Prólogo al libro "Fronteros de Nueva España" de César Muro Benayas

 
Por José Alberto Ruiz de Oña Domínguez
 
 
La buena literatura de verdad, la que nos emociona y nos transporta a otros mundos, la que nos parece más real que la realidad misma es la que está escrita, palabra a palabra, verso a verso, página a página, con sangre en las sienes, en las manos y en el alma. Santiago Posteguillo."La sangre de los libros" (2014)
 
 
          Siempre es grato, y delicado, prologar un libro; grato porque es una inmensa satisfacción que se hayan acordado de uno para esa labor y, más aún, si la obra es sobre un tema que me entusiasma, como es esta historia novelada; pero también es un tema delicado cuando se trata de un autor al que tienes en gran estima y es garante de una rigurosidad y claridad en su obra después del éxito de la trilogía que ha escrito.
 
          La historia relatada en este libro está enmarcada en un periodo muy corto, de 1772 a 1788, que a su vez se encuadra en la última época gloriosa del imperio español, que coincide con el reinado de Carlos III. Pero cada época ofrece un sinfín de expectativas e incertidumbres, y el curso de los acontecimientos queda fijado por la elección de determinadas posibilidades dentro de un marco determinado.
 
          El reinado de Carlos III supuso todo un hito en la historia de España. Su afán de renovación, no siempre comprendido, se dejó sentir en la profunda transformación de las estructuras sociales, el orden político, el sistema económico-administrativo y las obras públicas.
 
          El virreinato de Nueva España es el entorno geográfico donde discurre toda la historia y, más concretamente, en la zona llamada las Provincias Internas, que eran las más alejadas de la capital novohispana, y tenían jurisdicción sobre varias provincias: Sonora y Sinaloa (actual Sonora y Sinaloa), Nueva Vizcaya (actual Durango y Chihuahua), Las Californias (actual Península de Baja California y California) Santa Fe (actual Nueva Méjico), Tejas (actual Texas), Nuevo Reino de León (actual Nuevo León), Nuevo Santander (actual Tamaulipas y el sur de Texas), y Coahuila en Nueva Extremadura (actual Coahuila y Texas). 
 
          El protagonista de toda la historia del libro es Juan Bautista de Anza Becerra, un criollo, hijo de españoles que fue un consumado explorador y que tuvo éxito en casi todo lo que emprendió. Como se verá en la obra, fue un soldado de gran habilidad y un oficial que guiaba a los hombres con firmeza y justicia. Anza, como se le conocía, empezó su vida castrense como cadete bajo las órdenes de su cuñado, el Capitán Gabriel de Vildósola, logrando el título de Capitán en 1759. En definitiva, fue un hombre de honor y un buen español y, por desgracia, muy poco conocido.
 
          Su padre fue un minero, militar y explorador español asentado entre el noroeste de México y el suroeste de los Estados Unidos. Se puede decir que fue precursor en las labores de exploración de su hijo, así como acompañante del sacerdote misionero Fray Eusebio Francisco Kino en algunas expediciones. Fue primero lugarteniente en el presidio de Janos y posteriormente Capitán en el de Fronteras hasta que falleció en un combate con los indios en 1740.
 
          El padre Kino fue el fundador de las misiones de California y la Pimería, introdujo el trigo, ganado y caballos, trazó nuevas rutas a través de los territorios inexplorados de la frontera septentrional de Nueva España, demostró la peninsularidad de California con el descubrimiento del paso por tierra y dio a conocer al mundo esa América desconocida a través de sus escritos y mapas, los primeros exactos de la zona.
 
           El estado de Sonora ha honrado su memoria de muchas maneras: nombró a la bahía en la cual un lejano día desembarcó el Padre Kino, como Bahía de Kino y a la población en donde falleció como Magdalena de Kino, en tanto que el estado de Arizona en 1961 decidió honrar la memoria del Padre Kino pidiendo al Congreso de los Estados Unidos que aceptara la estatua de Kino como la segunda escultura representativa del estado de Arizona en el National Statuary Hall del Capitolio de los Estados Unidos, lugar en el que cada estado de la Unión Americana puede colocar las estatuas de dos de sus ciudadanos distinguidos, que se colocó en 1965.
 
