De España a Portugal, por solo 70 pesetas

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 26 de agosto de 1990)
 
 
 
          Dejemos caminar a las manecillas del reloj de nuestra turística Península Ibérica: Costa de las Rías Altas, Costa Verde, Costa Brava, Costa Dorada, Costa de Azahar, Costa Blanca, Costa del Sol, Costa de la Luz…
 
          La Costa de la Luz, situada al sur de España, se extiende desde la desembocadura de ese río que juega al escondite llamado Guadiana –que forma frontera con Portugal, de la que hablaremos luego– a la Punta de Tarifa, en pleno estrecho de Gibraltar. Toda la Costa de la Luz está bañada por las aguas del océano Atlántico. La costa –vertiente atlántica de Andalucía– está embebida por un sol constante y cálido bajo un cielo azul profundo. En su horizonte resaltan vivamente las tonalidades cambiantes de una arena inmensa que, a veces, y como dicen los folletos turísticos “parece de trigo, otras de acero y otras de oro”.
 
          Las playas se suceden doradas y sosegadas. Los pueblos, con sus callejas entre altos paredones enjalbegados, son como grandes motas blancas a caballo entre el mar y la tierra. Encierran tras sus rejas, y en el susurro de las fuentes de sus plazas, nostalgias de un pasado árabe. Se aseguran que “son estos pueblos blancos de Cádiz y Huelva, los más bellos y puros ejemplares de una tradicional arquitectura popular que se conserva íntegramente”.
 
Andalucía
 
          Las costas de Huelva, salpicada de abundantes y frondosos pinos, está animada por una intensa actividad marinera. Hacia el interior, en los dilatados horizontes de las llanuras marismeñas, se dibujan estáticos los eucaliptus. Entre las marismas –“solo traen mosquitos”, dicen algunos onubenses– y el mar surge como un inesperado paraíso el Parque Nacional Doñana, de hermoso equilibrio ecológico, cuya fauna permanece inalterable desde hace miles de años, a pesar de las recientes matanzas de patos por la irrupción vanidosa del hombre…
 
          Como bien se ha dicho, en el popular y jugoso poema de Manuel Machado, cada una de las ocho capitales andaluzas tiene un certero y apasionado adjetivo, un adjetivo que, por haber sido buscado y rebuscado sin prisas, ofrece las íntimas esencias de las provincias que componen el riquísimo mosaico andaluz, y el más extenso y definido de la geografía de España. Así, Jaén es “plateado”, y Almería “dorada”, y Sevilla, sustantivo y adjetivo a la vez, porque, de tan hermoso para el poeta, parece como si se adornase con todos los adjetivos del inefable mundo poético o con “la sola música de sus tres claras sílabas famosas y turísticas”. Y así, también, también Huelva, testimoniada en el conocido poema como “la orilla de las tres calaveras”.
 
          Hay quien dice que Andalucía tiene diez provincias; las ocho conocidas mas la emigración y el núcleo ubicado en Cataluña. Y en esta Andalucía de lamento y de júbilo; de alegrías y sinsabores; de sevillanas y flamenco; de trajes de faralaes y carreta de peregrino, aún te cogen del brazo, hablan contigo y te señalan, con exquisita e inconfundible amabilidad, el sitio por el que han preguntado, aunque aquí nadie se pierde…
 
          En esta Andalucía, con sabor a yodo marino, a sal, a besos de olas, se encuentra en la provincia de Huelva, Ayamonte, que está situada en el bello y rumoroso paisaje de la desembocadura del Guadiana, a unos ochocientos metros de la ciudad portuguesa de Villareal de San Antonio, llamándose, por esta cercanía con  Portugal, la “Puerta de España”.
 
El viaje
 
          Ayamonte –con su castillo por peineta y su cielo por mantilla, como le cantó el poeta– es hoy una ciudad bulliciosa, salpicada de restaurantes y marisquerías, cuyo puesto fronterizo le proporciona un animadísimo aspecto y cuyo acento marinero se concreta en su pujante y acreditada industria conservera. El noventa por ciento de los que llegan a Ayamonte siempre formulan idéntica pregunta:
 
          -Oiga, por favor ¿dónde está el embarcadero?
 
