El Hotel Cuzco, parada y fonda de los auditores internos

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 25 de enero de 1991)
 
 
          Muy de mañana, cuando aún el día es noche y el vesánico tráfico madrileño se ha domado, una dulce voz nos abre los ojos, muy lentamente, diciéndonos: “Buenos días. Esta es la hora que usted fijó para ser despertado. Hotel Cuzco le desea una feliz jornada…”
 
          A aquella voz de hilo la adorna una música de plumas, casi celestial:
 
          “Debe pulsar el botón luminoso rojo situado en su cabecera para interrumpir esta llamada”, termina diciéndonos en español aquella cadenciosa y suave voz que luego nos muestra su fibra políglota. Hasta en árabe, oiga, invita a la incorporación, al inevitable bostezo, al afeitado, a la ducha.
 
          El Hotel Cuzco, cuatro estrellas y bien situado, fresco en el estío y cálido en el invierno, con cariño peruano que perpetúa en sus diversas salas e instalaciones; Inca, Tolteca, Azteca, Yucatán, Monterrey, Potosí, Veracruz, Maya… El Hotel Cuzco, decíamos, es la parada y fonda de los auditores internos que allá, en Madrid, nos damos cita en seminarios, cursillos y reuniones, para primordialmente, actualizar conocimientos técnicos, intercambiar estrategias, experiencias e ideas, conducidas por un instructor/ponente que, al incentivar la participación, el dialogo y la comunicación, prodiga, inevitablemente, esas enriquecedoras discusiones centradas en aspectos críticos para la gestión de la auditoría interna, la gran desconocida para un gran sector de público, a pesar de que sean ramas de élite de la que, de momento, sólo parecen disponer las grandes empresas e industrias; sector de público, decíamos, ahora como obnubilado por la otra auditoría, la externa, tan limitada como importante en su contenido, que pasa por el cliente como una exhalación, tras recabar, analizar y dictaminar sobre los aspectos meramente contables y financieros de ésta, donde el auditor interno es pieza fundamental y perenne, que siempre deberá mostrar su sentido común y su racionalidad, su “terrible coherencia”, su espíritu más de confesionario que de púlpito…
 
          Allá, en el Hotel Cuzco, tras un copioso desayuno con periódico incluido, y en un seminario, por ejemplo, sobre el sector eléctrico, puede irse la luz cuando las diapositivas brillan en la pantalla; pero todo puede suavizarse, en parte, con ese anticipado “break” (léase descanso) donde un camarero de pajarita negra y chaqueta naranja nos invita, tras su carrito, a las humeantes cafeteras y teteras; nos invita a los zumos de frutas, a los refrescos y pastas variadas, que vendrán a llenar ese “agujerito” en el estómago que tanto suele preocupar a los británicos, que lo vienen resolviendo desde tiempos inmemoriales con el socorrido “cup of tea”.
 
          Si eres fumador pasivo, hasta se te puede presentar la oportunidad de comprobar la exquisita cortesía e indulgencia de unos compañeros que, en aras de no flagelar pulmones ajenos, se olvidan de sus pipas y cigarrillos. Y es que todo puede ocurrir en esa parada y fonda que responde por Hotel Cuzco, que suele despertarnos con una voz de hilo y embelesarnos, tras una jornada cuajada de sugerencias y recomendaciones, de auditores y auditados, con una multitud de opciones televisivas, que el mando a distancia termina por anular cuando nuestros ojos comienzan a demandar descanso.
 
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