          Juan Bautista de Anza estuvo durante toda su vida en las Provincias Internas ya que nació en Fronteras (Sonora) en 1736, mientras su padre ejercía como capitán del presidio del lugar, del que quedó huérfano con apenas 3 años, y falleció con 52 años en Arizpe (Sonora).
 
          Ese territorio de las Provincias Internas comprendían un espacio tremendo ya que abarcaban desde la costa del Pacífico hasta la frontera con Luisiana, donde hay más de 2.400 Km y el total de la superficie de toda la zona fronteriza puede evaluarse en dos millones de Km2, lo que supone casi cuatro veces la superficie actual de España.
 
          Era un terreno muy poco poblado, con fronteras indefinidas por lo que eran difíciles de defender. La defensa de las fronteras ha sido una cuestión que interesa poderosamente a la vida de las naciones, a cuya defensa se dedica especial atención; porque siendo aquéllas los límites de la extensión geográfica, determinaban los del territorio que la nación comprendía; y su más fácil acceso preparaba la invasión, haciendo peligrar, en parte, o en todo, la vida, propiamente dicha, del Estado.
 
          Según algunos eruditos la población estimada de esa zona ascendía a unos 233.600 habitantes, casi la mitad indios y el resto mestizos y españoles, distribuidos de modo irregular, pues la mayoría vivían en Nueva Vizcaya (unos 117.000) y solo unos 2.400 en Texas. Todo ello se defendía desde 23 presidios con una guarnición de unos 1.250 soldados de cuera.
 
          Nueva España era el virreinato más importante del Imperio, tanto por sus riquezas como por su extensión ya que abarcaba desde parte de Alaska y Canadá hasta la casi totalidad de Centroamérica, incluyendo las islas del Caribe y las de Guam, Filipinas y Marianas en Asia (incluso, durante algún tiempo, incluyó a la actual Taiwan). Esa superficie suponía casi dos veces la actual Europa, unas 40 veces España.
 
          Y toda esa extensión estaba bajo la batuta de un virrey que residía en la ciudad de México, su capital. En este libro se mencionan a los seis virreyes del periodo narrado. De ellos tres fallecieron durante su mandato y otro en el viaje de regreso a Cádiz.
 
                    -Antonio María de Bucareli y Ursúa: fue el virrey 46º, ejerciendo el cargo desde 1771 hasta abril 1779 cuando falleció repentinamente con 62 años. Era Teniente General de los Reales Ejércitos y fue un buen gobernante que venía de ejercer el mando de la Capitanía de Cuba.
 
                    -Martín de Mayorga y Ferrer: fue el virrey 47º, ejerciendo el cargo desde agosto de 1779 hasta abril de 1783. Era fue Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos y provenía del mando de la Capitanía del Reino de Guatemala. Estuvo siempre de interino ya que había solicitado muchas veces volver a la metrópoli y coincidió con la guerra contra los ingleses. Falleció en el viaje de regreso a Cádiz con 62 años.
 
                   -Matías de Gálvez y Gallardo: fue el virrey 48º, ejerciendo el cargo desde abril de 1783 hasta noviembre de 1784 cuando falleció con 67 años después de una penosa enfermedad. Era Teniente General de los Reales Ejércitos y provenía del mando de la Capitanía del Reino de Guatemala donde derrotó a los ingleses, expulsándoles de las costas de Honduras y Nicaragua e impidiendo su intento de llegar al Pacífico.
 
                   -Bernardo de Gálvez y Gallardo: fue el virrey 49º, era hijo del anterior virrey y ejerció su cargo desde junio de 1785 hasta noviembre de 1786 cuando falleció por enfermedad a los 40 años. Era Teniente General de los Reales Ejércitos y provenía del mando de la Capitanía de Cuba y de expulsar a los ingleses de Luisiana y Florida tras la conquista de Panzacola. Su corto gobierno fue señalado por dos grandes calamidades: una helada caída en agosto de 1785 hizo que se perdieran las cosechas, provocando una gran hambruna y en el siguiente, a causa de la miseria, sobrevino la epidemia que le dio el nombre del «año de la peste.» En ambos casos, dio ejemplo de serenidad y desinterés al contribuir con su propio dinero para paliar esas desgracias.
 
