Mi bienvenida al genial escritor y poeta Manuel Alcántara

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 25 de junio de 1993)
 
 
          En los albores de la década de los 70, el periódico deportivo Marca, simbólicamente engallaba su voz, extendía el brazo y señalando con el dedo un invisible rincón de un determinado cuadrilátero, gritaba al modo del speaker simplemente este nombre y apellido:
 
          –¡¡Maaanolo Alcaaaaántara!!
 
          Como se recordaba en aquellas columnas, donde, ahora, por cierto, el boxeo está proscrito, Manuel Alcántara llegaba a Marca como poeta y escritor de primer orden, avalado por una larga serie de libros y de premios. Aquellos eran todos de poesía, que le valieron no sólo un puesto en la primera fila de aquel tiempo, sino el Premio Nacional de Literatura.
 
        Pero por aquel entonces, Manuel Alcántara no se quedó en aquel piso recoleto de las letras, sino que se había asomado a las ventanas de los periódicos de manera ejemplar. Decían que la gracia de las musas descendían sobre él lo mismo en un poema que en un artículo de periódico, de Gaceta Ilustrada, de Ya, de Pueblo o de Arriba, que fue el puerto de donde salió a diario a bordo de su barquito de papel, en cuya estela se advertía una teoría de triunfos del género desde el “29 de octubre” al “Luca de Tena”, desde el “Costa del Sol” –Alcántara es malagueño– al “Virgen del Carmen”.
 
          Sin cumplir los cuarenta, Alcántara, escritor y poeta, ya andaba en los libros de texto. Y era académico en su tierra, y Caballero de Isabel la Católica. Y era –y lo sigue siendo– uno de los hombres más aficionados al boxeo, más erudito del pugilismo, más ganado por los perfiles deportivos y humanos de este controvertido deporte, que es olímpico, al que le siguen cerrando puertas muy impresionantes, quizá, vaya usted a saber si por falta de prestigiosos púgiles y de periodistas del estilo de Alcántara, que ya no escribe en Marca. Por todo ello, es sintomático que uno de sus Premios sea el “Hemingway”, en memoria del duro y visceral Ernesto, que tanto supo y tan bien escribió del noble arte. Se escribió –y tuvimos la dicha y la oportunidad de gozarlo– que el arco de atracción de Manuel Alcántara se extendía desde el castizo Campo de Gas al majestuoso Madison Square Garden o al Astródomo de Houston, desde Pepe Legrá a Cassius Clay.
 
          Manuel Alcántara siguió siendo un lujo para Marca,  que ahora ha proscrito el boxeo, cuando, como periodista, ganó los tres premios que se consideraban –y se consideran– como los más importantes en el género: “Luca de Tena”, “Mariano de Cavia” y “Cesar González-Ruano”.
 
          De la galanura de su pluma, de su difícil sencillez al escribir, tuvimos buena y habitual prueba los lectores de Marca en aquellas irrepetibles crónicas de boxeo, deporte que –como él decía– “no me gusta pero me atrae”.
 
          Creemos recordar que, en una ocasión, le formularon esta especie de test-pregunta: ¿Y a usted cómo, siendo poeta, le gusta el boxeo? Y contestó así:
 
          ¿Cómo explicar que a mí el boxeo no me “gusta” en un sentido literal de la palabra? ¿Cómo decirles que me ocurre algo semejante a lo que decía Pérez de Ayala que le pasaba a él con respecto a los toros? “Si fuera ministro de la Gobernación, los suprimiría; pero como no lo soy, asisto a todas las corridas”.
 
          Manuel Alcántara nunca se ha divertido viendo boxear, pero es una manifestación de músculo que, desde niño, en su Málaga natal, le apasionó. Después, siguiendo la inercia, fomentó más su afición “y confieso que he llegado a saber de Rocky Marciano tanto como de Góngora, de Ray “Sugar” Robinson como de Rainer María Rilke, de Ignacio Ara y Paulino Uzcudun bastante más que del Marqués de Villamedina y de don Francisco de Quevedo. Acaso porque sean menos complicados…”
 
          Cuando Manuel Alcántara recaló en Marca fue para suceder a Fernando Vadillo, su gran amigo y mi maestro, otro ínclito periodista pugilístico, que siguió impartiendo su magisterio en las columnas de As, que ahora, como sucedió con Marca, le ha cerrado casi todas las puertas informativas al pugilismo al que ha renunciado la sociedad. ¡Qué ironía! Quién, sino la sociedad, paga esas “bolsas” de millones de dólares para ver en acción a sus privilegiados.
 
          Nuestra bienvenida a Manuel Alcántara. Bienvenido a estas tierras de donde salió, entre otros, ese púgil, Juan Albornoz Hernández. Sombrita, al que usted, tan atinadamente, describió fuera y dentro del ensogado. Otro ilustre periodista, isleño, Alfonso García Ramos, ya desparecido, como Sombrita, me dijo en una ocasión que Tenerife era tierra proclive a poetas, bellezas femeninas y boxeadores. Usted, que de estas Islas ha escrito páginas de anaquel, también lo sabe. Y así como aplaudió y admiró a Sombrita, hizo lo mismo con aquel “Ciclón” llamado Barrera Corpas y con aquel científico que respondía por Miguel Velázquez.
 
          Ahora, de nuevo, le tenemos entre nosotros. Y, en el Casino Principal, le presentará, en esta ocasión, nuestro director, José Rodríguez Ramírez. Su disertación versará sobre el sugestivo tema “Lectura comentada de sus poemas”. Seguro que nos ofrecerá y comentará esta joya, que dice así:
 
 
Doce cuerdas limitan el coraje.
Los mineros del “crochet”, la valiente población del gimnasio, sangra
y siente bajo el fuego sagrado del voltaje.
Cuatro onzas en los guantes y vendaje duro.
Alta tensión.
Aire caliente de k.o. y cigarrillos.
De repente ha cuadrado la furia su paisaje.
Perfiles de moneda desgastada cita el gong con su aguda campanada.
La luz del cuadrilátero ilumina jóvenes gladiadores golpeando,
el esfuerzo y los músculos poblando el país del sudor y la resina.
 
 
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