IN MEMORIAM. Sebastián Matías Delgado Campos
Por Daniel García Pulido (Publicado en El Día el 17 de abril de 2024)
Desde tiempos préteritos el noble oficio del arquitecto ha trascendido el ámbito usual de la sencilla construcción, de la edificación pionera o de la ingeniería más poderosa, para adentrarse con ansia y certidumbre en ese horizonte donde residen las artes, la creación hechizada por la originalidad, o nuestra propia idiosincrasia e identidad. En el seno de la arquitectura, de sus trazados, cálculos y creaciones, es donde conviven continente y contenido, coraza y esencia, esa bellísima simbiosis que late etérea, hasta sencilla, cuando tenemos la exquisita fortuna de dar con un espíritu que nos la enseñase. Se nos acaba de marchar una de esas almas, Sebastián Matías Delgado Campos.
Su despedida nos deja huérfanos en muchos sentidos. Podríamos apelar a la tristeza recordando asistir a sus incontables conferencias o reuniones, donde uno podía llegar a sentir, a admirar, esa fuerza y convicción en el argumento que solo acogen sombra cuando nacen de la erudición, del estudio reposado y continuo, de una mente preclara. Asimismo tendríamos la posibilidad de rememorar cómo nos fue enseñando, a todos y cada uno de nosotros, a conocer de manera distinta esta cosmopolita ciudad: recuerdo que nos animaba sencillamente a mirar hacia arriba en nuestro paseo urbano, a disfrutar y regocijarnos en la belleza de un remate, de una balconada, de un friso o una ventana. Tal si fuera un auténtico hechicero, tras escucharle no veías ya el mismo Santa Cruz sino otro muy distinto, aquel que fueron construyendo con innegable orgullo, tesón y arte decenas y decenas de maestros de obras, de canteros, de arquitectos. Gracias siempre, querido amigo, por esta bendita lección de ampliar nuestra rutinaria mirada.
Prueba palpable y anual de su sensibilidad docente, de su generosidad entremezclada con la sapiencia artística y humana, era esa maravillosa colección de postales navideñas que, año tras año, teníamos la inmensa suerte de tener en nuestros buzones. Siempre imbricadas con el patrimonio insular, la temática de las postales hilvanaba resabios arquitectónicos captados con ternura visual, con elegancia y sencillez. Les puedo adelantar que, desde la Tertulia Amigos del 25 de Julio, va a editarse ese conjunto de «joyas» íntimas navideñas en una publicación cuyo único objetivo será perpetuar ad eternam ese mensaje exquisito de Sebastián Matías hacia la urbe que le vio nacer.
El recuerdo de nuestro querido amigo vivirá siempre anclado al de sus colegas, de sus amigos de siempre, en aquellas inolvidable tertulias en Canal-7 a la vera del eternamente añorado Luis Cola Benítez, de Pedro Doblado Claveríe, de Juan Arencibia de Torres. No podrá desligarse nunca la figura de Sebastián Matías de aquellos artistas con quienes mantuvo una franca amistad, caso del añorado escultor Manuel Bethencourt, a quien profesaba una auténtica veneración, bendita adoración que se nos ha «contagiado». Su amor por la música clásica, con su asistencia puntual a los conciertos de la Sinfónica, es otro de los aspectos que no pueden faltar para conocer detalles de su esencia. Y es que el tono de su poderosa voz late en nuestro interior aún y es difícil abstraerse de su eco cuando uno visita espacios a los que brindó su vida profesional: la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, en Taganana; el convento de Santa Clara; el palacio Salazar, sede del obispado niveriense…, entre muchísimas otros. La contemplación de estos inmuebles, auténticos iconos de nuestra identidad patrimonial, no dejará de retrotraernos a su magisterio, a su profesionalidad, la de un arquitecto que dominaba como pocos ese fascinante mundo de los materiales, donde todo surge de un uso razonado de miles de piedras, de incontables maderas, de dosis exactas de yeso, de barro, de sencilla arena.
Nadie nos va a quitar de la retina la figura de Sebastián Matías, con su andar lento, levemente inclinado hacia un lado, cuando se despedía de nosotros, no sabíamos que para siempre, hace apenas unos días. Fue en el entorno de la plaza de San Francisco, en su añorada ciudad de Santa Cruz de Tenerife, cuando le perdimos de vista mientras pasaba bajo la triste mirada de José Murphy, que le contemplaba desde su altura… No fuimos conscientes entonces de que estaba ingresando, justo desde ese mismo momento, al pasar bajo aquel gran patricio en bronce y guardián cancerbero del más allá de los ilustres, en ese paraíso reservado para quienes han dado su vida por el patrimonio de su isla, de su ciudad y de su memoria. ¡Que Dios te bendiga!
- - - - - - - - - - - - - - -