                   -Alonso Núñez de Haro y Peralta: fue el virrey 50º, ejerció su cargo siempre de interino desde mayo hasta agosto de 1787, falleció siendo arzobispo de México en 1800, con 71 años. No era la primera vez que un obispo era virrey.
 
                   -Manuel Antonio Flórez Maldonado: fue el virrey 51º, ejerciendo su cargo desde mayo de 1787 hasta octubre de 1789. Era teniente General de la Real Armada y falleció en Madrid con 76 años en 1799.
 
          Además del protagonista de la obra, uno de los personajes que más se nombra en este libro es José de Gálvez y Gallardo, hombre de gran carácter y habilidad, que llegó a tener el mayor influjo político en América ya que fue Ministro de Indias. Entre otros logros fue el creador de la Comandancia de las Provincias Internas, del Virreinato del Río de la Plata y la Capitanía General de Venezuela, el impulsor de las reformas borbónicas, fundando el Archivo General de Indias y la Real Compañía de Filipinas. Era buen conocedor del virreinato de Nueva España pues estuvo como Visitador General desde 1765 hasta 1772.
 
          José de Gálvez había llegado al virreinato de Nueva España en el citado año 1765 con varias misiones: debía comprobar la veracidad de las denuncias formuladas contra el entonces virrey Joaquín Juan de Montserrat y Cruillas, I marqués de Cruillas, que, tras la investigación realizada, resultaron ser ciertas y acabaron con su destitución; debía reorganizar las finanzas del Virreinato, acabando con la corrupción imperante; debía también pacificar los territorios de Sonora y Sinaloa, lo que logró dirigiendo una campaña militar que concluyó, más que con la derrota de las diferentes tribus, con los pactos y acuerdos que permitieron la pacificación del territorio; debía planear y ejecutar la ingrata expulsión de los jesuitas; y debía explorar los territorios fronterizos del norte para evitar las incursiones extranjeras, principalmente rusas y para afianzar la presencia española y evangelizar la zona con los franciscanos..
 
          El recuerdo de los años pasados en estos territorios de Nueva España permaneció siempre en la memoria de José de Gálvez. Buena prueba de ello es que cuando Carlos III le concedió un título de Castilla, él escogió el nombre de Sonora para el marquesado y el de Sinaloa para el previo de vizconde, como así estaba establecido por entonces desde tiempos de Felipe II (para ser marqués o conde, se debía ser antes vizconde, título que se anulaba al obtener el anterior).
 
          En 1769 el Padre Junípero Serra es llamado por José de Gálvez para que formara parte de la doble expedición, por mar y tierra, de expansión hacia la Alta California, con la compañía dirigida por Gaspar de Portolá, que marcharía a pie, encontrándose con Gálvez en San Diego, donde se fundaría la primera misión de la Alta California el 16 de julio, la de San Diego de Alcalá, la que actualmente es la ciudad de San Diego (California). Con ello, se dio impulso a la conquista material de California.
 
          Allí se convirtió en el alma de la propagación de la fe cristiana el franciscano mallorquín Fray Junípero Serra, al que los indios conocieron como “pata coja”, el cual tuvo mucha relación con nuestro protagonista Anza.
 
          El Capitolio, donde reside el poder legislativo de los Estados Unidos, acoge la colección de 100 esculturas representativas de los personajes que más relevancia alcanzaron por su contribución a la historia de los Estados Unidos. Cuando se acordó que cada uno de los 50 estados de la Unión Americana propusiera dos nombres de personajes ilustres para que sus estatuas se colocaran en el National Statuary Hall del Capitolio, California propuso y fue aceptado que una de ellas fuese la de Fray Junípero Serra, colocándose en el pasillo principal. Así honró el pueblo norteamericano la memoria de este humilde misionero franciscano.
 
