La victoria por puntos del Popular

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 29 de mayo de 1993)
 
 
 Nunca se ha hablado tanto de boxeo tras el triunfo del Partido Popular liderado por José Maria Aznar
 
 
          El cronista, con motivo del reciente debate televisivo entre los dos primeros espadas del panorama político español, ha recordado, entre otras cosas, aquellas palabras de Neruda cuando respondió a los que querían despojarle de ciertas ideas: “Podrán cortar todas las flores, pero nunca podrán detener la primavera”.
 
          En efecto, podrán cortar, en algunos e importantes medios de comunicación nacional, todo, o casi todo, lo relacionado con el boxeo, pero éste, como la mencionada estación, supervivirá. Ahora, en este interesantísimo debate, lo hemos comprobado por boca de muchísimos encuestados, donde el pugilismo, llamado el noble arte, ha servido de curioso símil para explicar lo que sucedió a través de Antena 3TV.
 
          Y se ha dicho que el combate, que la pelea, tuvo un marco muy adecuado, con un ring muy iluminado, con una perfecta megafonía, con un árbitro que en todo momento supo guardar las formas, modélico de imparcialidad y en esparcir el minutaje de la manera más equitativa.
 
          Se ha recalcado que el primer asalto se lo apuntó, de calle, por mucho margen de puntos, el candidato más joven; que el segundo siguió dominando el popular; y que en el tercero, casi, casi, se apodera de la situación el de la rosa, avezado en asuntos exteriores. Hay quien ha afirmado, con matices psicológicos, que en algún momento de la pelea, el actual presidente bajó su guardia –léase mirada– y muchos creyeron que iba a tirar la toalla del abandono.
 
          Mientras unos han asegurado que el popular siempre siguió la contienda mirando fijamente a su oponente, éste se distrajo mirando al árbitro que, insistimos, dio una lección de neutralidad y preparación. Quien dice que no se presentó en muy buena forma física, con falta de footing oral, convicción y poco saco, fue el supuesto campeón que, obviamente, como los grandes líderes, subestimó a aquella supuesta paloma que a punto estuvo de convertirse en gavilán. Aquel rival, de menor estatura, peso y envergadura física, le tuvo muchas veces arrinconado entre las dieciséis cuerdas, no dándole opción a reponerse. El andaluz parecía asombrado, anonadado, ante la vitalidad y arrojo de su joven antagonista, que jamás se vio apabullado por aquel adversario que se presumía de mucha más veteranía y conocimientos.
 
          Si el k.o. estuvo alguna vez deambulando por el simbólico ensogado fue en el primer asalto, donde el castellano saltó a por todas, se tiró en “tumba abierta”, apretando el acelerador de su proliferación de datos y apoyado en una increíble memoria. Si no surgió el fuera de combate fue porque el sevillano fue al cuerpo a cuerpo y a base de ciertas trabas, obstaculizó la labor que se presagiaba destructiva y fulminante. Allí el andaluz dio pruebas de ser un gran encajador. Los puños, el verbo del joven aspirante, no hacia precisamente “caricias”. Por eso nunca se originó el “toma y daca”, ya que el más veterano comprendió que había que tener más cautela, mucha cautela, en aquel cuadrilátero.
 
          En fin, dicen los comentaristas que no hubo ni k.o. ni abandono. Ni siquiera la espectacular toalla del abandono surcó el vacío. Ni una superioridad manifiesta, o sea, un k.o. técnico. Sobre aquella isla desierta del ring, iluminado y sonoro, sólo se produjo, dicen los entendidos en al materia, una victoria por puntos de la revelación de la noche.
 
          Y al final del match no se produjo el clásico abrazo de los púgiles por muy cruenta que haya sido la contienda. Lo que sí se vio fue cómo el andaluz se aproximó a su antagonista para, caballerosamente, estrecharle su mano derecha, lógicamente. El árbitro, complacido de la deportividad y “fair play” del match, sonrió.
 
          Ahora, la revancha, a tres asaltos de muchos minutos, o como las tragedias griegas, con exposición, nudo y desenlace.
 
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