El Guernica, figuras psicodélicas, troceadas y distorsionadas

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 31 de diciembre de 1988
 
 
          Tiene, evidentemente, su duende, su misterio, sus múltiples interrogantes. Se ha convertido en  un auténtico mito; es un descomunal fetiche, que muy pocos entienden  y muchos, no todos, admiran, aunque –según algunos– no hay que entender “sino imaginar”. No es un cuadro; es un desgarrador lamento. Por lo menos nosotros, como simples observadores, lo hemos visto así. Todo esto se perdona, se le puede perdonar, a un genio como Pablo Picasso que cansado de tanta perfección en sus primeras etapas, y ahí está el Louvre para ratificarlo, es como si haya destrozado luego casi toda su obra para esparcir sus fragmentos, como a voleo, de forma anárquica, en sus lienzos…
 
          Si usted, amable lector, como español, acude al madrileño Casón del Buen Retiro sin su D.N.I. le harán pagar cuatrocientas pesetas, si desea, entre otras cosas, contemplar el Guernica. El olvido del citado documento no se justifica con nuestro inmarchitable deje canario. Nos confunde…
 
          –Lo siento. Usted puede venir de Canarias, pero si no me muestra su Documento Nacional de Identidad tendrá que abonar la entrada, que también le dará opción para visitar el Museo del Prado. Además, por su acento, parece usted como mejicano, como cubano…
 
          Con el ticket en la mano se olvidan muchas cosas, sobre todo cuando, de entrada, y ya en el mismo salón donde se exhibe el cuadro picassiano, miramos al techo y contemplamos el impresionante fresco del napolitano Lucas Jordán “Origen y triunfo en España de la Orden del Toisón”.
 
          Luego, tranquilamente, nos sentamos. Los termómetros interiores marcan 22 grados, que aseguran es la temperatura ideal para toda pinacoteca. Un guardián y una guardiana, de traje azul marino y corbata azabache, deambulan muy despacio ante el cuadro más celosamente guardado del mundo. Jamás habíamos visto tan extremas medidas de seguridad. Ni la Gioconda, ni las meninas han gozado de este mimo y de este arropamiento. El Guernica está dentro de una ciclópea y mastodóntica urna. Parece una urna para votaciones entre Gulliveres. Los que penetran en el amplio salón enmoquetado lo hacen con un silencio casi religioso. Y son muchos los que se sorprenden de la austeridad cromática del cuadro: sólo en blanco y negro, como el celuloide de las rancias películas, posiblemente para acentuar más profundamente el drama, el lamento, el desgarro que quiso reflejar aquel genio malagueño de escrutadora mirada de hulla. Los chinitos, los japoneses, a los que uno siempre confunde, parecen extasiarse, de forma muy especial, con la figura de la derecha, la que mira al cielo con brazos suplicantes.
 
          En efecto, es el propio público el que impone su recato y su silencio en el recinto. Parece como si estuviéramos en una catedral gótica: se habla, si es que se habla, muy bajito. Se musitan las palabras y se origina el susurro con un afán casi de no distraer ni molestar a aquellas atormentadas figuras que salieron de la paleta hace ahora 51 años. Figuras psicodélicas, troceadas, distorsionadas, como las de Juan Gris, que también acompaña a Picasso en la misma sala como legado de un importantísimo mecenas. El blindado cristal de la urna separa al público como unos cuatro metros del cuadro. Hay que evitar a toda costa el desaguisado que podría cometer el trastornado mental de turno o la venganza de aquel conservador ante pintura tan descomunal como extraña.
 
          Allí, sin salir del Casón del Buen Retiro, los amantes de los trazos realistas y convencionales, tiene excelente campo de acción, con los excepcionales retratistas Federico de Madrazo y Vicente López. Es tan veraz y osado el segundo que tuvo la intrepidez de reflejar el incipiente bigotillo de la Sra. de Delicado de Imar, portadora de un precioso mantón de encajes y luciendo tres moños muy bien distribuidos, en un cuadro que incita, inevitablemente, a la hilaridad colectiva. Otro lienzo que sorprende es el de “Santa Catalina” de José Gutiérrez de la Vega, donde la virginidad de la imagen se adorna con sus hermosísimos senos al aire…
 
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