          Como muy bien se explica en el libro, Juan Bautista de Anza era un soldado de cuera. Una clase especial de soldados cuya vida era verdaderamente dura, aislados de la civilización, en medio de un mundo hostil, tanto por sus habitantes, los feroces y belicosos indios, como por el rudo clima. Sus ocupaciones eran continuas: cuando no estaban de campaña, tenían que escoltar convoyes de pasajeros o mercancías que entraban o salían de sus demarcaciones, también tenían que ocuparse de vigilar las enormes caballadas que componían la guarnición de su presidio (hasta 1720, cada soldado disponía de 10 caballos, que posteriormente se redujeron a 7 y una mula), caballadas que eran vigiladas también por los indios hostiles deseosos de apropiarse de tan precioso botín; si una guarnición constaba de 50 hombres había que contar con la vigilancia de 500 caballos y 50 mulas y esta constante vigilancia disminuía el número de hombres disponibles.
 
          Es preciso aclarar que los indios no luchaban por su territorio, ya que casi todos ellos eran nómadas y la mayoría se habían establecido recientemente, como le ocurría a las numerosas tribus de Apaches, que llegaron empujados por los belicosos Comanches del norte; el problema radicaba en que eran cazadores y les resultaba más fácil apoderarse del ganado de los españoles, que ir de caza, que por otro lado no era muy abundante, razón por la que, continuamente, aparecían conflictos que tenían que sofocar los soldados de cuera apoyados por las milicias.
 
          Las tácticas empleadas para defenderse de los indios fueron impulsadas por el joven teniente Bernardo de Gálvez y Gallardo que adquirió una valiosa experiencia, haciéndole ver que la táctica utilizada contra los apaches no era la adecuada. 
 
               “”Siempre atacan por sorpresa; sus golpes son terribles y casi inevitables, pues tienen constancia para esperar un mes entero la hora del descuido... son más los que velan que los que duermen, por cuya razón jamás se ven sorprendidos...”
 
          En ese vasto territorio de las Provincias Internas, las comunicaciones eran muy escasas y peligrosas por lo que se establecieron los Caminos Reales, de los que describimos someramente los 4 más importantes
 
               - El Camino Real de Tierra Adentro, también conocido como el Camino a Santa Fe o Camino de la Plata, es el más antiguo e importante del continente americano, con una longitud cercana a los 2.600 kilómetros de longitud. Unía la ciudad de México con Santa Fe (Nuevo Méjico).En total atraviesa diez estados mexicanos y dos estadounidenses, Texas y Nuevo México, aunque también incluía territorios de los estados de Arizona y Colorado. En su tramo central, se encontraban importantes yacimientos de plata y oro, como los de Zacatecas, Aguascalientes y Guanajuato. Fue la principal vía de implantación de la presencia hispana en esa tierra de frontera y el modo por el que penetró en el suroeste de los EEUU la cultura material e inmaterial hispana.
 
                Cada 2 o 3 años se organizaba la llamada “Conducta”, una larga caravana de carros tiradas por bueyes y en la que viajaban familias y soldados de escolta, transportando todo tipo de enseres, alimentos y ganado que necesitaban los colonos para subsistir en aquellos territorios. El viaje podía durar 6 meses y los viajeros estaban expuestos a todo tipo de avatares que ponían en peligro sus vidas ya que tenían que hacer frente a grupos de bandidos o indios que se emboscaban y asaltaban a la comitiva.
 
               - El Camino Real de California que, durante casi 1.200 km de costa californiana, unía las misiones franciscanas de la Baja y la Alta California y era un itinerario únicamente apto para animales de herradura, aunque posteriormente fue adaptado y mejorado con los años. En la actualidad forma parte de la red de carreteras de México y los Estados Unidos.
 
               - El Camino Real de los Tejas por donde entraron los colonos españoles en el territorio de Texas con un recorrido superior a los 4.000 km. Era una derivación del Camino Real de Tierra Adentro y tenía dos ramales, el Camino de Arriba y el Camino de Abajo, que discurría entre El Paso y San Antonio.
 
