Prólogo del libro "Bicentenario del Cementerio Municipal de La Orotava" de J.M. Rodríguez y P.D. Torres

 
Por Daniel García Pulido (Prólogo del libro «Bicentenario del Cementerio Municipal de La Orotava (1823-2023)», de José Manuel Rodríguez Maza y Pablo Domingo Torres Ramos) 
 
          Los cementerios históricos, según se van conformando a lo largo de los años y de los siglos, adquieren una especie de halo, una suerte de magia o encantamiento que escapa a nuestra comprensión más inmediata y que los convierte en espacios sencillamente distintos, ajenos al ajetreo que nos envuelve día a día. Las páginas de este libro que tiene entre sus manos no hacen más que confirmarlo. No son, como suele decirse, simples “ciudades de los muertos”, depósitos y antesala de la eternidad; su mensaje es infinitamente más potente y se adhiere a la sensibilidad y memoria de quienes se acercan a esos lugares para hallar en ellos esa mescolanza que entrelaza rasgos de identidad, de presentismo fugaz, de mil y un detalles y recuerdos. Es el testimonio latente del patrimonio humano de generaciones y generaciones que han dado vida y esencia al devenir de una localidad, bien sea desde la intimidad de su cotidianidad familiar, en el día a día de su existencia, hasta aquellos y aquellas que ejercieron oficios, ostentaron cargos o representaciones, o sencillamente eligieron aquel lugar, a lo largo de sus periplos vitales, para residir en él.
 
          Si cogemos todo este bagaje de sensaciones, sentimientos y realidades que encierra cualquier camposanto histórico pueden imaginarse el tremendo efecto multiplicador que pueda darse, y de hecho se da, cuando estas pautas se trasladan e identifican con una población como La Orotava, auténtico corazón de Tenerife, una villa que aglutina en su esencia los paradigmas más sobresalientes del respeto al pasado y al legado de nuestros ancestros. No solo su riquísimo patrimonio material, físico, con ejemplos de enorme plasticidad y belleza en arquitectura en sus diferentes ámbitos religioso y civil, en esculturas, pinturas, colecciones particulares... sino su constante preocupación por el tesoro inmaterial depositado en la memoria de quienes van heredando los saberes tradicionales y artesanales, todo ello convierte a La Orotava, y por ende, a su cementerio histórico, en un espacio si cabe aún más singular, de obligada referencia y salvaguarda.
 
          Contando con estos envidiables preceptos, aún nos faltaba uno más: que ese mensaje tan poderoso e interesante calase y cautivase, de una forma que podríamos definir como deliciosamente irremediable, a algunas personas sensibles del entorno que pudiesen transmitir, tanto en papel –como en esta ocasión- como en vivo, todo el patrimonio tangible e intangible que atesora el cementerio histórico de La Orotava... y esta obra representa con creces la consecución de ese último eslabón. Pablo Torres, técnico de patrimonio histórico del Ayuntamiento de La Orotava desde hace más de dos décadas, y José Manuel Rodríguez Maza, dueño de la librería «El Viajante», tomaron el testigo de dar a conocer el camposanto, todo coincidiendo con la celebración del 200º aniversario de la creación del mismo, bajo el amparo y patrocinio de la empresa «Canaragua», entidad concesionaria del servicio de gestión administrativa y mantenimiento del cementerio de La Orotava. De esta ansiada combinación de valiosos investigadores e instituciones, con ese necesario componente de arraigo a la población, y con una metodología y saber hacer corroborados por años y años de ejercicio de la actividad cultural, el fruto en forma de una magnífica publicación era una realidad anunciada y predecible.
 
          A grandes rasgos, esta obra se haya dividida en dos grandes bloques que desglosan, por un lado, los primeros cien años desde una perspectiva histórica y social, centrándose la segunda parte en el último siglo bajo un prisma y lectura de la evolución morfológica experimentada por aquel singular espacio funerario. Los conocimientos de los autores en ámbitos como la Historia del arte, el patrimonio, la Historia local o la legislación patrimonial, entre muchos otros, auguraban un acercamiento compensado al conocimiento de los entresijos de la “biografía” –con el permiso por esta antropización- de este cementerio, y basta un repaso a los encabezamientos de los diferentes apartados de este trabajo, con alusiones a la salud pública en la España de los siglos XIX y XX, al contexto social de la propia villa de La Orotava desde 1823, a la evolución y desarrollo constructivo del enclave o sus aspectos más relevantes, para darnos cuenta que los autores han efectuado una acertada radiografía de tan especial lugar.
 
         Aspectos de enorme interés como el diseño original del camposanto y su pervivencia en el tiempo; la “joya” arqueológica que representa la capilla del cementerio al estar revestida por la portada del desaparecido convento de San Francisco; la historia de la venerada imagen del Cristo de la Buena Muerte, titular de este sacrosanto espacio; o el necesario apartado sobre las personalidades inhumadas en este camposanto, entre otros interesantes aspectos, cautivarán al lector o lectora, que tendrá la inmensa suerte de disfrutar, si lo desea, de todo este caudal de conocimientos contemplando in situ tan valiosos testimonios de nuestro legado patrimonial, siempre de la mano y guía acreditadas de Pablo Torres y José Manuel Rodríguez Maza.
 
          Esta breve antesala al libro, privilegio que debo a la generosidad de sus autores, no puede finalizar si no es con las bellísimas palabras del literato Gustavo Le Bon cuando afirmaba que del alma de los muertos está formada el alma de los vivos; los que desaparecieron reposan en realidad no en los cementerios sino en nosotros mismos. Cada ser que sale a la luz tiene tras de sí muchos siglos de existencia y  está para siempre influido por su pasado; o con el bellísimo testimonio del inolvidable José Saramago, en su libro «Todos los nombres», donde nos legó que el entonces curador del cementerio tuvo la idea de abrirlo por todos los lados, excepto por la parte que daba a la calle, alegando que esta era la única manera de reanimar la relación sentimental entre los de dentro y los de fuera [..]. Creía él que los muros, aunque contribuyendo de forma positiva a la higiene y al decoro, acababan teniendo el efecto perverso de dar alas al olvido.
 
          Luchemos precisamente contra ese muro, contra ese olvido aludido por Saramago, perpetuando la lectura y conocimiento de esta trascendental obra sobre el cementerio de La Orotava.
 
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