La Alcazaba de Almería y sus "peligros"

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 5 de abril de 1991)
 
 
       
          - Buenos días. Por favor, ¿La Alcazaba está en esa dirección?
 
          Esta interrogante orientativa se la formulamos, en primer lugar, a un jubilado pudiente, que nos contestó con esta otra:
 
          - ¿Va solo?
 
          Le contestamos que sí. Nos escrutó. Acentuó su mirada en nuestra bolsa de viaje, y nos previno:
 
          - Le aconsejo que no vaya por ahí…
 
          Dimos las gracias por la recomendación. Seguíamos desorientados. Y ahora, también preocupados. Nos aguijoneó de nuevo la curiosidad. Nos acercamos a un guardia municipal. Y el mismo saludo, el mismo ruego e idéntica pregunta:
 
          - Buenos días. Por favor, ¿La Alcazaba está en esa dirección?
 
          Nos saludó muy ceremoniosamente y, con encomiable prudencia, nos contestó:
 
          - ¿Va solo?
 
          Nos empezó a intranquilizar la coincidencia de la respuesta. Empezamos a indagar.
 
          - En efecto: voy solo. ¿Ocurre algo?
 
          - Podría ocurrirle –nos contestó– si usted no agarra fuerte la bolsa. Así no le atacarán, ¿sabe? Es que por los contornos de La Alcazaba hay muchos g… (y nos facilitó una etnia).
 
          Agarré fuerte mi abultada bolsa de viaje, y seguí desorientado, preocupado, intranquilo… Me aproximé a un motorista maduro, encorbatado, con pinta deportiva.
 
          - Buenos días. Por favor, ¿La Alcazaba está en esa dirección?
 
          - Va solo?
 
          No supe que responderle. Y siguieron los consejos y las prudencias:
 
          - Lo malo es que para llegar a La Alcazaba tiene que meterse por unas callejuelas que ya, ya…
 
          Carezco de la musculatura de Rambo, no tengo los puños de Mike Tyson ni la habilidad defensiva de Bruce Lee. Obviamente no estábamos para aventuras. Dimos la vuelta…
 
          Era la segunda vez que pisábamos Almería, la de los parrales, las palmeras, los cultivos de hortalizas y flores; era la segunda vez que también hollábamos la Almería desértica, lunar y fantasmagórica. Visitar Almería –espejo del mar, como la bautizaron los árabes– y no darse una vuelta por La Alcazaba, que está allá arriba, es como recalar en Tenerife y privarse del majestuoso paisaje del Teide y sus aledaños.
 
          Pero ahora, a Almería, hemos ido solos y sus vecinos, por tres veces, me han recordado eso tan amargo que responde por inseguridad ciudadana, asumida con una inquietante resignación.
 
          En otra ocasión, más acompañado, o más tranquilo por la solución del grave problema, subiré, de nuevo, los peldaños desgastados de aquella enorme fortaleza, que es el ejemplar más típico y mejor conservado de fortificaciones árabes, que mandó construir Abderramán III, engrandeció el renombrado Almanzor y acabó perfeccionándola y embelleciéndola El Jairan, primer rey independiente de Almería.
 
          En otra ocasión, espero que no sea muy lejana, volveré a adentrarme, en sus vericuetos para admirar su mezquita, las ruinas de su palacio, sus jardines, albercas, aljibes, norias, baños, cisternas; volveré a escalofriarme con sus enormes mazmorras. Y me alongaré en sus altivas almenas para volver a otear un horizonte de nostalgias moriscas; su litoral accidentado, basáltico, surgido de las entrañas volcánicas de la tierra a la que pone un toque entre dorada y gris la arena de las playas, como las de Roquetas o Aguadulce, otrora pequeños caseríos, un ventorrillo para pescadores, arrieros y contrabandistas, hoy ciudades satélites cuajadas de night-clubs, snacks-bar y pubs. De allí, de aquellas almenas, y con un poquitín de imaginación, veré también los descomunales plásticos de El Ejido, oasis multinacionales con un aire muy adecuado de espejismo, con veinte entidades bancarias en una calle principal liliputiense; y el mini-Hollywood de Tabernas, con sus restos de tramoya, ahora para recreo de turistas, que de cuando en cuando les montan un tiroteo con diligencia y se van tan contentos.
 
          Te veremos de nuevo, Almería. Acompañados de ese puñado de entrañables amigos que hemos dejado entre esos jazmineros en flor que extienden su aroma por esos litorales mediterráneos.
 
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