               - El cuarto Camino Real que quiero reseñar es el llamado también “La Ruta de Anza”, que se describe perfectamente en el libro, y que marca una ruta interior, más rápida que la marítima, entre Sonora y California, llegando hasta el área que actualmente ocupa San Francisco. Anza fue el fundador de la que llegaría a ser una gran ciudad y abrió una ruta que posibilitó la colonización europea de la Alta California. Los soldados y familias que escoltó desde el desierto de Sonora a la Alta California llevaron el idioma español, las costumbres, la religión cristiana, y la cultura española a esa parte del mundo.
 
          Unos personajes muy mencionados en el libro son la familia Urrea, cuyo patriarca fue Bernardo de Urrea, Capitán del Presidio del Altar del que fue fundador. Un criollo vasco nacido en Culiacán (Sinaloa), que fue el primer propietario del Rancho "Arizona" del cual el estado americano tomó su nombre. Su vida es merecedora de una película para lo que solo hay que leerse su diario que es interesantísimo (Archivo General de las Indias, Guadalajara, 419).
 
          Otro personaje interesante del libro es Felipe de Neve y Padilla, un jienense de Bailén que fue a Nueva España con el visitador José de Gálvez y que, durante su mandato de las Provincias Internas, en 1777 fundó “El Pueblo de San José del Río Guadalupe”, conocido actualmente como San José (California) y posteriormente, en 1781, fundó “El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciuncula”, la que es actualmente la ciudad de Los Ángeles (California), la segunda ciudad más poblada de Estados Unidos, y que sus primeros habitantes fueron 14 familias españolas. En reconocimiento a esa fundación de Los Ángeles, actualmente en la parte más antigua de la ciudad, en un parque llamado La Placita (en Olvera Street), se halla una estatua de Felipe de Neve erigida en 1932..
 
          También quiero mencionar algo del irlandés Hugo O´Conor Cunco y Fali, el “capitán Rojo”, que era como le apodaron los comanches de Texas por el color de su pelo, que en 1775 estableció el Presidio Real de San Agustín (Sonora) y que es el origen de la actual ciudad de Tucson (Arizona). En su reconocimiento existe una estatua en una de las principales plazas de la ciudad erigida en 1998.
 
          Como se puede desprender de la lectura de este libro, la vida de Juan Bautista de Anza fue mucho más que su participación en una serie de combates contra los indios. Poseedor de un carácter fuerte, era fiel a su vocación de soldado pero también un buen diplomático y administrador y sobre todo era un gran líder. Por ello, Anza tuvo muchas relaciones profesionales y personales con hombres famosos de su tiempo y trabajaron estrechamente juntos para cumplir objetivos estratégicos y objetivos muy específicos para la expansión y protección de Nueva España.
 
          Como dije anteriormente, Anza está muy poco reconocido en España, quizás sea por su condición de criollo, cuestión que yo no entiendo ya que era español con pleno derecho. En cambio en California existe hoy en día un legado muy importante que le recuerda.
 
          Tengo conocimiento de que existen dos estatuas suyas en California. La primera es una escultura de más de 6 metros, obra del escultor Dorr Bothwell, que se encuentra en Riverside; la otra está en el parque Lake Merced en San Francisco.
 
          Pero además, muchas calles, escuelas, parques y edificios se han nombrado en su honor. Hasta existe con su nombre un lago cerca de Berkeley y una ciudad, de unos 7.000 habitantes, cerca de Palm Springs (California).  
 
          Asimismo existe un sendero, marcado en todo su recorrido, entre California y Arizona con su nombre y que es recorrido con bastante asiduidad, vestidos de época, recordando su gesta.
 
          Actualmente está surgiendo un movimiento populista que pretende desestabilizar los orígenes de la historia americana mediante la destrucción de monumentos y borrado de los nombres de sus fundadores (Junípero Serra, Colón, etc.). La Leyenda Negra fue un mito tendencioso que crearon los enemigos de la corona española en aquellos tiempos, los ingleses y holandeses principalmente, que se está desmoronando cada vez más. Yo estoy plenamente seguro que, si esas Provincias Internas de Nueva España hubiesen permanecido más tiempo bajo el dominio español, no existirían esa “reservas” de indios donde se confinan a los pocos que quedan. Las leyes españolas protegían a los nativos de una manera muy evidente y se puede comprobar en el resto de zonas en Centroamérica y Sudamérica.
 
