Relatos de Santa Cruz, siglos XVIII y XIX (XII). Cuarentena en Tenerife

Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en El Día el 21 de enero de 2024)
 
 
 
RELATOS DE  SANTA  CRUZ. SIGLOS  XVIII  Y  XIX  (XII)
 
Cuarentena en Tenerife durante el viaje alrededor del mundo
 
Por Louis de Freycinet*
 
 
 Grabado 2
Grabado de la época
 
 
          "El 22 de octubre de 1817, a las ocho de la noche, fondeamos en el puerto de Santa Cruz, en la Isla de Tenerife, pues varios marineros se encontraban indispuestos con malestar general y dolores de estómago, al haber estado expuestos a la lluvia, bastante fría, que nos cayó después de haber salido del puerto de Toulon (Francia). 
 
          La rada de Santa Cruz es insegura, ya que está abierta a casi todos los vientos, el fondo es malo en exceso y los atraques son muy peligrosos. En ella encontramos dos bricbarcas francesas y una americana que hacían la aguada, así como una docena de embarcaciones españolas.
 
          Santa Cruz, donde reside el gobernador, aunque la Audiencia radica en Gran Canaria, es una pequeña ciudad bastante sucia que se extiende de norte a sur. Los españoles conservan las costumbres y los hábitos de su país, con las modificaciones que impone el clima. Esta isla volcánica tiene 64.000 habitantes.
 
          Las Canarias no fueron para nosotros las “Islas Afortunadas”, pues la entrada a la ciudad de Santa Cruz nos fue implacablemente prohibida por el guardia de la salud en el mismo momento de nuestro fondeo, cuando se nos acercó en su falúa y nos dijo que era por venir de un puerto del Mediterráneo.
 
          Por mediación del cónsul francés me puse en contacto con el gobernador español, intentando en vano convencerle de que no estábamos apestados, tarea harto difícil, pues en Santa Cruz acababan de pasar una epidemia de fiebre amarilla en la que habían fallecido 1.332 ciudadanos. Lo único que pude lograr es que los veinticinco días de cuarentena que nos habían prescrito fueran reducidos a diez y luego a ocho.
 
          Como estábamos privados de visitar la ciudad, cuyo pintoresco paisaje nos tuvimos que limitar a contemplar desde lejos, y como mi intención no era quedarme tanto tiempo inactivo, mientras nos proveíamos de agua y mercancía, pedí y obtuve permiso para desembarcar en el Lazareto y poder realizar allí los experimentos magnéticos que constituían en parte el objeto de nuestro viaje, llevando a cabo diversos trabajos científicos los días 25, 26 y 27, hasta obtener que la inclinación de la aguja imantada era de 57º 58´ 49´´ y su declinación de 21º 3´55´´ noroeste. 
 
          Los establecimientos que en Francia tienen este nombre -Lazareto- son lugares agradables y sanos donde se encuentra todo lo necesario para vivir, algunos incluso tienen jardines. En cuando a éste, situado a media legua al sur de la ciudad, aparte de tener un acceso difícil e incluso peligroso por culpa de las olas que rompen en los peñascos de la costa y se puede romper en pedazos la falúa que te transporta, para llegar a las instalaciones hay que subir una pendiente de mucha dificultad.
 
El Lazareto en 1898
 
El Lazareto en 1898
 
         
          Cuando el centinela que estaba de guardia nos vio llegar, salió corriendo a llamar a su compañero, nos tiraron las llaves y nos indicaron por medio de gestos las puertas que teníamos que abrir. En el cuerpo de guardia sólo había dos fusiles viejos y oxidados y otros tantos trajes de uniforme en mal estado, que cada soldado vestía cuando le tocaba hacer guardia.
 
          El Lazareto estaba compuesto por un habitáculo, donde se alojan los soldados en tiempo de guerra, en el que ni siquiera sus muros tienen contramarcos en las ventanas para resguardarse de las inclemencias del tiempo. El patio estaba lleno de escombros y en el terreno que rodeaba las instalaciones, unas rocas volcánicas marcaban los límites que nos estaba permitido recorrer, y por lo tanto no podíamos traspasar, aunque el espacio del que disponíamos nos era suficiente, pues las citadas rocas contenían mucho hierro. 
 
          Por estos centinelas supimos que la mayoría de los soldados de las islas pertenecen a una milicia reclutada entre la población y que se renueva cada cuatro meses. Nunca realizan maniobras y nos aseguraron que algunos de ellos no han visto la pólvora nunca en su vida. La paga que reciben es una ración de gofio, una pasta hecha de trigo que sacan de un zurrón y hacen una bola que amasa con su mano.
 
          Mientras nosotros hacíamos los experimentos magnéticos, varios botes del puerto se encargaron de suministrarnos el agua y las provisiones que habíamos solicitado; es decir, el vino, la carne, las frutas y verduras que se producen en este lugar, siendo subidas a bordo por nuestros marineros. 
 
          Por fin, el 28 de octubre, a las once de la mañana, dejábamos la isla de Tenerife, y poníamos rumbo al Oeste." 
 
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Freycenet
 
 
* Louis Claude Desaulces de Freycinet (Francia, 1779-1842) ingresó en la Marina francesa a los 14 años y, después de participar en varios combates contra los ingleses, a los 21 años tomó el mando del Naturaliste, uno de los navíos que componían la expedición científica del capitán Baudin, con el que estuvo en Tenerife en 1800, cuando iban a reconocer la costa sudoeste de Australia. 
 
          En 1805 sería asignado al departamento de mapas y planos de la Armada francesa, etapa que aprovecharía para completar el trabajo que su compañero Francois Péron había dejado inconcluso a su muerte, en el viaje citado anteriormente.
 
          Entre 1817 y 1820, al mando de la corbeta L`Uranie dirigió una campaña que tenía por misión determinar la forma del Globo terrestre, estudiar el magnetismo terrestre y la meteorología en el Pacífico Sur y, de paso, recopilar materiales para los museos de Historia Natural de Francia.
 
           Al regresar, su barco naufragó cerca de las islas Malvinas, perdiendo gran parte del material de Historia Natural que habían recopilado, aunque pudieron salvar los manuscritos. Para poder regresar a Francia adquirieron una nao americana de tres palos, rebautizada La Physicienne, llegando al puerto de Cherbourg (Francia) el 13 de noviembre de 1820. 
 
          A partir de este momento este gran navegante se dedicaría a la redacción de su obra: Viaje alrededor del Mundo, cuyo capítulo I está dedicado a Santa Cruz de Tenerife. 
 
 
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