Paco Martínez, gran maestro de la caricatura personal, ya no está entre nosotros

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 28 de agosto de 1990)
 
 
          Tuve la oportunidad y la satisfacción de gozar de su amistad y de su inagotable humor salpicado de sana picaresca, que cobraba caracteres sencillamente inolvidables cuando, por ejemplo, coincidía en la tertulia con Arístides Ferrer, su amigo de siempre.
 
          En mi hogar, colgado en un sitio preferente, hay un hálito de su insuperable quehacer artístico, que cuanto más miro, más me recreo, porque Paco Martínez, en la caricatura, más que maestro fue catedrático; y, además, reconocido mundialmente. En sus caricaturas, en sus “esqueletos del alma”, siempre estará presente la ironía sin daño, el trazo delgado, la radiografía del personaje, el acierto psicológico.
 
          Con él, con Paco Martínez, nos dábamos cuenta del valor del diálogo, del bagaje que puede acarrearnos una tertulia, que ahora son conceptos que se van erradicando de nuestra efímera existencia por las prisas, por el dichoso materialismo y por nuestra sociedad de consumo. Hablar con él, dialogar con el que acaba de nacer para la muerte, era como abrir un viejo y entrañable baúl de donde surgían anécdotas, chistes, “golpes”, con una cadencia muy especial, inconfundible, donde jamás afloraba ni las amarguras ni los sinsabores, que eran vocablos que no prodigaba quien en vida deslumbró a los caricaturistas universales con una insólita Briggite Bardot, cuyo dorado, sensual y revoltoso cabello el catedrático había sacado, como un prestidigitador, de una botella de Terry…
 
          Con su corazón de gigante y alma de niño, Paco Martínez, rondallero, diseñador de carrozas y carteles, ya no tendrá necesidad de tirar al barranco del Puente Zurita su pintoresco y descomunal sombrero y su vestido de retales, al tiempo que decía en el último día de Carnaval, ¡hasta otro año!
 
          Los tagaganeros y sus vides llorarán su ausencia. Y en los numerosos hogares donde cuelgan sus caricaturas, se mirarán y remirarán éstas para solaz y recreo. Aquellos “esqueletos del alma” compuestos por plumas, madera, corcho, alambres, frutas tropicales, seguirán frescos, vitales e imperturbables a pesar del crespón negro.
 
          Ahora allá, junto a su guapísima Margarita, Paco Martínez, con su lacito-corbata y su semblante entre irónico y serio, sólo tendrá el remordimiento de haberse ido de este belicoso mundo sin haber visto hecho realidad uno de sus sueños: el Salón Internacional del Humor, que anhelaba ver ubicado en su Tenerife natal, Isla donde, según los críticos más fiables, tenemos a los más catalogados caricaturistas del orbe.
 
 
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