sentimiento de nostalgia, eso sí, al traslado de nuestra querida Escuela de Empresariales a las nuevas instalaciones del Campus de Guajara, más acordes a la realidad de los tiempos, ya que, desgraciadamente, nuestra casa se ha quedado pequeña”.
Y el actual rector de la Universidad de La Laguna, Matías López Rodríguez, que empezó ufanándose de su título de perito mercantil –en secano–, inició sus breves palabras señalando que “la conservada arquitectura del edificio parece transmitirnos la engañosa sensación de que poco o nada ha cambiado, pero no cabe duda que los estudios mercantiles y empresariales han sufrido a lo largo de estos años cambios radicales en su concepto, en su organización y en los objetivos que deben alcanzar los profesionales que hoy se forman en nuestra Universidad. Enfatizó la renovación que han experimentado las ramas mercantiles cuando añadió que “la taquigrafía, imprescindible en aquella época para la veloz transcripción de una carta o una conversación comercial o la destreza de la escritura con letra redondilla, necesaria para el impecable registro de los asientos en el Libro Mayor, no son hoy preocupaciones que concentren la atención de nuestros estudiantes. Los principios de la partida doble siguen inmutables, pero su aplicación se realiza a través de modernos sistemas informáticos de contabilidad, La estadística y el marketing, de poca o nula aplicación en la época que yo realicé aquí mis estudios, son hoy imprescindibles en la formación de nuestros profesionales y en general nuevos enfoques y nuevas técnicas han ido sustituyendo a los primitivos planteamientos”.
Y Matías López finalizó su disertación expresando el deseo que la propia Universidad de La Laguna continúa vinculada a Santa Cruz de Tenerife, “a través de este edificio, con el traslado de actividades relacionadas con la docencia de posgrado y con temas empresariales en particular”.
En fin, primero fue Instituto de Enseñanza Imeldo Serís; luego, Escuela Superior de Comercio; últimamente, Escuela Universitaria de Estudios Empresariales; pero siempre, siempre, y lo ratifica un romántico, se le recordará, la recordaremos, como la Escuela de Comercio, la que está al lado de la Plaza de los Patos…
Por cierto, sería muy conveniente que ahora, en este paréntesis, en este descanso, se le devolviese a esta joya arquitectónica su belleza inicial, natural, anulándole ese “adorno” que, hace años, y por imperativos del “progreso” le colocaron en su testa.
¿Saben? Allá arriba, Manuel de Cámara y Cruz, aplaudiría el detalle.
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