          Algo que no resulta muy conocido pero que habla a favor de la colonización española es que, de acuerdo con las Leyes de Indias, existió entonces en cada territorio el cargo de Protector de Naturales, que venía a ser lo que hoy supone la figura del Defensor del Pueblo.
 
          Los españoles debemos estar orgullosos de nuestra historia porque, no en vano, llegamos a dominar el mundo conocido en una época. Es esa historia la que nos ha proporcionado la identidad que tenemos ahora y que nos permite mirar al futuro como una nación heredera de unos valores en los que debemos perseverar. Para forjar esa historia muchos hombres de bien han dado su vida por España, pero solo a muy pocos de ellos se les ha reconocido su valía. Esa minoría, reconocida como héroes, se lo ha merecido por méritos propios, pero existen cientos de personajes en nuestra historia común que han sido postergados e ignorados, después de dar sus vidas por España. En otros países de nuestro entorno, con mucha menos historia que la nuestra, se les recuerda y se les agradece en la memoria, estudiando y enalteciendo sus méritos para que sirva de ejemplo, mientras que aquí en nuestra España parece que queremos enterrar este recuerdo porque, según algunos, tenemos demasiados héroes, lo cual parece indicar que solo nos preocupa el futuro y que muchas veces nos avergonzamos de nuestro pasado.
 
           Para dar a conocer a estos héroes olvidados me entristece que muchas veces tengan que ser los propios ciudadanos, por iniciativa propia o a través de Asociaciones, los que llamen a las puertas de los organismos oficiales para recordarles a nuestros gobernantes los aniversarios y efemérides sobre las gestas y el buen hacer de tantísimos españoles en todos los ámbitos de las artes, del saber, de las letras y de las ciencias, y para rogarles que tengan a bien colocar una placa, erigir un monumento por suscripción popular o dedicar una simple calle a nuestros héroes y a otros ciudadanos que hayan destacado por su acontecer. Baste como ejemplo, la iniciativa de la Asociación malagueña “Bernardo de Gálvez” para que se cumpliese una deuda de EEUU, que acordaron en 1780 por escrito colocar un cuadro suyo en el Capitolio, cuestión que lograron en 2014 además de que consiguieron que se le nombrase ciudadano honorario de EEUU por su contribución a la independencia de esa nación, mérito que solo ostentaban siete personas no americanas, ninguna de ellas española. 
 
          Por ello, quiero agradecer profundamente al autor de este libro, Cesar Muro, que nos recuerda a uno de esos héroes olvidados, para evitar que se pase página de esta historia echándole tierra encima, y para contribuir a que se aprenda de ella y, sobre todo, para reconocer el buen hacer de nuestros ejércitos y rendirles el homenaje que se merecen.      
 
          Publicando esta nueva obra de Cesar Muro Benayas enriquecemos nuestro conocimiento de una parte de nuestra historia c on un libro de una gran categoría, de amena lectura y alto valor como documento histórico, no solo por la variedad de fuentes consultadas sino también por el acertado tratamiento que el autor ha podido dar a tan amplia información, habida cuenta de su experiencia como historiador.
 
          La abundancia de datos y la rigurosidad histórica del tema, tratado con gran objetividad, apoyo documental y la precisión característica de este meticuloso escritor, no abruman al lector sino que le sorprende gratamente con su relato novelado.
 
          Cualquiera que se asome mínimamente a estas páginas apreciará que es el fruto de un ingente trabajo de documentación realizado a lo largo de mucho tiempo y lo ha hecho siguiendo las garantías de rigor, fidelidad y amplitud que requiere un estudio histórico.
 
          Todas estas circunstancias hacen de este trabajo un excelente medio de divulgación de nuestro patrimonio histórico español, en este caso sobre las Provincias Internas de Nueva España.
 
          Estoy seguro que disfrutarán con su lectura y que lo recomendarán a sus amigos..
 
 
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