Volveremos a reunirnos

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 26 de junio de 1990)
 
 
La recordada Asociación Canaria de Veteranos de la Milicia Universitaria.
 
 
 
          La exclamación del remordimiento –¡Cómo siento no haber podido asistir a tan significativo acto cívico-castrense!– que desde estas mismas columnas de El Día lanzó recientemente Añaterve Vilar, refiriéndose a los actos celebrados por la Asociación Canaria de Veteranos de las Milicias Universitarias en la Semana de las Fuerzas Armadas, refleja la misma inquietud, el mismo pesar interno de otros muchísimos compañeros que, por múltiples circunstancias no pudieron estar con nosotros en tan evocadores momentos. Pero ya vendrán tiempos mejores; ya surgirán fechas más propicias para que todos volvamos a emocionarnos ante el solemne arriado de la Bandera; para que volvamos a emocionarnos ante el solemne arriado de la Bandera; para que volvamos a adoptar la seria y elegante posición de firmes; para recordar la inolvidable escena donde el Capitán General de la Zona Militar de Canarias, Teniente General Ángel Santos Bobo, y en gesto que le honró, entregó la arriada enseña a nuestro presidente, Luis Torrentó Capdevilla, que aún mantiene su nudo en la garganta. Ya volveremos a reunirnos, en fin, para estremecernos con los sones de esas inmarchitables e inconfundibles marchas militares con las que reviviremos nuestro juramento ante la Bandera.
 
          Se ha dicho, y con justificadísima razón, que la música militar fue, ha sido y seguirá siendo ese misterio y ese arte que mágicamente levanta los ánimos, alegra los corazones, hace saltar las lágrimas y hasta incluso por ella se han ganado batallas.
 
          Ahora, quien suscribe, y a través del general de brigada, José María Giménez García, que acaba de estrenar dicho ascenso y a quien tuvimos el honor de tener como capitán en la I.P.S., de los Rodeos, hemos tenido la grata oportunidad de deleitar nuestros oídos con un puñado de canciones de marcha, esas entrañables notas y letras transmitidas de padres a hijos, que el nieto oyó musitar al abuelo, sumido quizá en nostalgias de juventud guerrera. Hemos escuchado esas marchas que tantas veces hicieron y hacen olvidar la fatiga, más llevadero el esfuerzo, más liviana la pesada y gloriosa carga del soldado. Las que mil veces brotaron de sus recias gargantas resecas por el polvo de los caminos de nuestra Patria. Las que en cuantas ocasiones salieron de los labios hicieron sentir cómo se ensanchaba el alma mientras el corazón y la mente se elevaban a la Bandera venerada, al terruño añorado, a la madre, a la esposa o a la novia que aguardan y rezan…
 
          Esas marchas que hoy, como ayer y siempre, se oyen y oirán marciales en nuestros cuarteles cantadas por soldados de España, fueron, hace escasos días, excelente preludio –de nuevo, enhorabuena, comandante-director Jesús Valverde– de las palabras que, en brillantísima disertación, nos dirigió nuestro Capitán General, y que a manera de indeleble recordatorio transcribimos para los compañeros que por múltiples motivos no pudieron estar junto a todos nosotros:
 
                    “Sean mis primeras palabras de felicitación por haber querido revivir el importante momento en que prestasteis el juramento ante la Bandera.
 
                  Tanto más importante el gesto, cuando no están de moda estas cosas. Lo que priva es desmontar, denigrar toda una escala de valores que han sido, son y serán la clave de la pervivencia de nuestra Patria. Esa pervivencia está asegurada mientras haya ciudadanos como vosotros que asumisteis para vuestra vida civil los principios básicos que se resumen en la convicción moral y en la práctica real de cualquiera que sea la actividad que se desarrolla en la vida, si se cumple con honestidad se está sirviendo a la Patria. Y esa convicción incluye la decisión de empuñar las armas, “última ratio regis”, si el caso lo requiera.
 
                    Vuestra presencia aquí por vuestra propia decisión, sin haber sido requeridos para ello, demuestra que sois encarnación real del ciudadano español, consciente de sus deberes para consigo mismo y su familia, para con el resto de los ciudadanos de la comunidad nacional y, en suma, para con la Patria.
 
                    Por eso me gustaría que no llamarais a este acto “renovación del juramento a la bandera”. Está claro que sigue vivo en todo su vigor el que un día prestasteis en este mismo lugar. Y lo que permanece incólume no precisa de renovación, revisión o repetición.
 
                    Haciendo un esfuerzo de imaginación, que estoy seguro que no os costará mucho, podéis escuchar ahora la voz firme y segura del jefe que en su día os tomó el juramento por el que os comprometisteis de por vida a derramar, si fuera preciso, en defensa del honor, independencia e integridad de la Patria hasta la última gota de vuestra sangre.
 
                     Pero quienquiera que fuese el jefe, por otra parte aquí presente en la persona del Coronel Pérez Andreu, que entonces os formuló la pregunta cuyas palabras resuenan ahora en vuestra mente, lo hizo en representación viva de todo el Ejercito, el de ayer, el de hoy y el de mañana, en el de todos los que a  lo largo de la historia dedicaron generosamente su vida a España o la entregaron en un gesto sublime y heroico en cumplimiento del juramento prestado; en nombre también de quienes vertieron su sangre con heroísmo o regaron con ella un trozo querido y entrañable de nuestra España, asesinados por el terrorismo criminal, por haber dado en el testimonio de la unidad de la Patria a cuya defensa seguís comprometidos, en su voz resonaba también el eco de quienes a lo largo de la historia, en cualquier lugar de España juraron fidelidad y besaron esta bandera multiplicada en las de las diversas unidades. Era, en fin, la Patria misma la que en su día os interrogó si poníais a Dios por testigo, que eso significa jurar, de que toda vuestra vida iba a estar presidida por ese espíritu de servicio a ella en el puesto que cada uno ocupara en la sociedad y la decisión de dejar en ello la vida si preciso fuere.
 
                  Y bien sabéis que no estáis solos. Están con  vosotros vuestros antiguos profesores y compañeros de campamento, vuestros profesores y compañeros de otros campamentos y centros de instrucción, todos los componentes del Ejercito y todos los ciudadanos de bien que, como vosotros son fieles a su compromiso con la Patria y, sobre todo, vuestras familias, vuestras mujeres, que unidas a vosotros por el amor, comparten también con vosotros el amor a España como demuestra su presencia aquí. Vuestros hijos en quienes habéis sembrado la misma semilla y cultiváis con esmero las mismas esencias. Y así formamos entre todos una unidad que es la mejor garantía para el futuro de la Patria.
 
                    Al contemplaros ahí formados, vienen a mi memoria los gratos recuerdos de mis tiempos de profesor en el campamento de Monte la Reina y veo en vuestros rostros los de quienes fueron mis alumnos, a quienes desde aquí animo, si es que no lo han hecho ya, a integrarse en asociaciones como la vuestra que, entre otras consecuencias, produce un rejuvenecimiento y un acerado del espíritu para enfrentar con decisión los difíciles momentos que pueda depararnos la vida.
 
                    Repitiendo mi felicitación por vuestra decisión de vivir este acto, con mi agradecimiento por permitirme compartir vuestra alegría y vuestra satisfacción por el servicio cumplido y con mi estímulo para que mantengáis el espíritu alerta y decidido para trabajar en bien de nuestra patria, España, os invito a que gritéis conmigo:
 
¡¡Viva España!!
¡¡Viva el Rey!!
¡¡Viva el Ejercito!!”.
 
 
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