          -Muy cerquita, allí, al fondo.
 
          Y allí, en el austero embarcadero nos espera nuestro medio de transporte, Peninsular, un panzudo barco que, con buen tiempo, puede admitir a un total de 373 pasajeros; y cuando el Guadiana y el Atlántico se ponen de acuerdo, solo pueden embarcar, 99.
 
          ¿Qué otros países nos pueden proporcionar la ilusión de viajar, casi gratis, de uno en uno, sino España y Portugal? Y es que por 70 pesetas usted puede convertirse en un turista más. El generoso barco admite, con tiempo de bonanza, de todo: no sólo pasajeros sino desde camiones y furgonetas hasta furgones, turismos, motos y ambulancias… Es lógico pensar que estos vehículos tienen otra tarifa. Tanto Peninsular como Isla Canela, su gemelo de tarea laboral, no paran en todo el día. Los barcos, con la carga que sea, salen cada media hora. En el Departamento de Policía apenas te miran el DNI, que es el documento que piden exhibamos. En las paredes de las citadas dependencias varias carteles con rostros de delincuentes “muy peligrosos”. ¿Por qué la mayoría son barbudos?
 
          El barco, en nuestra travesía, va a tope. El timonel, de tez curtida, imperturbable y rústico, apenas mueve la rueda dentada. Hoy la ría está como un plato. El agua es verdosa, revuelta, sin transparencia alguna. El recorrido apenas ha durado diez minutos. Allá quedó Ayamonte, de casitas blancas y escalonadas. Ahora los billetes se llaman “bihelería” y la aduana “alfandega”… ¿Somos turistas? ¿Ya llegamos a Portugal, concretamente a la ciudad de Villareal de San Antonio que, a vista de pájaro, parece una maqueta infantil? Pues parece que no, porque a todos los extranjeros, o sea a los “verdugos turistas”, les exigen rellenar la carga internacional de embarque/desembarque, que es el formulario exigido, menos a nosotros, a los españoles, que somos, pues eso, hermanos ibéricos...
 
          ¿Por qué se desplaza tanto ayamontino a esta ciudad portuguesa?
 
          –Aquí todo es más barato –nos aclara un jubilado. Los chismes para la casa, como las toallas; las alfombras, incluso, los zapatos. Pero por encima de todo venimos a comprar café, los dos kilitos que nos deja pasar la aduana, que allá en Ayamonte nos cuesta mil pesetas el kilo, y aquí, seiscientas. O sea que al mismo tiempo practicamos el turismo y el ahorro.
 
          ¿Por qué se desplaza tanto peninsular español a Villareal de San Antonio?
 
          –Pues para comprar bronce y cerámica, que aquí está muy barata. Y, además, de una y otra cosa, siempre hay una gran variedad– nos confiesa un murciano que “ha visto los cielos abiertos porque tenía que hacer un comprometido regalo de boda y aquí lo ha solucionado por muy poco dinero”.
 
          Como reciprocidad tendríamos que añadir que muchos villareales se desplazan a Ayamonte en busca de esas hermosas y jugosas naranjas de Lepe, que tampoco se queda corta en fresas. Lepe, ciudad onubense conocida por los chistes (¿saben por qué los leperos acuden los domingos a la iglesia con escopeta? Pues porque van a la “caza” del Señor…), tiene hoy, según los expertos, la mayor sala de fiestas de Europa, “Raúl”, al aire libre, de lujuriante iluminación e instalaciones como del último grito ecológico, donde el frescor de los surtidores se complementa con una adecuada vegetación. “Vamos a ver quien se ríe al final”, dicen los léperos; si ustedes con nuestros chistes “de brutos”, o nosotros con nuestra renta per cápita, actualmente una de las mayores de España por obra y gracia de nuestras naranjas –que no tienen que envidiar en nada a las valencianas– y a nuestras fresas, carnosas como ninguna otra”.
 
          Y tras regresar de Portugal –ahora solo por 65 pesetas, por eso de la fortaleza de nuestra moneda– empezamos a mirar con ojos infantiles ese souvenir que siempre solemos traer de la tierra del fado, el gallo multicolor de Barceló, que dicen predecía el tiempo…
 
 
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